RLAVR mONU�TIENTOS EN SU HISTORIR UNA RUTA EUROPEA POR �LAVA, A COMPOSTELA DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO MICAELA J . PORTILLA UNA RUTA EUROPEA POR �LAVA, A COMPOSTELA DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO MICAELA J. PORTILLA DIPUTACI�N FORAL DE �LAVA - ARABAKO FORU ALDUNDIA Servicio de Publicaciones - Argilalpen Zerbitzua POR �LAVA, A COMPOSTELA UNA RUTA EUROPEA: DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO I. POR �LAVA, A COMPOSTELA Cuando a lo largo del siglo IX se extend�a por Europa la noticia del descubrimiento de las reliquias de Santiago en Compostela, se abr�a un cap�tulo nuevo en la historia de Occidente. A las peregrinaciones, ya seculares, hacia los lugares santificados por la presencia de Cristo y a las �romer�as� que conduc�an a los fieles hasta Roma, capital del mundo cristiano distinguida entre otras ciudades por los martirios de los grandes ap�stoles Pedro y Pablo, iba a a�adirse un nuevo centro de devoci�n itinerante. Se dec�a que en el extremo del mundo conocido cerca del �Finis Terrae� hab�an aparecido las reliquias de otro de los ap�stoles preferido del Se�or, Santiago el Mayor; y, a partir de entonces, Galicia iba a convertirse en un nuevo centro de atracci�n para la cristiandad acosada entonces por las llamadas �invasiones tard�as�, entre ellas la musulmana, que presionaba en violentas ofensivas a los peque�os reinos hispanos. El hallazgo iba a significar nuevos impulsos y alientos esperanzadores en la lucha. Por ello el acontecimiento debi� impresionar al rey de Asturias y a sus subditos; y para el culto del Ap�stol y la guarda de sus reliquias, Alfonso II el Casto hijo del rey Fruela y de la alavesa Do�a Munia, erig�a, seg�n las cr�nicas, una peque�a iglesia �de piedra y barro� en el lugar mismo del descubrimiento. Ya en vida del rey Alfonso la noticia del culto y de la devoci�n a Santiago en tierras gallegas se propagaba por Europa. En el martirologio de Floro de Lyon, copiado m�s tarde en otros similares, se dec�a ya antes del a�o 860: �los huesos sagrados de este beat�simo Ap�stol, trasladados a Espa�a, se veneran en el extremo de ella, frente al mar brit�nico con extraordinaria devoci�n por aquellas gentes�. En tanto, Alfonso II trataba de asentar su reino sobre las antiguas bases pol�ticas, administrativas y culturales hispanovisig�ticas, conmovidas por la invasi�n musulmana; y sus intentos y sus esfuerzos se convert�an en logros tales como la organizaci�n de la corte de Oviedo y el movimiento cultural y art�stico registrado entonces en Asturias. Y as�, mientras en Galicia tomaba cuerpo el culto a Santiago, en la nueva capital asturiana cuajaba otro centro de peregrinaci�n en torno a la iglesia de San Salvador, con altares en honor de los doce ap�stoles, la capilla o �C�mara Santa� enriquecida por numerosas reliquias, la cripta de Santa Leocadia, y otras iglesias como las de Santa Mar�a, San Tirso y San Juli�n de los Prados. Un nuevo lugar de atracci�n de peregrinos, justo en el primer camino jacobeo que atravesaba la exigua franja costera protegida por las monta�as y sede de la resistencia cristiana. M�s tarde otro rey, Alfonso III, levantar�a en Santiago un nuevo templo sobre el de Alfonso II. Un edificio noble, de piedra de siller�a y cal, con basas y columnas de m�rmol. Una iglesia de amplia cabecera rectangular con el ed�culo de las reliquias y otro gran saliente lateral, tambi�n rectangular, destinado a baptisterio. Por lo que toca a �lava, resulta curioso el hecho de que los dos Alfonsos constructores de los primeros templos compostelanos, hab�an vivido en tierras alavesas buscando refugio en ellas en momentos dif�ciles de sus vidas. Alfonso II, hab�a permanecido en �lava junto a los parientes de su madre mientras su t�o Mauregato ocupaba el trono asturiano; y Alfonso III estuvo retirado tambi�n en tierras de �lava ante las presiones de Fruela Berm�dez, sublevado contra �l; m�s tarde, no obstante, amparados los alaveses por lo abrupto de sus comarcas y en la situaci�n perif�rica de su territorio, se levantar�an contra el mismo rey Alfonso III, seg�n relatan las cr�nicas. Por eso �lava, refugio de reyes en momentos dif�ciles, tierra segura, con caminos protegidos por la naturaleza de sus monta�as y defendidos por la estrategia humana mediante la construcci�n de castillos en los accesos a las tierras llanas, fue paso de los primeros peregrinos santiagueses desde la Navarra Media hasta los valles del Norte de Burgos, la Monta�a y las Asturias de Santillana y Oviedo, camino de Galicia. Suced�a esto mientras las tierras de las riberas navarra y.riojana y los caminos abiertos de la Meseta se encontraban en poder musulm�n o expuestos al peligro de las incursiones de sus tropas. Cuando a partir del siglo XI se haya recobrado la total seguridad en estas rutas, se olvidar�n los pasos abruptos del Norte y la peregrinaci�n discurrir� por Arag�n, Navarra y La Rioja, hasta tierras castellanas y leonesas, camino de Galicia. Pero, a partir de los primeros a�os del siglo XIII iba a abrirse un nuevo itinerario de peregrinaci�n a trav�s de Guip�zcoa y �lava. Sin atravesar Navarra, este �Camino Franc�s� enlazar�a directamente las tierras gasconas con Burgos y las riberas castellanas del Ebro; desde Ir�n, alcanzar�a el curso del r�o Oria y, remont�ndolo, llegar�a hasta el puerto o t�nel de San Adri�n para descender hasta el Ebro por las comarcas llanas de �lava y las m�rgenes del bajo Zadorra, desde La Puebla de Arganz�n. Este camino, declarado Conjunto Hist�rico Art�stico Nacional en septiembre de 1962, es el que tratamos de estudiar y describir a su paso por �lava. Las rutas altomedievales alavesas, primitivos caminos de peregrinaci�n jacobea, ser�n objeto de otra publicaci�n en estudio. Los �caminos ocultos� de �lava en el alto medioevo Los primeros peregrinos atravesaban �lava, camino hacia Santiago, por rutas defendidas de los ataques musulmanes y seguras ante el peligro normando, que amagaba desde las costas cant�bricas. La Cr�nica Silense recuerda estos momentos de inseguridad en los caminos hacia Compostela diciendo expresamente que �los peregrinos se desviaban por las sendas de �lava� por temor a los ataques b�rbaros. Otras fuentes latinas del momento, la Cr�nica Najerense y los Textos navarros del C�dice de Roda entre ellas, se refieren tambi�n al paso de los primeros peregrinos por �lava en busca de la seguridad que sus tierras les ofrec�an. As� en estas cr�nicas del alto medioevo se repite, como un t�pico casi, una frase: �per devia Alavae peregrini declinabant�, es decir, �los peregrinos se desviaban por los caminos extraviados de �lava�, �timore maurorum�, �por temor a los moros�. Fuentes posteriores contin�an se�alando, ya en castellano, el paso de los peregrinos por estas primeras rutas alavesas. Lucas de Tuy escrib�a en su �Cr�nica de Espa�a� que, mientras el camino de las riberas del Ebro �era cerrado por enfestamiento de los barbaros, los peregrinos yvan torciendo por los lugares desusados de �lava�; y Alfonso X, en su �Cr�nica General� manifestaba que hasta que se hab�a asegurado y definido el camino jacobeo por N�jera, Burgos, Carri�n y Le�n �ante d'aquello por �lava et por Asturias yva el camino franc�s�, dice literalmente. M�s tarde, ya en las �ltimas d�cadas del siglo XVI, el historiador vasco Esteban de Garibay recog�a estas mismas noticias. Los primeros caminos a Santiago �dice�, discurrieron por la costa guipuzcoana y vizca�na y m�s tarde, por la ruta que, desde Francia y Navarra, pasaba a �lava. Entrada en �lava de la calzada de Burdeos a Astorga, uno de los �caminos ocultos� recorridos por los primeros peregrinos jacobeos, temerosos del peligro musulm�n en las tierras abiertas del Ebro. Paso a la Llanada desde el valle navarro de la Burunda, con ll�rduya y Eguino al fondo. Estos nuevos caminos de Navarra y �lava llegaban, contin�a textualmente Garibay, �a las tierras que llaman de la Monta�a y d'ellas a las Asturias, primero de Santillana y luego de Ouiedo, cuya muy deuota Yglesia de San Saluador visitando, entraban en Galicia�; �y si algunos yuan por Burgos, eran grandes se�ores y caualleros que confiando en la mucha compa��a que lleuaban, se atrev�an a pasar por la Rioja y Bureba como hoy d�a se hace, llam�ndole Camino Franc�s�. Recordemos que el �Compendio Historial� de Garibay se publicaba en 1571. �lava ofreci�, en efecto, a los peregrinos la seguridad que otras tierras llanas no pudieron brindarles plenamente hasta el siglo XI. Era una tierra bien defendida, aunque continuamente atacada por las aceifas cordobesas desde tiempos de Abd-ar-Rhaman I en el �ltimo tercio del siglo VIII hasta los de Alhakam II y Almanzor, dos siglos despu�s. No obstante, �lava �hab�a permanecido siempre en posesi�n de sus habitantes�, como se lee en la Cr�nica que relata los hechos y las conquistas de Alfonso I, el yerno de Don Pelayo. Las entradas cordobesas por ��lava y los Castillos� fueron sangrientas y constantes por ser esta tierra el flanco oriental del territorio cristiano m�s accesible para las aceifas isl�micas, aunque peligrosa y bien protegida por sus habitantes. As�, cuando en el a�o 208 de los musulmanes �el 823-824 de nuestra era�, el emir Abd-ar-Rhaman II preparaba una incursi�n para romper el �Tseguer� o frontera del Ebro, decidi�, de acuerdo con sus generales, realizarla �por la puerta de �lava�, �la m�s peligrosa para el enemigo y la m�s inexpugnable para su due�o�; �sta fue la llamada en las fuentes �rabes �la campa�a de �lava�, una de tantas incursiones por estas tierras bien defendidas y nunca ocupadas por el Islam. La �puerta de �lava� era, en efecto, por su estructura geogr�fica, un punto estrat�gico seguro �para sus due�os�. Las cadenas monta�osas se extienden en ella en sentido horizontal y paralelas entre s�, como murallas naturales entre la Meseta Central, el Valle del Ebro y la Cornisa Cant�brica. Por los pasillos abiertos entre sus cimas corren r�os que, en direcci�n Oeste-Este como las dos fuentes alavesas del Ega, permiten el tr�nsito seguro por caminos antiguos que, remontando sus aguas, suben contra corriente por la Monta�a Alavesa hasta alcanzar en �lava el doble nacimiento del r�o navarro. Pero en las proximidades del doble origen del Ega existe una divisoria de aguas en la que nacen otros dos r�os que corren en sentido opuesto, Este-Oeste, hasta bajar a tierras del Ebro, encajonado a�n entre monta�as antes de entrar en La Rioja. Estos r�os son el Ayuda y el Inglares que, a su vez, abren pasillos, bien defendidos entre monta�as y lomas continuando los caminos del Ega, ahora en direcci�n Este-Oeste bajando y siguiendo sus corrientes por dos caminos entre Navarra y el Ebro: el del Ega-Ayuda y el del Ega-Inglares. A este �ltimo paso llama Balparda �camino militar� por las fuertes defensas que lo proteg�an, o �paseo de ronda� a espaldas de la cadena de castillos de la Sierra de Cantabria, vig�as de la �so sierra� riojana. Estos pasos fluviales se aprecian en el mapa esquem�tico del interior de la portada. Cuando el Inglares y el Ayuda llegan al Ebro - e l Ayuda tras de haber desembocado en el Zadorra cerca de aquel�, se abre un nuevo camino fluvial hacia el Poniente, tambi�n encajonado entre monta�as. Remontando durante un corto tramo las riberas del Ebro, se alcanza la desembocadura del Omecillo, r�o de Valdegov�a, y subiendo por �l, aguas arriba, se llega al valle burgal�s de Losa, camino a las Monta�as C�ntabras y �las Asturias de Santillana y Oviedo�, hasta Galicia. Desde las m�rgenes del Omecillo una derivaci�n de esta ruta, utilizada en muchos tramos desde la �poca romana, remontaba hasta Osma y Mambliga, pasos importantes en los caminos romanos, hasta alcanzar el nacimiento del Nervi�n y bajar, siguiendo su curso, hasta la r�a vizca�na. Si el paso Ega-Inglares ha podido ser calificado como �camino militar� por la fortaleza de sus defensas, al llegar al Omecillo el camino se convert�a en una ruta de paz, al amparo de los numerosos monasterios alineados desde las tierras alavesas de la Ribera y Valdegov�a hasta los valles septentrionales burgaleses. El castillo de Ocio domina el pasillo que sigue, desde Navarra, los cursos ascendente y descendente de los r�os Ega e Inglares hasta la desembocadura de �ste en el Ebro. Una de las �sendas ocultas de �lava� en el alto medioevo; �camino de ronda� protegido en su espalda Sur por el murall�n de la sierra de Cantabria y sus castillos. Ega, Inglares, Ayuda y Omecillo: una l�nea fluvial sin soluci�n de continuidad encajonada entre monta�as, protegida por castillos y amparada por monasterios, eje vital en las comunicaciones altomedievales que, de Este a Oeste llegaban hasta tierras gallegas a trav�s del territorio �spero de la primera Castilla, Cantabria y Asturias. El Zadorra y el Bayas, que corren de Este a Oeste en sus cursos altos y, aguas abajo, en sentido Norte-Sur, cortan las cadenas orogr�ficas horizontales por pasillos defendidas por castillos; el curso de estos r�os fue seguido en muchos tramos por caminos romanos. El Zadorra, en especial, por la calzada de Burdeos a Astorga camino que, utilizado sin duda en el alto medioevo por viajeros y peregrinos, ser�a seguramente una de las �sendas extraviadas� de que hablan las cr�nicas y que, desde la Burunda, llevaba hasta las m�rgenes del Ebro en las proximidades de la confluencia del Inglares y no lejos de la del Omecillo, como se ha se�alado. Creemos que este camino que cruzaba la Llanada desde el boquete de Huarte Araquil hasta que, por Arganz�n, alcanzaba el curso del bajo Zadorra y su desembocadura en el Ebro, ser�a uno de los m�s transitados en la Alta Edad Media. De �l se desviaban las rutas medievales cuartanguesas en la cuenca del Bayas, y los caminos de la Ribera y Anana a lo largo de territorios tambi�n muy romanizados, hasta alcanzar Valdegov�a. Podemos hablar por �ltimo, siempre en el terreno de la hip�tesis, de las rutas altomedievales del Norte alav�s que, entrando por la Burunda lo mismo que la calzada de Burdeos a Astorga, segu�an por el pasillo de Barrundia y tierras de Gamboa hasta Cigoitia, Zuya, Ayala y el vale de Mena, camino de peregrinaci�n jacobea hacia Cantabria y Oviedo. Hemos se�alado que la estrategia altomedieval complet� la obra de la Naturaleza alineando castillos en las principales crestas de las cadenas monta�osas que proteg�an los pasillos indicados, y defendiendo las cortaduras naturales de esas murallas paralelas, en los puntos de paso a tierras llanas y en las entradas de los caminos fluviales indicados. Los castillos de Lantar�n �junto a Sobr�n�, T�rmino �Santa Gadea del Cid�, Pancorbo, Cellorigo, Bilibio y Burad�n, constitu�an una l�nea de fortalezas poderosas sobre las m�rgenes agrestes del Ebro, antes de su entrada en La Rioja por las Conchas de Haro. Los caminos de las riberas riojanas del mismo Ebro quedaban protegidos a distancia, desde el murall�n de las sierras de Tolo�o y Cantabria, por las fortalezas de Tolo�o, Herrera y el Toro. El pasillo que, remontando el Omecillo conduc�a al valle de Losa, estaba protegido por uno de los castillos m�s fuertes del Occidente alav�s: la fortaleza de Berbea en las proximidades de Barrio, dominando los caminos de Valdegov�a. En los pasos que, remontando el Ega, bajaban por el Inglares hasta el Ebro, se asentaban los castillos de Bernedo, Villamonte y Mendiluc�a, junto a Pe�acerrada y el de Ocio, en los caminos hacia Burad�n. La l�nea que subiendo por Arraya, alcanzaba otra fuente del Ega y descend�a por el Ayuda hasta el Zadorra, pr�ximo a desembocar en el Ebro, estaba a su vez defendida por las fortalezas de Arlucea, Trevi�o y Portilla del Ayuda, a la vista del r�o Ebro. En el centro de �lava se encontraban los castillos de Morillas, Est�baliz, Divina y las cuatro fortalezas llamadas �las cuatro manos� puntales de la defensa del llano alav�s: eran el castillo de Araxes, junto a Araya en la entrada de Huarte Araquil, el de Z�itegui, en los pasos de la Llanada a Cigoitia y Zuya, el de Zaldiaran, en los caminos a Trevi�o, y el de Arganz�n, en la hoz del Zadorra hacia su curso bajo. Aparte de la protecci�n que estas defensas ofrec�an a los viajeros que recorr�an �lava, el territorio les brindaba otro aliciente, importante sobre todo en las rutas de peregrinaci�n �desviadas� por estos caminos. Contaba �lava con iglesias y monasterios documentados en estas rutas y en sus proximidades a partir del siglo IX y durante todo el siglo siguiente, momento de vigencia de estas �sendas ocultas�. Aparte de lugares de culto y de acogida a los transe�ntes, estas iglesias y monasterios eran focos de repoblaci�n de las tierras y puntos seguros en los caminos por los que discurr�an viajeros, peregrinos y transitaba el precario comercio de entonces. Fuentes documentales anteriores a la consolidaci�n del camino jacobeo por La Rioja y Burgos en el siglo XI, citan, a partir ya del siglo IX, la iglesia de San Mart�n de Foronda, en la Llanada; las de Santa Mar�a en la hoz de Arganz�n, San Mart�n y Santa Engracia en Estavillo y Santa Mar�a de Arce, todas en rutas romanas de Arganz�n al Ebro por la calzada de Burdeos a Astorga, seguramente uno de los �caminos extraviados� del alto medioevo alav�s. Documentamos en el siglo X el monasterio de Corcuera, dedicado a los santos Justo y Pastor, San Mames y Santa �gueda en las zonas altas de Cuartango, comarca atravesada tambi�n por calzadas romanas y caminos altomedievales. En las rutas que, desde Barrundia y las estribaciones del Gorbea, conduc�an al valle de Mena y por �l a la Monta�a, Asturias y Galicia, se localiza, ya en el siglo IX, el monastrio de San Vicente de Acosta, con las reliquias del di�cono m�rtir y las de San Felices, los santos Macabeos, San Babil�s, San Mames y San Ildefonso. Se documentan en el mismo camino las iglesias de San Salvador, San Cipriano y San Rom�n, entre Z�itegui, Eribe y Oller�as en Villarreal; citan tambi�n los documentos las iglesias de San Mill�n y Santiago en Abecia y Santa Mar�a �bajo la Pe�a Mayor�, posiblemente en Urcabust�iz como las dos anteriores. En las riberas del alto Ebro figura en los cartularios el templo de Santa Mar�a de Quijera y, en las proximidades de la actual Miranda, el de San Miguel de Bayas, ambos en el siglo X; y en las tierras romanizadas de �Anana�, los de San Yag�e y San Quirico, documentados en el mismo siglo. Valdegov�a fue en los momentos de vigencia de los primeros caminos jacobeos, un importante foco monacal. A comienzos del siglo IX el obispo Juan hab�a instalado su sede en Santa Mar�a de Valpuesta y, en el mismo siglo, se documentan en tierras de Valdegov�a los monasterios de San Rom�n de Tobillas y San Mart�n de Quintanilla. Los cartularios estudiados en el completo trabajo del P. Saturnino Ruiz de L�izaga, sit�an en el siglo X otras iglesias y monasterios: Santa Mar�a de Vallejo en Villambrosa, San Salvador en Espejo, San Cipriano en Vista de Villamaderne, en Valdegov�a. Tierra de monasterios y de rutas milenarias, seguras entre monta�as y con refugios siempre abiertos a caminantes y peregrinos. Al fondo, Bellogin y el pasillo de Lacozmonte, otro camino altomedieval entre Cuartango, el Bayas y la Vieja Castilla. Pando �seguramente la actual Bellogin�, San Juli�n en Villanueva de Valdegov�a, Santiago en Villap�n, San Salvador en Gurendes, San Pedro en Mioma, Santiago en Mardones y San Mart�n de Valpara�so entre Villanueva y Valpuesta; todos en tierras de la Ribera y Valdegov�a recorridas, como se ha indicado, por antiguas calzadas romanas y por los caminos altomedievales de los siglos IX y X, cuando estos monasterios ofrec�an acogida y amparo a los viajeros y peregrinos. Por otra parte, las advocaciones de sus iglesias, de ra�ces hispanogodas y moz�rabes en gran parte, denotan la antig�edad del culto a los santos citados en los caminos alaveses. M�s tarde, en los siglos XI y XII, cuando los peregrinos buscaban ya las tierras abiertas de La Rioja y Castilla, documentamos otros muchos templos y monasterios en estos mismos caminos, algunos seguramente de origen anterior a sus referencias escritas; se�alaremos entre los m�s importantes, Santa Mar�a de Ula y Santa Mar�a de Est�baliz en la Llanada; Oro, Lasarte y Magnarrieta en Zuya; Santiago de Langreiz en el conf�n de Cuartango, el valle de Losa y Arrastaria; en este valle se documenta Santa Mar�a de D�lica y, por entonces, en 1095, las iglesias de Ayala citadas en la visita del obispo de Calahorra al valle con motivo de la consagraci�n de la iglesia de San Pedro de Llodio. Sobre estos datos podemos aproximarnos al trazado de algunos caminos a trav�s de �lava, cuando sus tierras comenzaban a repoblarse al abrigo de las monta�as, la protecci�n de los castillos y la seguridad que ofrec�an los monasterios. �C�mo era la �lava que encontraban los viajeros y peregrinos que los recorr�an? Los cartularios de los grandes monasterios, con donaciones, cartas de venta y trueque y otros instrumentos nos permiten asomarnos, siquiera a distancia, a los panoramas que los caminos alaveses ofrec�an a la vista de los viajeros de los siglos IX, X y comienzos del XI. Atravesaban zonas de monte, pobladas de encinares, hayedos, pinares y prados naturales, entre campos de cereal, vi�edos, linares y campos de frutales. Tierras explotadas para cubrir las exiguas necesidades de una econom�a de subsistencia y de un comercio cerrado, de trueque, con la tierra y sus productos como principales recursos y fuentes de riqueza. Viajeros y peregrinos encontraban, no obstante, en los caminos alaveses cargamentos de dos productos cuyo comercio rebasaba los l�mites locales: uno era sal de las salinas alavesas, que circulaba por las rutas m�s viejas de �lava hacia los grandes monasterios o destinada al consumo de las tierras y los solares de se�ores poderosos, poseedores de las fuentes y de las eras de sal; otro producto era el hierro elaborado en las ferrer�as alavesas, hierro que, seg�n el documento de la �Reja de San Mill�n�, constitu�a una riqueza apreciable en la �lava del medioevo. Contemplaban tambi�n los viajeros a su paso por �lava grandes propiedades, procedentes de presuras o de donaciones a los principales monasterios, y extensas posesiones de se�ores poderosos, sobre todo en tierras del Sur, Valdegov�a y riberas del Ebro. Mientras, en la �lava nuclear y en las comarcas del Norte alav�s, encontraban la propiedad m�s dividida entre se�ores rurales, los �milites� o los �barones alaveses�, como los nombran los documentos. A partir del siglo X y, sobre todo a lo largo del XI, comienzan a aparecer en los diplomas alaveses con apellidos compuestos; llevan un patron�mico derivado del nombre del padre, porque su nobleza proced�a de la sangre, y un topon�mico porque su hidalgu�a dimanaba tambi�n del solar de sus antepasados, situado en la aldea en que estos hab�an poblado. En torno a estos peque�os se�ores rurales se organiz�, en buena parte, la repoblaci�n de estas tierras; eran los �s�niores� que con sus apellidos dobles testificaban en actos civiles, y a veces tomaban acuerdos, convocados como miembros de un colectivo, �los alaveses�, muy posiblemente un precedente de la Cofrad�a de �lava. Ve�an tambi�n los primeros peregrinos, a su paso por �lava, c�mo tomaban cuerpo en campos y laderas numerosas aldeas, muy peque�as y pr�ximas entre s�, muchas despobladas hoy. Nominadas m�s tarde en el documento del Voto de San Mill�n, contaban con una poblaci�n reducida y aportaban al monasterio productos distintos, de acuerdo con los recursos de sus campos y de su industria: rejas de hierro, como las que los mismos labradores de la Llanada utilizaban en el cultivo de sus campos de cereal; carneros en las comarcas de monte, como en las empinadas y bien defendidas de Cellorigo, Bilibio y Burad�n; cera en Ayala y pan y vino para la oblaci�n en Lantar�n y las tierras del alto Ebro. Ve�an a su paso casas pobladas por �collazos� o �mezquinos� ��casatos populatos�, seg�n los documentos�, habitadas por hombres y mujeres adscritos al solar, que se transmit�an o donaban con las propiedades en que viv�an y que se citan a veces con sus nombres y apellidos en transmisiones y trueques. Sal�an tambi�n al encuentro de peregrinos y viajeros, peque�as iglesias prerrom�nicas, muchos �monasterios� patrimoniales que sus poseedores donaban, compraban, vend�an o cambiaban, seg�n los abundantes datos transmitidos en los instrumentos documentales que daban fe de tales transmisiones. A nuevos tiempos, nuevos caminos Rutas de peregrinaci�n y comercio en el medioevo pleno y tard�o Las tierras y los pueblos que hab�an contemplado los primeros peregrinos a su paso por �lava, experimentaron un cambio radical desde mediados del siglo XII. Se acusa a partir de este momento el �gran viraje� que ven�a registr�ndose en una Europa que hab�a recobrado su seguridad tras de las llamadas �invasiones tard�as�. En tierras de Castilla y Le�n el peligro musulm�n hab�a remitido, quedaba lejos, y por ello hab�a desaparecido el temor a caminar por rutas abiertas, mientras se afianzaban nuevos caminos de peregrinaci�n y comercio. El crecimiento demogr�fico experimentado en toda Europa, y la exigencia de niveles de vida m�s elevados, ven�an ofreciendo horizontes nuevos a la producci�n y al comercio. La movilidad de las gentes era mayor. Como se�ala Le Goff los hombres se liberaban d�a a d�a de las trabas se�oriales que los reten�an inm�viles en los predios de los poderosos o en los trabajos �serviles� de la comunidad se�orial. Por otra parte, la personalidad individual ven�a afirm�ndose en las gentes, y su religiosidad, no exenta del deseo de aventura y de curiosidad ante lo desconocido, pon�a a muchos hombres en camino hacia los grandes centros de peregrinaci�n. Comerciantes, peregrinos y viajeros iban a dar entonces nueva vida a los caminos de una Europa en cambio. En �lava, aunque nunca se olvidaron las rutas de monta�a encajonadas en pasillos fluviales, se afirman otros caminos desde la frontera o desde los puertos guipuzcoanos y vizca�nos, hacia la Meseta Castellana, las riberas del Ebro en La Rioja, Navarra y Arag�n y hasta las costas mediterr�neas de Valencia. En estos caminos, trazados de Norte a Sur a su paso por �lava, no ten�a ya sentido �declinar� de Este a Oeste buscando seguridades en los castillos y los monasterios. Se viven ahora momentos en que la sociedad y la cultura urbana vienen imponi�ndose sobre el mundo rural; y las nuevas villas con fueros y cartas de poblaci�n otorgadas casi siempre por los reyes, garantizan libertades, abren posibilidades a empresas personales insospechadas en �pocas anteriores, y aseguran el comercio y los caminos. Los reyes protegen y amparan estas villas y a los �burgueses� que las habitan; la fuerza de la monarqu�a est� afianz�ndose sobre el poder se�orial y los soberanos buscan el apoyo de la poblaci�n urbana en las nuevas �pueblas� reales. Las cartas de poblaci�n de las villas fijan muchas veces d�a de mercado con franquicias reales y protecci�n para los mercaderes que acuden a ellos, en un proceso de palpable apertura econ�mica. Ahora los nuevos caminos discurren entre n�cleos urbanos de calles apretadas dentro de los recintos amurallados; villas de nombres tan significativos como �seguras�, �salvas tierras�, �villas francas� o �villas reales�. En ellas viajeros y peregrinos encuentran iglesias con poderosos cabildos eclesi�sticos seculares, la garant�a del amparo real y las seguridades que ofrecen A nuevos tiempos, nuevos caminos. Por tierras y paisajes abiertos, �villas nuevas�, �villas francas�, �villas reales�, �seguras�, y �salvas tierras�, en los nuevos caminos de peregrinaci�n y comercio. La villa de Salvatierra, encrucijada en los caminos de San Adri�n a la Llanada de �lava en el bajo medioevo. las instituciones concejiles regidas por los artesanos, los comerciantes y los nobles rurales que han pasado a habitar en las nuevas �pueblas�; mercaderes y negociantes a los que interesa asegurar los caminos para conseguir mayor fluidez en el comercio; conventos y hospitales abiertos siempre a los viajeros y peregrinos que necesitan acogida. �lava ofrec�a tambi�n panoramas muy diversos a los viajeros y peregrinos que recorr�an sus caminos a partir del siglo XII. En 1140 Alfonso VII hab�a otorgado fuero a Salinas de Anana, villa situada en uno de los caminos m�s transitados de �lava, como ruta salinera. Pero las dos �ltimas d�cadas del siglo se�alan una de las grandes etapas fundadoras en el villazgo alav�s, promovido por los reyes navarros Sancho VI el Sabio y su sucesor Sancho VII. Por esas fechas, Navarra hab�a ampliado sus l�mites occidentales hacia tierras alavesas y, para asegurar estos avances, Sancho el Sabio conced�a cartas de poblaci�n a Trevi�o en 1161, a Laguardia en 1164, a Vitoria en 1181, a Bernedo y Anto�ana en 1182 y a La Puebla de Arganz�n en 1191. A los castillos altomedievales situados en estos mismos lugares suced�an, de acuerdo con los nuevos tiempos, villas amuralladas para defensa y seguridad de los caminos y las fronteras: Trevi�o en las rutas del Ayuda; Laguardia en tierras riojanas; Vitoria en los caminos de la Llanada, ya entonces seculares; Bernedo y Anto�ana en los pasos del Alto Ega hacia el Inglares y el Ayuda, y La Puebla, por �ltimo, junto a la hoz de Arganz�n, paso protegido del Zadorra. Sancho VII el Fuerte continuar�a la misma pol�tica, otorgando fuero a Labraza en 1296, nueva villa en el descenso de las vertientes meridionales de la Sierra de Cantabria. Cuando, despu�s de muchos vaivenes, �lava quede incorporada definitivamente al �mbito castellano a partir de 1200, tras de los avances de Alfonso VIII sobre las fronteras navarras, los reyes de Castilla ampliar�n el villazgo en una segunda etapa, decisiva en el poblamiento urbano alav�s. En 1242 Fernando III conced�a fuero de poblaci�n a Labastida, en los caminos de Tolo�o al Ebro; poco despu�s su hijo Alfonso X, el gran fundador de villas, otorgaba nuevo fuero a Trevi�o en 1254, y en 1256 a Salvatierra, a Santa Cruz de Campezo, a Corres, y seguramente a Contrasta, en las rutas que, desde el alto Ega llegaban al puerto y t�nel de San Adri�n. En el descenso guipuzcoano de este paso, el mismo rey conced�a cartas de poblaci�n a Segura, en la bajada del t�nel; a Tolosa en 1256 y a Villafranca en 1268, en los caminos del r�o Oria. Como puede verse el rey Sabio no s�lo defend�a fronteras desde las nuevas villas realengas, sino adem�s proteg�a y aseguraba los caminos y las rutas renovadas para el comercio; as� hab�a otorgado nuevo fuero a Ordu�a en 1256, a Mondrag�n en 1260 y a Vergara en 1268, en los caminos del Nervi�n y del Deva al mar; en la d�cada siguiente, continuando la misma pol�tica, conced�a carta de poblaci�n a Arceniega en 1272 y a Valderejo en 1273, puntos vitales en las comunicaciones con las Encartaciones de Vizcaya, las costas de Cantabria y las tierras altas de Burgos. Un tercer momento marca el final en la fundaci�n del villazgo alav�s. Lo promueven tambi�n los reyes castellanos a partir del fuero concedido a Berantevilla, en la confluencia de los caminos del Ayuda con los del Zadorra y el Ebro. Seg�n investigaciones del Profesor El descenso del t�nel de San Adri�n a la Llanada de �lava. Restos del firme del camino de arrier�a y rueda a la sombra de robles y hayedos; recorrido de gran tr�nsito entre Castilla y Francia, a partir del siglo XIII. Gonz�lez M�nguez, este fuero fue otorgado por Fernando IV a la villa en 1299, en un nuevo impulso poblador que continuar�a su hijo Alfonso XI potenciando con sus privilegios a la villa de San Vicente de Arana, situada en uno de los caminos m�s viejos entre Navarra y la Monta�a Alavesa. En 1333, Alfonso XI conced�a fuero de villazgo a Villarreal, ubicada en los caminos hacia los puertos guipuzcoanos y vizca�nos; en 1337 a Alegr�a y Elburgo, encrucijadas de las rutas de San Adri�n y las riojanas que acced�an a la Llanada desde los pasos de los Montes de Vitoria; y en 1338 poblaba a Monreal de Zuya en el descenso a la r�a del Nervi�n por su afluente el Altube. Dos siglos de fundaci�n de villas en �lava, no s�lo para protecci�n y seguridad de las fronteras, sino para defensa y consolidaci�n de los nuevos caminos recorridos por gentes nuevas. La creaci�n de estas villas termin� alterando la fisonom�a del paisaje humano y los esquemas del poblamiento rural alav�s. Quienes circulaban por los caminos de �lava pod�an contemplar el declive e incluso la desaparici�n de muchas aldeas pr�ximas a las nuevas villas, como veremos a lo largo de las p�ginas de este libro, y seg�n puede comprobarse comparando dos n�minas de los pueblos y aldeas de �lava ambas muy conocidas. Se trata del documento de la Reja de San Mill�n, que ofrece una valiosa panor�mica del poblamiento alav�s de los siglos XI y comienzos del XII, y la carta del Obispo de Calahorra Don Jer�nimo que, en 1257, refleja ya algunas de las consecuencias subsiguientes al movimiento urbano anterior a aquella fecha. Las villas se hab�an poblado en gran parte con gentes del campo. El crecimiento demogr�fico registrado en �lava a lo largo del siglo XII, hab�a producido un excedente de brazos en los medios rurales que engrosaba las incipientes industrias y el artesanado de las villas. A la vez la agricultura prosperaba con la mejora de los aperos y nuevos procedimientos de cultivo; las tierras de labor rend�an m�s y concentraban en ellas la mejor producci�n mientras se abandonaban las tierras pobres, situadas en zonas agrestes de pastos duros y con escasas tierras cultivables. Por eso se despoblaban muchas aldeas situadas en estas zonas poco productivas hasta desaparecer totalmente, mientras sus habitantes se desplazaban a habitar en las villas o en los pueblos m�s ricos del entorno; todo esto podr� comprobarse al registrar el elevado n�mero de �mortuorios� o despoblados situados a lo largo del camino que nos proponemos recorrer. Al llegar a las nuevas villas, los viajeros y peregrinos encontraban en ellas no s�lo puntos de aprovisionamiento y de adquisici�n de los productos artesanales fabricados en los obradores y en los talleres locales; hallaban adem�s centros de oferta y compra de mercanc�as for�neas, sobre todo en d�as de mercado y en las fechas de sus ferias en las que corr�a ya el dinero, mientras la econom�a se recuperaba de la �anemia monetaria� altomedieval, de la que habla M. Lombardo. Por otra parte, las villas reci�n creadas eran lugares de intercambio de ideas y centros difusores de modelos culturales nuevos. Quienes atravesaban sus puertas encontraban a las gentes organizadas en concejos y en cofrad�as gremiales; hallaban conventos, sobre todo de franciscanos y dominicos, �rdenes que hab�an trastocado el ideal mon�stico de la soledad en los campos por el de la actividad y su presencia espiritual en los centros urbanos; encontraban hospitales, particulares a veces y administrados otras por los concejos de las villas o los cabildos de sus parroquias. Las villas les ofrec�an as� un mundo distinto y una sociedad muy diversa a la que hab�an encontrado los primeros peregrinos a su paso por los caminos altomedievales alaveses, escondidos entre monta�as, protegidos por castillos y amparados por monasterios. Respecto a los hospitales, los m�s importantes de �lava y los mejor documentados se situaban en el interior de las villas o extramuros de las mismas. En Salvatierra peregrinos y viajeros encontraban el hospital de San L�zaro y la Magdalena, en el acceso al recinto urbano Las calzadas bajomedievales, de herradura y rueda, configuran calles-camino al atravesar las aldeas del recorrido. Calle en el �barrio de Abajo� de Luzuriaga, ruta de viajeros, peregrinos y de �las postas� entre Galaneta y Heredia. A la izquierda, la casa dpnde estuvo la parada del Correo de la Corte a Francia, totalmente reformada hoy. desde los caminos de San Adri�n. En Vitoria hallaban el hospital de Santa Mar�a del Cabello �la mayor casa ospital que habia en este reyno� seg�n se lee en una c�dula suscrita por la reina Do�a Juana en 1509; el de San L�zaro y la Magdalena, a la salida de la villa en direcci�n a La Puebla; y en el centro urbano, el de Santa Mar�a, en las proximidades de la iglesia mayor de Vitoria. Extramuros de La Puebla de Arganz�n el hospital de San Juan Evangelista recog�a a peregrinos y transe�ntes; y dentro de los muros de Salinillas, el de Santa Ana, erigido y dotado en el siglo XV por Don Fern�n P�rez de Ayala y su mujer Do�a Mar�a de Sarmiento, fundadores tambi�n del mayor hospital vitoriano, el citado de Santa Mar�a del Cabello, cumpl�a la misma funci�n piadosa. Aparte de estos centros de acogida, los m�s importantes en la ruta de San Adri�n al Ebro, documentamos otros muchos sobre todo a partir del siglo XVI, en las villas, en los pueblos importantes de los caminos y en sus principales encrucijadas. La fundaci�n y el sostenimiento de estos hospitales respond�a a la religiosidad caritativa de las gentes. La ayuda al peregrino, imagen de Cristo, se consideraba como una obra de gran valor en el d�a del juicio, en el que Cristo Juez recordar�a a los elegidos: �peregrino era y me hospedasteis�. Por eso estos hospitales recib�an donaciones y a veces, por devoci�n o por voto, la asistencia personal de los vecinos de las villas, a la vez que eran objeto de atenci�n especial por parte de los concejos y de los cabildos eclesi�sticos, a fin de que �los peregrinos de Dios� fueran atendidos en sus villas con caridad, como figuras vivas de Cristo. Cumpl�an as� las nuevas �pueblas� la funci�n de acogida a peregrinos y viajeros prestadas por los monasterios en los caminos del alto medioevo. Otro punto a considerar en las rutas del medioevo pleno y tard�o, cuando hab�an tomado ya cuerpo las grandes arterias de peregrinaci�n, es la propagaci�n de ciertas devociones a trav�s de los caminos de romer�a. Muchas llegaban de Ultrapuertos y otras se extend�an, desde Galicia, hasta m�s all� de los Pirineos; estas devociones se manifiestan, sobre todo, en las advocaciones de las parroquias y ermitas, distintas a las que en los caminos anteriores recordaban devociones y cultos visig�ticos o moz�rabes, recogidos en santorales anteriores a la imposici�n del rito romano sobre el hispano a fines del siglo XI. Proliferan ahora como titulares de templos, en especial de ermitas, las dedicadas a San Mart�n, a San Saturnino y a Santa Mar�a Magdalena. Las reliquias de estos santos se veneraban en Francia en tres de los grandes centros de peregrinaci�n: Tours, Tolosa y Vezelay, situados en los caminos a Santiago por la v�a �Tourounensis�, la �Tolosana� y la que, desde la Alemania renana sobre todo, part�a de Vezelay y segu�a por Bourges y Limoges, hasta unirse En los flancos de los caminos bajomedievales, se despoblaron numerosas aldeas situadas en las laderas de los caminos viejos. La parroquia de San Juan de Arrarain qued� convertida as� en ermita al desaparecer la aldea, mientras prosperaban Elburgo y otros pueblos del entorno, junto a los nuevos caminos. con las anteriores antes de subir a Roncesvalles por San Juan de Pie de Puerto. De la v�a que desde Par�s pasaba por Tours, part�a un ramal hasta Bayona e Ir�n, entrada del �Camino Franc�s� que, desde Guip�zcoa y San Adri�n, bajaba a tierras de �lava. Por otra parte, el recuerdo de Santa Marina, martirizada en Aguas Santas de Orense, y el de San Pelayo, cautivo y muerto en C�rdoba tras de la victoria musulmana de Valdejunquera en 920, acompa�aba a los peregrinos a lo largo del camino mediante la presencia reiterada de ermitas y templos dedicados a estos santos hispanos. Se repet�an tambi�n en los caminos jacobeos las advocaciones de San Juli�n y Santa Basilisa, San Rom�n, San Crist�bal, San Nicol�s y San Adri�n. Este santo se convirti� a veces en titular de templos y ermitas sobre todo, que en el alto medioevo llevaron el nombre de la Santa Trinidad �Santa Tria�, seg�n denominaci�n popular eusk�rica. Se encuentra tambi�n en muchas parroquias y ermitas del camino, la advocaci�n del Ap�stol Santiago, seg�n podr� comprobarse a lo largo de las siguientes p�ginas. Las gentes que atravesaban �lava desde mediados del siglo XII, pod�an contemplar tambi�n un fen�meno reiterativo en los medios rurales alaveses: la euforia constructiva que, a partir de entonces y a lo largo del siglo XIII, ven�a creando cadenas ininterrumpidas de templos rom�nicos y protog�ticos, construcciones que reflejan la prosperidad del momento, el crecimiento demogr�fico y la holgura econ�mica de los pueblos alaveses y sus parroquias. Muchos se conservan y generalmente son templos de dimensiones reducidas, con las cabeceras rectas, vanos en su mayor�a de arcos apuntados y b�vedas de ca��n apuntadas tambi�n. A veces son edificios importantes por su estructura arquitect�nica o su riqueza decorativa como los de Armentia, Est�baliz, Tuesta o A��a; otros cubren sus muros con bellas pinturas tard�as, como las del presbiterio de Gaceo o las del cascar�n del �bside de Alaiza. Dentro de esta proliferaci�n art�stica se defin�an diversos talleres o �maneras� comarcales: un primitivismo en los relieves de toscas car�tulas, testas de animales y animales monstruosos en los caminos m�s antiguos de la Monta�a; arquivoltas de cordelaje y motivos geom�tricos incisos, en las rutas cuartanguesas; en Cigoitia, �guilas muy frontales, con las alas abiertas y fieros cuadr�pedos mirando al frente y con la cola levantada entre las patas traseras; en la Llanada, rostros de damas y caballeros de facciones nobles, tallos entrelazados y �guilas cebadas en gazapos; y, en las encrucijadas art�sticas, Ayala y Arrastaria por ejemplo, estilos y motivos en los que se entreveraban las tendencias art�sticas llegadas por los mismos caminos que recorr�an viajeros y peregrinos. Mientras, las villas edificaban sus templos protog�ticos o iniciaban la construcci�n de los grandes templos g�ticos como los de Vitoria, Salvatierra o Santa Cruz de Campezo. Esta eclosi�n constructiva motiv� la existencia en �lava de un importante foco de iglesias rurales rom�nicas o protog�ticas y, en los templos de las villas, un rico conjunto de portadas g�ticas �Santa Mar�a y San Pedro de Vitoria y Santa Mar�a de los Reyes de Laguardia�, que alcanzan elevados niveles art�sticos dentro de la escultura monumental del g�tico. Desde poco antes de mediar el siglo XIV y hasta el inicio de la segunda mitad del XV, se acusa un colapso constructivo en los medios rurales alaveses, escasos en edificios g�ticos. Responde este fen�meno a la depresi�n demogr�fica y a la larga regresi�n econ�mica registradas en toda Europa durante ese siglo. Los peregrinos y viajeros que llegaban a �lava en estos momentos, ve�an de nuevo muchas aldeas en v�as de despoblaci�n hasta convertirse en �mortuorios�, y sus parroquias en ermitas. Estas aldeas en proceso de extinci�n, que generalmente se encontraban en zonas pobres y apartadas de los caminos, hab�an llegado a su total despoblaci�n a fines de la Edad Media; por eso figuran ya como desaparecidas en apeos y otras fuentes documentales del siglo XV y no aparecen ya en las relaciones de pueblos del siglo XVI, algunas tan completas como la visita pastoral del Licenciado Mart�n Gil, realizada en 1556 en tiempo del obispo de Calahorra Don Antonio de Haro. Desde que en 1257 la conocida carta del obispo Don Jer�nimo Aznar hab�a nominado los pueblos y villas de su di�cesis, hasta los primeros a�os del siglo XVI, el panorama demogr�fico alav�s hab�a variado. La crisis vivida entre los siglos XIV y XV hab�a motivado la desaparici�n de muchos n�cleos rurales; an�logo efecto, aunque muy distinto en sus causas, al fen�meno que desde finales del siglo XII, a lo largo del XIII y parte del XIV hab�a despoblado tambi�n las aldeas con menos recursos y pobres medios de vida, en momentos de general prosperidad. Las gentes de las aldeas despobladas hab�an buscado entonces vivir mejor en las villas o producir m�s en tierras m�s ricas y mejor cultivadas; abandonaban los pueblos pobres buscando prosperidad. El proceso despoblador registrado durante la crisis entre los siglos XIV y XV supuso, en cambio, en muchas aldeas el fin de una etapa de consunci�n progresiva en momentos de general depresi�n. En tanto tambi�n cambiaba el panorama social e institucional alav�s. La peque�a nobleza rural se encontraba en declive; hab�a vivido en gran parte de las rentas de los vasallos, y de la explotaci�n de la agricultura y la ganader�a, y experimentaba en su econom�a los efectos de la crisis. Por eso muchos nobles rurales se incorporaban a la vida urbana desempe�ando profesiones liberales o el oficio de mercaderes; mientras, los ricoshombres y la alta nobleza alavesa, Mendozas, Hurtados de Mendoza, Ayalas y Guevaras sobre todo, pasaban a la corte desempe�ando nobles oficios junto a los reyes y recibiendo de ellos mercedes y tierras, sobre todo en tiempos de Alfonso XI y de los primeros monarcas de la dinast�a Trastamara. Los reyes En los caminos y en los pueblos se aprecian dos momentos de actividad constructiva en el medioevo alav�s: uno rom�nico, a partir de los a�os finales del siglo XII, y otro g�tico tard�o desde los �ltimos a�os del XV, prolongado en el renacimiento a lo largo del XVI. Las portadas de la iglesia derruida de Galarreta reflejan ambos momentos. otorgaban a estos grandes linajes nacidos en �lava, en pago de sus servicios, se�or�os sobre villas y extensos territorios con la jurisdicci�n civil y criminal sobre sus habitantes; pero a este proceso de nuevas mercedes reales se incorporaban a las grandes familias alavesas, otros linajes for�neos como los de Rojas, Sarmientos o V�laseos, provocando una fase de aut�ntica rese�orializaci�n de �lava. Las villas realengas que hab�an encontrado en sus caminos los viajeros del siglo XIII y primeras d�cadas del XIV, pasaban as� a poder de grandes se�ores que pon�an oficiales para el gobierno de sus habitantes, levantaban picotas con sus escudos de armas y ejerc�an sus derechos de patronato sobre los templos de las villas. Esta rese�orializaci�n ofrec�a nuevos esquemas pol�ticos y administrativos en �lava entre los siglos XIV y XV. En tanto, desde las primeras d�cadas de este �ltimo siglo, ven�a registr�ndose un nuevo movimiento institucional: el que agrupaba a las villas y territorios de �lava en hermandades, unidas para mantener el orden y para la defensa de tierras y caminos �en aumento de la justicia�; con la creaci�n de estas hermandades se pon�a en marcha un proceso integrador de comarcas y territorios que conducir�a a la formaci�n de la actual provincia de �lava durante el �ltimo tercio del siglo XV. Este movimiento hermandino, estudiado en sus or�genes y desarrollo por el profesor C�sar Gonz�lez M�nguez, es distinto del que, a partir de los a�os finales del siglo XIII, hab�a reunido a las villas en un proceso de corporativismo ultracomunal. Ahora los tiempos hab�an cambiado y los pueblos hermanados necesitaban, en momentos de recuperaci�n, la vuelta a la seguridad y al orden perdidos durante un siglo de crisis; y cuando los reyes se encuentren en disposici�n de retomar el poder y fortalecer su autoridad, sabr�n aprovechar estos movimientos hermandinos como fuerzas antise�oriales mientras incorporan a los nobles, grandes se�ores de los territorios hermanados, a las empresas acometidas por la monarqu�a. Suced�a esto en las �ltimas d�cadas del siglo XV, cuando dos Trastamaras, Isabel de Castilla y Fernando de Arag�n, recobraban el poder perdido por sus antecesores y, en gran parte, en manos de una nobleza incontrolada. En tanto, mientras se superaba la crisis pol�tica, remit�a la depresi�n econ�mica y se recuperaba el descenso demogr�fico. Por estos a�os, finales del siglo XV y hasta bien entrada la segunda mitad del XVI, los pueblos de �lava, vencidos los momentos dif�ciles, emprend�an nuevas tareas constructivas: ampliaban, reconstruyendo a veces, sus templos rom�nicos y protog�ticos en una etapa de fiebre constructiva an�loga a la registrada a partir de las �ltimas d�cadas del siglo XII, a lo largo del XIII y hasta las primeras d�cadas del XIV, momentos en que las aldeas alavesas hab�an erigido sus hermosos templos rom�nicos o protog�ticos, estilos que arraigaron con fuerza en la tierra hasta casi el g�tico pleno. Ahora, desde fines del medioevo, la poblaci�n hab�a aumentado mientras se registraban d�as de bienestar en los pueblos de �lava que, en su totalidad casi, ampl�an o reedifican sus iglesias. Son las fases del g�tico final; y los nuevos edificios o los tramos ampliados se cubren por complicadas b�vedas nervadas apeadas en pilares gruesos, como los que definen en estos mismos momentos el llamado �g�tico vasco�. Estas iglesias reconstruidas, amplias y elevadas, que caracterizan otra gran etapa constructiva en el arte alav�s, conservan casi siempre alg�n elemento rom�nico o protog�tico de los primeros edificios; muchas veces son las antiguas portadas o ventanales y otras, cuando menos, fragmentos de columnas, arquivoltas o baquetones insertos en los muros reconstruidos. Tal fen�meno art�stico se repite como una constante, como un hecho t�pico en la historia del arte rural alav�s, mientras termina la construcci�n de muchas iglesias de las grandes villas cerrando sus b�vedas, o se erigen templos de nueva planta como los de Santa Mar�a de La Puebla, San Vicente de Vitoria, San Mart�n de Estavillo, Santa Mar�a del Yermo o Nuestra Se�ora de la Encina en Arceniega. Documentamos a la vez en estos momentos de recuperaci�n y riqueza la erecci�n de grandes retablos g�tico-renacientes, platerescos, o del bajo renacimiento en la fase romanista del estilo, riqueza art�stica que responde a nuevos momentos de prosperidad que hicieron realidad estas manifestaciones de religiosidad en tierras de �lava, y que podemos contemplar a�n hoy en los pueblos camino. As� encontraban �lava los peregrinos y viajeros que, a partir de los a�os finales del siglo XII y hasta las �ltimas d�cadas del XVI, recorr�an sus caminos: rutas de peregrinaci�n y comercio entre la Meseta de Castilla, las tierras del Ebro y los Puertos del Cant�brico; paso de sacas de lana hacia los telares y obradores europeos, y de cargamentos de hierro vascongado hacia el interior de la Pen�nsula; caminos renovados por disposiciones reales y el cuidado de la provincia en una �lava pr�spera durante estos momentos del medioevo final y el primer renacimiento. Estos caminos alaveses, aunque de origen muy anterior, figuran ya en los itinerarios y gu�as de caminos del siglo XVI. En el �Reportorio de todos los Caminos de Espa�a�, publicado en 1546 en Medina del Campo, ciudad abierta a mercaderes y viajeros, su autor, Pedro Juan de Villuga, ofrec�a el fruto de sus experiencias de �andar y escudri�ar� por caminos y rutas. En lo que respecta a �lava, habla del camino a Laredo desde �Victoria�, por �Morrio� y �Loquendo� �Amurrio y Oquendo�; en el de Vitoria a Burgos cita la �venta Cibay� �venta de Zaballa de Nanclares, a la orilla izquierda del Zadorra antes de penetrar en las conchas de Arganz�n�; �la Puebla� y las �Ventas de Estalvillo� para llegar a Miranda, Or�n, Ameyugo y Pancorbo. En el camino de Burgos a Bilbao por Pancorbo y Santa Gadea, se�ala Villuga las localidades alavesas de Berg�enda, Espejo, Berberana, Ordu�a, �Luxando� �Luyando�, Llodio, Miravalles, Arrigorriaga y Bilbao. En la ruta de Bilbao a Zaragoza, a su paso por �lava, apunta el repertorio la localidad de Areta, y despu�s de Orozco en el camino del Altube, �Acuya� �Zuya�, Hueto, Nanclares, �La Puebla�, Trevi�o, �Aluania� �Albaina�, Villafr�a y �Viasteri� �Laguardia�, en direcci�n a Logro�o y la capital aragonesa. Los mismos hitos figuran, con ligeras variaciones, en el nuevo repertorio de caminos que Alonso de Meneses �ordenaba� en 1576 en Alcal� de Henares, centro eclesi�stico y universitario y punto de atracci�n de estudiantes, profesores y viajeros. Estos caminos que un�an Burgos y las riberas del Ebro con los puertos del Cant�brico, rutas tambi�n de peregrinaci�n a trav�s de �lava, continuaban vigentes a lo largo del siglo XVII y durante gran parte del XVIII; as�, las localidades citadas en los itinerarios del siglo XVI figuraban, con ortograf�a muy alterada y en hilera, se�alando las rutas que enlazaban, en los mapas de fines de siglo XVII y principios del XVIII editados por la Academia Real de Francia. Atravesaban tambi�n �lava otros caminos, activos en el bajo medioevo: el de herradura de Burgos a Bilbao por la Pe�a de �ngulo y Arceniega; el, tambi�n de herradura, desde La Rioja a Bilbao por Haro, Zambrana, Arce, Fontecha, Espejo, Berberana, Ordu�a y Miravalles; el que llegaba al puerto de Bermeo por Villarreal y Aramayona; el que por Gamboa, Villarreal y Aramayona, sal�a tambi�n al mar siguiendo el curso del r�o Deva; el que desde Vitoria, Salinas de L�niz, Mondrag�n, O�ate y Villarreal de Guip�zcoa alcanzaba la frontera francesa por Ir�n, y los caminos de las riberas del Ebro, la Sierra de Cantabria y las villas de la Rioja Alavesa hacia Logro�o y la Ribera de Navarra. Pero el camino mejor documentado como ruta de peregrinaci�n y comercio es el que desde Ir�n, remontando el curso del r�o Oria, atravesaba el t�nel de San Adri�n, para bajar a �lava por Zalduendo, Araya o Galarreta, y, por Vitoria, Ar��ez y La Puebla, llegaba al Ebro en tierras de Miranda o de Rioja. Este camino figura en las memorias de viajeros y peregrinos a partir del siglo XV, en los itinerarios de peregrinaci�n del siglo XVI y en las canciones de peregrinaje que recordaban a los peregrinos las impresiones que hab�an experimentado a su paso por �lava. 2(1 La actividad constructiva que, desde finales del siglo XV llena todo el XVI, ha dejado grandes templos en muchos pueblos del camino. La iglesia de San Mart�n de Estavillo es un magn�fico ejemplar de este momento. Con tan puntuales datos podemos seguir, casi paso a paso, la ruta del t�nel de San Adri�n al Ebro objeto de esta publicaci�n, como anticipo de otro trabajo en preparaci�n sobre los restantes caminos de peregrinaci�n y comercio en el medioevo alav�s. Caminos en la �lava moderna. Trazados y nuevas obras Desde fines del siglo XVI hasta el momento actual el camino de San Adri�n y, en general, la totalidad de las rutas de comunicaci�n medieval por �lava, experimentaron grandes cambios, al igual que los n�cleos de poblaci�n que enlazaban. Se acusa primeramente en este proceso una fase de anquilosamiento en la red de caminos reflejada en el simple mantenimiento de las estructuras y los firmes de los mismos. Este momento responde a un nuevo colapso demogr�fico y econ�mico registrado en �lava a partir de las d�cadas finales del siglo XVI y hasta entrado ya el XVIII. Como otro efecto visible de esta crisis en los caminos de �lava, encontramos m�s de un siglo de penuria constructiva, apreciable en los n�cleos rurales o urbanos que estas rutas enlazaban; apenas se acomet�an obras de importancia en los templos a excepci�n de los numerosos retablos barrocos, algunos de gran calidad, erigidos durante el siglo XVII y las primeras d�cadas del XVIII. La baja en la poblaci�n y la regresi�n econ�mica hab�an agotado el gran momento constructivo del �ltimo g�tico y del renacimiento. Pero el siglo XVIII iba a revitalizar esta situaci�n de crisis. Los pueblos se recuperan y construyen nuevos edificios barrocos o neocl�sicos, ayuntamientos y fuentes, mientras �maestrean � sus templos g�ticos tard�os y erigen nuevos campanarios, neocl�sicos sobre todo, que imprimen su impronta peculiar en los pueblos y en los paisajes alaveses a lo largo de los caminos. En tanto mejoran las comunicaciones con la construcci�n de nuevos caminos mediante las numerosas obras de adaptaci�n de los antiguos �Caminos Reales�, a las necesidades del tr�nsito creciente y de la circulaci�n rodada con nuevos veh�culos de transporte y viajeros. Se reconstruyen y ampl�an puentes y se edifican ventas, algunas conservadas a�n, otras recordadas por la toponimia y muchas vivas a�n en la memoria de las gentes. Los caminos y el conjunto de la red construida entonces, constituir�n la base de muchas carreteras actuales. A partir de 1765 se construye el �Camino de Postas� que, desde Rivabellosa, conduc�a a la frontera francesa por Armi��n, La Puebla, Vitoria, Ull�varri Gamboa y Salinas de L�niz. Dise�� los planos, perfiles y puentes y estableci� las condiciones de su obra el maestro de Ma�ana Francisco de Ech�nove; a su proyecto se a�adieron ciertas mejoras y �advertencias� indicadas por el arquitecto Don Marcos de Vierna, por comisi�n del Consejo. Seg�n el proyecto de Ech�nove el camino se divid�a en veinti�n tramos desde el l�mite de Guip�zcoa hasta el vado y el puente sobre el r�o Bayas; su anchura ser�a de veinti�n pies en algunos trayectos y en otros de veinticuatro, y llevar�a a ambos lados del firme �franjas de losas crecidas�. El informe del Comisario Marcos de Vierna aprobaba el proyecto de Ech�nove, aunque proponiendo que la anchura del camino fuera igual en todo su recorrido y regulando la colocaci�n de �guardarruedas� a los flancos, de las alcantarillas de desag�e y la construcci�n del firme para que resultase �m�s dulce para el tr�nsito y mui durable�. Indicaba, para ello, que deber�a emplearse en �l guijo menudo o piedra dura majada con mazas de hierro y cubrirse con dos pulgadas de arena �granigorda�, para el c�modo tr�nsito de las �Postas, Coches y todo G�nero de Carruages�. Por entonces se constru�a tambi�n el camino llamado de �La Lobera�, desde Salinillas hasta el l�mite con Bri�as, a trav�s de los pasos de la sierra, evitando el de las Conchas de Haro, sometido a fuertes inundaciones. Las obras corr�an a cargo del maestro de obras Francisco de Sarac�bar, vecino de Vitoria, del que era fiador Francisco de Ech�nove, el maestro que, como se ha indicado, realiz� el plan del Camino Real de Postas de Castilla a Nuevos momentos de holgura econ�mica en el siglo XVIII, se hacen patentes en los �maestreos� neocl�sicos de muchos templos g�ticos y renacentistas del camino. La iglesia de San Pedro de Elorriaga reforz� su f�brica g�tica con elegantes pilastras y entablamentos cl�sicos, aqu� visibles. Guip�zcoa. En 1765 el cantero vitoriano Miguel de Gorospe emit�a su informe pericial consider�ndolo apto para el tr�nsito �a pie, con recuas y caballer�as sueltas y todo g�nero de carruages� desde Salinillas al Ebro, sin pasar por la abrupta hoz de las Conchas. No obstante, este paso, aunque con frecuencia intransitable por las crecidas del r�o, era m�s llano y muy utilizado �por continuar al Se�or�o de Vizcaya�. Por ello se construy� un nuevo �Camino Real desde Bri�as hasta enlazar con el Camino de Postas de Armi��n por la ruta de las Conchas de Haro�. Dirigi� las obras el arquitecto vitoriano Don Justo Antonio de Olagu�bel, que reconoc�a peri�dicamente las de los �tramos� entregados, ya en 1797 y en a�os sucesivos. Trabaj� como sobrestante de la construcci�n el cantero vitoriano Manuel de Laspiur. El proceso constructivo de estos caminos se encuentra perfectamente documentado en el archivo de la Diputaci�n Provincial. Podemos documentar asimismo las obras emprendidas en las principales rutas del Nervi�n que experimentaban grandes cambios por los mismos a�os: sobre la antigua ruta de Burgos a Bilbao por Pancorbo, Valdegov�a, Ordu�a y las riberas alavesas del Nervi�n, se constru�a, a partir de 1764, el llamado �Camino del Se�or�o� la principal arteria de comunicaci�n entre Castilla, Vizcaya y la r�a bilba�na. En 1794 se subastaban las obras del camino a Bilbao por Altube y Areta, abierto definitivamente en 1818. En 1826 �los presidiarios de Vitoria�, establecidos en Respaldiza, constru�an un trayecto del camino en la antigua ruta de Vitoria a Santander por Amurrio, Arceniega y las Encartaciones, el tramo comprendido entre Arechabala y el Cristo de Menagaray, y a mediados del siglo XIX estaban realiz�ndose las obras del camino de Vitoria a Ordu�a por Urcabust�iz. En la red que cubr�a las comunicaciones de la Llanada Central y Oriental se constru�an tambi�n nuevos caminos: en 1820 el de Vitoria a Salvatierra; en el mismo a�o comenzaban las obras del que, desde Vitoria, conduc�a a Villarreal y Gom�laz, l�mite de la provincia, hacia el Duranguesado por el puerto de Urquiola; en 1845 se constru�a el camino a Bilbao por Bar�zar y en 1851 el llamado �Camino de Ali�, desde Vitoria hasta las laderas de la Sierra de Badaya. Otros caminos nuevos configuraban la trama de comunicaciones con la Monta�a Alavesa, La Rioja y la Ribera. En 1786 se proyectaba el que, entre el �Camino de Postas� y el del �Se�or�o�, segu�a el curso del Ebro por Antepardo y Fontecha; en 1794 estaba construy�ndose el camino de Vitoria a Laguardia y Logro�o por Pe�acerrada y el puerto de Herrera, obra que, interrumpida por la guerra de la Independencia, tard� varios a�os en terminarse; en 1828 tomaba cuerpo el camino nuevo de Salinas de Anana; en 1843 se trabajaba en la carretera de Laguardia a Vitoria por Samaniego y Bri�as; en 1844 se constru�a el ramal de Lapuebla de Labarca y tambi�n por entonces el de Cenicero, pasando por Elciego. Por �ltimo, en las antiguas rutas de la Monta�a por el curso del Alto Ega, data de 1853 el camino del puerto de Az�ceta hasta el valle de Arraya y Campezo, en el l�mite de Navarra. Estos datos �ltimos, publicados en lo referente a Vitoria y sus caminos por J. Vidal-Abarca, en lo relativo a La Rioja por E. Enciso y, en general, por F. Galilea, denotan la actividad constructiva en la red vial alavesa a partir del impulso dado por Carlos III a las comunicaciones del Reino, continuado en el siglo siguiente. Estos nuevos caminos, seguidos por las carreteras de hoy, construidos algunos sobre tramos de calzadas romanas y muchos sobre rutas medievales, desfiguraron, en gran parte, la red vial que conocieron los peregrinos y viajeros a su paso por �lava durante la Edad Media. En las �ltimas d�cadas, por �ltimo, la concentraci�n parcelaria, con nuevos caminos de acceso a las fincas, las autopistas y las modernas carreteras, han contribuido a borrar y a cortar muchos tramos de las antiguas sendas y de los caminos que, durante siglos, configuraron la trama de las comunicaciones alavesas. Aparte de estas alteraciones, el trazado y la actividad de estos nuevos caminos motivaron cambios visibles en la fisonom�a urbana de las villas y los pueblos que han atravesado. Los n�cleos de las primitivas poblaciones medievales, situados generalmente en lo alto de los cabezos o en sus laderas, habr�an venido abandon�ndose, abocados a su despoblaci�n total o parcial mientras las rutas comerciales del bajo medioevo y los �Caminos Reales� de los siglos XVI y XVII desplazaban la poblaci�n hacia las zonas bajas de los pueblos atravesados por estos caminos. Se delinearon entonces barrios-calle o, dentro de los n�cleos urbanos, calles-camino que, a�n hoy, llevan a veces el nombre de �Calle Real� y que, como arterias vitales en los pueblos y ejes del tr�nsito de viajeros y carruajes, cuentan con casas blasonadas, tiendas, antiguas posadas, fuentes y abrevaderos. M�s tarde, la consolidaci�n y el nuevo dise�o de la red viaria iniciada a partir de los a�os finales del siglo XVIII, provocar�a un nuevo descenso de la poblaci�n hacia los caminos reci�n trazados, muchos actuales carreteras, que con frecuencia bordean hoy los antiguos n�cleos de poblaci�n sin atravesarlos; las ventas y otras instalaciones de servicio a los transe�ntes se situaban entonces a la entrada o a la salida de los pueblos o en las nuevas calles-camino m�s anchas que las anteriores, alineadas a los flancos de las carreteras, paso de gentes y mercanc�as. En el trazado de algunos pueblos situados en la ruta que vamos a seguir, desde el t�nel de San Adri�n al Ebro, podremos apreciar estos tres niveles de poblamiento: un primitivo n�cleo alto con las viviendas m�s antiguas del pueblo o villa; un segundo �ensanche�, m�s bajo, con una calle-camino como eje, y casas bien construidas, con los caballetes de los tejados paralelos a la calle; y, por �ltimo, una tercera l�nea de edificios, a ambos lados de los caminos-carretera m�s recientes, con nuevas ventas, mesones y otras instalaciones de servicio para los transe�ntes. Si los caminos y los trazados urbanos han cambiado, tambi�n han variado con el tiempo los panoramas que los viajeros contemplaban a su paso por �lava. A las laderas arboladas, las tierras de pasto, los campos de cereal, los huertos y los vi�edos, se han incorporado nuevos cultivos de ma�z, patatas, prados artificiales, remolacha y, recientemente, plantaciones de tabaco en las zonas abrigadas de la Monta�a y campos de girasol o colza en la Llanada y laderas abiertas de los valles; nuevos paisajes en los flancos de las autopistas de paredones cortados, grandes pilares, pasos elevados y entrelazados complicados en los accesos y salidas de los pueblos. En �stos, como comprobaremos en la ruta que vamos a recorrer, los silos ganan en altura a los campanarios, y los pabellones industriales ocultan las casas se�oriales asomadas en otro tiempo a los caminos; mientras, los almacenes, chalets, invernaderos y gasolineras, rompen los perfiles que durante siglos diferenciaban a cada pueblo de los otros del entorno. Hoy es preciso entrar en ellos, recorrer sus calles, visitar sus iglesias y hablar con sus gentes, para captar la identidad de cada uno y sentir la presencia en ellos de un pasado vinculado a veces en gran parte a la historia de una ruta. En estas peculiaridades pretendemos fijarnos en nuestro camino de San Adri�n al Ebro. El t�nel de San Adri�n, paso de Guip�zcoa a �lava. A partir del siglo XIII fue uno de los caminos m�s transitados entre Castilla y la frontera hacia Europa. A la derecha de la entrada desde Guip�zcoa, aqu� reproducida, se encontraba la venta, posada del paso; y, a la izquierda, el castillo que lo defend�a. II. UNA RUTA EUROPEA: DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO Un camino europeo Se trata de la ruta de peregrinaci�n y comercio que, por Bayona y San Juan de Luz, llegaba a la frontera guipuzcoana, remontaba el curso del r�o Oria y cruzaba el puerto y el t�nel de San Adri�n, para alcanzar, atravesando �lava, los caminos de La Rioja por Salinillas de Burad�n, o llegar hasta Burgos por Rivabellosa, Miranda, Pancorbo y la Bureba. Como camino a Santiago, fue una importante ruta de peregrinaci�n alternativa respecto a las que entraban en Navarra por Roncesvalles o en Arag�n por Somport y Canfranc. Llegaba a la frontera y a Santa Mar�a de Ir�n desde Bayona, punto de encuentro del camino jacobeo que, desde Par�s, hab�a seguido por Orleans, Tours, Poitiers y Burdeos y se hab�a desviado de la ruta navarra de Roncesvalles para entrar a Castilla por Guip�zcoa y �lava, y la otra ruta de peregrinos que hab�a llegado directamente a Bayona desde el estuario del Garona, siguiendo la l�nea de la costa. Esta ruta del litoral segu�a, seg�n Lacarra, la antigua v�a romana de Lapurdum a Naviomagus y contaba con hospitales pertenecientes casi todos a la Orden de Malta, que hab�a sustituido a los Templarios en su misi�n de protecci�n y acogida a los peregrinos. Bayona, como punto crucial en las rutas, contaba con una capilla dedicada a Santiago en su catedral y, a partir de 1603, con una Cofrad�a de peregrinos de Santiago, con solemnes cultos jacobeos, entre ellos las procesiones con los atuendos de peregrinos vestidos por los cofrades. En San Juan de Luz los peregrinos encontraban un hospital construido para albergarlos, bajo la advocaci�n de Santiago, y desde San Juan de Luz se dirig�an a Santa Mar�a de Ir�n, seg�n los itinerarios jacobeos franceses y las canciones de peregrinos, tambi�n francesas. Por eso este camino recibe los nombres de �Camino Franc�s� en algunos pueblos de �lava, Arbulo entre ellos, y �Camino de Romeaje� en la documentaci�n vitoriana del siglo XVI. Una Real C�dula de 1535 relativa al hospital de la Virgen del Cabello, es a�n m�s expl�cita al se�alar el car�cter europeo de esta ruta a su paso por Vitoria: dice en el documento que se trata de �un camino pasajero, de los que vienen en rromer�a a Santiago de fuera parte de nuestros reinos�; y en otro privilegio concedido en 1524 al hospital de San L�zaro, el Rey Carlos I hab�a reconocido que, al llegar a Vitoria se acog�an en la Casa �muchos pobres por estar en camino franc�s�. A su paso por �lava este �camino de romer�a� y comercio segu�a de cerca otra ruta ya milenaria a la que se superpon�a en muchos tramos, un camino tambi�n ultrapirenaico: la calzada romana que un�a a Burdeos en la Galia con Astorga en Hispania y que atravesaba el centro de la actual �lava. En Egu�laz, al pie del puerto de San Adri�n en su descenso por Araya, conflu�an los dos caminos, el romano y el medieval que nos proponemos recorrer y, juntos en muchas partes de sus trayectos, llegaban hasta el Ebro a trav�s de �lava. Las entradas de estos hist�ricos caminos al territorio de la actual provincia eran tambi�n distintas aunque pr�ximas entre s�: la calzada de Burdeos a Astorga llegaba a �lava por un valle, el de Huarte-Araquil, y penetraba en ella por el pasillo de la Burunda, mientras el camino medieval bajaba a la Llanada alavesa por un puerto �spero de monta�a, salvado por el t�nel de San Adri�n. Pero a partir de su encuentro en Egu�laz, cerca de ambos accesos, los dos caminos coincidir�an en muchos puntos antes de alcanzar, juntos casi, las m�rgenes del Ebro por las proximidades de Lacorzanilla a la vista de Arce, aldea burgalesa clave en las comunicaciones romanas. Dos caminos y dos momentos de apertura en la historia de �lava. La ruta alavesa de San Adri�n figura en los itinerarios santiagueses del bajo medioevo, en canciones de romer�a y en las memorias de peregrinaci�n frecuentes a partir de los a�os finales del siglo XV. Es, por otra parte, la ruta jacobea mejor conocida de las que atravesaban Guip�zcoa y �lava y, como tal, fue declarada conjunto hist�rico art�stico nacional en septiembre de 1962 en su trayectoria por las dos provincias. Los hitos principales de este camino quedan puntualmente se�alados en los itinerarios de peregrinos que, aunque muy anteriores en sus recorridos, se imprimen o se documentan a partir del siglo XVI. Figuran as� varias localidades alavesas en la gu�a titulada �El Chemin de Par�s a Compostelle et combien il y a de Lieues de Ville en Ville �, adquirida en 1535 por Fernando Col�n, el hijo del descubridor, aficionado y experto en libros curiosos. Este itinerario part�a de Par�s y pasando por Orleans, Tours, Poitiers, Burdeos y Bayona, llegaba a Ir�n, Hernani, Villabona, Tolosa, Villafranca y al t�nel de San Adri�n desde donde bajaba a tierras de �lava; y, ya en ellas, por Zalduendo, Salvatierra, Vitoria y La Puebla de Arganz�n, sal�a a Miranda, Pancorbo, Briviesca y Burgos, puntos citados expresamente en la gu�a. En el itinerario titulado �Nouvelle Guide des Chemins�, publicado tambi�n en Francia por Nicol�s Bonfons en 1583, se se�alan igualmente los puntos principales de este camino en la subida desde Guip�zcoa hasta San Adri�n, y en el descenso desde el t�nel hasta Miranda por las mismas villas de Salvatierra, Vitoria y La Puebla. Estos lugares figuran tambi�n en la gu�a de peregrinos conservada en el Libro de la Cofrad�a de Senlis, que ofrece variaciones importantes. Siguiendo este itinerario, el camino de salida de �lava no conduc�a a los viajeros a Miranda y a Burgos por Rivabellosa, como las gu�as citadas, sino que los llevaba hasta La Rioja por Zambrana. Son curiosas, por otra parte, las advertencias de la gu�a de Senlis: se�ala el acceso al t�nel de San Adri�n desde Cegama, y avisando a los peregrinos sobre la rudeza del puerto, les dice textualmente: �Le mont Saint Adri�n, fort haut et rede a monter.� Anuncia tambi�n a los viajeros los nuevos paisajes que encontrar�n al otro lado del t�nel de San Adri�n, muy diferentes de los que ven�an recorriendo desde la frontera, y contin�a dici�ndoles: �Fin de Bisquaye et commencement d'Espagne.� Sigue se�alando los puntos principales del camino alav�s, algunos con los nombres alterados: �Saldoudon� �Zalduendo�; �Salvatierre�; �Victoire�; �Peuple� �La Puebla� y �Saint-Brave� �Zambrana�, hasta llegar al Ebro y a un puente, seguramente el de Haro, paso del que previene a los peregrinos: �Pasez la rivi�re de l'Ebro qui est une de plus grandes rivi�res d'Espagne sur un pont� Tras de tan expresa indicaci�n les anuncia la llegada a Santo Domingo de la Calzada ��Saint Dominique��, donde iban a incorporarse al camino que llegaba desde Somport o Roncesvalles. El itinerario impreso en 1621 con el t�tulo �Le Chemin de monsieur Sainct Jacques en Galice, dict Compostel�, que recoge las rutas ya se�aladas en el siglo XVI con sus principales hitos, contin�a indicando a los peregrinos la necesidad de pasar el t�nel de San Adri�n para descender por �Saldodon� -Zalduondo-, Salvatierra, Vitoria y La Puebla hasta Miranda, Pancorbo y Burgos, punto de encuentro con el principal camino de peregrinaci�n de Roncesvalles y Canfranc. Como ha podido comprobarse, si las gu�as de 1535, 1583 y la de 1621, llevaban a los peregrinos a confluir en Burgos con los que ven�an desde Arag�n, Navarra y La Rioja, el itinerario de Senlis los conduc�a hasta Santo Domingo de la Calzada por Zambrana y Haro; dos salidas del camino alav�s hacia la gran arteria de peregrinaci�n del Pirineo a Compostela. A la ermita a�n conservada en el interior del t�nel, a la posada y al castillo, con sus accesos desde el interior de la gruta, aluden las canciones y las memorias de los peregrinos que la atravesaron. Los peregrinos recordaban asimismo en sus canciones los caminos que hab�an recorrido desde su acceso a �lava por el t�nel de San Adri�n. Son varias las estrofas que se refieren a este paso y el paisaje abierto que encontraban entre Vitoria y La Puebla. Como muestra ofrecemos tres fragmentos de otras tantas canciones, que incorporaremos al describir, en el recorrido del camino, los lugares a los que se refieren. Cantaban unas la aspereza de la subida a San Adri�n y el alivio de encontrar, al fin, en su cima una hospeder�a en la que aprovisionarse de pan y vino: �Quand nous fumes � la montee Saint-Adrien est appel�e II y a un h�pital fort plaisant O� les p�lerins qui y passent Ont pan et vin pour leur argent.� Otras estrofas recordaban la alegr�a de los peregrinos al contemplar los horizontes abiertos entre La Puebla y Vitoria, y su paso por los campos alaveses entre los aromas del espliego y otras hierbas floridas: �Entre Peuple et Victoire Fumes joyeux De voir sortir des montagnes Si grand odeur De voir le romarin fleurir Thym et lavande.� Al caminar placentero de los peregrinos por los campos de la Llanada, a�ad�an en otras estrofas el recuerdo de las familias que hab�an dejado al partir y las encomendaban a Dios y a Santiago, en cuyo honor caminaban a Compostela: �Entre Peuple et Victoire II me suvient de ma mere Et aussi de mes parents A Dieu je les recommande Et � saint Jacques le Grand.� Seg�n parece desprenderse de los itinerarios jacobeos del siglo XVI, Zalduendo y Salvatierra eran entonces hitos principales en el descenso del puerto de San Adri�n a la Llanada alavesa oriental. Pero otro camino, el que bajaba por Galaneta, sin pasar por Salvatierra, tomaba cuerpo en tanto en los libros de viajes, tales como las memorias del peregrino Arnold von Harff escritas en los a�os finales del siglo XV. Era �ste un noble alem�n que, en la narraci�n de su recorrido a Compostela, dej� valiosos datos sobre los caminos alaveses. Hab�a comenzado su peregrinaci�n en Colonia, en noviembre de 1496, y hab�a regresado a la misma ciudad tres a�os m�s tarde, despu�s de haber peregrinado a Roma, Jerusal�n y Santiago. En su camino a Compostela hab�a hecho el viaje a caballo hasta llegar a Burgos, y de Burgos a Santiago en mulo; a la vuelta de Santiago, Harff y su comitiva recogieron los caballos y retornaron a Francia por otro camino: el del t�nel de San Adri�n, pasando por Pancorbo, Ameyugo, Or�n, Miranda, La Puebla, Vitoria, �Tredies� �Heredia�, y �Galarda� �Galarreta�, hasta el puerto de San Adri�n, el llamado �Portzenberch� por los peregrinos alemanes de entonces. Poco antes hab�a recorrido este mismo camino el monje servita Hermann K�nig von Vach, que tambi�n escribi� las memorias de su viaje publicadas en Estrasburgo en 1495 y tan le�das que se hicieron varias reediciones hasta 1521. Hab�a salido desde Suiza en peregrinaci�n a Santiago y, a su vuelta, hab�a atravesado �lava y el t�nel de San Adri�n, camino de la frontera; hasta Burgos, dice el viajero, hab�an coincidido su camino de ida, �Obere Strasse�, con el de vuelta, �Nieder Strasse�; pero, a su regreso tom� otro camino, a la izquierda �dice�, del que hab�a tra�do hasta Burgos, hasta llegar al �Porten berge�, como llama a San Adri�n, tras de un recorrido de veintis�is millas �sin muchas poblaciones�, seg�n frase textual del viajero. Desde entonces fueron muchos los transe�ntes que hasta el siglo XVIII dejaron noticia de los pueblos de esta ruta, por Galarreta y Heredia, en las memorias de sus viajes. Es muy significativo el libro de Manier, sastre picardo que peregrin� a Compostela en 1726, y el recuerdo que conserv� de su paso por �lava. Con los nombres alterados, aunque bien situadas, habla de las localidades alavesas que recorri� al bajar del puerto de San Adri�n: �l'Aret� �Galarreta�; �Lousourdes� �Luzuriaga�; �Arbona� �Arbulo�; �Laroges� �Il�rraza�; �Loulouere� �Elorriaga� y �Victoire�. Tras de Vitoria cita a �Esreigni� �Ar��ez�, �Peuple� �La Puebla� y �Lecoardo� �Lacorzana�, antes de seguir su camino por Miranda, Or�n, Ameyugo y Pancorbo. Unas d�cadas m�s tarde, figura el camino a San Adri�n, desde Galarreta, en gu�as o repertorios de camino, como el que public� Jos� Mat�as Escribano pocos a�os antes de la sustituci�n de la ruta de San Adri�n por el �Camino Real de Postas� a trav�s del valle de L�niz. En el itinerario de Escribano figura a�n el camino de San Adri�n, como el �Camino de Ruedas� que titula de �Madrid para Vitoria y San Sebasti�n�. Por Ameyugo, Miranda y el puente sobre el Ebro, el camino llegaba a La Puebla, Vitoria, Elorriaga y �la Raza�, �Arbului�, Aud�cana, Heredia, Luzuriaga y Galarreta. Pocos a�os despu�s esta arteria internacional quedar�a reducida a un �mbito casi exclusivamente comarcal. Sin embargo, en sus momentos de mayor vigencia, las descripciones de este camino y del t�nel de San Adri�n hab�an trascendido a la literatura europea a trav�s de los libros y memorias de viajes, muy en boga en los siglos XVI, XVII y XVIII. Franceses, flamencos, alemanes e ingleses, sobre todo, dejaron constancia de su paso por la cueva horadada del puerto y por los caminos guipuzcoanos y alaveses desde Salvatierra y Galarreta a Burgos o la Rioja. La calzada de San Adri�n discurre entre �grandes bosques de hayas�, en los que �reina el silencio� que impresionaba a los caminantes y recordaban en las memorias de sus viajes. Muchos de estos autores aportan datos curiosos recogidos y estudiados, como fuentes para el conocimiento de la ruta jacobea alavesa, en obras ya cl�sicas en la investigaci�n de los caminos santiagueses, como las de V�zquez de Parga, Lacarra y Ur�a, o la de Luciano Huidobro Serna. Algunos de estos libros de viajes pueden consultarse en sus ediciones castellanas y muchos en recopilaciones como la del profesor J.C. Santoyo, imprescindible en cuanto a �lava se refiere. Nosotros incorporamos las impresiones que estos viajeros nos transmiten en sus libros al tratar en particular de los lugares y parajes que describen. Recordaremos as� el paso por el t�nel de San Adri�n y lo que dicen de las tierras y pueblos de �lava Guillermo Braun, Andrea Navagiero, Humberto Tom�s de Lieja, Juan Bautista Venturino, Andr�s Jouvin, Madame d'Aulnoy y Guillermo Manier entre otros autores de libros y memorias de viajes. La ruta de San Adri�n en la historia La historia del camino de San Adri�n ha pasado por avatares diversos desde que entr� en vigor como arteria de peregrinaci�n y comercio a partir de los primeros a�os del siglo XIII. Recientes investigaciones de E. Garc�a Retes sobre los hallazgos arqueol�gicos realizados en el t�nel de San Adri�n en 1964 y el an�lisis de otros restos hallados en las laderas alavesas del puerto, se�alan la utilizaci�n de este paso en momentos anteriores a aqu�l, mientras Navarra y Castilla pugnaban por extender sus l�mites y su poder hacia Guip�zcoa y �lava a lo largo de los siglos XI y XII. El siglo XIII marcar�a, no obstante, el momento en que el camino de San Adri�n iba a cobrar nueva vida convirti�ndose en un camino europeo. Un acontecimiento pol�tico propici� este cambio. A partir de 1200 �lava y Guip�zcoa se La Llanada Alavesa Oriental y sus caminos en el siglo XVIII. Se delinea en este mapa del ge�grafo Tom�s L�pez el camino medieval que bajaba de San Adri�n por Zalduondo y Ordo�ana (1) y conflu�a en Salvatierra (2) con el tramo del romano de Burdeos a Astorga que ven�a desde la Burunda (3), para llegar juntos a Vitoria (4). Puede tambi�n verse que el que descend�a por Galaneta (5) que, rotulado en el mapa como "Camino Real de las Postas para Francia y otros Reinos de el Norte", continuaba asimismo hasta Vitoria sin pasar por Salvatierra. (BIBLIOTECA NACIONAL) hab�an integrado definitivamente en la historia castellana despu�s de largas tensiones y luchas entre Alfonso VIII de Castilla y los reyes navarros Sancho el Sabio y Sancho el Fuerte. Por otra parte, el rey Don Alfonso estaba casado desde 1170 con Do�a Leonor de Inglaterra, hija de Enrique VII y hermana de Ricardo Coraz�n de Le�n y de Juan sin Tierra; la nueva reina hab�a tra�do en dote el territorio de Gascu�a, por lo que Alfonso VIII necesitaba asegurar y potenciar un camino directo entre Castilla y las tierras gasconas, sin atravesar el reino rival de Navarra. La gruta horadada de San Adri�n facilitaba el paso entre �lava y Guip�zcoa, y las riberas del Oria brindaban un descenso seguro hacia la frontera francesa por Guip�zcoa; as�, este camino iba a convertirse en la ruta m�s transitada entonces desde la Meseta a la frontera y Bayona. Este camino fue tambi�n, muy pronto, importante ruta de peregrinaci�n, como se ha indicado. Aparte de constituir el entronque directo entre Castilla y la frontera, se trataba, por otra parte, de su camino seguro protegido por villas, nacidas al amparo de los monarcas castellanos. En los itinerarios de peregrinaci�n del siglo XVI se citaban expresamente, en los caminos guipuzcoanos y alaveses, las �pueblas� medievales de �Villanueva� �la actual Renter�a�; las villas de �Toloseta� �Tolosa�, y Villafranca, con cartas de poblaci�n otorgadas por Alfonso X en 1256 y 1268; la de Segura, con fuero concedido tambi�n por Alfonso el Sabio y la de Salvatierra, con fuero de poblaci�n del mismo rey fechado en 1256. Vitoria y La Puebla de Arganz�n, con sus fueros de villazgo otorgados en otros momentos hist�ricos por el rey Sancho el Sabio de Navarra en 1181 y 1191 respectivamente y en poder de Castilla desde 1200, completan los eslabones en la cadena de villas se�alada en las gu�as de peregrinaje en Guip�zcoa y �lava como seguros puntos de paso, centros de aprovisionamiento y lugares de apoyo y acogida en el camino. Pero a medida que la ruta de San Adri�n se consolidaba, se convert�a en una de las m�s importantes arterias comerciales entre Castilla y Europa. Por sus �puentes, caminos y puerto se pasa para ir destos reinos a los de Francia, Estados de Flandes y Alemania�, reconoc�a siglos m�s tarde una carta patente de Felipe IV en 1644. Algo similar leemos en un acta de la Hermandad de Iruraiz reunida en junta a comienzos del siglo XVII en San Mart�n de Dulanci; se reconoc�a en ella a esta ruta como �el camino real por donde van los correos y pasajeros que van de Madrid a Roma y otras partes, que es el puerto de San Adri�n�. El talante internacional de este camino se conservaba a�n a mediados del siglo XVIII como paso de herradura sobre todo, mientras la ruta de carruajes hasta Ir�n y Hendaya ven�a desplaz�ndose hacia Salinas de L�niz. No obstante el camino de San Adri�n continuaba nombr�ndose en los manuscritos del ge�grafo Tom�s L�pez como �Camino de los Valencianos, aragoneses y castellanos al puerto de San Adri�n y Francia� y con el t�tulo de �Camino de Postas de Madrid para Francia y otros reinos del Norte�. En tanto, la ruta a la frontera por el valle de L�niz cobraba importancia d�a a d�a a partir del siglo XVII. En un manuscrito an�nimo, obra seguramente de un viajero vasco-franc�s, seg�n datos de J.C. Santoyo, se dec�a en 1612: �el paso por el monte de San Adri�n s�lo es bueno para gentes de a caballo y a pie, porque el camino de carrozas que sale de Vitoria va por Salinas, Mondrag�n, O�ate y Villarreal� �de Guip�zcoa�. Este camino de Salinas fue el seguido por Felipe IV en 1660 en su viaje hasta la frontera francesa con motivo de la entrega de la infanta Mar�a Teresa como esposa de Luis XIV. En el siglo XVIII se potenciaba a�n m�s el paso por la ruta de Salinas para �evitar cruzar el monte de San Adri�n�, como escrib�a Alvarez de Colmenar a comienzos de dicho siglo; se va desde la frontera, dice, por Hernani, �Tolosetta�, Villafranca, Villarreal, O�ate, Mondrag�n, �Escuriacha� �Escoriaza�, y �Salina�; de aqu� se llega �contin�a la descripci�n�, �por una pendiente suave y casi imperceptible hasta la campi�a, a cuyo l�mite est� Vitoria�. Pese a todo, los peregrinos que segu�an los itinerarios de romeraje a pie o a caballo continuaban cruzando el t�nel de San Adri�n; as� lo hizo en 1726 el peregrino Guillermo Manier, que dej� relaci�n de los principales pueblos alaveses del camino desde Galarreta a Lacorzana, como se ha indicado y podr� comprobarse a lo largo del recorrido. La construcci�n del �Camino Real de Postas de Madrid a Francia� en 1765 facilit� el aceso a la frontera francesa. Era el llamado en 1777 �famoso camino nuevo del Pa�s Vascongado � que iba a relegar al olvido el paso medieval de San Adri�n. En algunos tramos, este camino nuevo por L�niz se encontraba cubierto de escoria de las herrer�as por lo que �se pod�a llamar de hierro�, seg�n noticias de un viajero canario recogidas por Santoyo, con una bajada �asombrosa� a Salinas que, pese a su vista en una hondonada desde la cuesta, al llegar al lugar, �se halla que est� todav�a en una eminencia respecto a lo que de all� vuelve a bajar el terreno�. En 1802 el diccionario de la Real Academia de la Historia dec�a al describir el t�nel de San Adri�n: �no hace mucho tiempo (pasaba) el Camino Real de Postas a Francia, y hoy solo se freq�enta por arrieros y tragineros para Guip�zcoa, Navarra y �lava�. As� qued� convertida una de las principales rutas de comunicaci�n entre Castilla y Europa en poco m�s que una senda de tr�nsito comarcal. Hubo, sin embargo, intentos de reactivaci�n de este camino. En la Junta General de Guip�zcoa reunida en Segura en 1796, se acordaba que se pusiera �corriente y transitable� el camino destruido y maltratado; y en la reuni�n de la Parzoner�a de Salvatierra, San Mill�n y Asp�rrena, celebrada en 12 de septiembre de 1797, los participantes se interesaban por la conservaci�n y reparo del camino desde el t�rmino de �la Horca� hasta el �Bocar�n de la Pe�a de San Adri�n�, obra estimada en 2.933 reales, seg�n datos del Archivo de la Provincia. En 1803 los proyectos eran m�s amplios: el comandante de marina Pedro de Astigarraga, natural de Segura, gestionaba la reparaci�n y rehabilitaci�n del paso de San Adri�n. Poco despu�s se hablaba de la reconstrucci�n del �Camino Real de Francia para Madrid, por San Adri�n�, a cuyo efecto se hab�an dictado ya Reales Ordenes favorables el 24 de mayo de 1803 y 7 de abril de 1804; a su vez, en 1807 el arquitecto Joaqu�n Ignacio de Zunzunegui firmaba su �Disertaci�n � respecto a la puesta a punto de la antigua ruta y sobre otro proyecto m�s ambicioso: �la comunicaci�n de los dos mares Oc�ano y Mediterr�neo� por las proximidades de la antigua calzada, mediante la uni�n de los manantiales de las dos vertientes del camino que se intentaba reconstruir. La guerra de la Independencia detuvo estos proyectos. No obstante ha perdurado el valor hist�rico de este camino, reconocido en el Decreto de 5 de septiembre de 1962 al que ya hemos hecho referencia. Al declarar este Decreto �Conjunto hist�rico-art�stico el llamado Camino de Santiago� en general, hubo de se�alarse el paso de las principales rutas jacobeas por las distintas provincias. Entre ellas se incluyeron las de Guip�zcoa y �lava, cuyos recorridos se inventariaron entonces entre los monumentos hist�rico nacionales con el nombre de �Rutas de peregrinos del Camino de Santiago� nominando los principales puntos del camino en ambas provincias. As� figuran en el inventario oficial de monumentos y conjuntos hist�rico-art�sticos los hitos siguientes: �Fuenterrab�a. Proximidades del Hospital de Santiago. Ir�n. Oyarzun. Renter�a. Peregrina Nena. San Sebasti�n. Hernani. Andoain. Villabona. Tolosa. Alegr�a. Villafranca y Beasain�; en el itinerario alav�s, m�s escueto en sus citas, se nombran �nicamente �Vitoria. Armentia. Ar��ez y Puebla de Arganz�n�, dejando sin se�alar punto alguno del camino entre Beasain y Vitoria, ni siquiera el t�nel de San Adri�n. Para llenar el vac�o desde San Adri�n a Vitoria, emprendimos a comienzos de 1963 el estudio del camino alav�s hasta la capital, al objeto de completar el recorrido de la ruta; lo hicimos con la colaboraci�n de la �Excursionista Manuel Iradier� y publicamos nuestros trabajos en siete n�meros de la revista de la Sociedad entre los a�os 1964 y 1965. Hoy profundizamos en este estudio, puntualizamos el recorrido del camino y lo completamos con el tramo que desde Vitoria llega hasta el Ebro por Rivabellosa y Salinillas. III. RECORRIENDO EL CAMINO El t�nel de San Adri�n Es una pe�a horadada que sirve de paso, bajo una gran mole rocosa, al camino desde Guip�zcoa en su acceso hasta �lava. La gruta es producto de un fen�meno de disoluci�n de los materiales calizos de las rocas, proceso que genera galer�as subterr�nas y cuevas, algunas con doble boca a uno y otro lado de la pe�a. La de San Adri�n es un ejemplo t�pico de esta doble abertura en un hueco rupestre y con un camino empedrado construido en el interior del mismo. Se encuentra este paso entre las moles de Aitzgorri y Aratz, a escasa distancia del l�mite entre Guip�zcoa y �lava. En tierras alavesas el camino del puerto desciende al llano, por tres rutas distintas, hasta las localidades de Zalduondo, Araya y Galarreta. Hablemos de la historia del t�nel. Ll�rente, en sus �Noticias Hist�ricas�, recoge datos que se�alan la extensi�n del obispado de Bayona en la Alta Edad Media por tierras guipuzcoanas hasta �Sanctam Trianam�, lugar que identifica con la ermita y el monte de San Adri�n. Prescindiendo de las pol�micas y las cr�ticas suscitadas sobre el documento que fija este l�mite, el hagiotop�nimo trinitario �Sanctam Trianam�, abonar�a la tesis del P. Villasante que cree que el nombre del t�nel y el puerto �San Adri�n�, aplicado a estos lugares en el medioevo avanzado, ser�a una alteraci�n de una advocaci�n trinitaria muy anterior; pudo ser, en su origen, seg�n el prestigioso fil�logo �Sancta Trinitate�, que las gentes vascongadas convertir�an en �Sandrati� o �Santa Tria�. Nosotros hemos encontrado alteraciones similares en lugares como Aud�cana, donde hubo una ermita de San Adri�n en un paraje llamado a�n hoy �Santa Tr�a�; algo semejante sucede en Contrasta, en cuyos t�rminos documentamos en 1556 una ermita de San Adri�n y donde existe un labrant�o llamado �San Tetria�; an�loga transformaci�n parece haber tenido lugar en la ermita de San Adri�n de A��a con t�rminos pr�ximos, en Elburgo e Hijona, llamados �Santetriaostea� y �Santetriaurra�. No deja de ser significativa, por �ltimo, la ubicaci�n de estos nombres y estas alteraciones en lugares no lejanos al puerto de San Adri�n, as� como la antigua costumbre de los pueblos cercanos a �ste de subir en romer�a al monte precisamente en la fiesta de la Trinidad. Parece ser que la cueva horadada de San Adri�n se utilizaba ya como paso en los siglos XI y XII, a juzgar por el hallazgo monetario realizado por la Excursionista Manuel Iradier durante nuestro estudio sobre el t�nel y sus caminos en 1964. Seg�n E. Garc�a Retes en sus recientes aportaciones al tema, parece que la cueva fue transitada ya en momentos de predominio navarro sobre el territorio, porque de las doce monedas del siglo XI halladas en uno de los muchos recovecos del t�nel, diez son del rey navarro Sancho el de Pe�al�n, una de Sancho Ram�rez, rey de Navarra y Arag�n, y s�lo una de Alfonso VI de Castilla y Le�n; por otra parte, el reinado de Alfonso I el Batallador, rey de Arag�n y Navarra y consorte de Castilla, aporta al conjunto cincuenta y cuatro monedas acu�adas en Castilla y una de ceca aragonesa. Ello comprueba, aparte de la antig�edad de este paso, un hecho hist�rico registrado a trav�s de los fondos documentales del momento: la prepotencia navarra sobre �lava y Guip�zcoa durante los reinados de los descendientes navarros de Sancho el Mayor, Don Garc�a de N�jera, Sancho IV, el de Pe�al�n, y los reyes de Arag�n y Navarra, Sancho Ram�rez y Alfonso el Batallador. Tras del momento en que este hallazgo acusa en el mismo t�nel la pujanza navarra sobre �lava y Guip�zcoa, la expansi�n castellana hacia sus fronteras orientales, definitiva ya desde 1200, iba a dar nueva vida a este camino, ruta directa entre Castilla y la frontera de Francia evitando el paso por Navarra, sobre todo en los muchos momentos de tensi�n entre ambos reinos. Un camino y un paso abierto por la Naturaleza �por donde es fuerza pasar para ir a Santiago�, protegido por un castillo en parte tambi�n natural, �fuerza y llave de esta regi�n contra el pa�s de Gascu�a�, como se escrib�a en 1502. Las gu�as de peregrinos, como la ya citada de la Cofrad�a de Senlis, avisaban de las dificultades del puerto y del paso; era la primera impresi�n que iban a experimentar los viajeros al acceder a �l. Sobre la dureza del camino advert�a tambi�n la cartograf�a de la �poca: Janssonius en su �Nuevo Atlas o Teatro del Mundo� dice que el monte y el paso de San Adri�n �es muy �spero y dif�cil para los caballos�, por lo que a veces se hac�a necesario �llevarlos por el freno�, y lo comparaba con el paso por la gruta de Pausilipo en Italia, cerca de � a p � l e s ; a�ade que, vencidas las dificultades de la subida, los viajeros quer�an dejar en el t�nel huella de su paso por �l, por lo que dice: �Los passageros suelen aqui esculpir su nombre sobre gruessas piedras o pe�as, por lo qual se hallan muchos nombres gravados con la data del a�o en que pasaron por la aspereza de estos montes�. Los viajeros dejaban recuerdo de su paso por la gruta, no s�lo en las paredes de la roca, sino en los relatos de sus viajes. Muchos se refieren a la dificultad del paso; entre ellos es muy significativo el de Juan de Padilla, llamado el Cartujano, que lo atraves� antes de su ingreso en la Cartuja de Santa Mar�a de las Cuevas en 1498. Son muy conocidos los recuerdos po�ticos La cruz de Beroquia, un hito en la calzada que desde San Adri�n bajaba a Galarreta, camino de Vitoria. que el cartujo conservaba de �la abertura� y la �concavadura� del �puerto de San Adri�n horadado� y de la ardua subida desde Salvatierra �a la sierra muy nubilosa, con pena y af�n�. En primavera de 1528 atraves� el t�nel el embajador veneciano Andrea Navagiero. Llegado a Miranda por Pancorbo, hab�a vadeado el Bayas y, cruzado el Zadorra por el puente de piedra de la Venta de Armi��n, hab�a seguido su camino por La Puebla y Vitoria mientras disfrutaba del panorama de la Llanada. Llegado a San Adri�n, desde Alegr�a y Salvatierra, recordaba Navagiero los bosques frondosos del puerto, y el camino bajo la roca a lo largo de �un tiro de ballesta�, �paso muy fuerte, dif�cil y quiz� imposible de forzar�. En 1567 puede fecharse, seg�n Santoyo, el viaje que relata Jorge Braun. Compara tambi�n �ste el paso de San Adri�n con el t�nel italiano de Pausilipo y describe la aspereza de la subida por el �camino empedrado� que conduc�a a la caverna desde �el pueblo de Galerotta� �Galarreta, uno de los accesos al puerto�. Recuerda Braun el muro y la puerta del t�nel que se cerraba �por la parte de Francia�, la ermita dedicada a San Adri�n en el interior del paso, el agradable albergue y la buena mesa que se ofrec�a a los peregrinos, especialmente a los que llevaban sus bolsas bien provistas, y el pienso que se daba a los caballos, aunque el viajero careciese de dinero. Como puede apreciarse, aparte de la visi�n po�tica del Cartujano y de la belleza del paisaje que Navagiero evocaba, San Adri�n ofrec�a, junto al recuerdo de sus asperezas, motivos gratos que los viajeros guardaban en su memoria. En 1572 atravesaba el t�nel el Patriarca de Alejandr�a que, como legado pontificio, hab�a viajado hasta Lisboa; entre su s�quito se encontraba Juan Bautista Venturino que escribi� las memorias del viaje del cardenal y su comitiva. Hab�an llegado a San Adri�n desde el vado del Bayas, el puente de Armi��n, Vitoria, Elorriaga, Arcaute, Il�rraza y Galarreta, donde pernoctaron antes de subir el monte. Venturino recuerda la gruta �oscura y espantosa�, pero habla tambi�n de la ermita dedicada a San Adri�n y de la casa del alcaide, encargado de la guarda del paso, como lugares de oraci�n y garant�a de seguridad para los viajeros. Otros libros sobre el recorrido recordaban asimismo la ermita situada en el interior del t�nel. Sin terminar el siglo XVI, en 1599, pas� por �l el alem�n Cuelbis, autor de un diario en el que se habla de las dos ermitas que los viajeros pod�an visitar en lo alto del puerto, la de San Adri�n y la de �Santo Spirity�, en las que �dice�, �hazen grandissima devoci�n los Romeros y Pelegrinos que vienen del Camino de Francia para andar a Santiago de Gallicia�, bajando por el �valle deleitoso del Salvatierra�. Venturino recordaba la �espantosa oscuridad� del paso, como hemos visto, pero otros viajeros iban m�s lejos: comparaban su negrura con la boca del infierno, aunque vislumbraban como una estrella de esperanza la aparici�n de la luz de la salida, que comenzaba a brillar hacia la mitad del t�nel. Tem�an muchos a los ladrones y malhechores apostados en las angosturas del paso para desvalijar a los transe�ntes: �un flamenco fue asesinado all� quince d�as antes de llegar nosotros�, dice un viajero franc�s que pas� por la cueva en 1628. El paisaje impresionaba tambi�n a los transe�ntes. Hemos referido el recuerdo que algunos guardaban de sus frondosas laderas, pero otros las describen con aut�ntico entusiasmo: �est�n cubiertas de grandes bosques de haya� �en uno de los despoblados m�s deliciosos que pueden contemplarse en Europa�, en el que �reina el silencio� y donde �desde todos los rincones contesta el eco�, dir� Madame d'Aulnoy en 1679. Un peregrino familiarizado con telas y colores, el sastre Guillermo Manier, recordaba los panoramas de tonos variados comparables �a las m�s bellas tapicer�as�. Los hielos y las nieves del monte y de las cumbres de Aitzgorri y Aratz, tra�an a la memoria de otros las cimas alpinas con �su cabellera te�ida de nieve y el hielo endureciendo su barba�; otros, por fin, recordaban las nieblas del puerto que les hab�an permitido �contemplar las nubes debajo de uno�. Peregrinos an�nimos dejaron tambi�n huellas po�ticas a su paso por el t�nel. Son las canciones de romer�a a Santiago, con hermosas estrofas referidas al monte de San Adri�n, que alcanzaba as� otra entra�able dimensi�n en el recuerdo de los peregrinos. Una relataba el �spero y largo camino entre las monta�as �de Vizcaya� antes de llegar a San Adri�n; aqu� ped�an a Cristo que, por su gracia, les permitiera ver un d�a cara a cara a la Virgen y a Santiago, en cuyo honor peregrinaban: �Nous avons chemin� longtemps Dans les montagnes de Biscaye, Cheminant toujours rudement Par les pays en droit voie, Jusqu'au Mont saint Adrien; Prions Jesus-Christ par sa gr�ce Que nous puissons voir face � face La Vierge et Saint Jacques le grand.� Otras canciones anunciaban a los viajeros la sensaci�n placentera de llegar a la cima del monte y encontrar en ella una venta donde pod�an aprovisionarse de pan y vino, aun a costa de sus dineros: �Quand nous fumes a la montee Saint-Adrien est appel�e II y a un h�pital fort plaisant O� les p�lerins qui y passent Ont pain et vin pour leur argent.� Una estrofa recoge impresiones m�s �ntimas y el recuerdo, en tal dif�cil paso, de los seres queridos y de los amigos que quedaron atr�s. �Quand nous fumes a la montagne Saint-Adrien Aur coeur me vient une pens�e De mes parents; Et quand se vient au departir De cette ville Sans dir� adieu � nos amis Fumes � notre guise.� La subida al t�nel merec�a un refrigerio, un poco del vino de la tierra que hab�an dejado atr�s, para alegrar el coraz�n y alejar la nostalgia. As� dice una estrofa: �Quand nous fumes � la montagne Saint-Adrien Un reste de vin de Champagne Nous fit du bien; Nous avions souffert la chaleur Dans le voyage Nous fortifi�mes notre coeur Pour ce p�lerinage.� Plegarias, cansancios, recuerdos y hasta invitaciones jocosas a merecidos refrigerios en las oquedades de la cueva de San Adri�n, en estrofas cantadas por los peregrinos entre fatigas, a�oranzas y alegr�as. Canciones que, como fuentes de investigaci�n del camino, recogen estudios como el realizado en Francia por C. Daux a comienzos de siglo, o los publicados aqu� por V�zquez de Parga, Lacarra, Ur�a, Huidobro y Santoyo; estrofas que figuran en repertorios de canciones de romer�a, como el recopilado por P. Echevarr�a Bravo, y que nos permiten rememorar experiencias vividas hace siglos en la ruta de peregrinaje a su paso por San Adri�n. Con los peregrinos y viajeros se encontraban en el t�nel mercaderes, mulateros y hasta contrabandistas. La ermita de San Juli�n y Santa Basilisa al pie del puerto de San Adri�n. En su cabecera, el ventanal prerrom�nico y los grandes sillares de su construcci�n primitiva. En principio parroquia de Aistra, qued� convertida en ermita al despoblarse la aldea. En su paso por la gruta los arrieros ten�an que abonar un peaje cuyos aranceles de 1592 conocemos a trav�s de la informaci�n que, conservada en el Archivo General de Simancas y en el Provincial de �lava, describe el estado del puerto y de la fortaleza que lo proteg�a. Entonces pagaban seis maraved�s por carga las que llegaban �de fuera destos reinos y por mar�. Abonaban tambi�n seis maraved�s �algo m�s que la sexta parte de un real�, las que pasaban de Castilla a Navarra y Guip�zcoa, a excepci�n del trigo, vino y aceite; por cada carga de hierro se pagaban dos cornados �dos cuartos y dos maraved�s�. El hierro era una mercanc�a que en cantidades respetables circulaba hacia la Meseta, de donde llegaban la lana y el trigo, junto con los cargamentos de vino y aceite de Rioja, Navarra y Arag�n. A San Adri�n llegaba tambi�n el contrabando. Por un camino muy estrecho que remontaba la pe�a por el Norte, pasaban hacia Francia de noche, cuando estaban cerradas las puertas de la gruta, caballos y otras mercanc�as vedadas; a este camino se le llamaba �Ochoa Arrate� en 1592. Pasado el puerto, algunos mercaderes y seguramente los peregrinos que deseaban incorporarse en Logro�o a la gran ruta de peregrinaci�n jacobea, se desviaban hacia la Rioja al bajar del t�nel. Dice un viajero de 1617, Mart�n Zeiller, que ya en el llano, a la vista de Salvatierra, �quien desee desviarse a la izquierda, puede llegar en poco tiempo a la ciudad de Logro�o�, seguramente por el puerto de Guere�u. Este era uno de los descensos del �Camino de los Valencianos, Aragoneses y Castellanos al puerto de San Adri�n y Francia� trazado en el manuscrito del ge�grafo Tom�s L�pez en el siglo XVIII; por �l llegar�an al puerto el vino y aceite del valle del Ebro y, a trav�s de Logro�o y Soria, los productos alcarre�os, lana, miel y cera sobre todo. Por el t�nel de San Adri�n pasaron tambi�n reyes y pr�ncipes. Seg�n tradici�n, lo atravesaron el rey Enrique IV y m�s tarde su hermana Isabel la Cat�lica, de quien se dice haber pernoctado en Galarreta. Pero, aparte de tradiciones, tenemos noticias comprobadas por la historia del paso por el t�nel en pleno invierno en 1502, de la princesa Do�a Juana, reina despu�s de Castilla y Arag�n a la muerte de sus padres Do�a Isabel y Don Fernando. Ven�a la princesa desde Flandes con su marido Felipe el Hermoso, un impresionante s�quito de magnates y prelados y una reata interminable de ac�milas que conduc�an camas, ajuares de cocina, vajillas, guardarropas lujosos y tapices flamencos. Los pr�ncipes y su comitiva reposaron en Salvatierra, donde celebraron el 2 de febrero la fiesta de Purificaci�n. Durante la Navidad de 1538 cruzaron el puerto con grandes dificultades el Pr�ncipe Federico el Palatinado y su esposa, acompa�ados de cortesanos y servidores; bajaron por Galarreta donde permanecieron un d�a y siguieron su camino hasta Vitoria. Pasaron tambi�n por San Adri�n diplom�ticos como el ya nombrado Andrea Navagiero en 1528 o Fran�ois Brassompierre, que comi� en Galarreta el 22 de mayo de 1621; pol�ticos como Baltasar de Monconys, que cruz� la gruta siendo a�n muchacho; grandes dignatarios eclesi�sticos como el Patriarca de Alejandr�a que, como se ha dicho, atraves� el puerto en 1572; frailes como el franciscano P. Francisco Bell, Provincial de su orden en Escocia que pas� por el t�nel en 1633; describe, por �ltimo, el paso de San Adri�n la gran dama ya citada, Marie Catherine Le Jumel de Barneville, condesa d'Aulnoy, en la carta que fecha en Vitoria en febrero de 1679; y recuerdan su paso por el t�nel gentes artesanas como el sastre peregrino Guillermo Manier, que lo cruz� en 1726, como ya se ha dicho. La cima y la gruta de San Adri�n eran, adem�s punto de encuentro de los vecinos de las dos vertientes de la sierra no s�lo en romer�as y festejos sino en juntas para el mejor aprovechamiento del monte y sus pastos, juntas documentadas desde el medioevo como la que en 1430 reuni� a representantes de Segura, Cegama, Idiaz�bal y Cerain en Guip�zcoa, con los de Salvatierra, Asp�rrena y la Junta de San Mill�n en �lava. Porque este paso mantuvo unidas a las gentes, en apariencia separadas por la mole monta�osa que parec�a obstruir los contactos humanos entre sus dos laderas. Veamos ahora c�mo eran las ermitas, la venta, el castillo y el camino que los peregrinos encontraban en el puerto y que recordaban despu�s en sus memorias, seg�n hemos visto. Al llegar al paso desde Cegama hallaban, en la subida a la gruta, una ermita dedicada al Santo Esp�ritu �recordemos la posible advocaci�n trinitaria del puerto� que, seg�n tradiciones locales, fue en su d�a convento de templarios; all� hab�a tambi�n un hospital del que era prior en 1530 el bachiller Germ�n de Estensoro, predicador de la emperatriz Isabel, la esposa de Carlos V. Dentro del t�nel se conserva a�n la otra ermita recordada por los transe�ntes, en las memorias de sus recorridos. En la entrada del t�nel, subiendo desde Guip�zcoa, encontraban los viajeros la venta de que hablan en sus relatos y citan los documentos. A�n pod�a verse en su �ltimo edificio a fines del siglo pasado y comienzos del actual. Se trataba de una construcci�n de maniposter�a, con entrada hacia el t�nel y con una de sus fachadas asomada, casi en su totalidad, a la boca de la gruta por el lado guipuzcoano. En esta fachada, maciza en su parte baja, se abr�an una ventana cuadrada y un balc�n cubierto, con antepecho de madera, en el primer piso; varios huecos rectangulares en el segundo, y otros vanos, tambi�n rectangulares y m�s reducidos, en la tercera planta. As� capt� la venta de San Adri�n el objetivo de una vieja c�mara fotogr�fica, y as� la publica Carreras Candi. Viajeros y peregrinos recordaban esta venta. Hablan de su estancia confortable en ella las canciones de peregrinos y la mencionan en sus libros de viajes. Recordaban los viajeros �a la mujer gorda que da de beber a los caminantes� y �las agradables comidas� servidas a los peregrinos, �especialmente a los que llevaban bien provistas sus bolsas�, aunque tampoco faltaba el pienso para los caballos �aunque no se tenga dinero�, como escrib�an dos viajeros de los siglos XVI y XVII. Los beneficios de este albergue y de la venta del pan, vino y otros v�veres suministrados a los transe�ntes, pasaban en el siglo XVI a los tenientes de la alcaid�a de la fortaleza, tambi�n rupestre en su mayor parte, a la que se acced�a desde el interior del t�nel y que ten�a su frente y sus defensas orientadas, lo mismo que la venta, hacia la subida desde Guip�zcoa. En este mismo frente se conserva a�n el arco apuntado de acceso al t�nel cuya puerta, al igual que la de salida a �lava, se cerraba durante la noche. El castillo o fortaleza de San Adri�n era en parte natural, como el t�nel del paso. El principal punto de defensa de la fortaleza se encontraba en la boca de una amplia gruta alta, visible a la izquierda del caminante sobre el arco de entrada al t�nel desde el lado de Guip�zcoa. Se trataba, seg�n el informe sobre el estado de las fortalezas alavesas emitido en 1592, de una �plazuela� de �treinta pies de ancho y tiene de alto, desde la entrada, veinte y quatro pies, a la qual llaman el homenaje�; a comienzos del siglo XVII un viajero ve�a esta fortaleza como �un lugar construido sobre la roca, a manera de plaza de armas para cien soldados�. Seg�n los visitadores de 1592 �el homenaje� o plaza de armas rupestre y elevada, hab�a tenido �una pared alrededor con sus almenas�, que llegaban por el interior de la cueva hasta la entrada de la misma. En el informe de 1592 declaraba tambi�n el alcaide de la fortaleza, afirmando que en sus cuevas podr�an cobijarse quinientos hombres para defensa del paso. El cuidado y guarda de esta fortaleza estuvo en manos de personajes poderosos en la vida alavesa. En el siglo XV fueron sus alcaides varios miembros de la casa de Ayala, se�ores de La calzada de San Adri�n sal�a de Zalduondo por el puente de Zubiz�bal. Vista del puente, del tramo del camino abandonado que lo atraviesa y de la cruz que se�alaba la ruta hacia Ordo�ana y Salvatierra, desde el punto llamado �Calzadausi�. Salvatierra. En la lucha de las Comunidades el comunero Don Pedro L�pez de Ayala, Conde de Salvatierra, ofrec�a el castillo a la �Junta, Justicia, caballeros, escuderos y procurados de Guip�zcoa� para atraerlos a la causa de la Comunidad. Al promet�rsela, el astuto conde dec�a a los guipuzcoanos que iba a entreg�rsela para que tuviesen �aquella llave tan grandes en estos Reynos�; pero Guip�zcoa declin� cort�smente la oferta. Cuando el comunero qued� vencido en los campos de Durana en 1521, la alcaid�a del castillo pas� a los linajes y apellidos de los Alavas, Escoriazas e Isunzas; �stos nombraban lugartenientes que percib�an los beneficios de la venta de v�veres en la posada del t�nel y cobraban los peajes a las mercanc�as que lo cruzaban. Los alcaides y sus lugartenientes se encargaban de las obras y del cuidado de la capilla existente en el interior de la cueva. Era una peque�a ermita dedicada a San Adri�n, reconstruida y existente hoy dentro del t�nel. Era, como se ha dicho, lugar de �grandissima Devoci�n de los Romeros y pelegrinos� en el siglo XVI; en 1592 se dec�a misa en ella, seg�n la informaci�n emitida entonces sobre el estado del castillo y, a comienzos del siglo XVIII, se veneraban sobre su altar �una imagen de Jesucristo y el lienzo de la Ver�nica�. Hab�a tambi�n, dentro del t�nel, una �agradable fuente� que brotaba de la roca, saliendo �de un pe�asco encima� y cayendo �a baxo derecho en una cisterna�, como la vio el franciscano Bell en 1633, y una caballeriza �en el hueco de dicha cueva�, seg�n noticia de los informadores de 1592. El paso interior del t�nel estaba empedrado, seg�n recuerdan los viajeros que lo cruzaron. Saliendo del t�nel y en el l�mite entre Guip�zcoa y �lava, se encuentra el t�rmino llamado �la Horca�, situado a la altura a que se asciende, pasado el t�nel, antes de bajar a las laderas alavesas. Jouvin recordaba la horca y el punto en que se encontraba, en el lugar mismo del top�nimo indicado: �en cuanto se llega a lo alto, donde hay un cadalso, hay que seguir descendiendo�, dec�a el viajero en 1672. Seg�n noticia documentada por E. Garc�a Retes esta horca se fijaba en 1570 por haberse ca�do la anterior. Hasta este punto, �lo alto del puerto y paraxe llamado la Horca�, correspond�a a Zalduendo y Galarreta �por raz�n del territorio� mantener el camino expedito de nieves. Por ello en los dos pueblos ten�an lugar subastas y se suscrib�an compromisos para la limpieza del camino durante las nevadas �para que sin embarazo puedan correr las postas por ser camino dellas�, seg�n se lee en una carta de obligaci�n sobre dicho servicio fechada ya en el siglo XVIII. A la limpieza de la nieve, primer cuidado de los pueblos del camino, se a�ad�a, seg�n Madame d'Aulnoy, �el de repicar las campanas para indicar a los viajeros los lugares a los que pueden retirarse en caso de que el tiempo empeore�, y el de acompa�arlos y �a marchar delante a conducirlos hasta donde se encuentran los del pueblo cercano�. La calzada de descenso, empedrada a�n hoy en algunos tramos con gruesos bloques de piedra en las bandas laterales del camino y piedras menores en el interior del mismo, conserva huellas de las rodadas de los veh�culos, y los aliviaderos de aguas. La Provincia de �lava se preocupaba por mantener el buen estado del camino, respondiendo muchas veces a iniciativas reales. Ya los Reyes Cat�licos mostraban en una Real C�dula de 1478, su inter�s por la conservaci�n del camino de San Adri�n; m�s tarde Carlos I y su madre Do�a Juana se refer�an expresamente en 1532 y 1545 al puerto �muy grande y �spero�, como �paso de caminantes y recuas� y a la necesidad de su reparaci�n. La provincia atend�a a la conservaci�n del camino seg�n reconoc�a la Carta de Privilegio de Felipe IV que en 1644 relevaba a �lava del pago de repartimientos para puentes y otras obras p�blicas que no fueran de la provincia; el monarca alegaba, como raz�n de estas exenciones, la atenci�n de la provincia a los puentes del Zadorra y a �las calzadas de los caminos y puertos de San Adri�n, y aunque es en beneficio com�n de toda la monarqu�a, porque por aquellos puentes, caminos y puertos se pasan para ir destos reinos a Guip�zcoa, Estados de Flandes y Alemania, se han repartido y reparten los dichos gastos entre solos los vecinos de la dicha provincia�. Conocemos con detalle algunas de las reparaciones del camino, realizadas a costa de la provincia. Poco antes de la informaci�n de 1592, fuente de gran inter�s para el conocimiento del paso y sus aleda�os, el lugarteniente de la fortaleza ped�a reiteradamente a las Juntas Generales de 1590 y 1591 la reparaci�n del camino; y al final el 29 de julio de 1592 se acordaba restaurar m�s de un kil�metro del trayecto. Se subast� la obra y, tras de las posturas de varios maestros empedradores, se remat� en Antonio de Maespide, vecino de Lazcano, al precio de dos reales y quince maraved�s por cada estado de calzada reparada; seg�n las condiciones impuestas y aceptadas por el maestro, se obligaba �ste a echar �en los lados de dicha calzada piedras crecidas y grandes, que se han de poner de canto y no a lo ancho para su seguridad y firmeza� tal como pueden verse a�n hoy en algunos tramos del camino. Desde el puerto al llano: tres caminos en las laderas alavesas El camino de San Adri�n bajaba a �lava por tres ramales que llegaban a Zalduondo, Araya y Galarreta. Los de Zalduondo y Araya conflu�an en Salvatierra. El de Galarreta segu�a hasta Vitoria, sin pasar por Salvatierra. El camino de Zalduondo llegaba, por Ordo�ana, hasta el hospital de San L�zaro y la Magdalena a la entrada de Salvatierra. El de Araya bajaba hasta Egu�laz por el despoblado de Iduya y el lugar de Am�zaga; en Egu�laz se un�a con el camino romano que ven�a desde la Burunda y, juntos, conduc�an por Mezqu�a al hospital de San L�zaro y la Magdalena de Salvatierra, punto de uni�n con el que llegaba desde Zalduondo. Unidos ambos caminos, se dirig�an desde Salvatierra a Vitoria por una sola ruta, pasando por Gaceo, Ezquerecocha, Alegr�a, Elburgo, Gaceta, Argando�a, Ascarza y Arcaya, siguiendo muchos tramos de la calzada romana de Burdeos a Astorga, hasta llegar a la antigua aldea de Adurza y el t�rmino de Salvatierrabide, al Sur de Vitoria. Los viajeros y peregrinos que bajaban por Galarreta segu�an el camino de Luzuriaga, Heredia, Aud�cana, Mend�jur, Arbulo, Il�rraza y Elorriaga, accediendo a Vitoria por su flanco del Levante y entrando en ella por el Portal de la Puente del Rey o la Puerta de San Ildefonso. En el recorrido de estos caminos, pueblo a pueblo, hasta llegar a Vitoria, distinguiremos cinco cap�tulos, de acuerdo con los itinerarios indicados: � Desde el puerto de San Adri�n a Salvatierra, por Zalduondo y Araya. � Desde el puerto de San Adri�n a Galarreta. � La villa de Salvatierra y su entorno. � De Salvatierra a Vitoria. � De Galarreta a Vitoria. De San Adri�n a Salvatierra, por Zalduondo y Araya El descenso del puerto por Zalduondo Desde el paraje llamado �la Horca� bajaba a la Llanada de �lava el camino de San Adri�n que, tras de un corto trayecto �nico, se hab�a bifurcado en dos ramales: el izquierdo en direcci�n a Zalduondo y el derecho hacia Galarreta; ambos han sido estudiados recientemente por E. Garc�a Retes. El de Zalduondo baja hasta el sendero petrol�fero de Urquilla, punto al que puede accederse por carretera siguiendo de cerca el camino medieval. Antes de entrar �ste en Zalduondo, dejaba a la izquierda otro camino viejo que conduc�a a Araya; en �l se encuentra el despoblado de AISTRA con su iglesia de San Juli�n y Santa Basilisa, com�n con su t�rmino despoblado de Zalduondo y Araya. La actual ermita fue parroquia de la aldea de Aistra, que entre los siglos XI y XII ten�a diez casas, seg�n el documento del Voto de San Mill�n; a�n exist�a en 1257 con su parroquia citada en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar. Su edificio es de dimensiones reducidas, apropiadas al servicio de una aldea peque�a, aunque se trata de una de las construcciones religiosas m�s antiguas de �lava. Se visitaba, ya como ermita, en 1556 y conserva la pila bautismal en la que, por devoci�n de sus padres, se han bautizado algunos ni�os de Zalduondo hasta tiempos no lejanos. Seguramente Aistra se despobl�, como otras muchas aldeas alavesas, en el reajuste demogr�fico del bajo medioevo, cuando las gentes buscaban tierras labrant�as abiertas y abandonaban las laderas monta�osas, zonas de pastos y de cultivos pobres. La antigua parroquia de Aistra es un ejemplar medieval de los m�s interesantes del pa�s. Conserva curiosos elementos prerrom�nicos en su cabecera recta, construida con grandes sillares. El resto m�s significativo es un vano con arco de herradura de rosca muy cerrada, casi de c�rculo completo, rodeado por una muesca doble que se prolonga por los flancos del vano; a los lados de tan singular hueco, dos hendiduras verticales, con cabezas que recuerdan los arcos de herradura, parecen simular dos vanos ciegos labrados en el mismo sillar que el que da luz a la cabecera del peque�o templo. Los canes que sustentan la cubierta exterior del presbiterio denotan un fuerte arca�smo, dentro ya del rom�nico. Muestran cabezas humanas con facciones muy acusadas, testas de animales y, entre los del costado Norte, un hombre acurrucado mostrando el sexo. Junto a la ermita quedan restos del cementerio medieval: sepulturas con lajas de piedra hincadas verticalmente en el suelo, formando las cistas funerarias que se cubr�an por losas, y otras con las fosas excavadas en el suelo. El puente de Txaroste. Lo cruza, a la salida de Zalduondo, el camino llamado de �Mend�jur�, o de �Galarreta y Vitoria�, sin pasar por Salvatierra. Lo domina otra ermita dedicada a San Adri�n, al igual que la del t�nel. La advocaci�n de la ermita, San Juli�n y Santa Basilisa, denota tambi�n la antig�edad del templo. Estos santos eran ya muy venerados en la liturgia visig�tica y moz�rabe. En Toledo recib�an culto en el monasterio Agaliense, importante centro religioso y cultural en la �poca visigoda, y entre los moz�rabes cordobeses, en el llamado �Monasterio Blanco�, situado �en el monte�, seg�n los calendarios visig�ticos y moz�rabes. Su devoci�n se extendi� durante el alto medioevo y sus templos se repiten en las rutas de peregrinaci�n. ZALDUONDO era punto importante en el camino de romeraje y de comercio que bajaba desde el puerto de San Adri�n. Con los nombres de �Saldondo�, �Chaldondon�, �Soldoudon� o �Soldondon� figura en los principales itinerarios de peregrinaci�n de los siglos XVI y XVII, seg�n queda indicado. Al llegar a Zalduondo los peregrinos del siglo XIII, momento de apertura del camino como ruta hacia Francia, encontrar�an una parroquia rom�nica o protog�tica de mayor envergadura constructiva que la de San Juli�n de Aistra. Zalduondo ten�a veinte casas tributarias al monasterio de San Mill�n en los siglos XI y XII, cifra que permite suponer la existencia de una iglesia rom�nica importante, al igual que las que a�n quedan en muchos pueblos alaveses como exponentes de los momentos de prosperidad y del auge constructivo vividos en �lava en el siglo XII en sus finales, a lo largo del XIII y hasta comienzos del XIV. Sin embargo en la actual iglesia de Zalduondo no queda resto alguno de su f�brica medieval, como frecuentemente ocurre en otras parroquias reconstruidas. Durante el medioevo pleno y tard�o, a medida que se acrecentaba el tr�nsito por el lugar, debi� configurarse el trazado del pueblo con dos ejes en la encrucijada de dos caminos: el que de Norte a Sur conduc�a desde el paso de San Adri�n a Salvatierra, y el que desde Araya se dirig�a a Vitoria por Luzuriaga, Heredia, Aud�cana y Mend�jur, sin llegar a Salvatierra. El primero, se�alado en los itinerarios de peregrinaje, entraba en Zalduondo por las proximidades de Aistra y sal�a por el t�rmino llamado �Calzadausi�, el puente de Zubiz�bal y la cruz que, con las armas de los Lazarragas, indica el camino medieval a Salvatierra por Ordo�ana. El eje Este-Oeste llegaba a Zalduondo desde Alb�niz, por las cercan�as de los t�rminos llamados �San Blasostea�, �San Blasaurrea�, �San Blasbut�n� y �Cruz de San Blas� hagiotop�nimos alusivos a la ermita de San Blas existente en esta entrada del pueblo. El camino segu�a por el barrio llamado �Torralde�, cerca de la torre desaparecida de Am�zaga-Lazarraga, y atravesaba la poblaci�n bajo la iglesia y junto al palacio de Lazarraga, para entrar en el barrio de Errotalde. Aqu� se encuentra el puente por el que el camino cruzaba el r�o Am�zaga; se le llama �Camino de Mend�jur� y, bajo la ermita de San Adri�n hoy capilla del cementerio, se dirig�a a Vitoria por Luzuriaga, Heredia, Aud�cana y Mend�jur, como se ha indicado. El nombre del barrio �Errotalde�, recuerda el molino existente en esta lugar, cerca de la fuente del puente llamado �Txaroste� y del palacio de Andoin Luzuriaga. En el centro de Zalduondo �n�cleo-encrucijada�, se encuentran la iglesia, el palacio de Lazarraga, la fuente-abrevadero y el actual edificio del Ayuntamiento en el �Barrio de Arb�n�. El antiguo hospital se sit�a en el �Barrio de Arbinatea�, a la entrada del de Arb�n desde el camino viejo de Egu�laz; el t�rmino �Santa Luc�oste� se�ala la existencia de una antigua ermita de Santa Luc�a en este camino. Las de Santa Apolonia y Santa Marina, advocaciones que recuerda la toponimia actual, se encontraban en la ladera de San Adri�n, al Oeste del camino que baja del puerto. En las dos salidas de Zalduondo existen puentes, como se ha se�alado, y cruces de t�rmino. El puente de Zubiz�bal, sobre el r�o Am�zaga, es medieval, con dos ojos, uno de arco ligeramente apuntado. En la informaci�n dirigida a la formaci�n del �plan general� de caminos y puentes de la Provincia en septiembre de 1797, se dec�a que este puente de Zubiz�bal, de dos arcos y situado a la salida de la villa, se hab�a reparado a costa de �sta por hallarse arruinado, pero continuaba �movido en sus cimientos�, por lo que precisaba urgente restauraci�n. Junto a �l quedan restos de la calzada, camino a Ordo�ana y Salvatierra, y la cruz que, con el escudo de los Lazarraga, se alza en el t�rmino que lleva el significativo nombre de �Calzadausi�. Se trata de un crucero t�pico del siglo XVI con una columna de capitel toscano, cruz de brazos abalaustrados, uno muy mutilado y las armas de Lazarraga ��guila cebada sobre un ciervo�; recuerdan estas figuras her�ldicas la victoria de los �aguillos� sobre los �cervunos�, bander�as de O�ate, lugar de procedencia de los Lazarragas afines a la parcialidad gambo�na contra los �cervunos� o�acinos. En el camino que sale hacia Mend�jur, bajo la ermita de San Adri�n, el puente que cruza el r�o Am�zaga, cerca de la fuente de Txaroste, es posterior al de Zubiz�bal. Fue construido por la villa y figuraba entre los mantenidos por la Provincia, seg�n el plan aprobado en las Juntas Generales de 26 de abril de 1754, con una asignaci�n anual de treinta reales; en 1797 se describ�a como �una construcci�n de dos arcos�, situada en el �camino de Galarreta y Vitoria�. Tambi�n median varios a�os de distancia entre la cruz de los Lazarragas, situada en la salida de Zalduondo por �Calzadausi� y la que, en las proximidades de Errotalde y Txaroste se�ala la salida del camino, actual carretera, hacia Galarreta, por el t�rmino llamado �Galarretasasi �. Es esta �ltima una cruz de camino erigida al finalizar el siglo XVI por los Iriartes, apellido que se lee en una inscripci�n de la misma cruz con otra que se�ala la fecha de su erecci�n: el a�o �1596�; los Iriartes de Zalduondo eran hidalgos de nobleza reconocida de los que proced�a Don Francisco de Iriarte, Caballero de Alc�ntara en 1654 y Secretario de Felipe IV en su Consejo de Hacienda. La cruz de �Galarretasasi� es m�s sencilla que la de Lazarraga; tiene por pie una columna toscana y sus brazos, de piedra, carecen de ornamentaci�n. Santiago peregrino en el retablo de la iglesia de Zalduondo, erigido a partir de 1623. A la floreciente actividad constructiva de los siglos XV y XVI, hab�a sucedido en esos momentos, en los templos alaveses, la erecci�n 1 de grandes retablos del bajo renacimiento y el primer barroco. As� es Zalduondo en su trazado y as� son las entradas y salidas de los caminos que se cruzan y configuran sus principales calles y barrios. Hoy tiene Zalduondo ciento veinti�n habitantes. En el centro de esta encrucijada se encuentran, la iglesia de San Saturnino de Tolosa y el palacio de Lazarraga. El templo parroquial de San Saturnino sustituy� a otro medieval del que no queda rastro. Su f�brica, coro, sacrist�a, torre y retablos datan de los siglos XVI, XVII y,XVIII. La advocaci�n de la iglesia �San Saturnino de Tolosa�, es un exponente de la apertura de Zalduondo a los caminos de Europa. Los peregrinos que hab�an llegado a Bayona por un ramal de la �V�a Tolosana�, encontraban en Zalduondo la parroquia que, en su t�tulo, les recordaba a San Sern�n y el grandioso templo del santo que hab�an visitado en Tolosa. La iglesia de Zalduondo es un magn�fico edificio, con bella cubierta g�tica tard�a, comenzado en la primera mitad del siglo XVI y continuado a lo largo de todo el siglo; de la �ltima d�cada del mismo datan el coro, con majestuosos relieves romanistas con la Anunciaci�n, y la hermosa sacrist�a cubierta por b�vedas nervadas sostenidas por bellos apeos renacentistas. Son obras realizadas en los momentos de prosperidad y euforia constructiva en la �lava del siglo XVI, rica en templos con hermosas cubiertas del g�tico final y elementos decorativos renacientes como los relieves del coro y las m�nsulas de la sacrist�a de esta iglesia, seg�n tendremos ocasi�n de comprobar en otros pueblos del camino. El retablo es posterior, encuadrable en el primer barroco. Se ajust� en 1623 con dos Prisi�n de San Saturnino obispo de Tolosa, titular de la parroquia de Zalduondo. Relieve en su retablo mayor. El recuerdo del santo obispo acompa�aba a los peregrinos santiagueses que hab�an visitado en el camino su grandioso templo en la ciudad francesa de Toulouse. maestros vitorianos, el arquitecto Francisco de la Plaza y el escultor Pedro de Ayala. Late en su obra escult�rica el influjo de Gregorio Fern�ndez, acusado en las tallas y relieves de Ayala desde que Fern�ndez trabaj� para el actual convento vitoriano de San Antonio en 1618; por eso las figuras del retablo de Zalduondo son grandiosas, con vestiduras de pliegues acartonados y con la fuerza expresiva del barroco incipiente en sus gestos y actitudes. Destacan en el conjunto varias escenas de la vida de San Saturnino de Tolosa: las conversiones y bautismos conseguidos por el santo en su acci�n catequizadora en las Galias, su prisi�n, su martirio y su muerte amarrado a los cuernos de un toro y arrastrado en las gradas del Capitolio tolosano. El car�cter jacobeo de este templo queda manifiesto en el relieve de Santiago peregrino, una de las representaciones m�s bellas del santo en el barroco alav�s, colocada en el banco del retablo. La capilla g�tica-tard�a de los Lazarragas, abierta al lado izquierdo de la nave, conserva un retablo plateresco oculto tras del actual �de gusto neocl�sico�, y, al frente de la capilla, otro retablo tambi�n neocl�sico con un buen Calvario del siglo XVI. Esta capilla fue fundada entre los siglos XV y XVI por Do�a Mar�a Fern�ndez de Am�zaga y Lazarraga, cuyos escudos muestra el frontis del recinto. Los retablos laterales de la Virgen del Rosario y San Miguel, barrocos y bien dorados, datan de los a�os finales del siglo XVII. El siglo XVIII est� presente en la iglesia de Zalduondo en la construcci�n de su hermoso p�rtico, con dos arcos y cubierta abovedada; situado al Sur del templo, fue erigido en 1778 sobre la traza y la direcci�n de Nicol�s de Aramburu, arquitecto vitoriano al que habremos de referirnos varias veces a lo largo del camino. Al pie del cabezo en que se asienta la iglesia se encuentra el palacio de los Lazarraga- Lecea, bella construcci�n del siglo XVI llamada com�nmente la �Casa de los Gizones� por las dos figuras de guerreros que flanquean el escudo de la fachada principal del palacio. Se trata de una bella piedra armera del siglo XVI, desplegada entre dos columnas de fuste torso y capiteles corintios; lleva los blasones de Lazarraga ��guila atacando a un ciervo en un campo de mies�, y las armas de Lecea-Am�zaga ��rbol con dos lobos pasantes�. Corona el front�n que remata este escudo un �guila volante, recuerdo de la parentela banderiza de los �aguillos�, af�n a la parcialidad de los Guevaras, Condes de O�ate y se�ores jurisdiccionales de Zalduondo hasta el siglo pasado. La portada de este palacio queda enmarcada por dos pares de columnas j�nicas, de acuerdo con la arquitectura clasicista del bajo renacimiento. Al mismo estilo responde la solana adintelada con columnas acanaladas y zapatas de apeo bajo el entablamento; decoraban el interior de esta galer�a interesantes pinturas murales conservadas en el interior del edificio, tras de la reforma que lo ha convertido en exposici�n permanente de temas locales con curiosas piezas, en relaci�n algunas con el camino de Santiago. Tambi�n puede fecharse en el siglo XVI, ya en sus finales, la casa de labor edificada junto al palacio, amalgama constructiva de piedra, ladrillo y madera con columnas renacentistas al centro del porche y en la solana de su fachada. Aunque no quedan restos de la torre medieval que los Am�zaga-Lazarraga tuvieron junto al lugar llamado �Torralde�, cuenta Zalduondo con otros interesantes ejemplares de arquitectura dom�stica, aparte del palacio de Lazarraga ya descrito. En el barrio de Arb�n, junto al actual Ayuntamiento, puede verse una casa con arco de medio punto en su acceso, fechable en el siglo XVI. El siglo XVII ofrece una buena muestra arquitect�nica en Zalduondo: el palacio de Andoin-Luzuriaga situado en el paso al barrio de Errotalde y la fuente de �Txaroste�. Uno de los �ngulos muestra la fecha de su construcci�n �1683�; en su costado Sur se abre una elegante galer�a de tres arcos y lleva, en su fachada, un escudo barroco con las armas de los Andoin - t o r r e sobre ondas-, y los castillos, lis y brazo armado del apellido Luzuriaga. En los a�os finales del siglo XVII o acaso ya en el XVIII puede fecharse la casa con soportales de piedra, situada bajo la iglesia junto a la actual carretera a Alb�niz y Araya, noble ejemplar en la arquitectura dom�stica de la zona. La Casa-Ayuntamiento se reconstruy� en 1746; y seguramente en el mismo siglo XVIII el edificio del hospital, en la actualidad muy reformado. Se encuentra este hospital en el �Barrio de Arbinatea� en la entrada al centro de Zalduondo. No conserva resto alguno de la edificaci�n medieval aunque s� de la construcci�n del siglo XVIII: la puerta tapiada en parte, huellas de enrejados en los vanos, y otros elementos que la distinguen entre los edificios pr�ximos. Posiblemente esta casa-hospital se levant� en el siglo XVIII, a ra�z del pleito que el Concejo y vecinos de Zalduondo manten�an con el marqu�s de Aravaca y Tola, se�or del palacio Lazarraga-Lecea, sobre el patronato del hospital y tras de las denuncias sobre su estado de ruina. La fundaci�n del hospital de Zalduondo databa de siglos atr�s. Hab�a sido dotado en 1494 con una casa y quince heredades por Don Rodrigo Ochoa de Am�zaga, y por su mujer Do�a Mar�a de Lazarraga con cuatro fanegas de trigo cada a�o. El hospital recib�a legados testamentarios, �camas cumplidas�, ropas y otras mandas por parte de los vecinos de Zalduondo, registradas en la documentaci�n parroquial del siglo XVI. Las ermitas que, aparte de la de San Juli�n de Aistra, encontraban viajeros y peregrinos en los caminos de Zalduondo, han desaparecido o se encuentran muy transformadas. La de San Adri�n, actual capilla del cementerio, domina la salida del camino de Zalduondo a Vitoria por Mend�jur, el puente y la fuente de Txaroste. Restaurada a fondo en 1832, carece de inter�s art�stico, al igual que la efigie del titular, talla del siglo XVIII desfigurada por los repintes. La ermita, documentada ya en 1556, deb�a existir cuando menos, desde fines de la Edad Media. Su titular San Adri�n de Nicomedia y su esposa Santa Natalia eran santos muy venerados desde el alto medioevo, con culto destacado en los calendarios visig�ticos y en la C�rdoba moz�rabe, introducido muy posiblemente en el siglo VII junto con las devociones de otros santos m�rtires de Oriente; por ello figura San Adri�n como titular de numerosas ermitas en los primitivos caminos medievales. Queda tambi�n en pie, aunque muy reformada, la ermita de San Blas y Sania Lucia, situada a la entrada de Zalduondo en la actual carretera de Alb�niz y Araya. Como ya se ha expuesto, la toponimia del entorno recuerda la existencia de la ermita de San Blas en este camino desde tiempos antiguos. La de Santa Luc�a, sin embargo, no se encontraba aqu�; estaba en el camino de Egu�laz, cerca del puente llamado tambi�n �Santa Luc�a� y, al arruinarse su edificio, el culto a la santa pas� a la ermita de San Blas, donde lo documentamos ya en 1846. El edificio actual y el retablo de esta ermita son de escaso valor; no obstante la antigua ermita de San Blas desempe�� un importante papel en la historia y en la vida de Zalduondo. En el siglo XVI ten�a �capell�n y santero� y radicaba en ella la �Cofrad�a de traginer�a� que agrupaba a traficantes y mercaderes de Salvatierra, Irur�iz, Asp�rrena, San Mill�n y Barrundia; seg�n documentos de la primera mitad del siglo XVII, la cofrad�a ten�a derecho a reconocer y examinar las medidas de vino, aceite, pan, trigo y cebada en Logro�o, Viana, O�ate, Segura y otros mercados desde el Ebro hasta m�s all� de San Adri�n. Del puente de Santa Luc�a se dec�a en la declaraci�n de 1790 para incluir su conservaci�n en el �mapa� o �plan� de la Provincia, que cruzaban por �l los que iban �de Araya a la villa de Salvatierra� y que era una obra �de piedra sillar, bien construida y de bastante extensi�n�. La ermita de Santa Luc�a estaba tambi�n al cuidado de ermita�os que, con los t�tulos de �santero� o �fader�, atend�an al culto de la santa. Documentamos esta ermita ya en 1464, como lugar de juramento �ante Dios consagrado�, de los apeadores que se dispon�an a deslindar los l�mites entre Araya y Zalduondo. Su imagen, del barroco final ya con cierto aire neocl�sico, tiene retablo propio en la actual ermita de San Blas, donde se traslad� el culto a la santa; con la efigie de Santa Luc�a se veneran en su retablo las im�genes de San Roque y Santa Marina. Procede esta �ltima de la ermita de su nombre situada en la subida al caser�o de Perretano, al N. de Zalduondo y en la ladera de San Adri�n; seguramente de origen medieval, documentamos su existencia en 1556, en la meticulosa visita pastoral realizada por el Licenciado Mart�n Gil en tiempo del obispo de Calahorra Don Antonio de Haro. Santa Apolonia ten�a otra ermita situada en un lugar m�s intrincado; en los caminos de monte hacia O�ate y Urb�a; s�lo la conocemos por el hagiotop�nimo que recuerda el lugar donde se encontraba, al Norte de Zalduondo. ORDO�ANA. Por el puente de Zubiz�bal y el t�rmino �Calzadausi� los viajeros dejaban Zalduondo camino de Ordo�ana y Salvatierra. A la salida de Zalduondo el paisaje se ampl�a. La vista de tierras labrant�as y de pueblos como Galarreta, Luzuriaga y otros m�s lejanos, anuncian la apertura de horizontes de la Llanada Oriental de �lava. No obstante, en las proximidades de Ordo�ana, el camino discurre entre dos altos: el de San Mill�n a la derecha, y el de Santa Cruz a la izquierda. Estos nombres recuerdan la existencia de dos ermitas documentadas en 1556: la de Santa Cruz, objeto de mandas testamentarias de los vecinos de Ordo�ana como lugar de devoci�n en el lugar, ha desaparecido totalmente; la de San Mill�n se conserva a�n, bien restaurada y cuidada. El altozano en que se asienta esta ermita domina gran parte de la, ya abierta, Llanada Oriental. Edificada en el medioevo, su f�brica, muy reformada en los a�os finales del siglo XVII y los primeros del XVIII, conserva la b�veda de ca��n apuntado de su construcci�n primitiva. Preside su fachada un gran escudo barroco de Castilla y Le�n con las insignias del Tois�n y timbrado por corona real, hoy picada. Debajo, una inscripci�n dice: SOI DE LA JVN TA DE SN MILLAN La ermita fue sede, en efecto, de las reuniones de la Hermandad y Junta de San Mill�n, que comprend�a diecis�is pueblos; la Hermandad, llamada en principio Hermandad de Egu�laz, cambi� su t�tulo, seg�n tradici�n, acogi�ndose por devoci�n al patronato de San Mill�n, protector siglos atr�s de las gentes cristianas en la batalla de Simancas a la que asistieron muchos caballeros alaveses. Por eso preside el retablo barroco de la ermita una imagen del santo con h�bito monacal, armado con espada y de una vara con la que ataca a un drag�n y a un guerrero, abatidos a sus pies. Pasado un puente que lleva el significativo nombre de �Calzadaco�, se llega a Ordo�ana, localidad de s�lo cuarenta y seis habitantes en la actualidad. Las casas del pueblo siguen la l�nea del camino medieval de Zalduondo a Salvatierra. No quedan en �l restos del alto medioevo, a excepci�n de la devoci�n a San Mill�n, que acaso tuvo aqu� una ermita o templo anterior al protog�tico indicado, en reconocimiento de la protecci�n del santo a las tropas cristianas en 939. En el documento del �Voto de San Mill�n�, contra�do despu�s de la victoria de Simancas, figura Ordo�ana contribuyendo con una reja anual al monasterio, tributo de las aldeas de diez casas pagadoras. En 1156 entregaba los cuartos decimales de su iglesia al cabildo calagurritano, por donaci�n del obispo Don Rodrigo de Cascante, ratificada por el mismo prelado en 1179 y en 1200 por el obispo Don Juan Gonz�lez de Agoncillo. El apellido Ordo�ana se documenta, entre los Cofrades de Arriaga, en los a�os 1237 y 1262, en las personas de Don Mart�n P�rez de Herdo�ana y Sancho Mart�nez de Herdo�ana, hijo seguramente del anterior. Quedan huellas interesantes en Ordo�ana del medioevo pleno y tard�o, aparte de la documentaci�n indicada. Destacan la portada de su iglesia, obra del siglo XIII, con bandas de Al llegar a Ordo�ana, la ermita de San Mill�n destaca sobre el camino de San Adri�n y Zalduondo a Salvatierra. El escudo de su frontis la distingue como sede de la Hermandad y Junta de San Mill�n, santo titular de la ermita desde el medioevo. ajedrezado en sus arquivoltas, al estilo del C�ster, y numerosos fragmentos de jambas, arquivoltas, baquetones y restos de sencillos capiteles con motivos florales incisos, incrustados en la f�brica de la actual iglesia. Tampoco queda huella de la torre medieval del apellido Ordo�ana, uno de los m�s nobles de la Llanada Oriental de �lava; estuvo situada, seguramente, a la entrada del camino de Zalduondo, junto a una fuente y al lugar donde se encuentra la casa n�mero 13 de la fogueraci�n actual. Conserva �sta su puerta adintelada con el escudo de Ordo�ana en su frontis; se trata de una piedra armera barroca, enmarcada en buena siller�a con los blasones de los Ordo�anas: torre, dos lebreles a su puerta y los armi�os guevareses en orla, manifestando su adhesi�n a la parentela gambo�na de los Guevaras. Debajo dice: �SOY. DE. IVAN. RVIZ. DE. ORDO�ANA� En los siglos XVI y XVII se fechan las obras principales realizadas en la iglesia de Ordo�ana. Contaba entonces con dieciocho familias feligresas, y tres beneficiados al servicio de su iglesia en 1556, cuando comenzaban las obras del actual templo parroquial. Se trata de un edificio de dos grandes tramos, cubiertos por b�vedas nervadas de terceletes con ligamentos rectos formando una cruz, y con apeos decorados con bolas, muy del estilo de Ramiro de Oc�riz, activo constructor de iglesias en esta zona, durante el momento en que se erig�an en toda �lava grandes iglesias con b�vedas g�ticas tard�as, ampliando las rom�nicas o protog�ticas que, como en Ordo�ana, dejaron casi siempre su huella en portadas y en otros restos menores. Ya a comienzos del siglo XVII se constru�a en la misma parroquia la capilla de San Antonio fundada y dotada en 1615 por Don Pedro Ruiz de Ordo�ana. Se cubre por b�veda de terceletes, con ligamentos curvados delineando una hermosa roseta, y muestra las armas de Ordo�ana en la clave central, sobre el arco de acceso a la capilla y en el exterior de la misma. Destacan en ella la efigie orante del fundador y el peque�o retablo de San Antonio, obra realizada por Pedro de Ercilla, hijo del escultor salvaterrano Lope de Larrea, y terminada por �ste a la muerte de su hijo en 1616. Son interesantes en la parroquia de Ordo�ana el coro, con la bella tracer�a de piedra en su antepecho, obra de finales del siglo XVI o los primeros a�os del XVII y, sobre todo, su retablo mayor. Es �ste una interesante obra del primer barroco, a�n de corte cl�sico en su arquitectura y m�s avanzado en la obra escult�rica. Se contrat� en 1633 con Diego de Mayora, uno de los artistas seguidores de Gregorio Fern�ndez, cuyo influjo y cuyos modelos iconogr�ficos se palpan en la escultura del retablo, presidido por la talla de la Asunci�n de la Virgen, titular de la parroquia. La arquitectura del conjunto, obra de Miguel de Zozaya, muestra columnas cl�sicas acanaladas, frontones triangulares y sencillos marcos cobijando las tallas de San Pedro y San Pablo, San Juan y San Jos�, Santo Domingo y San Francisco, y el grupo del Calvario, modelos repetidos en el primer barroco alav�s, relacionados con el taller vallisoletano de Gregorio Fern�ndez. Desde Ordo�ana llevaba el camino directamente, al hospital de San L�zaro y la Magdalena a la entrada de Salvatierra, donde conflu�a con el que, desde Egu�laz y Mezqu�a, ven�an siguiendo los peregrinos y viajeros que hab�an bajado de San Adri�n por Araya, Iduya, Am�zaga y Egu�laz. La bajada del puerto de San Adri�n por Araya El camino de descenso a la Llanada por Araya, dejaba a la izquierda la altura del Aratz y el t�rmino llamado �El Nacedero�, una de las fuentes del r�o Araya, curso alto del llamado, al pasar a Navarra, Burunda o Araquil; por el pasillo de este r�o entraba en tierras alavesas la calzada romana de Burdeos a Astorga, seguida en muchos trayectos por el camino santiagu�s de San Adri�n al Ebro, a trav�s de �lava. Para Lacarra, este descenso por Araya y Egu�laz Araya, otro descenso de San Adri�n a Salvatierra. Al fondo, la mole de Aratz y, asomado a la izquierda, el castillo de Marutegui, vig�a de los caminos que ven�an desde Zalduondo y los que bajaban del monte y el puerto, dos ejes que configuran el trazado angular del n�cleo urbano de Araya. parece ser el m�s antiguo de los que bajaban de San Adri�n. Sin embargo, aparece menos citado en las fuentes que, a partir del medioevo tard�o, documentan las bajadas por Zalduondo y Galarreta. Junto al �Nacedero� se encontraron, dice Bar�ibar, tres �rulas romanas �al pie de una roca que se alza en vertical y desnuda sobre la l�mpida, fresca y copiosa fontana�; una de ellas estaba dedicada a las Ninfas, como deidades acu�ticas. Acaso para cristianizar �ste y otros cultos paganos se levant�, cerca de este lugar, una ermita dedicada a San Miguel, vencedor de las fuerzas infernales, situada en lo alto, frente al castillo llamado Marutegui, en cuya ladera existe a�n el caser�o del mismo nombre. En sus proximidades, el t�rmino llamado �Donejurgi� y el moj�n situado en el mismo, recuerda la existencia entre Zalduondo y Araya de la ermita de San Jorge, que perteneci� al despoblado de Aistra y estuvo dedicada a otro santo debelador de los poderes del mal, representados en el drag�n al que San Jorge hizo frente seg�n tradiciones devotas. M�s pr�xima a Araya, la ermita de San Martin dio su nombre al �Arroyo de San Mart�n� uno de los derrames meridionales de la sierra. El panorama de esta ladera del puerto y las huellas medievales que el lugar y la toponimia recuerdan, pueden contemplarse desde el caser�o llamado Garz�bal, de f�cil acceso desde Zalduondo y Araya; se encuentra en las proximidades de las �Campas de Garz�bal�, escenarios misteriosos de tradiciones y antiguas noticias. Cultos paganos, leyendas y viejas devociones de santos luchadores contra el poder del Maligno �San Miguel y San Jorge�, en las laderas de la sierra y en el descenso de San Adri�n a Araya. El castillo ele Marutegui o Morotegui es tal vez el llamado �castillo de Araxa� fundado, seg�n Fray Juan de Vitoria y otros autores, por el rey Garc�a I��guez de Navarra a comienzos de la reconquista �para defender la entrada de �lava la Llana�. Lazarraga, citado por Land�zuri, lo situaba �debajo de la sierra de Araz, a la parte meridional, media legua de la moxonera de Navarra en la entrada de Burunda por Eznate�, y lo consideraba como una de las cuatro fortalezas principales de la Llanada, una de las �quatro fuerzas� llamadas �quatro manos� en la defensa de �lava, junto con los castillos de San Adri�n, Z�itegui y Zaldiaran. Las ermitas de San Miguel y San Mart�n se encontraban a�n en pie en 1556, en el momento de la visita del Licenciado Mart�n Gil; la de San Jorge hab�a desaparecido ya en 1531, al efectuarse un apeo de los l�mites entre Araya y Zalduendo en el que se reconoc�a ya el moj�n de �Donejurgi�, �cerca del cementerio de una ermita llamada San Jorge, que hubo en dicho paraje, debajo del camino� a Araya. ARAYA. El trazado de esta poblaci�n responde en gran parte, al uso que, desde la Edad Media, hicieron sus habitantes de las aguas que bajan de la sierra, aprovechando la fuerza de su descenso en ferrer�as, fraguas y molinos, �ruedas�, �ace�as� y �ferrer�as� bien documentadas desde el bajo medioevo. Por eso un eje de la poblaci�n sigue la l�nea Nordeste-Suroeste marcada por el r�o Araya y las corrientes que confluyen en �l; por otra parte, Araya es un n�cleo bisagra, porque los barrios que se alinean en el curso de estas corrientes se encuentran, formando �ngulo, con otro eje de poblaci�n que de Oeste a Este entra desde el �Camino Viejo de Zalduondo�, cerca de la ermita llamada �Andra Mari�, y por las proximidades de la cruz levantada en los mismos caminos a Zalduondo. La iglesia, la plaza y el edificio del Ayuntamiento de Araya se encuentran en el punto de convergencia de ambos ejes urbanos. La ermita llamada Andra-Mari, situada a la entrada de Araya desde Zalduondo, es un edificio de maniposter�a, de planta rectangular, cabecera recta y nave barroca de tres tramos cubiertos por b�vedas de lunetos. Al exterior, en el muro Este, se encuentra un relieve con la cruz de Santiago; hay otra en la fachada de la ermita, sobre la puerta adintelada de acceso al edificio. Estas cruces recuerdan, muy posiblemente, el descenso por Araya de la ruta de peregrinaci�n jacobea que vamos a seguir. Corona la ermita una espada�a de un solo arco, front�n partido y cruz al remate. El retablo principal es barroco como todo el edificio. Entre dos columnas de capiteles corintios y fustes decorados con guirnaldas y pa�os colgantes se venera, en un camar�n arqueado, la imagen de la Virgen de la Asunci�n, talla barroca dotada de gran movimiento, obra del siglo XVIII avanzado, lo mismo que el retablo. A la izquierda del presbiterio se encuentra una pintura votiva de San Blas y San Roque, costeada por el Concejo de Araya, seg�n tradici�n en momentos de peste; a la derecha, otra pintura de San Ignacio y San Francisco, con marco parecido a la anterior, puede documentarse a mediados del siglo XVII. El retablo de San Miguel, fechable en el mismo siglo y situado en la nave del templo, recuerda seguramente la desaparecida ermita del santo situada en la ladera del monte dominando sus caminos. La ermita descrita se encuentra en el barrio llamado �Andra Mari� que, con el de Arb�n, se despliegan en el eje Oeste-Este del n�cleo urbano; los de Iturbero, Presalde y Elizondo, en el centro del mismo; los de Echarte, Goicoeche y Marmario en el mismo n�cleo central, aunque ya en direcci�n al eje Suroeste-Nordeste del �ngulo urban�stico; y los de Sagastuy, Ascazub�zar, Zumalde, Intuxi, Ech�varri y Salsamendi, siguiendo los cursos de las corrientes. Las laderas de San Adri�n y Aratz desde las campas de Garz�bal. Las ruinas del castillo de Marutegui, entre las ermitas desaparecidas de dos santos luchadores, San Miguel y San Jorge ��Donejurgi��, hablan de protecci�n y defensa de hombres y caminos en estas estribaciones boscosas. ricas en caudal y vitales por su aprovechamiento en la historia y en la econom�a de Araya. Continuando an�logos esquemas econ�micos, aunque con los adelantos m�s avanzados en la utilizaci�n de esta energ�a, contaba Araya a comienzos del siglo actual, con una pujante industria siderometal�rgica dotada de un poderoso sistema de m�quinas hidr�ulicas entonces mod�licas. Los puentes son tambi�n elementos claves en el trazado urbano de Araya. Todos se encuentran muy reformados y algunos son totalmente nuevos; llevan los nombres de Ascazub�zar, Zumalde, Ech�barri y Presalde. Este, llamado �Puente del Amo�, situado frente a la casa de Ajuria, sirve de acceso al centro de la poblaci�n desde el ramal de carretera que arranca de la Nacional-1 hasta llegar a Araya; aunque rehecho en su firme, conserva este puente, casi ocultos, parte de los dos arcos antiguos que lo sustentan. En la informaci�n fechada en 1790 para la inclusi�n de los principales puentes en un nuevo �mapa� o �plan general� de la Provincia, se contemplan dos en Araya: �el de piedra sillar a la salida del pueblo, por el que pasan al Reyno de Navarra�, seguramente el llamado hoy �Puente del Amo�, y el que sal�a hacia San Adri�n, �que ba �se dice� a la Provincia de Guip�zcoa, donde antes estaba el camino R1�; recordemos que en 1790 el camino hab�a sido desplazado ya hacia el valle de L�niz. Hoy viven en Araya mil ciento noventa y ocho habitantes. En ella y en su entorno se han instalado importantes industrias alimenticias; �stas y otras, como la maderera, la metal�rgica y las f�bricas de cemento y hormig�n, recuerdan la instalaci�n secular en Araya de molinos y ferrer�as, al igual que la explotaci�n de las canteras y de la riqueza maderera de sus laderas monta�osas, puntales de la econom�a en Araya desde el medioevo. La ermita llamada �Andra Mari�, en la entrada de Araya. Un sillar incrustado en su fachada, sobre la puerta, y otro en el exterior de la cabecera, muestran dos cruces de Santiago en la ruta jacobea de San Adri�n. Recorriendo las calles y sus principales edificios, sale a nuestro encuentro la historia de Araya. La �poca romana se encuentra presente en ella. El hallazgo en el �Nacedero� de las �rulas estudiadas por Bar�ibar y los fragmentos de cuatro l�pidas romanas, tres con inscripciones y adornos diversos y una anep�grafa, incrustadas en el �bside del templo parroquial, se�alan la huella romana en esta zona, pr�xima a la entrada en la actual �lava de la calzada de Burdeos a Astorga. El castillo de Marutegui o Morotegui, con gruesas paredes ruinosas de varios metros de altura y fuertes muros de contenci�n en su base, defend�a los caminos de San Adri�n y la entrada de la calzada romana de Burdeos a Astorga, seguramente una de las primeras rutas jacobeas por �lava en el alto medioevo; se trata acaso, como hemos dicho, del fuerte castillo de Araxa o Araxes del que hablan las cr�nicas. El documento de la Reja de San Mill�n registra entre los siglos XI y XII la existencia de tres aldeas en esta zona: �Hamamio�, �Arhaia� y �Haiztara� cada una con diez casas tributarias al monasterio. Aistra, a la que hemos hecho referencia en Zalduondo, y Amamio, una aldea de ladera entre Araya y Alb�niz, se despoblaron en el reajuste demogr�fico del bajo medioevo; las dos figuran a�n en la carta del Obispo Aznar en 1257 y aparecen como aldeas deshabitadas, con sus parroquias convertidas en ermitas, en la visita pastoral de 1556. Dentro de la antig�edad de la actual ermita de San Juan de Amamio, parroquia de la aldea del mismo nombre, no podemos llevar sus restos m�s all� del siglo XII, a diferencia de los prerrom�nicos conservados en Aistra. Situada en t�rminos de Araya y Alb�niz. conserva un hermoso ventanal rom�nico en su cabecera recta, con un �guila con las alas abiertas y un animal monstruoso de una sola cabeza, fiera y grotesca, y doble cuerpo de le�n; conserva tambi�n varios canes, algunos con car�tulas humanas y testas de animales. En el interior quedan parte de la b�veda de ca��n apuntado de su cubierta y los apeos del arco triunfal, en apariencia doblado, con acantos estilizados y torturantes figuras humanas en sus capiteles. Esta ermita, que no fue ampliada como casi todas las actuales parroquias rurales, es un exponente de lo que debieron ser las iglesias de las aldeas alavesas del siglo XII, pobladas en su mayor�a por diez familias o poco m�s a juzgar por el tributo que aportaban al monasterio de San Mill�n. Nada queda, en cambio, de la parroquia de San Pedro de Araya �rom�nica o protog�tica�, sustituida por la actual. Respecto a su advocaci�n, recordemos que C. Garc�a Rodr�guez, en su estudio sobre el culto a los santos y titulares de iglesias en las �pocas tardorromana y visigoda, sostiene que el de los Ap�stoles Pedro y Pablo �depende totalmente de Roma�, �con un car�cter marcadamente romano�, mientras los de otros Ap�stoles llegan de Oriente. El P. Garc�a Villada se�ala, por otra parte, la importancia de las v�as romanas en la penetraci�n del cristianismo en la Pen�nsula; y, por lo que respecta a �lava, no deja de ser una realidad significativa, considerando ambas tesis, que en una l�nea de poco m�s de treinta kil�metros, a los flancos de la calzada de Burdeos a Astorga desde Huarte Araquil a la actual Vitoria, se encuentren dedicadas a San Pedro las parroquias de Araya, Egu�laz, Elburgo y Elorriaga, aparte de las iglesias de las aldeas despobladas de Lecea en Il�rduya, Quilchano y Petr�quiz, todas en el camino mismo o a sus flancos, como tendremos ocasi�n de comprobar. Es curioso tambi�n el hecho de que en el paso de la calzada por Arganz�n, la parroquia de la aldea despoblada de Lupierro, a la entrada de las Conchas, tuviese a San Pedro por titular al igual que la pr�xima de Villanueva de la Oca, situada en la ladera del camino alto por el que la calzada salvaba el paso evitando la hoz del Zadorra. Si el arte rom�nico s�lo ha dejado un resto en las proximidades de Araya, el medioevo tard�o acusa una fuerte presencia en este lugar. Su iglesia parroquial de San Pedro es una buena muestra del �ltimo g�tico alav�s, con su portada de trasd�s conopial y su b�veda de crucer�a de nervios convergentes en la cabecera, en diagonal en dos tramos, y de terceletes en el de los pies del templo. Puede fecharse entre los a�os finales del siglo XV y los comienzos del XVI, en tiempo de la recuperaci�n demogr�fica y econ�mica registrada en �lava a partir de mediados de aqu�l, momento de ampliaci�n o reconstrucci�n de las parroquias rom�nicas o protog�ticas con obras del �ltimo g�tico en b�vedas y portadas. En 1556, probablemente poco despu�s de la terminaci�n de su iglesia, Araya hab�a alcanzado los cuarenta vecinos cuadruplicando su poblaci�n de los siglos XI y XII. Los cuatro siglos de historia que median entre el siglo XVI y el momento actual han dejado tambi�n huella en Araya. El bajo renacimiento en su fase de clasicismo purista, est� presente en las dos capillas de la cabecera del templo parroquial. La de la izquierda muestra los dos lobos de los Leceas, pasantes delante y detr�s del tronco de un �rbol, en el escudo que corona el front�n partido de la portada j�nica de la capilla; cnserva �sta en su interior un hermoso retablo, dedicado a la Virgen del Carmen, titular de la capilla, y atribuible a Lope de Larrea. Es una obra del bajo renacimiento romanista, que lleva al centro la escena de la entrega del escapulario a San Sim�n Stock, ante la presencia de los profetas Elias y Eliseo y de dos santos carmelitas, entre los que se encuentra San Angelo mostrando la palma de su martirio. Esta capilla estaba vinculada ya en 1607 al patronato de los Leceas, cuyas casas, con escudos del siglo XVI, con la misma her�ldica que los del arco de la capilla, se conservan en la llamada �Calle de la Plaza�, cerca de la salida de Araya a Iduya, Am�zaga y Egu�laz, camino que bajando desde San Adri�n, conflu�a con la calzada romana de Burdeos a Astorga ya fuera de Egu�laz. Araya vivi� otros momentos de holgura y bienestar a partir del siglo XVIII, cuando contaba �con cinco o seis molinos qe. en tiempo de verano surten de harina, se dec�a entonces, a los lugares de casi cuatro leguas de distancia�, y con las ferrer�as y fraguas que aprovechaban las corrientes de los r�os y la �vena de hierro� existente en el lugar, seg�n datos recogidos en 1765 y conservados en los manuscritos del ge�grafo Tom�s L�pez. Poco antes, en 1740, se erig�a la torre barroca de la iglesia, bajo la traza del famoso arquitecto guipuzcoano Miguel de Salezan, y en 1790 se constru�a el retablo mayor de la parroquia. Puede contarse este retablo entre las obras m�s significativas del neocl�sico alav�s, con seis elegantes columnas cl�sicas, hermoso cascar�n con las figuras de Cristo Crucificado y el Padre Eterno en lo alto, y pinturas en el basamento con la Anunciaci�n y los Desposorios de la Virgen. La arquitectura es obra del maestro Gregorio de Dombrasas y las esculturas lo son de Mauricio de Valdivielso, el Santero de Payueta, cuyo estilo inconfundible aparece en las tallas de San Pedro, el titular de la parroquia, y las de la Virgen y San Jos� colocadas en las calles laterales del retablo. Y porque no falte en Araya la presencia de un tercer artista destacado en el neocl�sico alav�s, junto al arquitecto Dombrasas y al escultor Valdivielso, aparece en esta parroquia la obra del pintor Jos� de Torre. Torre es autor, a juzgar por la factura de las pinturas y el tratamiento de los temas, de la decoraci�n mural que ornamenta el presbiterio de la parroquia con la entrega de las llaves a San Pedro, su liberaci�n de la c�rcel, y el rompimiento de gloria del arco del cascar�n. Salida del camino de Araya hacia Iduya, Am�zaga y Egu�laz, punto �ste de confluencia de la ruta medieval de San Adri�n y la calzada romana de Burdeos a Astorga que, unidas en Egu�laz, llegaban a Mezquia y Salvatierra. Del siglo XVIII, tan fecundo en el arte de Araya, data tambi�n la casa del Ayuntamiento, con elegante fachada, gran escudo real barroco y una inscripci�n que denota el primitivo origen del edificio: �CASA DE LOS CABALLEROS HYXOS DALGOS DE LA NOBLE HERMANDAD DE AXPARRENA� A�O DE 1771 IDUYA. El camino m�s directo desde San Adri�n a Salvatierra por Araya, sal�a del centro urbano por las proximidades de las casas blasonadas de los Leceas y se dirig�a a Iduya, barrio despoblado desde antiguo con su iglesia, hoy desaparecida, dedicada a �Nuestra Se�ora de Iguya� o �Nuestra Se�ora de Igua� advocaci�n del templo de Iduya, ya ermita en 1672, seg�n la documentaci�n parroquial de Araya. En el proceso de industrializaci�n que transform� a Araya en los a�os finales del siglo pasado, se instal� en Iduya un importante n�cleo metal�rgico, hoy abandonado. Desde Iduya el camino llegaba a Am�zaga, aldea poblada por s�lo doce habitantes. En AMEZAGA el camino cruzaba el riachuelo llamado tambi�n Am�zaga, una de las fuentes que, unida a las que bajan de Araya, forman el r�o Burunda o Araquil. En 1790 se informaba a la Provincia que el �puente nuevo� de Am�zaga, hecho durante el a�o, estaba situado en el camino �por donde se va a Salvatierra� y era una construcci�n �de buena f�brica permanente�. En otro informe de septiembre de 1797 se expon�a que �su coste ascendi� a m�s de seiscientos ducados�, y que para su conservaci�n se empleaban �en su relleno y en el del camino que ba a Egu�laz a encontrarse con el camino de Navarra, labores concejiles con yugadas y braceros en el distrito de un quarto de legua�. Quedan huellas de este puente junto al nuevo de la carretera de Egu�laz; de �l procede el gran sillar colocado en la entrada del pueblo con la fecha de su erecci�n, 1789. En el alto medioevo Am�zaga era una aldea ganadera; por ello pagaba anualmente al monasterio de San Mill�n un �andosko�, o carnero de dos a�os, junto con Egu�laz, San Rom�n, Urabain y Alb�niz, en lugar de la reja de hierro abonada por las aldeas agr�colas lim�trofes. Del medioevo pleno queda en Am�zaga una obra de calidad: la imagen de la Virgen con el Ni�o, �Andra Mari� del siglo XIV, conservada hoy en la parroquia. Procede de la ermita de la Trinidad situada al Sur del pueblo, seguramente en el llamado �Alto de la Efmita� que, en las proximidades del lugar, domina el camino de Egu�laz, punto de encuentro de la ruta de San Adri�n con la calzada romana de Burdeos a Astorga. Desconocemos c�mo ser�a la parroquia medieval de Am�zaga, de la que s�lo sabemos que ten�a un �entierro preeminente� en el presbiterio, propiedad de los Leceas de Am�zaga, familia de gran solera en el lugar. El templo medieval fue reconstruido en el siglo XVI, al igual que otras muchas iglesias de �lava. Entonces se �edific� nuevamente la iglesia� de San Juan con una �capilla, entierro, escudos y tarjetas de sus armas� propiedad de los Leceas y dedicada a la �Visitaci�n de Santa Isabel�. La etapa constructiva del renacimiento y el primer barroco erig�a en las nuevas parroquias capillas se�oriales, patronato y enterramiento de las familias hidalgas que en los templos medievales ten�an s�lo sepulturas principales en los lugares destacados de los templos; esa es la raz�n de las capillas que hemos encontrado en Zalduondo, Ordo�ana y Araya, y de las que continuaremos describiendo en otras localidades del recorrido. Data tambi�n del momento de la erecci�n del segundo templo de Am�zaga la construcci�n de su sacrist�a, con La �Andra Mari� de la desaparecida ermita de la Trinidad de Am�zaga, en la ruta medieval de San Adri�n a Egu�laz, y las numerosas l�pidas romanas aprovechadas en el siglo XVI en los muros de la iglesia de San Rom�n, junto a la calzada de la Burunda, se�alan la aproximaci�n de ambas rutas a la encrucijada de Egu�laz. dos tramos de b�veda nervada en diagonal, adosada al sur de la iglesia en el siglo XVI, cuando habitaban en el pueblo s�lo siete vecinos. La actual parroquia de San Juan Bautista ha sido reconstruida en 1940. El camino de Araya a Egu�laz, pasando por Am�zaga, puede recorrerse a pie. Llegaba, a la salida de Egu�laz hacia Mezqu�a y Salvatierra, justamente a la encrucijada misma donde se encontraban este camino que, por Araya, hab�a bajado desde el puerto de San Adri�n, y la calzada romana, tramo de la de Burdeos a Astorga, que ven�a por terrenos de Alb�niz y, pasando a escasa distancia de la iglesia de San Rom�n, entraba en Egu�laz y, tambi�n por Mezqu�a y Salvatierra, llegaba a �Salvatierrabide� cerca de la actual Vitoria. El paso del camino romano por Egu�laz viene se�alado por el top�nimo �Calzadacosoroa�, documentado en un apeo de 1759; el dolmen de Aitzkomendi en t�rmino de la misma Egu�laz, uno de los m�s importantes del Pa�s Vasco, comprueba la importancia de estas encrucijadas ya en tiempos prehist�ricos. LA ENCRUCIJADA DE EGU�LAZ, encuentro del camino de San Adri�n con la calzada romana, se halla exactamente en el paso a nivel que cruza el ferrocarril Madrid-Ir�n, punto del que part�an juntos el camino medieval y la calzada romana, hacia Mezqu�a y Salvatierra. En las proximidades del cruce, cerca del camino de Am�zaga se localiza el t�rmino �San Miguel� en una peque�a eminencia al Noroeste de Egu�laz; en ella existi� una ermita medieval dedicada al Arc�ngel, documentada a partir de 1521 y de la que hoy no queda huella. En la encrucijada de Egu�laz se insertaba, como venimos indicando, el camino de San Adri�n en la calzada romana que, remontando el curso del r�o Araquil, hab�a entrado en la actual �lava desde la localidad navarra de Ciordia, seg�n pudo comprobar, se�alando incluso �siempre con alg�n vestigio� del camino, el investigador alav�s Lorenzo del Prestamero a fines del siglo XVIII. El acceso de la calzada a la Llanada de �lava se encontraba en las proximidades de Eguino, donde persiste a�n hoy el t�rmino llamado �Esnate� a la izquierda del ferrocarril de Madrid a Ir�n. �Eznate� figura como l�mite de �lava en la concordia de Alfonso X con los Cofrades de �lava datada en 1258, porque esta �puerta�, �Eznate�, ven�a utiliz�ndose desde la prehistoria como entrada a las tierras alavesas. Eguino exist�a ya en 1062 cuando un noble solariego del lugar, Don Sancho N��ez de Eguino, testificaba con otros alaveses ��ex militibus Alavensis�, dice el documento�, en la donaci�n a Irache del monasterio de Santa Engracia, situado en t�rminos de San Rom�n de San Mill�n; acaso en este colectivo de nobles �alaveses� podr�a rastrearse, al igual que en otros documentos coet�neos, un precedente de la Cofrad�a de �lava. Cuatro a�os m�s tarde, en 1066, un caballero navarro, Don Gideri Gideriz de Eulate, donaba a Irache heredades en �Eguinoa� junto con el monasterio de Yazarreta, pr�ximo a Urabayen, la actual Urabain; en Urabain pueblo de ladera sobre la calzada, se encuentran fragmentos de l�pidas romanas insertos en los muros de su actual iglesia. Siguiendo desde Eguino la margen izquierda del r�o Araya y las laderas de la sierra de Altzania, se llega al lugar donde, en el alto medioevo exist�a la aldea de Arzanegui, hoy despoblada. De ella queda la actual ermita de Nuestra Se�ora de Arzanegui, que conserva restos de tres l�pidas romanas visibles en el exterior de sus muros, y la �Andra Mari� titular de la ermita, hermosa talla de comienzos del siglo XIV. El camino romano continuaba, por t�rminos de Il�rduya y Alb�niz, hasta San Rom�n de San Mill�n y Egu�laz. La existencia de numerosos restos romanos en la zona �hemos mencionado los de Araya, Arzanegui y Urabain y citaremos varios m�s en el camino�, dan pie para ubicar aqu� la mansi�n de �Alba�, situada en la calzada de Burdeos a Astorga entre las de Araceli en Navarra y Tullonio en �lava. Seg�n Prestamero, Alba pudo encontrarse en Alb�niz, en las proximidades de San Rom�n de San Mill�n. Alb�niz conservaba una l�pida romana en la desaparecida ermita de Nuestra Se�ora; y en la construcci�n de la iglesia de San Rom�n, obra del siglo XVI, se utilizaron numerosas piedras romanas. Algunas quedan a la vista en el exterior del templo: ocho, algunas con bella ornamentaci�n, muestran inscripciones recogidas y transcritas por J.C. Elorza; otras s�lo tienen letras sueltas, y algunas son anep�grafas, como la bella roseta del interior del campanario o la que, con restos de decoraci�n aunque sin inscripci�n alguna, puede verse en el interior de la iglesia. En Ibarguren, a la vista de San Rom�n, se encontr� una l�pida funeraria aprovechada en un esquinal del p�rtico de la iglesia, y en Egu�laz otras dos hoy desaparecidas. Si Alba se encontraba en el entorno de Alb�niz y San Rom�n, en las proximidades de estos lugares tuvo lugar un hecho que S�nchez Albornoz y Lacarra comentan y estudian. En la Alta Edad Media, cuando el camino romano era ruta importante en las comunicaciones medievales alvesas, llegaron por esta zona las tropas musulmanas hasta Alba, acaso desde las m�rgenes del Ebro a trav�s de la Monta�a Alavesa y de los puertos de los Montes de Vitoria. Se apoyan S�nchez Albornoz y Lacarra en el �Memoriale Sanctorum� de San Eulogio, que relata la cautividad de un joven llamado Sancho en la localidad de �Alba� ��Albensi oppido Galliae Comatae��; Sancho morir�a martirizado en C�rdoba. Suponen ambos historiadores que el joven ser�a capturado en su lugar natal, Alba, por lo que creen posible que los confines de la �Galia Comata� pudieran llegar hasta las zonas de entrada de la calzada de Burdeos a Astorga. Pasando a la documentaci�n altomedieval, el lugar de Alb�niz aparece ya con este nombre en documentos del siglo XI, en los que hallamos a dos �s�niores� solariegos del lugar, Jimeno y Fort�n Gonz�lez de Alb�niz, en dos diplomas de Irache y San Mill�n fechados en 1062 y en 1076. En San Rom�n de San Mill�n hab�a en 1062, aparte de la parroquia cuya advocaci�n dio el nombre al pueblo, un peque�o monasterio ��monasteriolum� en lat�n�, dedicado a Santa Engracia y donado a Irache en aquel a�o por el abad Zorraquino, quien lo hab�a comprado a Garc�a Garceiz de Gauna por un caballo valorado en quinientos sueldos. Entre otros nobles alaveses del entorno �Eguino, Alb�niz y Oc�riz�, confirmaba la donaci�n un se�or del lugar �Fort�n S�nchez de San Rom�n�. Las aldeas situadas a los flancos de la calzada, desde Eguino a Egu�laz eran fundamentalmente ganaderas; por ello en los siglos XI y XII aportaban �andoskos� �carneros de dos a�os como ya se ha dicho�, como tributo en el Voto de San Mill�n. Pagaban un andosko cada a�o entre las aldeas de Eguino, Arzanegui, Il�rduya, Ibarguren y Andoin, y otro andosko entre Am�zaga, Alb�niz, Urabain, San Rom�n y Egu�laz. A partir de Egu�laz las aldeas citadas en el documento del voto, entregaban al monasterio rejas de hierro, una por cada diez casas, al igual que otros pueblos alaveses situados en zonas labrant�as. Esta diferencia se acusa en el panorama que se ofrece a partir de la confluencia del camino romano y alto medieval con el que bajaba del puerto de San Adri�n. Desde Egu�laz el pasillo que discurre entre las laderas de Andoin, Ibarguren, Urabain y San Rom�n y bajo las pe�as de Eguino e Il�rduya, se abre en una amplia cuenca de tierras de labor. Se trata de una zona de la Llanada Oriental que, desde Salvatierra, Ordo�ana y Zalduondo, se ensancha en tres digitaciones con otros tantos caminos hasta el centro de la Llanada: el camino de Zalduondo-Barrundia, el del curso alto del Zadorra por Zuazo a Guevara y Maturana, y el de Salvatierra a Vitoria por Alegr�a (*). Vista la importancia de la encrucijada de EGU�LAZ, pasemos a observar el trazado urbano del pueblo. Se estructura �ste a lo largo de dos ejes paralelos casi: uno marcado por el camino viejo que desde San Rom�n entraba por las proximidades de la iglesia, el mismo que venimos describiendo siguiendo de cerca la ruta romana y altomedieval, y otro, el vial trazado a lo largo de la carretera �la actual Nacional-1�, con las viviendas y edificios enfilados a lo largo de la misma. En esta l�nea, que releg� a un segundo plano la primera calle-camino, se conserva a�n el edificio de la antigua venta, que tuvo una herrer�a contigua, habitaciones para arrieros y transe�ntes y conserva restos de su porche, hoy tapiado. (*) Algunos de los pueblos citados en el tramo del camino romano y altomedieval de la Burunda a Egu�laz, conservan destacables restos art�sticos. Puede visitarse la iglesia de San Miguel de Il�rduya, con portada barroca erigida en 1750, retablo mayor del siglo XVII, buena sacrist�a del XVI y curiosa pila bautismal g�tica, con su taza decorada con construcciones, plantas, animales en lucha y figuras humanas, todo de un acusado tono ingenuo y arcaizante. El actual templo parroquial de Alb�niz, dedicado a San Juan Bautista, se construy� en los a�os finales del siglo XV o a comienzos del XVI ampliando otro rom�nico, como tantas otras iglesias alavesas. Tiene un hermoso retablo mayor plateresco, en el que, seg�n indicios documentales, trabaj� el artista Pierres Picart, famoso escultor del renacimiento; por la finura de los grutescos que lo decoran, por el br�o de las figuras, la pasi�n de algunos rostros, el patetismo de los gestos y las actitudes de muchos de los personajes que forman las escenas de sus calles, este retablo puede contarse entre los El dolmen de Aitzkomendi. Al fondo Egu�laz y, en lejan�a, la entrada desde la Burunda, paso de la calzada romana de Burdeos a Astorga. Rutas milenarias en los caminos jacobeos. La iglesia parroquial de Egu�laz, con San Pedro por titular, se encuentra en el punto de conjunci�n de estos dos ejes que configuran el trazado del pueblo. Cuenta Egu�laz con cuarenta y dos habitantes en el �ltimo nomencl�tor foral. En el alto medioevo encabezaba y nominaba Egu�laz una de las demarcaciones geogr�ficas en que el documento de la Reja de San Mill�n divid�a la actual �lava. �Heguiraz� abarcaba ejemplares m�s bellos del renacimiento expresivista conservados en �lava. El campanario barroco de Alb�niz, construido a fines del siglo XVIII, aporta al paisaje la esbeltez de su f�brica y el airoso movimiento de las numerosas acr�teras, pir�mides y pin�culos que decoran su remate. La iglesia de San Rom�n merece especial atenci�n por la profusi�n de l�pidas romanas empleadas en su construcci�n, visibles en los muros exteriores del edificio. Destacan tambi�n la portada del templo, construida en el siglo XIII, con arco apuntado y trasd�s de flores cuadrifoliadas, y la hermosa f�brica del edificio, con b�vedas nervadas del �ltimo g�tico, ampliaci�n en el siglo XVI de otra iglesia medieval de la que s�lo queda la puerta de acceso. La pila bautismal, cubierta de bandas con rica decoraci�n geom�trica, es uno de los m�s bellos ejemplares medievales conservados en �lava. entonces, en los siglos XI y XII, un total de diecis�is aldeas con ciento cuarenta casas pagadoras que aportaban al monasterio anualmente catorce rejas de hierro. �Heguiraz�, en cambio, como pueblo, aparece en la zona de los �Alfozes� con otras trece aldeas ganaderas que entregaban carneros al monasterio en cumplimiento del �Voto de San Mill�n�. El hecho de que Egu�leor figure entre los diecis�is pueblos de la circunscripci�n de �Heguiraz� podr�a explicar el contexto del documento de donaci�n que la noble Do�a Goto otorgaba a favor del monasterio de San Mill�n en 1076, al que entregaba, �la mitad de la villa de Eguileor en Eguilaz� m�s la mitad de tres iglesias de esta villa junto a otras tierras y heredades. Aparte de estos datos documentales no queda en Egu�laz resto material alguno del alto medioevo. A partir de la segunda mitad del siglo XII figura Egu�laz en numerosos documentos, como centro importante en la organizaci�n eclesi�stica de �lava. En 1156 Don Rodrigo de Cascante, el obispo bajo cuyos auspicios se erigi� la bas�lica de Armentia, ced�a los cuartos decimales de varias iglesias de �lava al cabildo catedralicio de Calahorra, entre ellos los de Egu�laz y Berececa, donaci�n que ratificaba en 1179, y en 1200 confirmaba el obispo Juan Gonz�lez de Agoncillo. Berececa es un despoblado situado al Sureste de Egu�laz, hoy en t�rminos comunes de Egu�laz, San Rom�n y Vicu�a; se documenta como �propio, privativo y dezmero� de Egu�laz, aunque comunal en el aprovechamiento de sus t�rminos por las tres aldeas citadas. Berececa fue una de las muchas aldeas despobladas en la baja Edad Media alavesa mientras crec�an otros pueblos mayores, abiertos a los caminos o situados en tierras m�s productivas, como Egu�laz, San Rom�n, Vicu�a, Munain y Oc�riz, entre otros. La misma zona Sureste de Egu�laz registra tres hagiotop�nimos: �Do�acua� �o Santiagosituado en un alto; �Andra Mari�, en la misma direcci�n aunque en lugar m�s elevado que �Do�acua�; y, por bajo de Berececa, el t�rmino llamado �San Juan�. Estos top�nimos recuerdan tres ermitas medievales existentes en las laderas septentrionales del pico de San Rom�n. Acaso el llamado �Andra Mari� recuerda la ermita de �Nuestra Se�ora del Monte� �sita En las proximidades de rutas prehist�ricas y del camino romano, a su paso por estos campos entre Alb�niz y San Rom�n, debi� encontrarse, junto a la calzada, la mansi�n de Alba, hito se�alado en los itinerarios romanos. Santiago peregrino en el retablo mayor de Egu�laz, talla del siglo XVIII. Ya en 1222 se documenta en Egu�laz un monasterio patrimonial dedicado a Santiago, recordado por la toponimia en el t�rmino llamado �Do�acua� ��Done Iacue��, Santiago en lengua vascongada. en lo alto de la sierra�, seg�n los libros parroquiales de San Rom�n; la de San Juan fue posiblemente la parroquia de Berececa; la de Santiago se documenta en 1222, fecha en que el noble Garc�a Garceiz de Gauna donaba a Irache, a la hora de su muerte, el �monasterio� o iglesia patrimonial de Santiago de Egu�laz, un peque�o templo monasterial de patronato y propiedad de seglares como tantas otras del Pa�s. Su nombre medieval, �Do�acua�, deriva del idioma vascongado. En la primera gu�a de peregrinaci�n a Santiago, en las primeras d�cadas del siglo XII, Aymeric Picaud se�alaba que los vascos llamaban a Santiago �jaona domne iacue�; de las dos �ltimas palabras procede as� el hagiotop�nimo �Do�acua� repetido en otros lugares de los caminos santiagueses del Pa�s. Antes de esta fecha exist�a ya el apellido topon�mico de Egu�laz. Lo llevaba Jimeno de Egu�laz que en 1203 actuaba como testigo de la donaci�n a Irache de una parte del �monasterio � de Santa Mar�a de Elizmendi, seguramente la ermita de Nuestra Se�ora de Elizmendi de Contrasta, uno de los templos m�s primitivos del rom�nico alav�s. En 1257 era Egu�laz cabeza de uno de los arciprestazgos del arcedianato de �lava, y como tal figuraba en la carta el obispo Don Jer�nimo Aznar. Egu�laz dio tambi�n su t�tulo en el siglo XV a la �Hermandad de Egu�laz�, llamada m�s tarde �Hermandad de Egu�laz y Junta de San Mill�n�. En 1556 ten�a Egu�laz veinte vecinos y tres cl�rigos al servicio de su parroquia de San Pedro. Si contamos con datos documentales tan valiosos referentes a la importancia de Egu�laz en el medioevo no se conservan en cambio, en el pueblo ni en su iglesia, restos visibles de esta pujanza. Son patentes, sin embargo, las obras realizadas en el templo parroquial durante los a�os finales del siglo XVI y las primeras d�cadas del XVII. Su iglesia es un buen edificio de piedra de siller�a, reforzado por gruesos contrafuertes y construida por los canteros monta�eses Diego de San Pedro y Gonzalo de Seti�n. En 1635 estaban levantados ya los muros y los apeos bajo renacientes, preparados a�os atr�s para apoyar sus b�vedas; pero faltaba la cubierta de la iglesia que se encontraba �abierta y sin b�veda alguna�; entonces se compromet�a a concluir la obra un maestro local, Juan P�rez de Mezqu�a �arquitecto de canter�a� vecino de Munain. De aqu� los diferentes estilos de la construcci�n: sus muros y sus apeos, columnas y repisas bajo renacientes, se encontraban dispuestos para sostener una cubierta g�tica tard�a, al estilo de las que entonces se erig�an y encontramos en otros templos; pero la b�veda v�ida del crucero y las de lunetos que cubren la nave y los brazos de la cruz se encuadran ya en el primer barroco. Ambos momentos constructivos, bien conjuntados, confieren a esta obra la nobleza y elegancia que ofrece hoy a la vista de quienes la contemplan. Las pinturas de la Trinidad en la cabecera y los s�mbolos, anagramas y otros elementos decorativos de la cubierta y muros, son modernos. Del primer momento constructivo, seguramente de finales del siglo XVI, data la curiosa hornacina abierta al exterior del edificio en su costado Sur a nivel del suelo y en el muro que da al baptisterio; remata en venera de gallones rehundidos y en ella, seg�n el Diccionario de la Academia de la Historia de 1802, se instalaba la sede de los arciprestes de Egu�laz al tomar posesi�n de su cargo, costumbre que arrancaba, sin duda, de tiempos medievales, cuando el acto de posesi�n tendr�a lugar en la iglesia rom�nica o protog�tica, de la que no queda huella alguna. En el siglo XVIII se construy� el retablo mayor, ya barroco tard�o, con columnas decoradas con flores, espejuelos y pa�os colgantes, cobijando las im�genes de San Pedro, San Blas y San Prudencio en el segundo cuerpo y las de San Nicol�s y Santiago peregrino en el inferior. Los retablos laterales son del siglo XVII. La airosa espada�a, levantada sobre el p�rtico, a los pies del templo, es obra del siglo XVIII. Confluencia, en Egu�laz, del camino medieval de San Adri�n, Araya y Am�zaga, visible en primer t�rmino, y la calzada romana, llegada a este mismo lugar desde las proximidades de Alb�niz y San Rom�n. Unidos ambos, se dirig�an a Mezqu�a por el camino, borrado hoy, llamado �La Estrada�, sustituido por el nuevo que tuerce hacia la izquierda del cruce. Desde la encrucijada que se encuentra en el paso a nivel sobre el ferrocarril de Madrid a Ir�n, el camino romano, unido ya al medieval, conduc�a a Mezqu�a. Era el camino llamado �La Estrada� que, pasado el ferrocarril, segu�a hasta hace unas d�cadas entre campos de cultivo hasta llegar a una peque�a zona arbolada, cubierta de robles, tras de la cual se encontraba Mezqu�a. El camino de �La Estrada� ha quedado borrado por la concentraci�n parcelaria. Algunos vecinos de Egu�laz recuerdan, no obstante, haber visto en �l tramos empedrados y �una senda para peatones�, posiblemente restos de la calzada romana utilizada como camino medieval. Hoy se va a Mezqu�a por el que sale de la izquierda de la fotograf�a. MEZQU�A es un pueblo-calle con su eje principal trazado de Este a Oeste, desde la entrada del camino que llegaba de Egu�laz hasta la salida del pueblo, hacia el Norte de Salvatierra, por el llamado �Camino de Bi�riz�. A la entrada de Mezqu�a se encuentra la iglesia y, en medio del pueblo y su ancha calle-camino, la fuente abrevadero con un obelisco que lleva la fecha de su construcci�n, 1862. Enfrente, hacia la salida para Salvatierra, se encuentra una casa del siglo XVI, construida en buena siller�a, con hermoso porche apeado en dos pilastras de piedra, un ventanal con arco conopial en el dintel y vanos de antepecho moldurados. Se trata de un edificio noble que destaca entre las viviendas rurales del entorno. Sus propietarios han conservado el patronato y han tenido a su cuidado en la parroquia la capilla de San Juan, fundada en 1591 por Don Juan Ruiz de Mezqu�a. Viven en Mezqu�a veintisiete habitantes, seg�n los �ltimos datos publicados. En el alto medioevo ten�a Mezqu�a diez casas en el c�mputo de la Reja de San Mill�n, las mismas que la aldea de Paternina, hoy despoblada como muchas del entorno. Estaba situada en un altozano a la derecha del camino de Salvatierra llamado �Bi�riz�, camino que vadeando dos peque�os arroyos, llegaba al Norte de la aldea de Hagurain, menos poblada en los siglos XI y XII que Paternina y Mezqu�a, aunque un siglo m�s tarde constituir�a el primitivo y principal n�cleo poblador de la actual villa de Salvatierra (*). Estas dos aldeas, Mezqu�a y Paternina figuran en los documentos calagurritanos de los siglos XII y XIII, en las escrituras de cesi�n al cabildo catedralicio de Calahorra de una parte de los frutos de sus iglesias por parte de los obispos Rodrigo de Cascante y Juan Gonz�lez de Agoncillo, al igual que los de Egu�laz, Berececa y otras parroquias del entorno. Cuando los peregrinos medievales pasaban por Mezqu�a, procedentes de San Adri�n, encontraban en la aldea un templo rom�nico o protog�tico dedicado a Nuestra Se�ora. De �l se conserva la actual portada de la iglesia, con arco apuntado de seis arquivoltas de aristas vivas sin decorar, apeado en imposta tambi�n lisa; quedan, adem�s, otros restos de la construcci�n medieval: se trata de algunos sillares y piedras con baquetones labrados, insertos en la cabecera del templo actual, un estrecho vano cegado en la fachada meridional y varias hiladas de sillares en el mismo flanco. La obra de ta actual iglesia comenz� en la primera mitad del siglo XVI, momento de prosperidad de Mezqu�a y, en general, de la mayor parte de los pueblos de �lava. Pese a sus reducidas dimensiones �s�lo dos tramos en su traza�, es un hermoso conjunto cubierto por b�veda nervada, g�tica tard�a, con terceletes y ligamentos curvados entre ellos. Los ejecutores de la obra, el �maestro Miguel� vecino de Salvatierra, y Pedro de Arteaga, cobraban sus trabajos a partir de 1542 el primero y a comienzos del siglo XVII el segundo. Es tambi�n del siglo XVI la capilla lateral del bajo renacimiento erigida en la �ltima d�cada del siglo, con decoraci�n geom�trica de cuadrados, rect�ngulos y �valos trabados, en su b�veda y en el intrad�s de su arco de acceso. Conserva en su interior una interesante pintura del momento, con el Bautismo de Cristo por San Juan, titular de la capilla. Fue fundada �sta en 1591 por Don Juan Ruiz de Mezqu�a, como se ha indicado. Con el siglo XVI no termin� la actividad constructiva de Mezqu�a: a lo largo del siglo XVII se levantaba el actual retablo mayor que conserva un buen sagrario, encuadrable en el primer barroco, y dos hermosas tallas, muy populares, del g�tico final, colocadas en el �tico del conjunto a los lados de una imagen de Cristo Crucificado, obra del siglo XVIII, como las im�genes de la Asunci�n y otras del retablo. (*) Mientras se despoblaban Paternina, Berececa y varias aldeas del entorno, crec�an la villa de Salvatierra y otros pueblos pr�ximos, algunos de los cuales merecen destacarse. Entre Egu�laz y Salvatierra, la calzada romana y el camino de San Adri�n, ya unidos, dejaban a la izquierda del transe�nte, los pueblos de Vicu�a, Munain y Oc�riz, hoy con f�cil acceso desde la carretera Nacional-1. En Vicu�a pueden verse el palacio de los Vicu�as, del siglo XVII, hoy casa de labranza, y el hermoso templo parroquial de la Asunci�n de Nuestra Se�ora, con portada del g�tico tard�o y buena f�brica con interesantes b�vedas g�ticas de comienzos del siglo XVI, terminadas a finales del mismo siglo. En la nave se abren las capillas de los Vicu�as entre las que destaca la fundada en 1573 por disposici�n de Don Rodrigo Saez de Vicu�a, cuya escultura orante puede contemplarse en el interior de la capilla; este bulto, de alabastro, y el retablo de San Pedro, titular de la capilla, son obra del escultor salvaterrano Lope de Larrea. El retablo mayor, barroco, es un gran conjunto de comienzos del siglo XVIII con un buen sagrario renacentista; levant� este retablo el maestro arquitecto vecino de Cegama, Juan de Arrieta. En Mezqu�a el trazado del pueblo sigue la linea del camino que entrando en �l por el Levante, junto a la iglesia, sal�a al llamado �Bi�riz�, en direcci�n al hospital de peregrinos de San L�zaro y la Magdalena de Salvatierra. Este camino, hoy borrado, segu�a en algunos tramos el firme romano. El campanario, de planta cuadrada y buena siller�a, empez� a construirse a comienzos del siglo XVII; se detuvieron las obras y se contrat� su finalizaci�n en 1734. La cronolog�a de las obras rese�adas muestra la prosperidad registrada en Mezqu�a desde mediados del siglo XVI y durante las primeras d�cadas del XVII, as� como una recuperaci�n registrada en el XVIII, momento en el que finalizan las obras de la torre y se completa la del retablo mayor de su iglesia. Al Sur de Mezqu�a en un altozano sobre el camino viejo a Vicu�a se encontraba la ermita de San Juan, actual capilla del cementerio, con una imagen bajo renaciente del titular interesante aunque muy repintada. La iglesia parroquial de Munain, dedicada tambi�n a la Asunci�n de Nuestra Se�ora, conserva la portada del templo protog�tico del siglo XIII. La actual construcci�n es obra del siglo XVI, con una bella b�veda g�tica tard�a que conserva en uno de sus trechos interesantes pinturas de grisalla; trabaj� en ella el maestro cantero Ramiro de Oc�riz, cuya obra encontraremos en varias iglesias del camino. Aparte de las grisallas del segundo tramo de la b�veda, son curiosas las pinturas de la cubierta y los muros del primero, pagadas en 1790 al maestro pintor y dorador Pablo Jim�nez. La obra del retablo mayor se abonaba a partir de 1633 al arquitecto Miguel de Zozaya y al escultor Jos� de �ngulo, maestro vitoriano seguidor de Gregorio Fern�ndez, cuyo estilo se acusa sobre lodo en el tratamiento anguloso de las vestiduras de los personajes; la arquitectura de este retablo cabalga, asimismo, entre el bajo renacimiento y el primer barroco. Es tambi�n muy interesante la capilla erigida a partir de 1587 por Juan P�rez de Vicu�a, entonces residente en la Corte; preside su arco de acceso el escudo de los Vicu�as, lo cierra una hermosa reja de hierro del momento y conserva un buen retablo fechable en la fase romanista del bajo renacimiento. Los retablos laterales de la nave La ermita de San Esteban, antigua parroquia de la aldea despoblada de Paternina, se mantuvo en pie hasta finales del siglo XVIII. La torre fuerte de Paternina, solar de este apellido, destacado durante siglos en la historia de �lava y en las instituciones vitorianas, domin�, desde el altozano del pueblo, el camino romano y medieval a su paso desde Mezqu�a a Salvatierra hasta que, en el siglo XV, fue destruida por el se�or de Salvatierra Don Pedro L�pez de Ayala. Este camino llegaba al hospital de San L�zaro y la Magdalena situado al Norte de la villa de Salvatierra y fuera de sus muros, al que tambi�n acced�an los peregrinos que hab�an bajado desde el puerto de San Adri�n por Zalduondo y Ordo�ana. En el camino de Mezqu�a a Salvatierra, que a�n pudimos recorrer en nuestro primer trabajo de campo sobre las rutas jacobeas por �lava el a�o 1964, se encontraban losas bien conservadas en algunos trechos y el peque�o desnivel donde estuvo la cruz de Bi�riz, ya desaparecida entonces; hoy todo ha quedado borrado por la concentraci�n parcelaria. El descenso del puerto de San Adri�n por Galarreta Adem�s de los caminos que desde el monte y el t�nel de San Adri�n bajaban por Zalduondo y Araya, hasta coincidir en el hospital de San L�zaro y la Magdalena, un tercer camino descend�a al llano por Galarreta y, sin llegar a Salvatierra, se encaminaba directamente a Vitoria, siguiendo en sus primeros tramos el curso alto del Zadorra. Bajaba a Galarreta dejando a la izquierda, en una bifurcaci�n de la ruta, el camino de Zalduondo y, a lo lejos, tambi�n a la izquierda, el que se dirig�a a Araya. Al camino de Galarreta se le llama �La Calzada�, y conserva varios tramos de su firme empedrado, tal como algunos viajeros lo recuerdan en sus memorias, y, en muchos lugares, las rodadas de los carruajes que transitaban por �l. Su estructura es similar a la de los tramos m�s altos de la calzada: encintados laterales, nervio o espina central y relleno de cascajo menudo, seg�n el reciente y exhaustivo estudio de E. Garc�a Retes que, en su trabajo, recorre paso a paso este camino conservado hoy. En su descenso al llano, cruza este dos puentes: el de Guano-Beroquia y el de Zuzibarri. El primero es de un solo arco de medio punto de buen dovelaje, varias veces restaurado; en sus proximidades se encuentra la cruz de Beroquia, junto a la actual pista forestal. Es en realidad un bloque de piedra al que se le ha dado una tosca forma de cruz lobulada, con tres ensanchamientos, uno en la parte alta y dos en los extremos del brazo transversal; en el centro del bloque se han rehundido cuatro cuadrantes o sectores, dejando as� entre ellos una cruz en relieve bajo al centro de los espacios rebajados. Un hito interesante en la ruta. Descendiendo por el camino hasta la entrada de Galarreta, se encuentra el segundo puente que cruza el arroyo llamado Estibarri; por �l pasaba la calzada, conservada a�n sobre el puente y en las proximidades del mismo. El puente tiene un solo ojo y buenas dovelas en su arco; su nombre es �Zuzibarri�, seguramente una alteraci�n de �Zubibarri�. Este puente se son dos graciosos conjuntos barrocos documentados en el �ltimo cuarto del siglo XVIII. En Oc�riz pueden contemplarse los bellos restos rom�nicos de su primitiva portada, con columnas de fustes reticulados, y varios elementos arquitect�nicos y ornamentales de su p�rtico, tambi�n rom�nico, construido en la fachada Sur del templo. En el interior de �ste se conserva un interesante conjunto de im�genes medievales y del siglo XVI extra�das de las sepulturas de la iglesia en 1973; entre ellas se encuentra la bell�sima �Andra Mari� que, como titular, presidi� sin duda el templo medieval. Merecen destacarse tambi�n la f�brica actual del templo, con cubierta g�tica tard�a, pagada a partir de 1565 al cantero Ramiro de Oc�riz y su elegante retablo neocl�sico, dise�o de Manuel Mart�n de la Carrera a quien se abonaba su traza en 1796. Tramo de la calzada medieval sobre el puente de Zuzibarri, entrada en Galarreta del camino de San Adri�n que, sin llegar a Salvatierra, continuaba hasta Vitoria. encontraba entre los que seg�n el �Mapa� o �Plan General de puentes y caminos de la Provincia�, ordenado tras de las Juntas Generales de abril de 1754, percib�a la asignaci�n anual de treinta reales para su conservaci�n, dada su importancia como paso de la Posta. En un informe sobre puentes, caminos y calzadas, emitido en mayo de 1797, se dec�a estar �bastantemente maltratado y con mucha necesidad de ocurrir a su reparo y composici�n, cuyo coste ascender�a a 2.400 reales de vell�n, �antes �s que menos�. Recordemos que ya entonces el Camino Real a Francia �por donde corr�a la Posta�, se hab�a desplazado hacia Gamboa, Arlaban y el Valle de L�niz, mientras la ruta de San Adri�n sus calzadas y puentes quedaban relegados en el inter�s general de las comunicaciones. En las proximidades del puente, bajo el camino, se encuentra una fuente abovedada con un arco de buen dovelaje en la boca, y asientos de piedra a ambos lados de su intrad�s; esta fuente tiene dos tramos excavados en un peque�o desmonte y separados por un m�rete de siller�a: el interior sirve de dep�sito del agua que brota del manantial, como regulador de su salida por los tres ca�os abiertos hacia el exterior del m�rete descrito. Desde el puente y la fuente, un corto tramo del camino medieval conduce al centro de Galarreta. La villa de Salvatierra, encuentro de caminos desde San Adri�n a la Llanada El hospital de San L�zaro y la Magdalena, confluencia de caminos Se encontraba este hospital, en efecto, en el punto de encuentro del camino que bajaba de San Adri�n por Zalduondo y Ordo�ana con el que descend�a por Araya, Iduya, Am�zaga, Egu�laz y Mezqu�a. Hoy queda al lado de la actual carretera de Zalduondo, al Norte del n�cleo urbano de Salvatierra, extramuros del antiguo recinto amurallado. Su acceso principal se encontraba no de cara al camino de Zalduondo, sino al de Mezqu�a; en esta fachada se hallaba tambi�n el escudo, trasladado hoy al flanco que mira a la carretera de Zalduondo y Ordo�ana. Lo que fue acceso principal al edificio conserva restos, muy reformados, de un arco con trasd�s moldurado y enmarcado en alfiz, obra renacentista tard�a. El escudo, que se encontraba en esta fachada, lleva las armas de la villa, una torre sobre ondas con un le�n asomado a su puerta; va timbrado por el vaso de perfumes, s�mbolo de la Magdalena, y lleva la leyenda �S. MAR. MADALENA�. El interior del hospital, totalmente reconstruido, conserva �nicamente en una de sus dependencias los restos del arranque renacentista de una b�veda de crucer�a. Procede seguramente de este hospital la hermosa talla de la Magdalena, hoy en la parroquia de Santa Mar�a, atribuida al escultor salvaterrano Lope de Larrea y fechable en los primeros a�os del siglo XVII, cuando se hab�a realizado ya la obra del edificio del hospital a juzgar por los restos conservados. Sabemos que �ste ten�a capilla y un retablo cedido a la parroquia de Arr�zala en 1856 tras de la venta del edificio en 1839; entonces pasar�a a la iglesia de Santa Mar�a la imagen de la santa titular Mar�a Magdalena. Salvatierra. Hospital de San L�zaro y la Magdalena. Este �ngulo del edificio, era tambi�n punto de encuentro del camino que desde Zalduondo y Ordo�ana llegaba por el lateral de la casa, y el de Araya, Egu�laz y Mezqu�a que entraba de cara a la fachada principal, con restos hoy de su arco de acceso. Real provisi�n otorgada por los Reyes Cat�licos en 1489 a favor del hospital de San L�zaro y la Magdalena. La suscriben Don Fernando y Do�a Isabel con sus firmas rubricadas ��Yo el Rey� y �Yo la Reina��. Archivo Municipal. Salvatierra. Este hospital era ya antiguo en 1487. Exist�a, se dec�a entonces, �desde tiempo inmemorial �, desde �tanto tiempo que memoria de los ornes non avia�. En �l eran �congruesos los pobres de Sant L�zaro y otros pobres�, seg�n se lee en una sentencia a favor del hospital fechada en marzo de 1487 y conservada en el archivo de la villa. Por una Real Provisi�n otorgada en Medina del Campo el 2 de marzo de 1489, hoy en el mismo archivo, Don Fernando y Do�a Isabel conced�an a la villa el derecho de nombrar los administradores y mayordomos del hospital, al que exim�an de las visitas pastorales ordinarias por ser las Casas de San L�zaro de Patronato Real. En 1541 se declaraba tambi�n a la iglesia de la Magdalena exenta de ciertos subsidios, por ser �ospital donde se acogen pobres y pelegrinos, especialmente los de Sant L�zaro�, prueba de que esta casa recog�a entonces enfermos de lepra o dolencias afines. Los vecinos de la villa atend�an al hospital con limosnas y donaciones testamentarias porque la Casa de San L�zaro y la Magdalena �no ten�a rentas de que se mantener, saluo las limosnas de las buenas gentes y el buen gouierno que en dicha casa se da�, seg�n se lee en la Real Provisi�n de 1489. El archivo de Salvatierra conserva varios inventarios con los bienes y Talla de Mar�a Magdalena, titular, con San L�zaro, del hospital de Salvatierra; obra realizada hacia 1600 por el escultor salvaterrano Lope de Larrea. Las advocaciones de San L�zaro y la Magdalena se repet�an en los hospitales de peregrinos a lo largo de los caminos jacobeos. ajuar del hospital y, en ellos, numerosas notas de las ropas entregadas por los vecinos de Salvatierra: �camas cumplidas�, plumones, cabezales, mantas, cobertores y hasta �cortinas de cama� de dos, tres o cuatro telas; las entregas proced�an de gentes de toda condici�n, desde el �alb�itar� o veterinario y �la mujer del carretero�, hasta los se�ores con los apellidos m�s distinguidos de la villa. El hospital de Salvatierra era m�s importante que otros del entorno; en el inventario de 1572 se registran en �l seis camas. En la casa radicaba adem�s la �Cofrad�a de San L�zaro�, especialmente dedicada al cuidado del hospital. Para algunos no era suficiente entregar a �ste ropas, ajuares o dinero; seg�n se lee en la citada sentencia de 1487, algunas personas promet�an o hac�an voto �de vivir e servir personalmente en la dicha casa de Se�or Sant L�zaro de Salvatierra por alg�n tiempo o promet�an otros seruicios corporales para la dha casa�. Por este inter�s del concejo y de los vecinos de la villa, pudo reconocerse �el buen gouierno que en dicha casa se da� en la citada Real Provisi�n de 1489. El entorno de Salvatierra Muchos peregrinos no entraban a Salvatierra. Pasando por la cruz de Ventaberri, segu�an por el flanco Oeste de la villa a la vista de las murallas, llegaban a la capilla del Humilladero, hoy capilla del cementerio, y alcanzaban la actual carretera de Madrid a Ir�n por la llamada �Caseta del Lazareto�, donde se conserva a�n el fuste de una cruz, la cruz de Arricruz en el mismo camino. Desde este punto, cruzando la carretera, se encaminaban a Gaceo. Decimos que muchos viajeros no entraban en Salvatierra. Jouvin en su �Viajero de Europa� escrito en 1672 alertaba a los que llegaban a la villa: �Si hab�is de creerme �dice�, no pas�is por Salvatierra, dej�ndola a mano izquierda, porque en esa peque�a villa residen los aduaneros que registran todo lo que llev�is; a mano izquierda, en ese llano, se ve Salvatierra�. Jouvin propon�a, por eso, la bajada de San Adri�n por Galarreta, pero tambi�n desde la Magdalena se pod�a llegar al cruce de Gaceo, sin entrar en la villa. El entorno de Salvatierra, �el llano� que contemplaban los viajeros y peregrinos, era muy distinto al que hab�an visto los que en el alto medioevo transitaron por estos caminos. Hasta 1256 en el lugar de la actual Salvatierra, se encontraba la aldea de Hagurain; en los siglos XI y XII su poblaci�n era escasa, tanto que junto con Sall�rtegui, despoblada en el bajo medioevo, tributaba al monasterio de San Mill�n s�lo una reja de hierro, correspondiente a las diez casas de las dos aldeas. Por entonces, en 1071, aparec�a Hagurain como apellido topon�mico de Garc�a Victoriaz y Munio Victoriaz de Hagurain, que en aquel a�o actuaban como fiadores de la entrega al monasterio de San Juan de la Pe�a por Do�a Toda Alvarez de tres �mezquinos�, o vasallos adscritos a la tierra, uno en Langarica y dos en Oreitia. En 1086 Gonzalo Garceiz de Agurain sal�a fiador en la donaci�n al mismo monasterio de San Juan de la Pe�a, del monasterio de Iraza y media villa de Elguea, tambi�n �con sus mezquinos�. En torno a Hagurain exist�an las aldeas de Zumalburu, Albizu, Lequedara y Ula, la m�s importante, situada al Noroeste de la actual villa. Zumalburu y Albizu, citadas con Sall�rtegui en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar en 1257, se encontraban �yermas� ya en 1332. Ula era, seg�n el c�mputo de la Reja de San Mill�n, uno de los n�cleos mejor poblados del entorno; ten�a veinte casas pagadoras del tributo al monasterio, las mismas que Zalduondo y dos veces m�s que Hagurain y Sall�rtegui juntas. En el a�o 1060 un noble, llamado Don Munio, hab�a incorporado a San Juan de la Pe�a el monasterio que hab�a edificado en Ula, con el benepl�cito de los �se�ores de �lava�, seguramente predecesores de los Cofrades de �lava; y en 1085 Don Fortunio, el �ltimo obispo con sede en Armentia, renunciaba a sus derechos episcopales sobre Ula a favor del mismo monasterio aragon�s. Estos y otros documentos, relativos a donaciones en esta zona a los monasterios de San Juan de la Pe�a, Leire e Irache, refuerzan lo que los hallazgos monetarios del t�nel de San Adri�n nos han permitido vislumbrar: la fuerte influencia navarra sobre la Llanada Oriental de �lava en tiempos de Sancho el Mayor, de sus hijos, de sus nietos, y en los momentos en que Navarra y Arag�n estaban unidas en la persona de Sancho Ram�rez y sus sucesores. Estos hechos pol�ticos hubieron de repercutir en la importancia de la comunicaci�n directa de �lava con Navarra por la antigua calzada romana de Burdeos a Astorga, sobre el camino que, en momentos de prepotencia castellana en �lava a partir de 1200, unir�a a Castilla con la frontera francesa por el t�nel de San Adri�n. A partir de 1200 cambia tambi�n el panorama de Hagurain y el paisaje humano de su entorno. En 1256 Alfonso X conced�a fuero de poblaci�n a Salvatierra y en 1258 entregaba a la nueva villa, fundada sobre la aldea de Hagurain, Ula, Sall�rtegui y Ligordada o Lequedara; esta aldea, despoblada como las anteriores, estuvo situada entre Arr�zala, Egu�leor y Alangua, donde existen los top�nimos de �Lequedacruzte�, �Lequedana� y �Lequedaostea�, en tierras hoy labrant�as. Padura era otra aldea de escasa poblaci�n citada en el documento de San Mill�n entre Oc�riz y Opacua. Todas desaparecieron como aldeas en el baj� medioevo, lo mismo que las de Zumalburu, Albizu y Paternina, y sus iglesias quedaron convertidas en ermitas. Y como ermitas contemplaban, en efecto, los viajeros de finales de la Edad Media y los primeros a�os del siglo XVI las antiguas parroquias de Nuestra Se�ora de Sall�rtegui, Albizua, Zumalburu y Ula y la de San Esteban de Paternina. Desconocemos c�mo ser�an sus edificios, desaparecidos totalmente a excepci�n de los de Sall�rtegui y Ula. En el que fue iglesia de Sall�rtegui quedan fragmentos de un arco rom�nico incrustado en los muros de la vivienda construida en el lugar ocupado por la ermita, de la que tambi�n se conservan leves huellas de la cubierta abovedada y del coro, posteriores a los restos medievales. En la que fue ermita de Nuestra Se�ora de Ula, puede contemplarse hoy gran parte de su f�brica protog�tica en el interior del caser�o que lleva el mismo nombre de la aldea: quedan su �bside semicircular con b�veda de horno y arco triunfal apuntado; los canes lisos de su cubierta; un ventanal rom�nico en la fachada Sur del templo y la portada de arco apuntado del mismo. Todo puede fecharse en el siglo XIII, seguramente poco antes de 1258, momento en el que el rey Alfonso X un�a la aldea de Ula a Salvatierra, a la que entregaba tambi�n la iglesia de Nuestra Se�ora de Ula en 1270. Su edificio se conserv� en buen estado hasta el siglo XVIII. Las ermitas de Sall�rtegui y Albizu aparecen bien documentadas en los siglos XVII y XVIII. La de Zumalburu se demoli� en el siglo XVII y la de San Esteban de Paternina en la segunda mitad del XVIII. Camino de Gaceo, los peregrinos y viajeros que no entraban a Salvatierra flanqueaban la villa por su costado Oeste. Despu�s del siglo XVI encontraban a su paso la cruz de Ventaberri y la capilla del Humilladero, que muy posiblemente sustituy� a una cruz o a un ed�culo, puntos de oraci�n anteriores acaso al actual edificio. La cruz de Ventaberri es un hermoso crucero del bajo renacimiento, con una pilastra decorada con �valos y motivos curvados, como base de una columna de fuste torso con capitel de hojas y volutas que recuerdan el orden compuesto. En �l se apoya el basamento de la cruz con dos motivos her�ldicos: al frente el escudo de varon�a, el de los Ochoa de Chinchetru, con banda, lis en lo alto y una rama en lo bajo; detr�s lleva las armas de Lazarraga, el �guila cebada en un ciervo en un campo de trigo. La cara de la cruz muestra a Cristo Crucificado con s�lo Mar�a en pie a su derecha, porque falta la figura de San Juan. El reverso lleva una efigie Fuste y base del crucero llamado �Arricruz�. Se encuentra a la salida de Salvatierra, camino de Gaceo por las proximidades del t�rmino llamado �El Lazareto�. de la Virgen. En una inscripci�n de la peana se lee el nombre �Pedro Ochoa�, quien coste� esta cruz al comenzar el siglo XVII; el apellido Ochoa de Chinchetru, unido al de Lazarraga, alcanz� gran prestigio y lucida descendencia en Salvatierra y fuera de ella desde principios del siglo XVII. El Humilladero, actual capilla del cementerio, fue erigido al mediar el siglo XVI por Don Ruy Garc�a de Zuazo y Do�a Catalina Ruiz de Arrarain; sus nombres pueden leerse en el exterior del edificio junto con la fecha de su construcci�n, 1557. Este humilladero fue edificado precisamente aqu�, �fuera de la villa�, �en la entrada de los Caminos Reales�, seg�n se lee en el testamento de los fundadores, y en el punto mismo donde se cruzaba el camino de Zuazo con el que, por el Lazareto, conduc�a a Gaceo, en el �Camino Real� de Vitoria por Alegr�a y Arcaya. Es interesante para quien recorre hoy estos caminos, contemplar, en el interior de este Humilladero, una de las tallas de Cristo Crucificado m�s impresionantes del renacimiento alav�s en su fase expresionista. La imagen de San Jorge, representada en una clave de la b�veda de terceletes de la capilla, recuerda la ermita desaparecida dedicada a este santo en las proximidades del camino que venimos siguiendo; en ella radicaba la �Junta de San Jorge�, hermandad de los �hombres buenos labradores� de la jurisdicci�n de la villa, bien documentada hasta el siglo pasado. Dejando atr�s, ya en lejan�a, la ermita desaparecida de San Andr�s y la antigua parroquia de Ula, la vista de los viajeros segu�a el flanco Occidental de la muralla, con sus torreones cuadrangulares, el portal de San Sebasti�n, una de las salidas de la villa por el Poniente, y la otra puerta llamada �Puerta de Ula� o �del Rosario� en los documentos. As� llegaba el camino al punto llamado �El Lazareto� y a la cruz de t�rmino llamada �Arricruz� o �del Lazareto�, conservada hoy s�lo en su fuste, aunque por fotograf�as retrospectivas sabemos que era una cruz g�tica, del siglo XV, con elegante decoraci�n de cardinas en sus brazos, y figuras en relieve en la base de la cruz, apeada sobre una columna de fuste liso. Pasando la actual carretera, el camino llevaba a Gaceo, otro punto importante en la ruta. El recinto urbano de la villa Los peregrinos que entraban en Salvatierra encontraban en su interior una t�pica villa medieval, alargada en su trazado y de forma ovalada, adaptando su estructura al peque�o cabezo de su emplazamiento. Se trata de una altura poco elevada, aunque lo suficiente para asentar en ella una villa defensiva en el l�mite entre Castilla y Navarra y en el camino a la frontera francesa por el t�nel de San Adri�n. Por ello Alfonso X eligi� esta loma de Hagurain, aldea favorecida y potenciada seguramente por los reyes navarros en sus momentos de poder sobre esta zona, antes del paso definitivo del territorio alav�s al lado castellar�o en 1200. El 23 de enero de 1256 Alfonso X otorgaba a Salvatierra fuero de poblaci�n, tras de haber sofocado en Ordu�a el levantamiento del se�or de Vizcaya Don Lope D�az de Haro; muchos hidalgos de la Llanada Oriental se hab�an adherido a Don Lope y con �l hab�an acudido en 1255 a la ciudad de Estella a las entrevistas celebradas entre el rey navarro Teobaldo de Champa�a y Jaime I de Arag�n, aliados contra Castilla. Acaso este hecho fue el motivo de que, pocos d�as despu�s de la victoria del rey sobre el se�or de Vizcaya en Ordu�a, Don Alfonso fundara Salvatierra y otras villas alavesas �Santa Cruz de Campezo, Corres y seguramente Contrasta�, pr�ximas a la frontera navarra. Alfonso X conced�a a la nueva villa de Salvatierra �el fuero de Vitoria en todas cosas, as� como los de Vitoria lo han�, con mercado los martes �al fuero e a la manera que lo han los de Vitoria�. Desde este momento fue tomando cuerpo la villa medieval dentro del encintado de sus murallas. La erecci�n y el buen estado de estos muros era motivo de preocupaci�n del rey fundador. Al objeto de continuar su construcci�n y de mantenerlos reparados, se dirig�an dos La villa de Salvatierra adapta su trazado a la forma de la suave loma en que se asienta. Su dise�o urban�stico se configura a ambos lados de la Calle Mayor, uni�n de los dos templos-fortaleza de Santa Mar�a y San Juan, defensas de los extremos Norte y Sur del recinto. Dos calles paralelas y dos ejes transversales al vial del centro completan el n�cleo urbano medieval, t�pico de las villas-cabezo. 1. Calle Zapater�a. 2. Calle Carnicer�a. 3. Calle Arramel (antigua juder�a). 4. Portal Chiquito. 5 . Convento de Clarisas. 6. Puerta de la Carnicer�a o Portalico. 7. Paseo de las Monjas (vista de la muralla). 8 . Cant�n o Puerta de San Sebasti�n. 9. Casa Consistorial (en su interior la iglesia medieval de San Mart�n). importantes donaciones a la villa por parte del rey fundador: la del monasterio de Ula en 1270 con todos sus heredamientos y pertenencias a cambio de seiscientos maraved�s �para aiuda de cercar la villa�, �fasta que fuera cercada�, y la entrega a Salvatierra en el mismo a�o de los frutos de la iglesia de San Qu�lez, parroquia del despoblado del mismo nombre pr�ximo a Langarica, anexionado a la iglesia de Ula lo mismo que la ermita de San Jorge, para que con sus correspondientes ingresos pudiera la villa atender mejor a la conservaci�n de las murallas. Se abr�an en �stas dos portales principales. El de Santa Mar�a era el acceso Norte de la villa y se encontraba en el desmonte m�s acusado de la peque�a loma en que se levanta la poblaci�n; esta entrada estaba protegida por la iglesia-fortaleza de Santa Mar�a y por el castillo, hoy desaparecido hasta en sus cimientos, que a partir de 1382 fue asiento de los poderosos Ayalas de Quejana, se�ores de la villa por merced concedida por Juan I al que despu�s ser�a Canciller, Don Pedro L�pez de Ayala, y Condes de Salvatierra desde 1491. El llamado �Portal de San Juan� se encontraba al Sur del recinto, pr�ximo a la parroquia de su nombre. Por ambos portales se acced�a a la actual calle Mayor que, de Norte a Sur, marca el eje principal de la villa. En el flanco Este de la muralla se abr�an dos portales, a juzgar por el trazado de las calles interiores del n�cleo urbano: uno, entre la calle de la Carnicer�a y el actual convento de San Pedro, al que se le llamaba �Portalico� o �Puerta de la Carnicer�a�; otro, el �Portal de la Madura�, entre la actual plaza de Sim�n Mart�nez y las casas pares de la calle de la Carnicer�a. El primero constitu�a uno de los accesos a un importante eje transversal en el trazado de la villa; cortaba este vial la calle Mayor y las otras dos paralelas a �sta, las de la Carnicer�a y Zapatari, al Levante y Poniente de la Mayor respectivamente, y llegaba al �Portal de San Sebasti�n� o �Andraiturri�, al Oeste de la villa. El �Portal de la Madura� abr�a el flanco Este de la muralla a otro eje transversal, que, cortando las mismas calles trazadas de Norte a Sur, sal�a de la villa hacia el Humilladero por la puerta llamada �del Rosario� o �de Ula� en los documentos. Estas puertas han desaparecido totalmente. S�lo queda un vestigio del llamado �Portal Chiquito�, abierto en las proximidades de la parroquia de San Juan y de la Juder�a, que estuvo situada en la actual calle Arramel, llamada tambi�n �Poco Tocino� nombre que hemos encontrado en el interior de algunas villas alavesas, siempre en barrios pegados a las murallas. Como veremos en la publicaci�n pr�xima sobre otros caminos jacobeos, el nombre �Poco Tocino� conservado en Bernedo, Pe�acerrada, Anto�ana y Orbiso, es seguramente la denominaci�n popular de las juder�as, registradas documentalmente por Cantera Montenegro en Campezo, Bernedo, Anto�ana y Pe�acerrada. Seg�n este autor la juder�a de Salvatierra contar�a a fines del siglo XV con una poblaci�n de diez a veinte familias. La muralla salvaterrana presenta a�n lienzos notables, bien visibles en los flancos Este y Oeste del encintado, con sus torreones de muros planos proyectados en rect�ngulo sobre el leve desmonte de la loma en que se emplaza la villa. Hoy Salvatierra crece fuera del recinto medieval. Aparte de los arrabales, antiguos barrios agr�colas de la Magdalena al Norte, la Madura, las Eras de Santa Mar�a y de San Juan al Levante y las de San Jorge al Poniente, existen dos activos pol�gonos industriales, el de Agurain y el de Lituchipi con industrias sobre todo metal�rgicas, de materiales de construcci�n, madereras, textiles y de cueros. Los �ltimos censos publicados arrojan en Salvatierra un total de tres mil quinientos treinta y un habitantes. Salvatierra desde su costado Oeste; vista de los peregrinos que, desde el hospital de la Magdalena, buscaban el camino hacia Gaceo por �Arricruz� y �El Lazareto�, sin entrar en la villa. Destacaban sobre sus murallas los templos fortaleza de San Juan y Santa Mar�a. Muralla y paso de ronda en la cabecera de la iglesia fortaleza de San Juan de Salvatierra. Se aprecian saeteras alargadas y bien construidas en lo bajo del muro y encima, en el antepecho de la ronda, troneras adecuadas ya al uso de armas de fuego. A partir del siglo XIII se configur�, como se ha indicado, el trazado de la villa medieval con su sistema defensivo y los dos grandes templos parroquiales de San Juan y Santa Mar�a que, aunque de f�bricas posteriores, g�ticas tard�as, fueron sin duda previstos en el primitivo plan urban�stico de la villa, en los mismos lugares que hoy ocupan y en los que se levantar�an otras iglesias, menos ostentosas que las actuales, a ra�z de la fundaci�n de la villa. El trazado g�tico de �sta borr� todo vestigio de lo que pudo ser la aldea de Hagurain en el alto medioevo. Los restos m�s antiguos existentes dentro de los muros de la villa, se encuentran en la iglesia protog�tica de San Mart�n conservada en el interior del actual edificio del Ayuntamiento; queda completa su b�veda de medio ca��n apuntado, el arco triunfal doblado, con decoraci�n vegetal y de bolas en los capiteles de sus apeos, y la cabecera recta, como en la mayor parte de los templos rom�nicos y protog�ticos alaveses. Acaso es un resto de la �ltima Hagurain, poco anterior a la fundaci�n de Salvatierra. No quedan, en cambio, en el interior del casco medieval viviendas ni edificios civiles de la Salvatierra de Alfonso X y sus sucesores, destruidos en el incendio que asol� la villa en 1564. Un resto antiguo en el n�cleo medieval es la llamada �Casa de las Viudas�, con arco muy r�stico en su portada, situada entre la calle Carnicer�a y el cant�n que bajaba a la �Puerta de la Carnicer�a�, importante acceso a la villa desde el flanco Este de la muralla. Pero, a falta de restos materiales de su vida medieval, la historia de Salvatierra da fe de la eficacia de sus defensas y de la fortaleza de la villa y sus habitantes en acontecimientos decisivos de los siglos XIV, XV y XVI, anteriores al incendio. Durante la guerra civil entre el rey Don Pedro I de Castilla y su hermano Don Enrique, Salvatierra permaneci� fiel a Don Pedro �muy aquexada �lo mismo que Logro�o, Vitoria y Santa Cruz de Campezo, partidarias tambi�n del rey�, de Caballeros e gentes que le fazia guerra por el Rey Don Enrique� seg�n se lee en la Cr�nica de Pedro I. Salvatierra pudo resistir estos ataques, al igual que las otras tres villas; y a�n en vida de Don Pedro se uni� temporalmente, como las otras, al rey de Navarra Carlos II el Malo que hab�a puesto en ellas �compa�as de armas, e d�bales all� sueldo e fac�a guerra a Castilla�, es decir a las fuerzas de Don Enrique. As� se mantuvo Salvatierra hasta que en el a�o 1371, despu�s de la muerte del rey Don Pedro en Montiel en 1369, pas� a Castilla y a su rey Enrique II. La fortaleza de la villa y sus murallas resistieron tambi�n en 1443 el cerco puesto por las Hermandades de �lava al se�or de Salvatierra Don Pedro L�pez de Ayala, nieto del Canciller, hasta que acudieron en su ayuda Don Pedro Fern�ndez de Velasco, el Adelantado G�mez Manrique y Lope Garc�a Salazar con varios miles de hombres a levantar el sitio. En 1521 la villa pudo hacer frente a otro ataque m�s dif�cil: la dura acometida de su se�or, el comunero Don Pedro L�pez de Ayala, que tra�a consigo quince mil hombres de a pie y a caballo. Tras de la victoria de los salvaterranos, la villa, incorporada a la Corona a la muerte del comunero, recibi� el t�tulo de Muy Leal; y entonces se levant� el coro de la iglesia de Santa Mar�a, como veremos aut�ntico arco de triunfo del Emperador sobre el Conde de Salvatierra, y se coloc� en el portal de San Juan, el �Portal del Rey�, una lauda en honor del vencedor, el rey Don Carlos. Aparte de las murallas, completaban el sistema defensivo de la villa medieval los dos templos de Santa Mar�a y San Juan y la fortaleza situada junto a la iglesia de Santa Mar�a. Santa Mar�a de Salvatierra. Construcci�n g�tica de los siglos XIV y XV, con espada�a barroca erigida a fines del XVII. La cabecera del templo y su paso de ronda defend�an la villa y vigilaban sus caminos desde el Nordeste del recinto. Las dos iglesias de Santa Mar�a y San Juan conservan a�n en sus cabeceras los caminos de ronda y adarves, puntos de defensa y vig�as de los flancos septentrional y oriental de Salvatierra y sus caminos. En la iglesia-fortaleza de Santa Mar�a puede comprobarse su vigencia estat�gica hasta tiempos recientes: en la guerra de la Independencia varios soldados franceses, en sus horas de vela y guardia desde tan fuerte atalaya, dejaron inscritos sus nombres en el paseo de ronda de la cabecera del templo, como pueden verse en los sillares del �bside de la iglesia. Nada queda, en cambio del castillo-fortaleza de Salvatierra, defensa del punto m�s elevado del cabezo de la villa, de cara a los caminos de San Adri�n y del alto Zadorra. Ten�a dos cubos en la banda septentrional, gruesas murallas, dos puentes levadizos y un fuerte torre�n ochavado hacia el interior de la villa; as� se describe en el informe sobre las fortalezas alavesas emitido en 1592 en cumplimiento de una orden del rey Felipe II, cuando la villa y su castillo hab�an pasado ya a la Corona, despu�s de la derrota del comunero Don Pedro L�pez de Ayala. Las dos iglesias de Santa Mar�a y San Juan datan, en sus construcciones actuales, del per�odo comprendido entre el siglo XIV y los comienzos del XVI. Son g�ticas tard�as de tres Coro de Santa Mar�a. Monumental obra plateresca construida a partir de 1530, como exaltaci�n de la victoria del emperador Don Carlos sobre el comunero Conde de Salvatierra, se�or de la villa desde entonces realenga. La doble �guila imperial campea sobre dos castillos con leones a sus puertas, escudos de Salvatierra. Retablo mayor de la parroquia de Santa Mar�a, obra realizada entre 1584 y 1623 por el escultor salvaterrano Lope de Larrea. Constituye uno de los conjuntos m�s significativos del bajo renacimiento alav�s en su fase romanista. naves, la de Santa Mar�a con el presbiterio ochavado y la de San Juan con cabecera recta y gir�la. Algunas claves de sus cubiertas nos permiten ac�rcanos a las fechas de la erecci�n, por lo menos en parte, de ambos edificios. Los dos lobos, armas de los Ayalas, que pueden verse en las claves de los primeros tramos de las naves en la parroquia de Santa Mar�a, nos dan pie para fechar este parte de la cubierta despu�s de 1382, momento en que la villa pas� a formar parte de los se�or�os de Don Pedro L�pez de Ayala; el escudo de los Reyes Cat�licos en el tercer tramo de la nave central de San Juan, nos permite se�alar otro indudable hito cronol�gico en las �ltimas d�cadas del siglo XV. La iglesia de Santa Mar�a conserva, en su portada del Poniente, un magn�fico ejemplar del g�tico tard�o burgal�s e hispano-flamenco, seg�n el Profesor Azc�rate Ristori, muy de comienzos del siglo XVI. Se abre bajo un gran arco conopial, con la generaci�n humana de Cristo �reyes y profetas entre tallos�, en la banda de la chambrana, y culmina en un bello relieve de la Virgen Madre. La portada de San Juan, tambi�n de arco apuntado y trasd�s conopial rematado en un gran flor�n y �guila de San Juan en lo alto, es m�s sencilla. Soportales llamados �Olbeas�, abiertos hacia la plaza de San Juan de Salvatierra. Columnas de piedra, algunas del siglo XVI como las reproducidas en primer t�rmino, en bella amalgama con la madera de las tornapuntas y pies derechos de otros soportales. El primer renacimiento, momento pr�spero y rico en construcciones en toda �lava, tuvo en Salvatierra resonancia especial, a causa de su vuelta al realengo tras de la derrota de su se�or, el comunero Conde de Salvatierra. Como recuerdo de la ca�da del Conde, cuyo se�or�o nunca fue bien tolerado por los salvaterranos, erigieron �stos el magn�fico coro de la iglesia de Santa Mar�a, el m�s bello del plateresco alav�s contratado en 1530 con Sancho Mart�nez Arego y su hijo. Grutescos, �candelieri�, un gran escudo imperial en el frontis y, en el bajo coro, las bell�simas claves con las efigies del Emperador y los miembros de la familia imperial, traen hasta nosotros el recuerdo de la victoria de Carlos V sobre el comunero, representado en la clave del arco, bajo el escudo imperial. Despu�s del incendio que asol� la villa en 1564 se recuper� pronto la vida salvaterrana y se levantaron nuevos edificios en sus calles y plazas. Antes del fuego la villa hab�a sufrido una tremenda epidemia en la que hab�an muerto m�s de seiscientas personas; pero Salvatierra se rehizo y el bajo renacimiento dej� obras de primera calidad sobre todo en sus iglesias y en su arquitectura dom�stica. Data de este momento el gran retablo mayor de la parroquia de Santa Mar�a, contratado en 1584 con el escultor salvaterrano Lope de Larrea, el maestro m�s notable del romanismo en �lava. Larrea trabaj� en �l hasta su muerte en 1623, cuando su estilo hab�a evolucionado ya hacia cierto barroquismo, con visibles influjos de Gregorio Fern�ndez en algunas de sus tallas. La arquitectura del retablo, de corte a�n cl�sico en sus columnas de capiteles j�nicos, corintios y compuestos en los cuerpos superpuestos y en los frontones que rematan los encasamentos, consta de banco, tres cuerpos y remate, desplegados en tres calles y dos entrecalles. Son grandiosas las figuras de los Evangelistas del banco y bell�simos los relieves de la Anunciaci�n y la Visitaci�n que, con otras escenas de la vida de la Virgen, componen las calles del retablo. El renacimiento final enriqueci� tambi�n las parroquias salvaterranas con hermosas capillas se�oriales. En Santa Mar�a destacan las de San Roque y San Francisco, la primera con hermosa b�veda decorada con motivos her�ldicos, rosetas, rombos, espejuelos entre roleos y los bustos de los fundadores; la de San Francisco, con la cubierta m�s sencilla, de simples casetones, cuenta, en cambio, con el interesante retablo de piedra del titular, con influjos y seguramente la mano de Pierres Picart, suegro de Lope de Larrea. Las dos capillas llevan sobre los arcos de acceso las armas de los Zuazo: banda engolada cargada con el lema �Verdad�, �guila en presa sobre un gazapo en lo alto y mano se�alando el lema en lo bajo; el escudo de la capilla de San Roque va timbrado por un capelo abacial, como fundaci�n de Don Juan Abad de Zuazo. Tambi�n se erigieron a partir de los �ltimos a�os del siglo XVI y durante los primeros del XVII las capillas de San Gregorio, la Virgen del Carmen y San Francisco en la parroquia de San Juan. Las dos primeras se abren en la nave derecha, mediante arcos de medio punto apeados en pilastras cl�sicas acanaladas y rematados en frontones partidos; llevan los escudos de Do�a Juliana D�az de Santa Cruz, fundadora de la del Carmen, y de Don Juan S�nchez de Vicu�a que erigi� la de San Gregorio. Las dos capillas se cubren por b�vedas de crucer�a con terceletes y combados y ambas conservan sus primitivos retablos, buenos ejemplares del bajo renacimiento manierista atribuidos a Lope de Larrea. La capilla de San Francisco, abierta en la nave izquierda, similar a las anteriores en su arquitectura, muestra sobre su arco de acceso el escudo de los Zumalburu, fundadores de la capilla, con bandas y estrellas en sus cuarteles. La arquitectura civil salvaterrana, estudiada por la Profesora Ana de Bego�a, cuenta con interesantes ejemplares, tambi�n de los a�os finales del siglo XVI y las primeras d�cadas del XVII. De fines del siglo XVI datan las �olbeas� o soportales de San Juan, abiertas a la plaza que tiene por fondo la parroquia de este nombre, lugar de mercado �el d�a de martes� seg�n el fuero de 1256. Seg�n datos de C. Ajamil, el mercado de granos se celebraba en la plaza porticada de Santa Mar�a, tambi�n con �olbeas� a sus flancos Norte y Sur, menos monumentales que las de San Juan, con apeos de pies derechos y zapatas de madera; los mercados de ganado ten�an, en cambio, su asiento en la plaza de las Monjas, al Norte de la iglesia de San Juan y lindante con el convento, y en la plaza de Sim�n Mart�nez Abad, junto a la puerta de la Madura; ambas plazas se encuentran en los extremos de la calle Nueva, llamada m�s tarde calle Carnicer�a. La vida se desbordaba en las �olbeas� y en estas plazas sobre todo en las ferias de seis d�as celebradas en octubre, por merced otorgada por Enrique III al se�or de la villa Don Pedro L�pez de Ayala en 1395. Despu�s del incendio se reconstruy�, lo mismo que la casi totalidad de la villa, un edificio del que no queda memoria, aunque sin duda fue importante en la vida salvaterrana: se trata del hospital de la calle Mayor de la villa, intramuros de la misma. Esta casa abr�a sus puertas �desde tiempo inmemorial� � se escrib�a esto en 1592, despu�s de su reedificaci�n�, �al recogimiento de pobres en la calle principal�; hab�a sido fundado �en el propio suelo de la villa y, seg�n est� entendido, con los propios yntereses della�. �Y como la villa se quem� toda ella �contin�a el documento�, luego, para el mismo recogimiento torn� segunda bez a hedificarla la dicha casa hospital a su propia costa�. Ten�a este hospital en propiedad dos piezas de sembradura y hab�a sido dotado por el presb�tero Don Galaz L�pez de Lazarraga con una cama completa �a donde se recogiesen los cl�rigos pobres que biniesen al dicho hospital�. La casa estaba a cargo de un matrimonio hospitalero, se administraba �por un mayordomo lego de los principales de la villa� y contaba con �m�dico asalariado, barbero, botica y otros oficiales� pagados por la villa, a cuya costa corr�an tambi�n las exequias de los que mor�an en la casa. Aunque no ten�a oratorio ni altar, hab�a a su entrada �en una tabla la figura de Se�or Santiago� seg�n se lee en un dictamen de 1592 conservado en el archivo municipal, documento que venimos comentando. Son muchas las casas de la villa que conservan elementos constructivos y decorativos fechables en el siglo XVI. Se encuentra entre ellas la llamada �Casa de los Diezmos�, situada en la calle Carnicer�a; sobre el arco de su portada un peque�o escudo, con una torre y tres espigas de trigo a cada flanco, se�ala la funci�n de este edificio como casa-granero. Otra casa muy significativa del siglo XVI en su segunda mitad es la que, en la calle Mayor lleva el n�mero 46 de los edificios de la calle; se accede a ella por un gran arco de medio punto con buenas dovelas y rosca moldurada, enriquece su fachada un ventanal con antepecho decorado con molduras y dent�culos, y muestra un escudo del siglo XVI con las armas de Zuazo, Lazarraga, Arrarain y los cinco castillos de los Heredias; ventanal y escudo quedan cobijados por una cornisa de molduras finas, apeada en dos grandes mensulones con estr�as verticales, dent�culos y molduras en lo bajo. Los a�os finales del siglo XVI y los primeros del XVII ennoblecieron tambi�n las calles de Salvatierra con otras casas se�oriales con sus frontis presididos por buenos escudos de grandes lambrequines y, a veces, con figuras tenantes; seg�n A. de Bego�a el incendio de 1564 supuso el fin de la villa medieval y el inicio de la Salvatierra moderna enriquecida con tales edificios. Despu�s de la quema, cuando la villa se recuperaba de las secuelas de la peste y del fuego, se constru�a en ella, en efecto, uno de los conjuntos urbanos m�s interesantes en la her�ldica y en la arquitectura dom�stica alavesa. Recordemos, entre los edificios m�s significativos de entonces, la casa se�orial de Bego�a, el n�mero 23 de la calle Mayor con puerta arqueada, buen alero, balc�n angular y escudo con la torre de los Ordo�anas, el �guila y el Iglesia de San Juan, defensa del costado Sudeste de la villa. Construcci�n g�tica con hermosa gir�la y p�rtico barroco dise�ado en 1750 por Ignacio de Ibero, que figuraba entonces como �maestro arquitecto de las obras del Colegio de Loyola�. Iglesia de San Juan. Jes�s en Getseman�, relieve atribuido a Lope de Larrea, hoy en un retablo lateral. En el Huerto, la figura rotunda de Santiago el Mayor, con la de San Pedro y la juvenil de San Juan, los tres disc�pulos preferidos de Cristo. Un tema m�s en la iconograf�a jacobea, repetido en los retablos del camino. ciervo de los Lazarragas, y las lunas, cadenas y estrellas de los Vicu�as. Mencionemos asimismo la casa de Azc�rraga, en el n�mero 81 de la misma calle, construida en parte en los �ltimos a�os del siglo XVI y a lo largo del XVII hasta sus finales; la fachada principal del edificio, orientada al Levante, tiene una hermosa puerta arqueada, un balc�n en esquina en el �ngulo derecho y grandes escudos con las armas de Zuazo �la banda y el lema �VERDAD��, y los dos lobos de los Eulates. Pueden fecharse tambi�n a fines del siglo XVI o principios del XVII, el escudo de la casa n�mero 2 de la calle Mayor con la torre de Ordo�ana-Vicu�a y las dos saetas cruzadas de los Larr�nzar; la que lleva el n�mero 40 de la misma calle, con gran escudo de los Santa Cruz sostenido por dos figuras de guerreros, muy manieristas en sus actitudes y movimienios, y la del n�mero 42, con la torre de los Ordo�anas-Vicu�as en su escudo, ampulosos lambrequines a los flancos y dos grandes leones tenantes, obra de 1582. Merece destacarse asimismo la casa n�mero 32 de la calle Zapatar), construida en las �ltimas d�cadas del siglo XVI por Juan Mart�nez de Zumalburu y su mujer Mar�a S�ez de Vicu�a: campea en su fachada un magn�fico escudo de armas con las bandas y estrellas de los Zumalburus y la cadena, lunas y luceros de una de las ramas del apellido Vicu�a, sostenido por dos s�tiros de gesto tr�gico en sus rostros y coronado por yelmo de amplios lambrequines exquisitamente trabajados. El siglo XVII ha dejado muchas e interesantes obras en Salvatierra. El edificio del Ayuntamiento, con la fecha 1602 en una de las ventanas de su fachada Norte, continu� construy�ndose en su mayor parte a lo largo del siglo. Muestra el escudo de la villa en su fachada y una espada�a que, asomada al flanco Oeste de la villa, destaca, como uno de los elementos m�s significativos en el perfil urbano de Salvatierra. Data tambi�n del siglo XVII la construcci�n del convento de clarisas de San Pedro, patronato de la villa, con arco de medio punto de grandes dovelas a su entrada y el escudo de Salvatierra como muestra de su patronazgo. Su iglesia, de tres naves, se cubre por b�vedas barrocas de aristas o de lunetos, apeadas en gruesos pilares toscanos. Conserva, entre otras im�genes, una hermosa Inmaculada del siglo XVII, al estilo de las de la escuela vallisoletana de Gregorio Fern�ndez, y una expresiva talla de San Pedro de Alc�ntara, ya del siglo XVIII. Pero la obra m�s destacable del siglo XVII en el arte salvaterrano, es el retablo mayor de la parroquia de San Juan, obra del primer barroco, en la que trabajaban en 1646 el arquitecto Mateo de Zabalia y en 1650 el pintor flamenco Pedro de Obrel, vecino de San Sebasti�n. En el conjunto arquitect�nico de Zabalia, predomina la elegancia cl�sica sobre los elementos barrocos insertos ya en el nuevo estilo. Seis grandes columnas acanaladas de capiteles corintios flanquean las calles en cada uno de los dos cuerpos de este gran conjunto, que muestra al centro hermosas pinturas del nacimiento del Bautista y la Coronaci�n de la Virgen. En las calles del primer cuerpo van representados el Bautismo de Cristo y la Degollaci�n de San Juan Bautista y, en el cuerpo superior, las figuras de San Juan Bautista con el Cordero y San Juan Evangelista en Patmos. Son pinturas de calidad, algunas muy bellas como la de Cristo muerto del basamento del segundo cuerpo; otras son aut�nticos retratos, como el de Salom� que aparece recibiendo la cabeza del Bautista, o las de varios personajes que figuran en el nacimiento de San Juan. El gran realismo y el meticuloso tratamiento en detalles y telas denotan el talante flamenco de la obra de Obrel. Son tambi�n del siglo XVII los dos retablos laterales de la Virgen del Rosario y de la Virgen de la Esclavitud de la parroquia de Santa Mar�a, de corte clasicista y con pinturas en sus calles; tambi�n lo es el de la Virgen de Est�baliz, situado en el arranque de la gir�la desde la nave derecha de la iglesia de San Juan, con relieves atribuidos a Lope de Larrea. Hemos visto asimismo la importancia de la arquitectura dom�stica salvaterrana en el siglo XVII, en sus primeras d�cadas sobre todo, actividad constructiva que contin�a a lo largo del siglo siguiente, con la erecci�n de numerosas viviendas se�oriales en las calles salvaterranas. Algunas son caracter�sticas ya del siglo XVIII como la que lleva el n�mero 22 de la calle de la Carnicer�a, abierta ya a la plaza de Santa Mar�a; su ostentoso escudo muestra las cinco panelas y los leones de los Zuazos de la Llanada, la torre de Ordo�ana y el �rbol con las cinco panelas de los Zarates, en uno de los ejemplares m�s bellos de la her�ldica salvaterrana. Pero la construcci�n que en el siglo XVIII marca mayor impacto en Salvatierra es el gran p�rtico barroco de la iglesia de San Juan, obra de 1750 dise�ada por Ignacio de Ibero, maestro arquitecto en las obras del Colegio de Loyola. El p�rtico proyecta hacia la plaza su planta pentagonal con front�n triangular, jarrones en los remates y rica decoraci�n barroca sobre los arcos de acceso, elementos ya consustanciales, junto a las olbeas, en este activo centro salvaterrano. A comienzos del XIX dej� huella el asentamiento de las tropas francesas en Salvatierra durante la Guerra de la Independencia; pueden verse a�n, como en su lugar se ha indicado, las inscripciones francesas del adarve de la parroquia de Santa Mar�a y el r�tulo �Biande� en una casa de la calle Carnicer�a, pr�xima a uno de los portales de la villa. Los avatares de las guerras carlistas afectaron m�s al n�cleo medieval salvaterrano; en 1835 el perfil de la villa cambiaba de aspecto al desmantelarse las murallas para fortificar con sus materiales el castillo de Guevara, posici�n vital para los ej�rcitos de Don Carlos. Poco despu�s Salvatierra se desbordaba; sal�a de su recinto g�tico hasta alcanzar el ferrocarril y la estaci�n, mientras se alineaban nuevas viviendas, establecimientos y servicios a los flancos de la carretera; hoy se agrupan en los modernos bloques de su entorno polinuclear. El camino de Salvatierra a Vitoria A��a Desde Salvatierra, punto en el que conflu�an los caminos que bajaban desde el puerto de San Adri�n por Araya y Zalduondo, la ruta de peregrinos segu�a, hasta el centro de la Llanada, grandes tramos de la calzada romana y de los caminos altomedievales que llegaban a Vitoria por �Salvatierrabide� o �Camino de Salvatierra�. El que desde Galarreta conduc�a tambi�n a Vitoria ser� objeto del siguiente cap�tulo de este libro. El que llevaba de Salvatierra a t�rminos de la actual Vitoria dejaba la villa por �Arricruz� y el �Lazareto� y, tomando la llamada �Senda de Gaceo�, entraba en este lugar. GACEO, que figura en el trazado de la calzada romana se�alado por Prestamero, aparece tambi�n en los documentos como apellido topon�mico a partir del siglo XI. Lo llevaba en 1071 �Didacus Telliz de Gathieu�, testigo y fiador de una donaci�n a San Juan de la Pe�a. Gaceo no se cita entonces en la relaci�n de pueblos contribuyentes al �Voto de San Mill�n�. En el siglo XIII se documentan, en cambio, dos Gaceos, �Gaceovarren� y �Gaceogoyen�, y la aldea pr�xima de Mostrej�n, m�s tarde despoblada; las tres figuran en 1257 en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar. Acaso la actividad de los nuevos caminos �el de San Adri�n entre otros�, hab�a propiciado la prosperidad y un aumento de poblaci�n en esta zona. En el mismo siglo XIII y en las primeras d�cadas del XIV, hasta la disoluci�n de la Cofrad�a, figuran varios Cofrades de �lava con los apellidos Gonz�lez de Gaceo y P�rez de Gaceo, con sus solares de origen en esta aldea. La de Mostrej�n se encontraba pr�xima al camino que ven�a de Salvatierra y al llamado �arroyo de los Ap�stoles�. Procede de Mostrej�n el nicho protog�tico que enmarca hoy el sagrario de la parroquia de Gaceo; se trata de una hornacina de piedra con doselete trilobulado, asentada sobre apeos a�n rom�nicos y sostenidos por figuras humanas. Hasta hace pocos a�os, este ed�culo cobij�, en el exterior de la iglesia de Gaceo, la imagen de Nuestra Se�ora de Mostrej�n, titular de la parroquia de la aldea despoblada. La de Gaceogoyen, tambi�n desaparecida, debi� encontrarse al Sureste de Gaceo, al Sur del ferrocarril de Madrid a Ir�n, entre el r�o de los Ap�stoles y el camino a Langarica. Al Norte de Gaceo y de la Carretera Nacional-1, junto al r�o de los Ap�stoles, pr�ximo a desembocar en el Zadorra, se encontraba el �Moj�n del Apostolado� que dio el nombre al r�o. Formaba parte del pie de una cruz de t�rmino, g�tica tard�a, con arcos conopiales y profusa decoraci�n vegetal en las ocho caras del bloque prism�tico que formaba el moj�n; lo Gaceo y su calle central tiplea de los pueblos-camino. Arranca de la entrada del que llega de Salvatierra por el Este del pueblo y finaliza a la salida del mismo, hacia Ezquerecocha, en la ruta de San Adri�n a Vitoria desde Salvatierra. fechamos en el siglo XV cuando lo estudiamos en 1965, poco antes de su desaparici�n. Bajo los arcos de cada uno de sus flancos, aparec�an relieves con ocho figuras de santos que no eran precisamente ap�stoles, ya que entre ellos se encontraban Santa B�rbara y Santa Catalina; tambi�n una de las caras del prisma mostraba la efigie de Santiago con atuendo de peregrino. Se�alaba este moj�n el conf�n de los tres municipios de Irur�iz, Barrundia y Salvatierra, unidos en este punto. La construcci�n de la parroquia de San Martin de Gaceo data del siglo XIII. Aunque hemos registrado ya algunas ermitas dedicadas al santo obispo en los caminos de San Adri�n, la iglesia de Gaceo es la primera parroquia del camino con esta advocaci�n. El culto a San Mart�n se repet�a en las ermitas e iglesias de las rutas jacobeas. Cuando se extend�a m�s all� del Pirineo la noticia de la aparici�n de las reliquias del Ap�stol, los monjes de la abad�a de San Mart�n de Tours hab�an ofrecido a Alfonso III el Magno en 906 la venta de una corona de oro de gran valor para, con su precio, ayudar a la reconstrucci�n de la iglesia de San Mart�n, poco antes destruida por los normandos. A la vez, ped�an noticia al rey sobre el hallazgo de las reliquias de Santiago, y el monarca les contestaba habl�ndoles con entusiasmo de Compostela, de Santiago, del sepulcro de m�rmol que conten�a sus reliquias y de los milagros realizados por intercesi�n del santo; este documento, aunque recogido en una recopilaci�n medieval posterior, puede ser un indicio de la temprana relaci�n entre Tours y Compostela. Con el paso del tiempo se estrecharon m�s los v�nculos entre los dos grandes centros de peregrinaci�n y sus gentes. En lo que respecta al camino jacobeo alav�s, no olvidemos que la ruta de Tours, la �v�a Touronensis�, una de las arterias m�s importantes de Francia hasta Compostela, llegaba directamente por Burdeos a Bayona y de aqu� a Guip�zcoa y �lava. La iglesia de San Mart�n de Gaceo, fechable como se ha indicado en el siglo XIII, tiene planta rectangular, �bside semicircular con b�veda de horno, y cubierta de ca��n apuntado. Su portada es sencilla, de arco tambi�n apuntado con arquivoltas en arista viva; un ventanal abierto al Sur del presbiterio, m�s decorado que la portada, muestra, en cambio, motivos de follaje y cuadrifolios, relacionados con el arte del C�ster. Pese a su sencillez constructiva el templo rom�nico de Gaceo conserva en su interior uno de los conjuntos de pinturas murales g�ticas m�s interesantes del Norte de la Pen�nsula; aparecieron detr�s del retablo mayor en 1967 y fueron estudiadas entonces por el Profesor J.C. Steppe. Se realizaron estas pinturas en momentos de holgura econ�mica en �lava, en las primeras d�cadas del siglo XIV, cuando los caminos de Gaceo eran frecuentados por los peregrinos y viajeros que bajaban desde el t�nel de San Adri�n. El estilo de estas pinturas es el g�tico lineal, dentro de las corrientes francesas del momento, aunque conservan modelos iconogr�ficos de ra�ces rom�nicas en muchas de sus escenas. Presentan las figuras bien delineadas, con sus vestiduras ca�das en pliegues angulosos y los colores, de sobria gama, encajonados en los trazos del dibujo. Representan, en el cascar�n del �bside, el Trono de Gracia, seg�n Steppe la visi�n beat�fica de los bienaventurados en el cielo, con la figura del Padre sosteniendo en sus manos a Cristo Crucificado y, entre ambos, la paloma del Esp�ritu Santo hoy desaparecida. Las tres figuras van enmarcadas en una mandorla cuadrifoliada, centro m�stico del conjunto, a cuyos lados, y en los flancos del presbiterio, se arrodillan los santos que gozan de esta visi�n celestial. Debajo, a la izquierda y cerca del altar, se representa la Crucifixi�n de Cristo entre la Virgen, San Juan, Longinos con la lanza y el portador de la esponja que humedeci� los labios del Crucificado; pertenecen tambi�n a esta escena los dos personajes armados con mazas, pintados en el intrad�s de la ventana absidal, recordando a los verdugos que quebraron las piernas de Dimas y Gestas, los ladrones crucificados a los lados de Jes�s, presentes as� en cierto modo, aunque no en imagen, en el Calvario aqu� figurado. A la derecha puede verse el juicio de las almas, con el Arc�ngel San Miguel pes�ndolas en una balanza, el demonio como le�n al acecho para arrebat�rselas, y el �ngel que toma las de los justos para coronarlas y conducirlas hasta Abraham, que las recoge en su seno. En el extremo Santa Marina, la virgen gallega venerada en los caminos de peregrinaci�n jacobea, encadena al demonio abatido a sus pies. Si la visi�n beat�fica de Dios trino, constituye el premio de los bienaventurados, las penas del infierno aparecen representadas a la izquierda del altar y a la derecha de quienes las observan desde la nave. Las fauces de un gran drag�n, la caldera de �Pedro Botero� y los personajes que, camino del infierno, representan la Soberbia, la Avaricia y la Lujuria, completan esta hermosa representaci�n llena de ingenuidad y de gran fuerza narrativa. La b�veda y los muros del presbiterio muestran, por �ltimo, distintas escenas de la vida de Cristo, dispuestas en bandas desplegadas en la totalidad de la cubierta. Encima del sagrario se representan los misterios de la Anunciaci�n, Visitaci�n y Nacimiento; sobre ellos, varias La iglesia de Gaceo conserva un valioso conjunto de pinturas murales g�ticas, fechables en torno a 1300. Las preside, desde el �bside, la figura del Padre mostrando al mundo su Hijo Crucificado entre �ngeles y santos. Debajo, el Calvario y el juicio de las almas; en la b�veda, escenas de la Vida y la Pasi�n de Cristo. Entre las pinturas murales de Gaceo, destaca la escena del juicio de las almas. San Miguel las pesa mientras ataca al diablo que intenta arrebatar las de dos justos, a punto de recibir la corona de la bienaventuranza de manos de otro �ngel. Santa Marina, venerada especialmente en las rutas de peregrinaci�n, encadena al demonio, abatido a sus pies. escenas de la vida p�blica de Cristo y, arriba los principales episodios de la Pasi�n iniciados con la entrada de Jes�s en Jerusal�n y la Cena de Cristo y los Ap�stoles. Al otro lado pueden apreciarse el Descendimiento de la Cruz, la Sepultura de Cristo, su Resurrecci�n, el Descenso a los infiernos y varias escenas de su vida gloriosa (*). Un completo y bello programa iconogr�fico, did�ctico y vivo, al alcance de todos los fieles. (*) A escasa distancia de Gaceo y con f�cil acceso por carretera hasta el lugar, se encuentra Alaiza, con pinturas murales de impresionante rareza descubiertas en 1982 en el �bside de la iglesia rom�nica de Nuestra Se�ora de la Asunci�n. El cascar�n del �bside y los arranques de la b�veda del presbiterio, se decoran con pinturas de ramajes estilizados, animales y figuras humanas en escenas y posturas sorprendentes, con un contenido ideol�gico de dif�cil interpretaci�n. Pueden fecharse en el siglo XIV, seg�n J. Egu�a. Destacan las representaciones del asedio y defensa de un castillo y otras escenas de La iglesia de Alaiza, muy pr�xima a Gaceo, conserva otro singular conjunto de pinturas murales. Aunque de cronolog�a g�tica, muestra ins�litas figuras, arcaizantes por su estilo, delineadas en trazos gruesos y siluetas movidas, como el bocinero, los peregrinos y los animales aqu� reproducidos. Al aparecer estas pinturas se retiraron los retablos que pudimos estudiar, en lo relativo al culto a San Mart�n en las rutas jacobeas, en nuestros trabajos de 1964. Se trataba de cuatro retablos barrocos construidos en el siglo XVIII. El coste del mayor, de columnas salom�nicas bien doradas, se abonaba en 1700 al maestro arquitecto de Santa Cruz de Campezo, Pedro de Arenalde. Se conservan a�n en culto sus im�genes, entre ellas la del titular San Mart�n, y las dos pinturas del banco, pagadas en 1794 y 1795, con dos escenas de la vida del santo: la entrega de la mitad de su capa al mendigo desnudo y el momento en que los habitantes de Tours fuerzan a San Mart�n a dejar su retiro para convertirse en su obispo. Los otros tres altares ten�an por titulares a la Virgen del Rosario, San Juan Bautista y las Animas. Las tallas de bulto de estos retablos se encuentran sobre peanas en la nave de la iglesia. Gaceo es en su trazado un pueblo-calle que sigue el eje del camino que llega desde Salvatierra por el Levante, pasa junto a la parroquia descrita, y sale hacia Ezquerecocha por el lucha; los guerreros protagonistas se protegen con arcos y escudos y llevan armas ya del bajo medioevo. Otros personasjes portan ofrendas, algunos caminan con b�culos cruciferos y otros aparecen en posturas obscenas. Se representan tambi�n iglesias con campanarios y p�rticos arqueados, que recuerdan los de algunas miniaturas altomedievales entre ramas y animales diversos, reales y fant�sticos; todo un mundo ins�lito desplegado entre bandas de tallos curvados, motivos geom�tricos y mazoner�as fingidas, en una iglesia pr�xima al camino. J. M. Gonz�lez de Zarate apunta la relaci�n de estas pinturas con la Orden del Temple y con las rutas de peregrinaje a trav�s de �lava. Desde Gaceo el camino llegaba a Ezquerecocha por el Levante del pueblo, a la vista del �bside de la iglesia de San Rom�n. Las figuras de orantes y oferentes que ornamentan su ventanal rom�nico, parecen invitar a viajeros y peregrinos a penetrar en el templo, abierto en la calle-camino. llamado �Camino de San Andr�s�, al Oeste del pueblo. Recuerda este nombre la antigua ermita derribada en 1795, com�n de Gaceo y Ezquerecocha, cuya imagen, muy deteriorada, correspondi� a Gaceo por sorteo, al demolerse la ermita. En el trazado de Gaceo como aldea-camino las casas, generalmente de dos plantas, tienen los caballetes de sus tejados paralelos al eje de la calle. Al centro de �sta se encuentran la fuente y el abrevadero, construidos en la d�cada de 1960. Gaceo tiene treinta y cinco habitantes, registrados en las �ltimas estad�sticas. El camino de Gaceo a Ezquerecocha discurre casi en l�nea recta entre campos de cultivo, sobre todo de cereales, patatas y, recientemente de colza. Por un puente moderno cruza el camino el arroyo que aqu� llaman �Zarra� y entra a Ezquerecocha por el Oriente del pueblo; hoy puede recorrerse en coche. EZQUERECOCHA. El paisaje llano y abierto del camino se cierra al Sur de Ezquerecocha por las lomas de monte bajo que se elevan entre esta zona de la Llanada Oriental, vertiente al alto Zadorra, y la que env�a sus aguas al mismo Zadorra por su afluente el r�o Alegr�a, ya en el curso medio de aqu�l. El horizonte occidental de Ezquerecocha queda cortado asimismo por las cimas onduladas de Arrieta, entre ellas los llamados altos de �Saturnia�, top�nimo muy significativo teniendo en cuenta la proximidad de la importante arteria romana de Burdeos a Astorga. Poco antes de entrar en Ezquerecocha el camino que viene desde Gaceo deja a su derecha el altozano donde se levant� la ermita de San Andr�s, com�n entre Gaceo y Ezquerecocha y en pie hasta mediados del siglo XVIII. Los vecinos de mayor edad de esta aldea recuerdan haber encontrado sepulturas de ata�d formado por lajas de piedra hincadas, al labrar en torno a la ermita; una conservaba la tapa y una gran piedra bajo la cabeza del enterrado, detalles que nos permiten se�alar el origen acaso altomedieval del templo desaparecido. El camino entra en Ezquerecocha por el Levante, precisamente a la vista del �bside, ya protog�tico, de la parroquia de San Rom�n. Sigue el eje de la calle principal del pueblo hasta el puente situado a escasa distancia de la iglesia, al Poniente de la misma; cruzado por este puente un peque�o regato que atraviesa el pueblo, el trazado de �ste se bifurca en dos viales: uno da salida al camino de Arrieta por el Noroeste, y otro, dirigido hacia el Suroeste, conduce a Ayala y Alegr�a; �ste marcar�a la salida del pueblo por las proximidades del camino romano y el medieval de los primeros peregrinos. En el primer tramo del pueblo, antes de la bifurcaci�n del puente, se encuentra el n�cleo principal de la aldea, en el �nico eje del camino a su entrada desde Gaceo. En �l se levanta la iglesia y, a la izquierda, la fuente vieja y el abrevadero antiguo; la fuente es muy simple, con s�lo un recuadro de losas enmarcando el manantial. Pasado el puente que cruza el riachuelo por un solo arco de medio punto y dovelas de siller�a, la calle �nica se divide en las dos que, como se ha indicado, marcan dos caminos: las salidas del pueblo hacia Arrieta y Ayala. El censo de poblaci�n arroja en Ezquerecocha la exigua cifra de treinta y tres habitantes. Aunque Ezquerecocha, al igual que Gaceo, no figura en el documento de la reja de San Mill�n encontramos, ya en el siglo XII, el nombre de la aldea como apellido topon�mico en las personas de los �s�niores� Beila Gonzalvez de Ezkerecocia, en una donaci�n otorgada a San Juan de la Pe�a en 1040, y Gonzalo Beiliz de Ezquerecoza, acaso hijo del anterior, testigo y fiador de otra entrega al monasterio en 1071. De la antig�edad de esta aldea da fe asimismo la portada rom�nica de su iglesia, anterior a la f�brica protog�tica del edificio. Consta de un arco de medio punto con dos arquivoltas de aristas vivas, y la tercera ajedrezada; sus columnas de apeo muestran capiteles de acantos muy estilizados con puntos trepanados, al flanco derecho, y las figuras de un �ngel, muy borrado, y de un personaje orante al lado izquierdo, elementos muy primitivos en el rom�nico alav�s fechables en el siglo XII o, a lo m�s muy a comienzos del XIII. A partir del siglo XIII, cuando Ezquerecocha figuraba ya en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar, se abr�a un largo per�odo constructivo que llegar�a hasta el primer renacimiento, actividad patente en las obras realizadas en su iglesia dedicada a San Rom�n, santo que reiteradamente aparece en los caminos de peregrinaci�n como venimos observando. La erecci�n de la cabecera y el presbiterio de este templo, ampliaci�n de otro anterior, data, en efecto, de los �ltimos a�os del siglo XIII. Los peregrinos y viajeros que, desde Gaceo, entraban a Ezquerecocha, encontraban en el �bside de esta iglesia el bello ventanal protog�tico que a�n podemos contemplar, con arco apuntado y, en sus arquivoltas, decoraci�n de follaje carnoso y realista anunciando ya el nuevo esp�ritu naturalista del arte g�tico. En el primer capitel del lado izquierdo, entre la hojarasca, car�tulas grotescas y animales fant�sticos de otros capiteles, la figura de un var�n, respetuoso portador de un libro o de una ofrenda se�ala, con los otros dos personajes de los salmeres en la segunda arquivolta, una mujer velada y un hombre en actitud orante, el car�cter sagrado de este lugar que sale al encuentro de los viajeros proyect�ndose desde la cabecera del templo a la vista del camino. Este �bside, ochavado, se cubre en su interior por una b�veda protog�tica, con nervaduras radiales; en el tramo del presbiterio los nervios se cruzan en diagonal con la figura de San Rom�n en la clave. Los dos arcos fajones de la cabecera, apuntados y doblados, descansan en pilares protog�ticos con los capiteles decorados con follaje, animales monstruosos, rostros humanos y otros motivos, repetidos algunos en otro ventanal abierto en el muro derecho del presbiterio. Retablo de San Rom�n en Ezquerecocha, labrado en piedra en el siglo XVI. Hay muchas iglesias dedicadas a San Rom�n en los caminos medievales. En �lava son cuatro en un corto tramo de las rutas de San Adri�n: las de San Rom�n de San Mill�n, Ezquerecocha, Mend�jur y la desaparecida de San Rom�n de Ascarza. Es muy hermoso el nicho de doble arco, situado en el mismo presbiterio, al lado izquierdo del observador. Se conjugan en �l la tradici�n rom�nica, en los dos arcos gemelos y en la decoraci�n del mainel, con el naturalismo, ya g�tico, de las hojas del arco apuntado que cobija el conjunto y con el realismo de la cabeza femenina que se proyecta desde el centro del mismo; una muestra m�s de la bella amalgama art�stica que late en la totalidad de la iglesia de San Rom�n de Ezquerecocha. El g�tico tard�o de los �ltimos a�os del siglo XV y los primeros del XVI se incorpora tambi�n a la variedad estil�stica de este conjunto. En esos momentos se cubren los dos tramos de la nave con b�vedas de terceletes y pilares de apeo con capiteles dispuestos en anillos de bolas y rosetas, caracter�sticos del �ltimo g�tico. Con esta �ltima construcci�n quedan representadas en esta iglesia las principales etapas del arte medieval: el puro rom�nico en la portada, el naturalismo del rom�nico tard�o y la arquitectura protog�tica en el presbiterio, m�s el g�tico final en los �ltimos tramos de la nave. El renacimiento cuenta tambi�n en Ezquerecocha con una obra singular: su retablo mayor de piedra, con un templete-sagrario de elegante dise�o italianizante, la imagen de San Rom�n presidiendo el conjunto y las tres efigies del Calvario culmin�ndolo. Son bell�simas las figuras juveniles que decoran las pilastras del primer cuerpo del retablo y las im�genes de San Roque y San Sebasti�n del mismo, �sta exquisitamente cl�sica. Si fechamos este retablo en el tercer cuarto del siglo XVI, las figuras de estos dos santos, abogados contra la peste, pueden recordar la tr�gica mortandad que asol� estas tierras y otras de �lava en la d�cada de 1560. Los relieves de los cuerpos superiores muestran las escenas del juicio y del martirio de San Rom�n. El escultor quiere narrar lo sucedido en ellas y lo consigue, sobre todo al representar el suplicio del m�rtir, al que arrancan la lengua, y la decapitaci�n del ni�o Barulas, que proclam� la unidad y trinidad de Dios en el juicio del santo. Este retablo trata de acercar a los fieles a trav�s del arte a la historia y la leyenda de San Rom�n, m�rtir de gran devoci�n en Espa�a, cantado ya por el poeta Aurelio Prudencio Clemente, y muy venerado m�s tarde en la liturgia visig�tica y moz�rabe. Partiendo desde Ezquerecocha hacia Alegr�a, se pasa hoy sobre el t�nel del ferrocarril Madrid-Ir�n. Antes de llegar a la v�a, y cerca de la salida del t�nel hacia Ezquerecocha se sit�a el lugar donde viajeros y peregrinos encontraban la ermita de �Se�ora Santa Mar�a Magdalena, llamada Sojuela�, citada as� en la documentaci�n parroquial del siglo XVII. Santa Mar�a Magdalena, especialmente venerada en los caminos de peregrinaci�n, fue titular de una cofrad�a instalada en esta ermita, con antiguas ordenanzas y objeto de gran devoci�n en toda la comarca. El peque�o templo de la Magdalena se rehizo en el siglo XVIII y a�n estaba en pie en el siglo pasado. Desde las proximidades de la Magdalena, un camino viejo se dirig�a a Ayala, aldea despoblada junto a la actual villa de Alegr�a. La apertura del t�nel y el trazado de la v�a han desfigurado el arranque de este camino; hoy la carretera a Alegr�a pasa por Chinchetru que, en el medioevo, quedaba apartado, a la izquierda del camino (*). EL DESPOBLADO DE AYALA. El camino hacia el �mortuorio� de Ayala, llamado en la toponimia de este despoblado �Camino de los Romanos�, nombre con que lo conocen tambi�n los vecinos de la pr�xima villa de Alegr�a, llegaba a la aldea desaparecida faldeando las alturas de Ayala, Santa Cruz y Ochamendi, a media ladera entre los rebordes monta�osos de estas lomas y el peque�o r�o llamado Arganzubi. Este arroyo corr�a tambi�n al pie del cabezo de Henayo, en el que se han hallado interesantes vestigios de civilizaciones indoeuropeas desde mediados del siglo VIII antes de Cristo y, en 1799, los restos de una l�pida romana con un ep�grafe votivo. El pueblo de Ayala se documenta ya en el siglo XI; figura en la n�mina del Voto de San Mill�n abonando dos rejas anuales al monasterio, el tributo de veinte casas pagadoras, lo mismo que la aldea pr�xima de Dulanci, desaparecida como tal al igual que Ayala. Otras aldeas del entorno, tambi�n despobladas, estaban menos habitadas: Larrara abonaba una reja, tasa correspondiente a diez casas, mientras Larraza y Alborcoin no llegaban a diez. Por entonces aparec�a la aldea de Ayala en el apellido topon�mico registrado en una donaci�n a Leire en 1066, en la que figuraba como testigo, junto a otros nobles de la zona, el �s�nior� Gundisalvo Didaz de Aialla, nombre que por entonces no aparece en los linajes del mismo apellido de los valles de Ayala y Llodio; por esto y por la proximidad de otros topon�micos citados en el mismo diploma, el apellido documentado en 1066 se refiere, sin duda, a la Ayala de la Llanada. (*) Al pasar por Chinchetru, siguiendo la actual carretera de Ezquerecocha a Alegr�a, puede visitarse su iglesia parroquial de Santa Eulalia, construcci�n del �ltimo g�tico erigida en el siglo XVI. Conserva el templo una buena portada del siglo XIII de influjo cisterciense, con sus arquivoltas ajedrezadas, y una pila bautismal del mismo siglo XIII con pie ajedrezado tambi�n y figuras humanas, rosetas geom�tricas y otros motivos rematando los gallones de la copa. El retablo mayor barroco, obra del siglo XVII en sus finales, conserva a�n cierto clasicismo en su arquitectura; los dos graciosos altares Santuario de Nuestra Se�ora de Ayala. A corta distancia, ante su p�rtico, pasaba el camino romano y altomedieval entre Ezquerecocha y Arrarain, aldea despoblada al igual que la de Ayala, una de las m�s pr�speras del entorno en los siglos XI y XII, con esta iglesia de Nuestra Se�ora como parroquia. Ayala era un pueblo pr�spero a fines del siglo XIII, al igual que lo hab�a sido en el alto medioevo. En 1292 contribu�a a la campa�a de Tarifa con 675 maraved�s, mientras la aldea pr�xima de Dulanci abonaba 210 y Olga, tambi�n despoblada en t�rmino de Alegr�a, s�lo 25. La parroquia de Ayala, dedicada a Santa Mar�a, es el santuario actual de Nuestra Se�ora de Ayala. Conserva su elegante f�brica del siglo XIII, con �bside semicircular y nave de tres tramos, cubiertos por b�veda de ca��n apuntada y con arco triunfal doblado, tambi�n apuntado lo mismo que los restantes arcos fajones. Los capiteles de los apeos van decorados, en el presbiterio, con motivos vegetales y caras humanas; los de las pilastras de la nave carecen de ornamentaci�n. Esta f�brica, elevada y noble, destaca sobre los esquemas constructivos de las iglesias de otros despoblados del entorno conservados hoy como ermitas m�s reducidas, tales como las de San Juan de Arrarain, San Pedro de Quilchano o San Mart�n de Ania, situadas en el camino o en sus proximidades. El exterior del templo de Ayala acusa tambi�n la prosperidad de la aldea y la importancia de su parroquia. Se abren en el �bside dos ventanales muy estrechos, casi dos saeteras, con grandes trasdoses decorados con motivos esf�ricos. Otro ventanal con sartas de bolas y trasd�s ajedrezado, da luz al hastial del Poniente; y al costado Sur del presbiterio, otro vano posterior con cabezas humanas muy frontales y follaje naturalista en sus capiteles, ilumina la cabecera del templo. laterales, de gusto rococ�, fueron dise�ados a finales del siglo XVIII por el arquitecto vitoriano Jos� de Moraza. En la fachada de una casa de Chinchetru, junto a la carretera, pueden verse los restos de un sagrario g�tico-renaciente de piedra, obra del siglo XVI, con el Camino del Calvario al frente y restos de las efigies de San Pedro y San Pablo en los flancos. Curiosamente ha sido colocado como elemento ornamental en el exterior de una vivienda, de cara al camino. S�lo van decorados los canes del alero situados de cara a la fachada principal ante la que discurr�a el camino romano y medieval; entre otros, ornamentados con testas de animales o decoraci�n vegetal, destaca una venera perfectamente trabajada, colocada a la vista de quienes, por esta ruta, peregrinaban a Compostela. El p�rtico, protog�tico, es posterior al edificio de la iglesia. Se trata de una amplia construcci�n abierta por tres arcos doblados, dos apuntados y uno de medio punto, con decoraci�n de flora naturalista y cabezas humanas en los capiteles de sus apeos, todo encuadraba en los a�os finales del siglo XIII. La sobriedad de la portada del templo, con amplio arco apuntado, s�lo decorado con baquetones y bandas de ajedrezado, nos permite datarla al igual que el templo, dentro ya del influjo del C�ster, en el mismo siglo XIII, aunque en fecha anterior a la del p�rtico. La imagen titular de este santuario, Nuestra Se�ora de Ayala, es, aunpue muy restaurada, una hermosa talla del siglo XIV. Conserva el regusto rom�nico, caracter�stico en las v�rgenes del tipo �Andra Mari�; no obstante, el gesto sonriente y natural de Mar�a la postura ladeada del Ni�o y la disposici�n de los pliegues de los ropajes de ambos, denotan una cronolog�a ya g�tica en la imagen. Ayala se despobl� en el bajo medioevo lo mismo que otras cinco aldeas situadas en torno a la actual villa de Alegr�a. Las advocaciones de sus parroquias, convertidas en ermitas, desaparecidas hoy, denotan la antig�edad de estos pueblos: San Rom�n de Larraza, San Juli�n de Olga, Santa Mar�a de Larrara, San Miguel de Henayo y San Mart�n de Dulanci, �sta, con la de Ayala, la m�s rica del entorno. La advocaci�n de la iglesia de San Miguel, junto al cerro de Henayo, acaso lugar de culto a divinidades paganas como algunos investigadores indican, pudo significar, al igual que en otros puntos similares, la cristianizaci�n de un antiguo lugar sagrado, dedic�ndolo al Arc�ngel vencedor de las fuerzas infernales. En la iglesia de Ayala, los canes que daban cara al camino est�n trabajados con mayor esmero que los restantes de la cubierta. Destaca una venera perfectamente labrada, lo mismo que las hojas, la pina y el �guila posada de los canes contiguos; un s�mbolo jacobeo en un primitivo camino de peregrinaci�n con base romana. Todas estas iglesias eran ya ermitas en 1556; hoy han desaparecido, a excepci�n de la de Ayala, aunque muchas conservan sus top�nimos en los lugares que ocuparon. San Mart�n de Dulanci, parroquia de la aldea que dio el sobrenombre a la villa de �Alegr�a de Dulanci� fundada en 1337, qued� extramuros del recinto urbano de la nueva �puebla�, al Noroeste de la misma y a la orilla derecha del r�o Alegr�a, en el actual barrio de Dulantzi, frente al convento de Clarisas. Los vecinos del barrio recuerdan exactamente el lugar donde estuvo la ermita, en cuyo entorno se descubrieron varias sepulturas hace unas d�cadas. Al Sur de Alegr�a se recuerda el hagiotop�nimo de San Rom�n, parroquia de Larraza; al Nordeste el de San Miguel de Henayo; al Oriente el de Santa Mar�a de La�ara y al Sureste el de San Juli�n de Olga. De las restantes ermitas, quince registradas por el Licenciado Mart�n Gil en 1556, se recuerdan, por sus top�nimos, la de San Pelayo, situada al Noroeste de la villa, entre Dulanci y Ayala; la de Santa B�rbara, al Sureste del castillo de Henayo; la de San Miguel, otra ermita dedicada al Arc�ngel en el despoblado de Alborcoin, entre Erenchun, Gauna y Alegr�a, en el llamado �Camino del Puerto� hacia los montes de Vitoria; la de Santa Marina, en el camino de Acilu; la de Santa Cruz, acaso en el llamado �Alto de Santa Cruz�, entre Alegr�a y Arrieta, y la de San Juan, junto al t�rmino llamado �Sanjuanalde� entre la actual carretera a Salvatierra y el camino que va a Gauna. No recuerdan, en cambio, ni en la toponimia, ni los vecinos de Alegr�a, la existencia de las ermitas de San Adri�n, Santa P�a, San Salvador y San Sebasti�n, nombradas en la visita pastoral de 1556. Despu�s de la fundaci�n de Alegr�a el panorama humano, de poblamiento tan disperso, experiment� un cambio radical: desaparecieron las aldeas m�s pr�ximas a la villa y, poco a poco, fueron arruin�ndose sus iglesias y las ermitas que flanqueaban sus caminos, muchos olvidados hoy, mientras crec�a la poblaci�n de la villa. LA VILLA DE ALEGRIA-DULANTZI. Parece que el asentamiento de los primeros pobladores en la villa de Alegr�a-Dulantzi, parti� de la iniciativa de algunos habitantes de Ayala, Henayo, Larrara, Olga, Larraza y Eguileta que fueron a poblar la ladera de la actual Alegr�a; el rey Alfonso XI respondiendo a esta determinaci�n �tuvo por bien� hacerla villa; y para que fuese mejor poblada, sus moradores �valiesen m�s� y pudieran mejor �nos servir�, dec�a el rey en su carta de poblaci�n, le otorg� fuero de villazgo el 20 de octubre de 1337, con mercado �salvo y seguro� el lunes de cada semana. As� naci� la villa de Alegr�a en el bajo medioevo en la ladera que asciende desde la margen izquierda del r�o Alegr�a hasta lo alto del cabezo desde el que dominaba tres rutas importantes: los caminos hacia La Rioja por los pasos de los Montes de Vitoria y la Monta�a Alavesa, los que conduc�an al puerto de San Adri�n y los que, por Gamboa, llegaban a Vizcaya y Guip�zcoa. El n�cleo de la nueva villa qued� trazado a lo largo de dos calles principales delineadas en direcci�n Este-Oeste y paralelas al r�o Alegr�a: las llamadas �Calle Mayor�, pr�xima a �ste, y �Calle de la Fortaleza�, la m�s alta y m�s cercana a la iglesia de San Blas, parroquia de la villa, y a la torre de los Lazcanos, una de las fortalezas m�s importantes de la Llanada, solar torreado y realengo a partir de 1501, hoy totalmente desaparecido. Cinco calles menores alcanzan el punto m�s alto y m�s importante de la villa, asiento de la iglesia y de la torre fuerte, como se ha indicado. Tres suben de Norte a Sur desde el rio, atravesando otros tantos puentes; otras dos arrancan de la Calle Mayor. Un puente cruzaba, y cruza a�n el r�o Alegr�a, aguas al Poniente, frente al barrio de Dulantzi, puente de acceso a la calle llamada hoy �Euskal Herria� que, seguramente, quedaba extramuros de la villa bordeando la muralla por su flanco Oeste; otro puente situado al centro del r�o, foso natural de la villa, serv�a y a�n sirve de paso a la calle llamada en el pueblo �Cuesta de las Cabras� hoy �Calle de la Fortaleza� que, cortando la Calle Mayor y la tambi�n llamada �de la Fortaleza�, alcanza la iglesia, la plaza y el lugar de la torre fuerte de la villa; un tercer puente, aguas arriba del r�o, al Levante de su curso, llevaba y lleva a la llamada �Calle del Arrabal� que, tambi�n, sube hasta los muros mismos de la iglesia. Las otras dos calles transversales, arrancan de la calle Mayor y ascienden como las otras hasta la parroquia y la fortaleza desaparecida. Queda el recuerdo de dos accesos o puertas del encintado medieval de Alegr�a. Las dos se encontraban, seg�n noticias de los vecinos de mayor edad de la villa, en los extremos de la Calle Mayor, pr�ximas a los dos puentes que cruzaban el r�o por el Este y el Oeste de su curso a su paso por la villa. La del Este, llamada �Puerta del Arrabal�, se abr�a en arco fuera del recinto la Calle del Arrabal, y dentro, la Calle de San Blas; la del Poniente se encontraba en el arranque de la Calle Mayor frente al Barrio de Dulantzi, situado al otro lado del r�o. Es muy probable que existiera otra puerta al centro de la Calle Mayor, enfilada hacia el puente central, acceso a la �Cuesta de las Cabras�, la �nica calle que sub�a desde el r�o hasta la iglesia y a los barrios llamados �Torrealdea� o �la Fortaleza�, pr�ximos a la torre. En l�neas generales perdura en el casco urbano de Alegr�a el trazado de la villa medieval, aunque no queda vestigio alguno de sus murallas. Las del Norte seguir�an la orilla izquierda del r�o, foso del recinto cruzado por los puentes de acceso a las tres puertas de la villa. El encintado subir�a hasta la iglesia y la fortaleza por las actuales calles de Euskal Herria al Oeste y Arrabal al Este, que quedar�an fuera del recinto. En el barrio de Torrealdea, el m�s fuerte y La villa de Alegr�a de Dulantzi, fundada en 1337, absorbi� gran parte de la poblaci�n de las aldeas del entorno, algunas tan pujantes como Ayala. Las calles del nuevo n�cleo ascend�an desde el r�o, junto a la actual carretera, hasta la iglesia y la fortaleza desaparecida, puntos claves en la estructura urbana de la villa. Alegr�a-Dulantzi. villa de ladera, dispone su casco medieval elev�ndose desde la orilla izquierda del rio Alegr�a hasta cubrir totalmente el flanco de la altura dominada por la iglesia y por la desaparecida torre-fortaleza. La Calle Mayor y la Calle de la Fortaleza, ejes paralelos al rio y a la muralla baja, inexistente hoy, aparecen cortadas por otras calles empinadas que llegan hasta la iglesia y el barrio llamado "Torrealdea", en recuerdo de la torre fuerte. 1. 2 y 3. Puentes. 4. Calle Mayor. 5 . Calle de La Fortaleza. 6. Casa Consistorial. 7. Iglesia de San Blas. 8. Plaza. 9. Martinostea. 10. Convento de Clarisas. el m�s alto del n�cleo urbano, se abrir�a acaso otra puerta de acceso a la villa, desde el camino de Eguileta. Por varios testimonios evacuados en un proceso seguido por la villa en 1529 contra Don Felipe de Lazcano, conservado en el archivo municipal de Alegr�a, sabemos que parte de estas murallas hab�an sido demolidas por el abuelo de Don Felipe, Don Juan L�pez de Lazcano, a fines del siglo XV para reconstruir con sus materiales el deterioro sufrido por la fortaleza, se�or�o entonces de los Lazcanos. Parte de esta torre fuerte, puntal del bando o�acino en la Llanada, hab�a sido quemada y �derribada por el suelo� pocas d�cadas antes, en 1443, durante las luchas de las Hermandades de �lava, apoyadas por gentes de Lazcano, contra el entonces se�or de Salvatierra Don Pedro L�pez de Ayala; las tropas de Ayala y sus aliados, tras de vencer a las Hermandades, quemaron tambi�n la villa de Alegr�a para que no pudieran acogerse en ella las tropas derrotadas de las Hermandades y las gentes de los Lazcanos. El n�cleo urbano de Alegr�a hab�a quedado configurado, a ra�z de su fundaci�n en 1337, como el t�pico de una villa de ladera, con su principal defensa en el punto m�s alto de la poblaci�n, las calles principales siguiendo las curvas de nivel del cabezo y otras transversales ascendiendo hacia la fortaleza, cortando los principales ejes del recinto, defendido en este caso por el r�o Alegr�a como foso natural al pie de la ladera. Desde ella, la villa y su fortaleza se dominaban a lo lejos el camino romano y altomedieval que ven�a a Ayala desde Salvatierra por Gaceo y Ezquerecocha, para seguir por Arrarain �hoy termino de Elburgo�, en direcci�n a Vitoria, aunque creemos que, a partir de la fundaci�n de la villa el tr�nsito de viajeros debi� aproximarse a la nueva poblaci�n. Andrea Navagiero pas�, en efecto, por Alegr�a el 22 de mayo de 1528, cuando desde Vitoria se encaminaba, por Salvatierra, al t�nel de San Adri�n; y a las tierras abiertas de Alegr�a llegaban tambi�n las rutas de arrieros que, desde La Rioja, bajaban a la Llanada por los puertos de Erenchun, Gauna y Eguileta, caminos dominados por la fortaleza en su entrada a la villa. En un reparto de los caminos que la Hermandad de Iruraiz se encargaba de �aderezar y reparar�, correspondieron. El edificio de la iglesia de San Blas, parroquia de Alegr�a, responde al gran momento constructivo iniciado en �lava afines del siglo XV y prolongado durante el XVI. Su esbelto campanario neocl�sico, se�ala otra etapa de actividad constructiva, la de los �maestreos�, los campanarios y los p�rticos neocl�sicos. en efecto, a Alegr�a �los puertos desta dha villa y los de Herenchun, Gauna y Eguileta, por donde se acarrea el vino de La Rioja y otras cosas�, seg�n acuerdo concertado el 10 de noviembre de 1628 precisamente �delante de la Hermita de San Mart�n de Dulanci�, conservado en el archivo de Elburgo. En la entrada a la villa desde estos caminos de La Rioja por el barrio de �Torrealdea�, junto a la fortaleza, se localiza tradicionalmente el hospital de Alegr�a, documentado en 1556. En la villa se�alan como edificio del hospital una casa amplia que, por su construcci�n, se distingue entre las dem�s del barrio y que, en una de sus fachadas, conserva una cruz sobre un acceso tapiado y la fecha �1780�. En este barrio estrat�gico de la �Fortaleza� o �Torrealdea� se ubicaba la torre fuerte de la villa, una de las mejores de la provincia. Estaba rodeada de una muralla �muy buena� con su �andana� o paseo de ronda, y la defend�an gruesas almenas. La cercaban cuatro cubos circulares en los �ngulos, cuatro menores a los lados del muro y la defend�a un foso con puente de acceso. En el centro del recinto se elevaba la torre con dos puertas, una baja y otra alta con un puente levadizo que ca�a sobre la muralla. As� se reconoc�a esta torre en el informe sobre las fortalezas de la provincia remitido a Felipe II en 1592. En 1443, cuando era su se�or Don Juan L�pez de Lazcano, la fortaleza de Alegr�a resisti� durante veinticinco d�as el asedio de las gentes aliadas al se�or de Salvatierra, Don Pedro L�pez de Ayala, en lucha con las Hermandades de �lava a las que apoyaba el se�or de la torre de Alegr�a. Ante la falta de agua, los sitiados �que se mor�an de sed�, seg�n Lope Garc�a de Salazar, se entregaron �a pleites�a de salir a salva fe� �e salieron en jubones�; pero los atacantes destruyeron la fortaleza que fue reconstruida por el hijo de Don Juan L�pez de Lazcano, llamado como su padre, dicen que con la piedra extra�da de las murallas y de algunas ermitas de la villa. En 1501 la fortaleza pas� a la Corona mediante la venta realizada por Don Bernardino de Lazcano; desde entonces los reyes nombraban los alcaides de la torre, que a�n estaba en pie a fines del siglo XVIII, tal como la describi� Land�zuri. La iglesia de Alegr�a, dedicada a San Blas, conserva gran parte de la historia de la villa en su edificio, retablos y objetos de culto. En el exterior de su costado Sur se aprecian restos de una primitiva construcci�n medieval, y las se�ales de dos ventanales con arcos de medio punto, tapiados a comienzos del siglo pasado. El retablo mayor de la parroquia de Alegr�a, pagada a partir de 1635 al escultor Jos� de �ngulo, se inserta en las corrientes art�sticas que, en el segundo tercio del siglo XVII, dejaron en �lava grandes retablos de corte a�n cl�sico en su arquitectura, aunque con figuras y relieves encuadrables en el primer barroco. Sobre esta primitiva estructura se abren dos �culos con bellas tracer�as flam�geras del �ltimo g�tico, fechables en los a�os finales del siglo XV. Sabemos, en efecto, que en 1490 estaba cubri�ndose parte del edificio con dos �capillas� o tramos de b�vedas, cuya construcci�n hubo de detenerse por perjudicar con su elevaci�n a la fortaleza contigua; poco despu�s, a petici�n del concejo y el cabildo eclesi�stico de Alegr�a se revisaba la provisi�n del Condestable y el Consejo de Castilla que hab�a paralizado las obras y �stas pudieron continuar m�s tarde. Del primer momento g�tico tard�o data tambi�n, aparte de los dos tramos de cubierta indicados, la portada del costado Norte medio oculta hoy por el baptisterio y trasdosada por un arco conopial; esta debi� ser la puerta principal del templo hasta que se construy� el actual p�rtico neocl�sico. Se encontraba al Norte de la iglesia �situaci�n poco frecuente�, para abrirse directamente hacia las calles de la villa. En el interior del edificio, con planta de cruz latina, se aprecian dos momentos constructivos, de acuerdo con la paralizaci�n de las obras que hemos documentado: la gran b�veda estrellada del centro de la nave, se planear�a junto con los �culos del muro Sur y la puerta del Norte, en los a�os finales del siglo XV; la cabecera, el crucero y el tramo del coro, cubiertos con b�vedas de crucer�a m�s tard�a, con nervios curvados de complicados entrelazos en algunos espacios, debieron edificarse despu�s de la suspensi�n de las obras, ya en el siglo XVI bien entrado. En este momento puede fecharse la figura de un peregrino con sombrero de ala ancha, bebiendo de una calabaza, que decora uno de los apeos de la b�veda del coro. En el mismo siglo XVI, mediado ya, se constru�an el coro, con arco escarzano y grandes grutescos en las enjutas, y el curioso pulpito de piedra situado a la izquierda de la nave. Ya en fecha tard�a del mismo siglo, se edificaba tambi�n la sacrist�a, con c�pula en su cubierta y rica portada, flanqueada por dos est�pites con bustos muy cl�sicos y front�n con la Piedad al centro, rematado en una cresta de volutas y bellos jarrones como acr�teras. Data tambi�n del mismo siglo el relieve de piedra con la Virgen y el Ni�o que preside el retablo del Rosario: un precioso ejemplar renacentista con fuerte impronta italianizante, policromado en el siglo XVIII. El siglo XVI, tan rico en obras de arte, se�ala momentos de prosperidad en la villa, habitada por ciento veinte vecinos y once cl�rigos al servicio de su parroquia en 1556; de �l quedan tambi�n en las calles de Alegr�a notables ejemplares de arquitectura dom�stica construidos en el mismo siglo y, en el barrio de Dulantzi, el convento de Clarisas fundado en 1581. El barroco, en sus comienzos, est� presente en una obra de gran calidad de la primera mitad del siglo XVII existente en la parroquia de Alegr�a. Se trata del retablo mayor de San Blas, obra pagada a Jos� de �ngulo a partir de 1635. Las columnas pareadas que flanquean las calles, los frontones, los nichos y, en general, la arquitectura total del conjunto, recuerdan a�n la traza de los retablos del renacimiento romanista, aunque decorada con ciertos elementos ya barrocos. La imaginer�a refleja el influjo de Gregorio Fern�ndez que se deja sentir en toda la obra de Jos� de �ngulo y su taller. Se manifiesta aqu� en la monumentalidad de las figuras, en el tratamiento de los ropajes ampulosos de pliegues acartonados y, sobre todo, en la talla de la Inmaculada radiante del primer cuerpo del retablo; una hermosa Pur�sima de tipo castellano, con las manos juntas al centro del pecho y el manto asentado sobre los dos hombros al estilo de las Inmaculadas de Gregorio Fern�ndez, que acababa de levantar el retablo mayor de San Miguel de Vitoria presidido por una majestuosa imagen mariana de este estilo. Los retablos laterales de Nuestra Se�ora del Rosario y del Santo Cristo se colocaban en 1638 y 1642; en la documentaci�n de ambos figura tambi�n Jos� de �ngulo. Pero la obra que destaca con mayor fuerza sobre la villa y el paisaje circundante es la torre de la parroquia, una de las m�s hermosas del neocl�sico alav�s. Se pagaba al arquitecto Juan Agust�n de Echevarr�a en 1792 y durante los a�os siguientes. El mismo maestro hab�a construido en 1785 el elegante p�rtico arqueado del templo. Jos� de �ngulo, autor del retablo mayor de Alegr�a, y su taller vitoriano, reflejan el impacto art�stico de Gregorio Fern�ndez, que tres a�os antes hab�a dado fin al retablo de San Miguel de Vitoria. La Pur�sima radiante de Alegr�a responde a la obra del maestro y su c�rculo vallisoletano. En el coro alto de la iglesia de Alegr�a, uno de los capiteles de los apeos angulares de su cubierta, obra del siglo XVI, muestra la figura de un peregrino bebiendo de su calabaza. Lleva sombrero de ala ancha, al estilo de entonces. La erecci�n de esta fachada rematada por la torre al Poniente de la iglesia, y la casa del Ayuntamiento, fechada en 1788, enriquecieron la plaza de la villa con dos edificios nobles, arqueados ambos en sus frontis. La casa consistorial con p�rtico de tres arcos, balconada corrida, el escudo de la villa en su fachada �torre surmontada por lises�, y cubierta de cuatro vertientes, cierra el costado Norte de la plaza, de espaldas a las calles de la villa que desde el r�o y la Calle Mayor ascienden hasta este lugar, punto vital en la Alegr�a de siempre. La arquitectura dom�stica no ha dejado en la villa ejemplares medievales; recordemos la quema de Alegr�a a ra�z de la victoria de Don Pedro L�pez de Ayala sobre las Hermandades de �lava y sus aliados, entre ellos Don Juan L�pez de Lazcano, se�or de la fortaleza de la villa. Son muchos en cambio los edificios que muestran la prosperidad de Alegr�a a lo largo del siglo XVI. Recorriendo la Calle Mayor pueden verse varias casas con portadas de arcos de medio punto y buen dovelaje y dos edificios blasonados: el que lleva el n�mero 1 de la fogueraci�n actual, ostenta un escudo cuartelado, con las panelas, las bandas y los armi�os de las parentelas guevaresas en los cuarteles tercero y cuarto; la casa n�mero 30 de la misma calle, con arco de medio punto en su fachada, ten�a tambi�n un escudo con las armas de los Alegr�as, trasladado hoy a la casa n�mero 10 de la calle Gasteizbide. Algunas viviendas urbanas presentan los cuerpos superiores de ladrillo en voladizo; en muchas se aprecia el trazado de las casas de alforja, de fachadas estrechas y fondos profundos, t�picas en las villas medievales. Fuera del recinto urbano, a la entrada del barrio de Dulantzi desde el puente del Poniente, se encuentran dos edificios destacables: una casa blasonada del siglo XVI, y el Convento de Clarisas, fundado en el mismo siglo. La primera muestra un buen arco de medio punto en su portada y, sobre ella, un escudo t�pico del siglo XVI, sin timbrar y con sus bordes rizados en volutas. Ostenta las armas de los Gaonas, dos calderas fajadas y gringoladas (con serpientes en las asas), y puestas en palo; estas calderas de Gaona pasaron al apellido Alegr�a y sus parentelas, como hemos podido apreciar en el escudo de la calle Gasteizbide. El linaje de Gaona hab�a mantenido grandes intereses en Alegr�a desde el momento mismo de la fundaci�n de la villa, cuando el poderoso Arcediano de �lava y Cofrade de Arriaga hasta 1332, Don Fern�n Ruiz de Gaona, pose�a una casa principal en Alegr�a y otras casas y heredades en todo su t�rmino; la herencia de los Gaonas pasar�a a los Lazcanos por matrimonio de Do�a Elvira de Gaona con Don Juan L�pez de Lazcano; de aqu� la prepotencia de este linaje o�acino injertado en la villa en la primera mitad del siglo XV. Frente a este edificio blasonado y en l�nea con �l en la calle Dulantzi, extramuros de la villa, se encuentra el convento de Santa Clara. Fundado en 1581 como beater�o por el Abad de Uturgoyen, se convirti� en convento de Clarisas en 1615. Del momento de su fundaci�n quedan visibles �nicamente algunos elementos de su fachada Sur, entre ellos la galer�a renaciente abierta bajo el pi��n del tejado, con columnas j�nicas acanaladas y la balaustrada casi cubierta por el edificio que m�s tarde ampli� el convento. De comienzos del siglo XVII, cuando las beatas adoptaron la regla de Santa Clara, datan la fachada del Poniente y la espada�a, construcciones s�lidas y de aspecto austero de acuerdo con el gusto del momento. Entonces se construy� la iglesia, con planta de cruz y c�pula en el crucero; los retablos del mismo siglo XVII aunque m�s tard�os, muestran columnas de fustes ondulantes, t�picas del primer barroco. Existen en la actual Alegr�a nuevos barrios y modernos edificios industriales instalados entre campos de cereal, prados y cultivos de patata y, recientemente, de colza. La poblaci�n de Alegr�a llega a un total de mil diecisiete habitantes en los c�mputos recientes. EL DESPOBLADO DE ARRARAIN. Desde Ayala y el llamado �Camino de los Romanos �, la ruta bordeaba por el Sur las lomas de Quilchano y alcanzaba el arroyo llamado Alborcoin, otra fuente del r�o Alegr�a, hasta el lugar donde se encontraba la aldea de Arrarain, tambi�n despoblada. Su parroquia dedicada a San Juan subsiste sin embargo como ermita y capilla del cementerio de Elburgo. El camino que, desde Ayala, discurr�a a media ladera, a la izquierda del ferrocarril de Madrid a Ir�n, recibe tambi�n el nombre de �Camino de los Romanos� al llegar a Arrarain. La ermita de San Juan es un edificio de dimensiones reducidas, aunque puede contarse entre los ejemplares m�s bellos y antiguos del rom�nico alav�s. Como las ermitas de Aistra, Amamio y la de Quilchano, que queda oculta por las lomas del Norte del camino, esta de San Juan tiene un interesante valor testimonial; nos dice, al igual que las tres citadas y otras que encontraremos en el camino, cu�les eran las dimensiones y las caracter�sticas de las parroquias alavesas registradas con diez casas pagadoras en el c�mputo del Voto de San Mill�n entre los siglos XI y XII. La de Arrarain conserva el �bside semicircular, un corto tramo del presbiterio, y el arco triunfal que voltea sobre el acceso a la cabecera, en una anchura que apenas pasa de los cinco metros. El �bside se cierra por b�veda de horno y el presbiterio por un peque�o medio ca��n; la nave ha sido rehecha y se cubre por techumbre de dos vertientes con viguer�a a la vista. El arco del presbiterio, de medio punto y doblado, se apea en pilares con capiteles muy curiosos. El de la derecha se decora con veneras o frutos muy estilizados y muestra en su cimacio motivos geom�tricos que recuerdan t�cnicas y temas ornamentales prerrom�nicos. El capitel de la izquierda del observador �la derecha del presbiterio�, presenta a un hombre alado que parece proteger a otros dos, mientras otras figuras humanas situadas a sus flancos parecen mantener abiertas con fuerza las alas del personaje principal, todo bajo un cimacio con rosetas biseladas. El motivo del personaje alado se repite en un capitel interior del ventanal del �bside recientemente descubierto, el situado a la derecha del observador; el de la izquierda del mismo ventanal, aparecido a la vez que el anterior al retirar el marco que en el centro del �bside cobijaba la imagen de San Juan, presenta a un eclesi�stico con vestiduras lit�rgicas y los brazos extendidos en actitud de oraci�n, todo realizado en una factura muy primitiva dentro del rom�nico alav�s, y un personaje acosado por una serpiente. El mismo primitivismo se acusa al exterior de la ermita cuyos muros, de buena siller�a, parecen cimentados en el �bside sobre otra construcci�n anterior. El vano central de la cabecera semicircular se abre bajo un arco doblado sin decorar, desplegado sobre dos columnas de fustes lisos, basas con anillos sogueados y capiteles prolongados en sendas franjas bajo la imposta de apeo del arco. El capitel de la derecha del observador muestra una cruz, como las procesionales del medioevo, con dos aves posadas ante ella; en la misma banda, en el intrad�s del vano, se aprecian tres figuras con ropajes largos, en los que el P. Ozaeta ve una posible representaci�n trinitaria, tal vez los tres varones peregrinos acogidos por la hospitalidad de Abraham en Mamr�. El capitel de la izquierda, muy borrado, muestra una escena al parecer de lucha; a los lados se ven un animal, acaso la cabalgadura de uno de los contendientes, y una figura con vestiduras largas. Si el capitel derecho parece referirse a la hospitalidad, la piedad y la oraci�n, este de la izquierda podr�a significar lucha y violencia. Los canes del alero son tambi�n muy curiosos: los del costado Sur muestran la testa de un animal con las fauces abiertas, una figura barbada ta�endo un instrumento de cuerda y arco, y otro personaje tocando tambi�n en una gran caja de m�sica; los canes del �bside son lisos, a excepci�n de tres muy primitivos, uno con una cruz, otro con simple decoraci�n de ajedrezado y con estr�as verticales el tercero; en otro can del costado Norte puede verse la figura de un guerrero armado con una gran espada y un escudo largo en su mano izquierda. Los elementos descritos nos permiten fechar este templo en los primeros momentos del gran auge constructivo registrado en el rom�nico alav�s desde fines del siglo XII, y presentarlo como uno de los edificios rom�nicos m�s antiguos de la provincia. La ermita rom�nica de San Juan de Elburgo, parroquia de la aldea despoblada de Arrarain, muestra en el ventanal de su �bside una cruz de tipo procesional, ante ella dos aves posadas, y tres figuras en actitud de caminar, acaso el s�mbolo trinitario de los peregrinos acogidos por Abraham en Mamr�. Arrarain y las aldeas pr�ximas de Garona y Quilchano comenzaron a despoblarse despu�s de la fundaci�n de la villa de Elburgo en 1337 y, m�s tarde, a causa de la crisis demogr�fica registrada en �lava durante un siglo, a partir de mediados del siglo XIV. Por eso, el paisaje humano que contemplaban los peregrinos a su paso por Arrarain y sus caminos era, como hemos visto en otros puntos de la ruta, muy diverso al que encontraban los viajeros del medioevo tard�o, con aldeas despobladas, parroquias convertidas en ermitas y nuevos modos de vida en las villas y su entorno. Una carta de donaci�n al monasterio de Leire habla de vasallos, de servicios de mezquinos y solariegos y de grandes se�ores due�os de tierras y censos en esta zona de �lava. En 1109 el noble Diego Alvarez, hijo del Conde Don Marcelo, gran magnate poseedor de tierras y monasterios en la Llanada, la Monta�a Alavesa, Trevi�o y La Rioja, donaba al monasterio de Leire posesiones en �Erucha�, �Arriaram� y los �mezquinos de Ganna�, �con todos los censos y servicios�. Se trata acaso de Erenchun, Arrarain y Gauna, que se encuentran pr�ximos a �Ainua� o �Ania� �la aldea de A��a o el despoblado de Ania, cerca de Arbulo�, donde el padre de Don Diego, el poderoso Don Marcelo, hab�a datado otra donaci�n al mismo monasterio de Leire en 1066. Estos documentos nos hablan de grandes se�ores, de �mezquinos � adscritos a la tierra, y de vasallos pagadores de censos y obligados a servicios y prestaciones a los se�ores en esta zona de la Llanada; todo esto antes de que el viraje institucional y la promoci�n del villazgo, fen�menos registrados a partir de la segunda mitad del siglo XII, hubiesen generado nuevos niveles y medios de vida en estas y en otras tierras de �lava. ELBURGO. La villa de Elburgo fue fundada por el rey Alfonso XI sobre la aldea de Burguellu el 20 de octubre de 1337, en la misma fecha que Alegr�a. Seg�n se lee en el fuero de poblaci�n de la villa, �los de las aldeas de Gaceta y de Arg�maniz, y de Arrarain, y de Quilchano y Garona y Anua y Arbulu y Ayxona�, �fueron a poblar en un lugar que dicen Elburgo, que nos mandamos y tuvimos por bien que fuese villa� �dice el rey� Como en Alegr�a y Monreal de Zuya, villas fundadas por el mismo rey Alfonso XI al igual que Elburgo, la iniciativa pobladora de esta villa hab�a partido de los vecinos de las aldeas pr�ximas, buscando las franquicias y las seguridades del fuero de una poblaci�n realenga, y ser �m�s tenidos en paz y justicia�. El rey hab�a accedido a los deseos de las aldeas del contorno y hab�a concedido a los habitantes de Elburgo el Fuero de las Leyes y, entre otros privilegios, un mercado �el mi�rcoles, una vez en semana�. Pero mientras Alegr�a crec�a al amparo de su fuero y configuraba un espacio urbano amurallado, Elburgo prosper� en menor escala a partir de su fundaci�n; recordemos la proximidad de las dos villas, Alegr�a situada en terreno m�s abierto, y el momento de la creaci�n de ambas por Alfonso XI, en fechas pr�ximas al inicio de la depresi�n del siglo XIV. No obstante, lo mismo que Alegr�a, Elburgo se encontraba en una encrucijada de rutas. Conflu�an en la villa los caminos que venimos siguiendo desde la Burunda y San Adri�n y otros itinerarios vitales asimismo en el bajo medioevo: los que comunicaban el valle del Ebro con la costa cant�brica. Por ello en el capitulado sobre el reparto del mantenimiento y reparaci�n de los puertos y los caminos entre las cuadrillas de Iruraiz a su paso por el territorio de la Hermandad, convenio suscrito en 1628 como ya se ha dicho, correspond�an �a la quadrilla de la Villa de El Burgo el "Camino real por donde van los correos y pasageros de Madrid a Roma y otras partes, que es el puerto de San Adri�n". "Iten la dha. quadrilla del Burgo ha de componer el camino que van los desta villa por Gaceta en (sic) Garaona a la Ciudad de Vitoria, y los caminos de arrier�a para Salinas, por Arg�maniz y Arvulo�. El camino a Vitoria, llamado �Camino Real� en apeos y deslindes, segu�a la ya milenaria calzada romana por Gaceta, Villafranca, Argando�a y Arcaya. El de Arg�maniz y Arbulo llegaba por Gamboa a Salinas y al valle del Deva para alcanzar la costa; este camino figura en los documentos con el nombre de �Camino de los Arrieros�, conservado a�n hoy en algunos tramos del mismo. Aparte del cuidado de estos caminos, se preve�an posibles roturas en las tierras por las que discurr�an; por ello se establec�a: �qe. los caminos qe. transitan pr. dhos. sitios y terrenos qe. se ynttentan labrar, han de quedar exentos y libres con la correspondiente anchura para el ttransito de gentes, cavallerias, carroajes, y almages e ganado�, con preferencia especial para �el camino que tira para la villa de alegr�a desde las Hermand . de Barrundia y Guevara�; a este camino �se le ha de dejar en todo la anchura de ocho esttados y medio�, seg�n se lee en la citada concordia de 1628 y en otros instrumentos conservados en el archivo de Elburgo. Recordemos que Guevara y Barrundia eran pasos importantes en la comunicaci�n con la costa guipuzcoana por el valle de L�niz y con el puerto de Bermeo por Gamboa y Villarreal de �lava. La villa de Elburgo no guarda en su trazado la estructura urbana medieval, clara en otras villas realengas. Su eje principal es la calle por la que desde el Levante, entraba el camino que atravesaba la villa. En este acceso al n�cleo urbano se levantaba la ermita de Santa Marina top�nimo conservado hoy en el barrio llamado el �Arrabal�, que aparece en escrituras y deslindes junto a �Santa Marina�; pr�ximos a estos lugares se encuentran una fuente y un abrevadero a la entrada de la villa. La ermita de Santa Marina, aunque seguramente de origen medieval, se documenta desde 1556. La festividad de la santa gallega se guardaba en Elburgo por ordenanza municipal porque �esta dha villa tiene una ermita de la adbocaci�n de se�ora Santa Marina�, �dice� �a la vista de Ordenanzas antiguas�, la que lleva el n�mero 88 de la transcripci�n de 1736; y sigue ordenando �que en su d�a se guarde fiesta por debozion de todo el pueblo, como asta aora se Entrada en Elburgo del camino de San Adri�n a Vitoria. Llegaba a la villa por este lugar, junto a la desaparecida ermita de Santa Marina, y sal�a hacia Villafranca y Argando�a bajo el cabezo de la iglesia, de cara a su p�rtico por las proximidades del beater�o de Santa Mar�a. Pintura del siglo XV en el banco de un retablo lateral de la parroquia de Elburgo. Representa a Santa Marina, venerada especialmente en los caminos jacobeos. La santa tuvo una ermita en Elburgo y su culto en la villa se reflejaba en la ordenanza municipal que hacia festivo el d�a de la santa �por devoci�n de todo el pueblo.� a guardado�. En la predela de un retablo lateral de la parroquia, dedicado hoy al Sagrado Coraz�n, se conserva una hermosa pintura en tabla, obra de finales del siglo XV, con la efigie de la santa en actitud recogida, venciendo con la cruz y su oraci�n las asechanzas diab�licas; la acompa�an, en otros recuadros del mismo bancal, las pinturas de Santa Catalina, Santa Mar�a Magdalena y Santa Luc�a, del mismo momento y de la misma mano que la de Santa Marina. La ermita de esta santa se mantuvo en pie en Elburgo hasta el siglo pasado. Cerca del lugar que ocup� esta ermita se encuentra un interesante edificio con el caballete de la fachada paralelo a la calle, lo mismo que el de la casa contigua. Lleva el n�mero 19 entre las casas de la villa y tiene un hermoso porche abierto en su fachada principal, orientada al Sur del edificio. Este p�rtico adintelado, se despliega entre cuatro columnas de piedra, con capiteles toscanos y fustes acanalados; las fachadas de la planta primera y del desv�n son de ladrillo con entramado de madera. Se trata de un ejemplar noble de arquitectura rural, en el que se conjugan la piedra, la madera y el ladrillo en un agradable conjunto constructivo. Al centro de esta calle, eje principal de la villa, se encuentra la picola. Es una columna de fuste liso, remate c�nico y cruz de hierro en lo alto asentada en una base cuadrada elevada sobre gradas; como lugar de justicia, conserva a�n las huellas del punto en que se insertaron la cadena con la argolla para el cuello de los expuestos �en picota� y el garfio alto, a la altura de los brazos de un hombre, con finalidad an�loga. Elburgo ejerci�, por fuero, la jurisdicci�n civil y criminal sobre los habitantes de la villa y sus t�rminos: por eso tuvo c�rcel, picota y horca, seguramente en el lugar que lleva este nombre en una encrucijada al S.O. de la villa. La iglesia parroquial est� situada en una leve cima al centro de este pueblo-calle; bajo el peque�o altozano en que se asienta, contin�a el eje principal de la villa hasta la salida de ella por el camino hacia Argando�a. En las proximidades de este punto se levantaba una edificaci�n singular por su historia: el beater�o de �Nuestra Se�ora�, documentado como �convento� de beatas en 1658; en su lugar se construye hoy una casa moderna. Hasta su derribo, era un edificio de planta rectangular, muy alargado y con un arco de medio punto de grandes dovelas en su entrada principal. En el muro interior del zagu�n conservaba un hueco dispuesto para cobijar una imagen; seguramente en esta fachada se encontraba el acceso al oratorio o capilla del beater�o. En 1556 la parroquia de San Pedro de Elburgo ten�a como aneja la antigua parroquia del despoblado de Quilchano, con pila bautismal; y, ya como ermitas, las iglesias de San Juan de Arrarain y Santa Mar�a de Garo�a. Entonces habitaban en la villa veinticuatro vecinos. En la actualidad cuenta Elburgo con treinta y ocho habitantes. No queda resto alguno de la iglesia, seguramente rom�nica, de la aldea de Burguello sobre la que se fund� la villa de Elburgo. La actual parroquia de la villa, dedicada a San Pedro, es amplia y de buena f�brica g�tica tard�a. Se construy� en dos momentos. Los dos tramos de la nave, cubiertos por b�vedas de simples terceletes, podr�an fecharse a fines del siglo XV, lo mismo que un ventanal de vanos gemelos con arcos muy apuntados visible desde el interior del edificio adosado al Sur del templo. El siglo XVI ampli� la construcci�n alarg�ndola, ensanch�ndola y ampli�ndola en sus flancos con dos capillas poco profundas, lo mismo que la que en la cabecera cobija el retablo mayor; estas capillas, la de frontis y las laterales, producen en la planta de esta nueva f�brica un ligero efecto cruciforme. Este gran tramo del siglo XVI se cubre por una amplia b�veda de crucer�a, con terceletes y ligamentos curvados delineando una hermosa cruz. La decoraci�n de los apeos de esta b�veda, sartas de bolas, follaje y algunos motivos animalistas, se�alan el momento constructivo en que se levantaron en toda �lava grandes templos del �ltimo g�tico. La cubierta ampliada de Elburgo puede relacionarse con los dise�os del cantero Ramiro de Oc�riz, autor de numerosas construcciones de templos en la Llanada Oriental desde mediados del siglo XVI. El arte g�tico tiene otro interesante exponente en Elburgo: su pila bautismal decorada en su copa con Uses y palmetas. El renacimiento, en su fase romanista, est� presente en el hermoso sagrario del retablo mayor, con marcado acento anchetiano; se ajust� con el escultor vitoriano Esteban de Velasco en 1583. El barroco entra en la iglesia de Elburgo con la erecci�n del retablo mayor y los laterales del frontis. Como en muchas iglesias alavesas el impulso lleg� de mano de artistas monta�eses, en este caso de Antonio de Albarado, que en 1690 constru�a el retablo principal con columnas salom�nicas cubiertas de vides trepantes y ostentosa decoraci�n de fronda en acr�teras y paramentos. Los a�os finales del siglo XVII� se�alan otro momento constructivo en la iglesia de Elburgo: en 1762 el cantero de L�niz, Francisco de Alday, edificaba el elegante p�rtico de cinco arcos de siller�a, y bella traza limpia de decoraci�n; y en 1793, Ram�n de Abalos, vecino de Mondrag�n, dise�aba y erig�a el campanario neocl�sico del templo, obra reconocida por Olagu�bel en 1795. GACETA. Desde Arrarain el camino medieval que, como venimos observando, segu�a de cerca la calzada romana, llegaba hasta Gaceta para seguir por Argando�a y Arcaya hasta Vitoria. Entraba en Gaceta por el t�rmino llamado �La Madura� por las proximidades de la ermita de San Jorge, documentada en 1556, hoy capilla del cementerio, y segu�a por los t�rminos llamados �Landaederra�, �Torraste� y �Basoste� hasta llegar por �Irabana� a t�rminos de Villafranca. Cerca de Irabana quedaban, a la izquierda del camino, el despoblado de Garaona o Garo�a, y, a la derecha, los t�rminos llamados �La Horca� y �La Fuente de la Horca�. A este camino se le llamaba �Camino Real� a su paso por estos lugares. Garo�a o Garaona, aldea despoblada ya durante la Edad Media, ten�a su parroquia dedicada a Santa Mar�a, convertida en ermita aneja a Elburgo ya en 1556. Como ocurre en muchos �mortuorios�, sus t�rminos son, a�n hoy, comunes a varios pueblos, aqu� a Elburgo, Gaceta y A��a; Villafranca participa tambi�n en el aprovechamiento de pastos. Garo�a se cita en el documento del Voto de San Mill�n aportando una reja al monasterio, el tributo de diez casas pagadoras, poblaci�n de la mayor parte de las aldeas alavesas nominadas en el documento. Garo�a aparece tambi�n en la donaci�n de Do�a Mar�a L�pez al monasterio de N�jera en 1138 y figura aportando a la hueste de Tarifa en 1292 la exigua cantidad de ochenta maraved�es. Junto al camino a Garo�a, Villafranca y Ascarza, hubo en Gaceta una torre medieval, una de las fortalezas del poderoso linaje de Gaona o Gauna, parentela o�acina asentada en una fuerte cu�a de posesiones en esta zona de la Llanada y en los pasos de los Montes de Vitoria, frente a las gambo�nas de los Guevaras y linajes afines. La torre de Gaceta se encontraba, a juzgar por el top�nimo, junto al t�rmino llamado �Torraste�. Parroquia de Gaceta. Follaje estilizado y pinas colgantes en un capitel del presbiterio; junto a �l dos de las cuatro figuras humanas aladas, s�mbolos de los Evangelistas, con las cabezas de los �vivientes� apocal�pticos, en este caso el toro de San Lucas y el hombre de San Mateo, al igual que en Armentia e Irache. El arcediano de �lava, Don Fern�n Ruiz de Gaona, en su testamento, fechado en 1350, se refer�a a las heredades y al solar que pose�a en Gaceta, junto con otras propiedades en Laharrara, Alegr�a, Elburgo, Oreita y Arg�maniz, que dejaba en herencia a su hijo Ferrante. Hablando de Gaceta y de los Gaonas, dec�a Fray Juan de Vitoria a fines del siglo XVI, recogiendo sin duda tradiciones antiguas, que naci� en ella Juan Ruiz que dio su caballo al rey Don Enrique II. Se refer�a el P. Vitoria al escudero �que decian Rui Fernandez de Gaona, natural de tierra de �lava� que cedi� al rey su caballo ligero, �un caballo ginete�, seg�n la cr�nica de Pedro I, despu�s de la batalla de N�jera en 1367. El mismo Fray Juan de Vitoria refiere el ataque de las Hermandades de �lava a la torre de Gaceta en tiempos del rey Juan II, y el de las gentes de Carlos I en lucha contra el Comunero Conde de Salvatierra en 1520. Pese a tratarse de una de las torres m�s fuertes del linaje o�acino en esta zona, nada queda de ella a excepci�n del top�nimo �Torraste�, situado en los caminos hacia Ascarza y no lejos de Gauna, lugares donde los Gaonas ten�an dos de los m�s importantes solares torreados de la Llanada Oriental. Gaceta parece haber sido una aldea pr�spera en el medioevo, a juzgar por la f�brica de su templo protog�tico. Aunque en el Voto de San Mill�n aportaba s�lo una reja al monasterio, como otras aldeas de diez casas pagadoras, figuraba en 1292 entregando mil doscientos maraved�es para la hueste de Tarifa, cantidad aportada por las aldeas m�s ricas de �lava, seg�n las cuentas del cobrador o �alfardero� Mateo Ferradar, natural de los Huetos. Esta riqueza podr�a explicar la originalidad constructiva de su iglesia parroquial dedicada a San Martin de Tours. Se trata de un edificio del siglo XIII avanzado con una buena portada, cubierta en gran parte por la casa cural; su ornamentaci�n de fronda carnosa y sus flores planas con grandes botones al centro, anuncian ya el naturalismo del g�tico, aunque los tallos estilizados de la imposta que corre sobre los apeos permanecen anclados a�n en el rom�nico m�s puro. Tal dualidad se aprecia tambi�n en la f�brica del templo, con cubierta de ca��n en la nave, y b�veda de arcos cruzados, sin clave central, en el presbiterio. Esta b�veda, ya protog�tica, se apea en columnas con decoraci�n vegetal poco pronunciada en la cabecera, y con un curioso Tetramorfos, similar a los de los cruceros de Armentia e Irache, decorando dos repisas de los �ngulos interiores tras del arco triunfal, quedando as� a la vista del presbiterio y del celebrante, aunque oculto al pueblo. Se trata de la representaci�n de los cuatro Evangelistas figurados con cuerpos humanos y las cabezas de �las cuatro formas�, �los cuatro vivientes� apocal�pticos: el �guila de San Juan, el le�n de San Marcos, el toro de San Lucas y el �ngel de San Mateo; una iconograf�a derivada del Tetramorfos armentiense, aunque ins�lita en el rom�nico rural alav�s. El hastial del Poniente del templo, con cubierta de dos vertientes y siete vanos, estrechos como saeteras, se enmarca dentro de los esquemas del m�s puro rom�nico. Ni el medioevo tard�o ni el primer renacimiento han dejado, en cambio, resto alguno en la iglesia de Gaceta. Pese a habitar en la aldea dieciocho vecinos en 1556, su parroquia era aneja a la de San Pedro de Elburgo que, con sus veinticuatro familias feligresas, se diferenciaba muy poco de las que ten�a la iglesia anexionada. Esta acumulaba entonces sus diezmos a la de Elburgo, cuyos cl�rigos y capellanes serv�an a la adscrita parroquia de Gaceta; ello podr�a explicar el hecho de que, afortunadamente, no se ampliara ni rehiciera entonces su iglesia de San Mart�n, al igual que la de Elburgo y las de otros pueblos del contorno. No obstante en el momento de la construcci�n de su iglesia, en el siglo XIII, la parroquia de Gaceta era de las m�s importantes de la zona. Seg�n se lee en el acta de la visita pastoral de 1556, Gaceta ten�a �el altar mayor consagrado�, consagraci�n que significaba en esta iglesia una categor�a lit�rgica superior a la de otras parroquias de la zona, con una distinci�n que ni siquiera figura en las villas de Alegr�a y Elburgo para sus templos parroquiales en la visita citada. En el bajo renacimiento se encuadra el sagrario del retablo mayor, templete clasicista en la arquitectura de sus dos cuerpos y obra del manierismo romanista en su escultura, con Cristo Resucitado en la puerta y los cuatro Evangelistas a los flancos, conjunto fechable en los a�os finales del siglo XVI o en los comienzos del XVII. El retablo en cambio, ajustado en 1701, es un ejemplar que conserva el corte cl�sico del primer barroco en su estructura y en sus columnas de fustes ondulantes, pese a su realizaci�n en momentos en que las columnas salom�nicas, aportaban nuevo movimiento a otros retablos construidos por las mismas fechas. El importe de las im�genes, el titular San Mart�n, San Pedro y San Pablo, tambi�n barrocas, se abonaba en 1704. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII - e n 1762-, se pagaba la obra de la espada�a y, en 1781, el interesante respaldar de los cajones de la sacrist�a, con pinturas neocl�sicas de la Inmaculada al centro, y Ad�n y Eva arrodillados a sus pies; a los flancos muestra las escenas del sue�o de San Jos� y la muerte del santo, obras todas del pintor vitoriano Jos� de Torre (*). VILLAFRANCA DE ESTIBALIZ. El camino que, desde Gaceta y las proximidades de Garo�a llegaba a t�rminos de Villafranca, dejaba al Sureste una ermita dedicada al Ap�stol Santiago, que estuvo situada en un altozano pr�ximo al pueblo en el lugar llamado �Do�acua �, Santiago en castellano, derivado de las voces eusk�ricas �done iacue� seg�n se ha indicado en la cita del C�dice Calixtino y en el itinerario de Aymeric Picaud, ya en el siglo XII. El camino no entraba en Villafranca. Discurr�a por el reborde del cerro de Est�baliz hasta llegar a Argando�a. Era parte del camino carretil que, desde Villafranca iba hasta Vitoria, seg�n recuerdan algunos vecinos del pueblo; hoy puede recorrerse a pie, con cierta dificultad, hasta su entrada en Argando�a. El trazado de Villafranca es irregular. Entre sus viviendas, de tipo rural, destaca la casa se�orial de Garc�a de Estella, situada en la salida Suroeste, con el n�mero 4 de las viviendas de Villafranca. Es un edificio de maniposter�a, del siglo XVI, con un arco de medio punto de ampio dovelaje en su fachada y, encima, el escudo de los Garc�as de Estella, con un �ngel con las alas extendidas, detalle muy renacentista, en lo alto de la piedra armera; se trata de un escudo cuartelado con cruz plana, cargada de cinco crecientes ranversados en sus cuarteles primero y cuarto, y sendas calderas gringoladas en el segundo y en el tercero. Viven en Villafranca treinta y cinco habitantes, seg�n los �ltimos datos publicados por la Diputaci�n Foral. (*) A la vista de Gaceta se encuentra A��a. Su iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Se�ora es una de las m�s bellas del protog�tico alav�s. Su �bside, con arquer�as ciegas de corte ya g�tico, un riqu�simo repertorio de canes a�n rom�nicos y ventanales de arcos apuntados con decoraci�n vegetal que anuncia ya el g�tico, constituye un ejemplar singular en el arte alav�s del siglo XIII. Los elementos ornamentales del interior del templo �ventanales y capiteles de los pilares�, completan este valioso y variado conjunto de temas decorativos: hojas de parra, acantos y follaje, ya naturalista, en los ventanales; y, en los pilares, animales en lucha, un �guila cebada en su presa, dos cuadr�pedos aprisionados por unos impresionantes tent�culos con ventosas, dos galgos atados por sus cuellos, dos aves con ambos cuellos cruzados, palmetas, capullos estilizados y otros motivos fant�sticos y reales, desplegados en la cabecera y en el presbiterio de este hermoso templo. La bell�sima b�veda nervada de la nave, completa Este lugar comienza a figurar en los documentos entre los a�os finales del siglo XI y las primeras d�cadas del XII. Seg�n la carta de donaci�n de Est�baliz y otras pertenencias al monasterio de N�jera por Do�a Mar�a L�pez el a�o 1138, Villafranca hab�a recibido un fuero se�orial varias d�cadas antes. Se lo hab�a otorgado el padre de Do�a Mar�a, Don Lope Gonz�lez, gran se�or que figura en 1095 �teniendo �lava�, en 1104 �dominando en Burad�n� y en 1106, tambi�n �dominando Est�valiz�; Don Lope se documenta as� como Conde de �lava y encargado de la guarda y tenencia de dos de los castillos m�s importantes del territorio, el de Burad�n y el de Est�baliz en los pasos del Ebro y en la Llanada Alavesa. Acaso en el momento de su alcaid�a de Est�baliz en 1106, Don Lope �pobl� la �villa de francos de Est�baliz�, que su hija Do�a Mar�a entregaba a N�jera �con el fuero con el cual m� padre la pobl� �dice�, y me dej� en juro de heredad�. Al amparo de este fuero se instal� posiblemente en esta villa el �mercado de Est�baliz� que, con el de Divina en Mendoza, reclamaba Alfonso VIII de Castilla al navarro Sancho el Sabio en 1176. Fundada Vitoria en 1181, muchos vecinos de Villafranca pasaron a poblar en ella buscando, sin duda, los privilegios de una villa realenga sobre los de una poblaci�n de se�or�o. Por ello, el prior de N�jera, monasterio al que pertenec�an Villafranca y su parroquia desde 1138, se quejaba a Roma s�lo una d�cada despu�s de la fundaci�n de Vitoria, de las p�rdidas que para la iglesia de Villafranca ven�a suponiendo la marcha de sus feligreses a poblar en la nueva villa. Fuera de estos datos documentales nada queda en Villafranca del momento de su fundaci�n ni del edificio de la parroquia primitiva. Durante el siglo XVI Villafranca parece haber vivido d�as de prosperidad. Su parroquia de San Andr�s Ap�stol, con interesante portada del plateresco tard�o y la f�brica del templo cubierta con buenas b�vedas nervadas del g�tico final, denota esos momentos de riqueza cuando la villa contaba con dieciocho vecinos en 1556, seg�n la visita del Licenciado Mart�n Gil. La portada del templo se despliega entre dos columnas acanaladas con grutescos en sus tercios inferiores. Se abre en un arco de medio punto con medallones con rostros humanos en las enjutas, y remata en una hilera de cabezas aladas colocadas sobre el entablamento. La iglesia, construida en el mismo siglo XVI, cubre sus tres tramos por hermosas b�vedas de crucer�a, estrellada en el primero, con terceletes y ligamentos curvados en el segundo y tambi�n con terceletes y nervaduras en torno al polo de la b�veda en el tercero. En 1574 el conocido cantero Pedro de Elosu se compromet�a a terminar la obra comenzada por el primer maestro de la obra, Andr�s L�pez de Alz�la, muerto ya en aquellas fechas. El retablo mayor, del �ltimo barroco en su fase rococ� se constru�a en 1750 y los retablos laterales neocl�sicos se pagaban en 1802. la obra medieval; construida en el siglo XVI alargando y ampliando la obra del siglo XIII, como en tantos otros templos alaveses, conserva en sus plementos, sostenidos por numerosos terceletes y movidos combados, ricas pinturas en grisalla del momento, representando santos y personajes del Antiguo Testamento. Estas pinturas se pagaban a partir de 1564 al maestro Juan de Elejalde, vecino de Mondrag�n. El coste del retablo mayor, obra del primer barroco, de corte a�n clasicista en su arquitectura, se abonaba a partir de 1635; hoy se ha montado en la capilla izquierda de la nave, al dejar el �bside al descubierto en la reciente restauraci�n del templo. Los retablos laterales erigidos a fines del siglo XVII, con sus columnas de fustes ondulantes y grandes cogollos de hojarasca en m�nsulas y acr�teras, se encuadran ya en el barroco pleno. Merece tambi�n atenci�n el tr�ptico de San Sebasti�n, con escultura y pinturas del siglo XVI. : I La �Puerta Speciosa� entrada principal a la bas�lica de Est�baliz. Fines del siglo XII. En el cerro de Est�baliz se documentan un fuerte castillo a partir del siglo X y un templo en el XI; aparece tambi�n como mercado y lugar de reuni�n de �los alaveses� en el XII, y con hospeder�a para acogida de peregrinos en el XVI. EL SANTUARIO DE EST�BALIZ. Al Norte de Villafranca, el santuario de Est�baliz domina desde el cerro en que se asienta gran parte de la cuenca oriental de la Llanada de �lava. Est�baliz era por ello un hito orientador en los caminos del llano alav�s. Cuando Lope Garc�a de Salazar, autor y cronista de las bander�as del pa�s en sus �Bienandanzas y Fortunas�, intenta ubicar el pueblo de Arbulo, asentamiento del caballero franc�s �Gastea de Arburu� progenitor de nobles linajes alaveses, indica que �la aldea de Arburo es cerca de Santa Mar�a de Estiuaris�. Pensemos que narraba las haza�as �bienandanzas y fortunas�, de parentelas y solares ubicados en un extenso �mbito que abarcaba de Navarra a la Trasmiera y desde al mar hasta los Cameros, y que, en tierras tan distantes, se�alaba Est�baliz como lugar conocido en el siglo XV en los amplios escenarios de sus narraciones. Ya entonces contaba Est�baliz con una larga historia. Se documenta como castillo en el siglo X, como templo a partir del XI, como lugar de reuni�n de los alaveses desde comienzos del XII, y como iglesia juradera en las �ltimas d�cadas del mismo siglo. En tiempos del Conde de Castilla Garci Fern�ndez, entre 970 y 995, gobernaba y defend�a el castillo de Est�baliz el noble Aurivita Didacoz; en 1086, reinando Alfonso VI en Castilla y Le�n, �ten�a� el castillo Lope I��guez, otro magnate de la tierra; y en 1106 lo guardaba Lope Gonz�lez, el poblador de Villafranca y Conde de �lava en la d�cada anterior. La iglesia de Est�baliz se documenta a partir de 1074, a�o en que Alvaro Gonz�lez de Guinea donaba a San Mill�n un altar en el �monasterio�, o iglesia monasterial de Santa Mar�a de Est�baliz. Y como punto de reuni�n de �los alaveses� aparece ya hacia 1109, cuando el obispo de Calahorra lleg� hasta Est�baliz y �celebr� junta con todos los alaveses� sobre cuestiones de diezmos y otros derechos procedentes de las iglesias patrimoniales, los �monasterios que ten�an los varones de toda �lava�. En la entidad colectiva de estos �alaveses�, como venimos indicando en otros documentos, podr�an rastrearse las ra�ces de la Cofrad�a de �lava. En Est�baliz, los apeos de los arcos torales del crucero, de cara al presbiterio, muestran en sus capiteles el pecado original y la Redenci�n por Cristo, encarnado en Mar�a. En el que representa el pecado y su castigo aparece la lujuria, una mujer amamantando a un sapo y a una serpiente, y la avaricia, un hombre agobiado por una bolsa pesada que cuelga de su cuello. Y como lugar de juramentos, aparece Est�baliz a fines del siglo XII, en las cuestiones habidas entre Mendozas y Guevaras, enemigos a muerte y cabezas de las parcialidades o�acina y gambo�na, dispuestas a pelear a�n por los motivos m�s nimios. Entonces litigaban Don I�igo de Guevara y Don Lope Gonz�lez de Mendoza por la posesi�n de �una bocina�, o cuerno de caza y guerra; se trataba de �una vosina que era mucho famada de un cuerno de uaca�, seg�n Lope Garc�a de Salazar. En el pleito �juzgaron� �los Alcaldes de �lava� que �jurase Don I�igo de Guevara en Santa Mar�a de Estibalis con dose fijos dalgo�, por qu� razones pose�a la bocina en cuesti�n. Pronunciado el juramento, los jueces sentenciaron a favor de Don I�igo, pero Don Lope Gonz�lez de Mendoza no acat� el fallo, y �con duras palabras� quedaron desafiados ambos rivales para enfrentarse en Arrato, �porque all� no los dexaron pelear�; recordemos que, seg�n tradici�n, s�lo pod�an dirimirse los litigios por desaf�o en el cerro el d�a primero de mayo de cada a�o. En 1138 el �monasterio� de Est�baliz pertenec�a, como iglesia patrimonial, a Do�a Mar�a L�pez, hija del poblador de Villafranca, alcaide de Est�baliz en 1106, y de Do�a Toda L�pez, hermana del se�or de Vizcaya. Do�a Mar�a, se�ora poderosa, due�a en �lava de extensas heredades y numerosas casas pobladas con collazos adscritos a la tierra, entregaba Est�baliz a N�jera, junto con solares en Garo�a, Argando�a, Petr�quiz, Oreitia y Villafranca, pueblos situados en la ruta que venimos recorriendo. Como se ha indicado, en 1176 Est�baliz era, tambi�n por su mercado, un importante punto de comercio en este camino. Est�baliz permaneci� en poder del monasterio de N�jera desde 1138 hasta 1432, fecha en que Don Fern�n P�rez de Ayala el hijo del Canciller Don Pedro, fundador de los hospitales de Vitoria y Salinillas, adquiri� por compra, por el precio de dos mil maraved�s de juro en N�jera y mil florines de cu�o de Arag�n, �la iglesia de Santa Mar�a de Est�bales con las cosas, e posesiones e rentas a ella pertenecientes�, seg�n el documento de compraventa publicado por M. N��ez de Cepeda. Quedan muchos datos sobre la posesi�n y la actuaci�n de los Ayalas en Est�baliz desde 1432 hasta que en 1542 se anexion� al hospital de Vitoria. Uno, muy significativo, se refiere a una gran se�ora, Do�a Mar�a de Ayala y Sarmiento, dama de Isabel la Cat�lica a la que designaba como ejecutora de su testamento fechado en 1496; en �l, entre otras mandas a los santuarios de la Encina, Escolumbe y el Yermo situados en territorios de su Casa, dejaba Do�a Mar�a dos mil maraved�s a la obra de Santa Mar�a de Est�baliz, seg�n se lee en un traslado de sus �ltimas voluntades conservado en Quejana. En 1542 Don Atanasio de Ayala, hijo del comunero Don Pedro L�pez de Ayala, previa licencia del rey Don Carlos y de la reina Do�a Juana por tratarse de un bien de mayorazgo, anexionaba Est�baliz al �hospital mayor de la plaza de la ciudad de Vitoria�, administrado por el Concejo vitoriano �para que la devoci�n de aquella Iglesia, que es muy grande, se conserve y augmente y los peregrinos que a ella fueren sean mejor acogidos�, seg�n reconoce la Real Licencia previa al traspaso. A cambio de la cesi�n de Est�baliz Don Atanasio recib�a del Ayuntamiento de Vitoria la suma de mil quinientos ducados. La Real C�dula de 1542 habla de la acogida de peregrinos en el Santuario de Est�baliz, pero tambi�n lo visitaban arrieros y traficantes, que ten�an en el santuario una Cofrad�a de Trajineros documentada en 1625. En 1728 ten�a anejo un hospicio u hospeder�a al que �concurren con mucha frecuencia todo g�nero de personas�, seg�n se lee en la visita pastoral de aquel a�o. El edificio del actual santuario, monumento de primera calidad en el rom�nico alav�s, se realiz� poco despu�s de la anexi�n de Est�baliz al monasterio de N�jera, a fines del siglo XII o acaso ya dentro del XIII. Se trata de un edificio rom�nico, con algunos elementos protog�ticos erigido sobre la antigua iglesia documentada a partir del siglo XI, templo que, seg�n excavaciones realizadas por A. Llanos, debi� encontrarse en la capilla del brazo Sur del crucero. La iglesia protog�tica tiene planta de cruz latina de tres �bsides semicirculares, con cubiertas de horno o de cuarto de esfera. Cierra el crucero una b�veda de arcos cruzados en diagonal sin clave central, y otra similar, el brazo izquierdo de la cruz. Los tres tramos de la nave y el izquierdo del crucero se cubren por b�vedas de ca��n apuntado. Los apeos de esta cubierta muestran un interesante repertorio de capiteles. Los de los arcos torales pr�ximos al presbiterio, �historiados�, desarrollan el tema de la ca�da del hombre en el Para�so, la esclavitud de la humanidad pecadora y la Redenci�n de la culpa original por Cristo, hecho hombre en Mar�a Corredentora. El pecado de Ad�n y Eva, la reconvenci�n de Dios despu�s de la culpa con la promesa de la Redenci�n, y la expulsi�n del Para�so ocupan los dos capiteles del lado izquierdo. Los de la derecha muestran el castigo de los pecados que esclavizan al hombre representados en la lujuria �mujer amamantando a sapos-\ y la avaricia �hombre con una bolsa pesada colgando del cuello�, entre demonios torturadores; y, como restauraci�n de la culpa y salvaci�n del hombre ca�do, el capitel exterior de este lado representa la Anunciaci�n de Gabriel a Mar�a y la Encarnaci�n del Verbo en ella como Nueva Eva, Madre de Jes�s, Nuevo Ad�n Redentor. Los capiteles de los arcos torales pr�ximos al arranque de la nave se decoran con bellos motivos vegetales y entrelazos, entre los que asoman estilizadas figuras de animales y car�tulas humanas frontales y de poco relieve. En el del lado izquierdo se acusa una fuerte impronta musulmana y destaca en el de la derecha, la elegancia de las flores de lis de sus �ngulos junto a la finura de las hojas de anchos limbos que cubren el equino del capitel. El Profesor J. Gonz�lez de Zarate ha dado a conocer, recientemente, el significado de una m�nsula, situada en el brazo izquierdo del crucero, como la �Ca�da de Babilonia�, con las figuras de los tres j�venes Anan�as, Azar�as y Misael, seguros ante la protecci�n divina, y la desesperaci�n de Babilonia ca�da, puesta en violento escorzo frontal y mes�ndose los cabellos. Tambi�n se ha interpretado como una representaci�n del �ciclo de la vida� el programa �Puerta Speciosa� de Est�baliz. Representaci�n de Cristo en majestad sedente, bendiciendo y con nimbo crucifero, en lo alto de la jamba izquierda del observador, derecha de la portada. iconogr�fico de la bell�sima pila bautismal del santuario. La flor de loto de la base de la copa, como s�mbolo del agua y de la luz; y las figuras humanas de las arquer�as como las edades del hombre, adolescencia, juventud, edad viril y vejez. Es tambi�n muy bello el fragmento de un cancel con flores de p�talos bien trabajados y tracer�as centrales de entrelazo sin principio ni fin, s�mbolo del infinito seg�n el Profesor J.M. de Azc�rate. Este hermoso detalle se encuentra hoy en el brazo izquierdo del crucero. La imagen de la Virgen de Est�baliz, Patrona de �lava, obra del pleno siglo XII seg�n Azc�rate, hoy muy restaurada, podr�a fecharse acaso en tiempos de Don Lope Gonz�lez, el poblador de Villafranca que como venimos indicando ostentaba la alcaid�a de Est�baliz en 1106, o tal vez en vida de su hija Do�a Mar�a L�pez, la donante de Est�baliz al monasterio de N�jera. La Virgen de Est�baliz, sedente en un trono de respaldo alto, recuerda las tallas marianas rom�nico bizantinas frontales y majestuosas, como tronos de su Hijo Redentor. Esta imagen recibi� culto en la iglesia de Villafranca, muy mutilada para ser vestida, hasta su restauraci�n en 1897. S�lo conservaba de la talla primitiva el cuerpo, que serv�a de maniqu�, el trono con las esferas en su respaldo, los brazos bajo el manto, cerrado y abrochado al frente, y los pies con el t�pico calzado puntiagudo; la cabeza y las manos eran postizas, al igual que la figura del Ni�o, que era un �ngel vestido. En 1897 la restauraba y �compon�a�, seg�n modelos rom�nicos, el escultor Lorenzo Fern�ndez de Viana y desde 1906 se venera en la bas�lica, cerrada al culto en 1860 y restaurada entre 1904 y 1906. En el hastial Sur del templo se encuentra la puerta principal del mismo, llamada �Puerta Speciosa�, abierta al brazo derecho del crucero. Es un hermoso ejemplar de arco apuntado, con bella decoraci�n en columnas, jambas y arquivoltas. Las cuatro columnas de sus flancos, de fustes reticulados o encestados, culminan en capiteles de acantos estilizados, motivos de entrelazo y follaje carnoso. La jamba izquierda En la Anunciaci�n de la portada de Est�baliz, el giro de Gabriel y el rostro de la Virgen vuelto hacia el Arc�ngel, confieren movimiento al di�logo entre ambos. Junto a este hermoso relieve se han insertado elementos diversos: grotescas figuras humanas, capiteles de acantos y un sagitario monstruoso asaeteando a una arpia. del observador �la derecha de la puerta�, muestra en lo alto del elegante roleo vegetal que la cubre, la figura en relieve de Cristo en majestad, con nimbo crucifero y bendiciendo; la jamba opuesta, con personajes salientes entre tallos ascendentes, culmina en la figura de un personaje, acaso San Juan Bautista que, con el dedo extendido anunciando al Salvador, se�ala el fin de la Ley Vieja, que aprisionaba al hombre, y el principio de la Nueva Ley tras de la Redenci�n del mundo por Cristo. Los acantos estilizados, los tallos curvados que saliendo de la boca de un le�n llegan a la de un pez, ambos s�mbolos cristol�gicos, y los entrelazos frutados de las arquivoltas y del trasd�s, completan la decoraci�n de esta hermosa portada. Son muy interesantes los canes del tejaroz que la corona, lo mismo que los de los aleros del triple �bside. Muestran cabezas humanas, animales reales o fant�sticos, entrelazos y otros motivos geom�tricos o simb�licos. Sobre esta portada se abre un ventanal de arco de medio punto que da luz al brazo Sur del crucero. Lo flanquean seis columnas con sus capiteles decorados por motivos de entrelazos vegetales y cabezas o flores salientes entre ellos, tallos carnosos curvados, o cogollos de hojas verticales de puntas espinosas; sus arquivoltas son simples baquetones y una banda de tallos entrelazados, abrazados por un trasd�s ajedrezado. Culmina este hastial en una espada�a de dos vanos, jalonados por sendas columnas en cada jamba y abrazados por un doble arco sin decorar con dos columnas de apeo en sus flancos y otras dos en el mainel que separa los dos huecos de campanas. Estas columnas, de fustes finos y leve decoraci�n en sus capiteles, descansan en m�nsulas decoradas, una con un fiero mascar�n o car�tula humana, de gran boca y dientes afilados. Muestra, por �ltimo, este frontis otros elementos decorativos diversos, algunos muy extra�os, colocados a ambos lados de la portada. Destacan la bell�sima escena de la Anunciaci�n con el �ngel y la Virgen velada, figuras cobijadas en sendos ed�culos con construcciones en lo alto; a la derecha del observador pueden verse un sagitario monstruoso que clava una flecha en el cuerpo de una arp�a; dos figuras acurrucadas bajo un capitel de acantos estilizados y trepanados y, encima, un capitel de follaje carnoso con las hojas dobladas en bellos juegos de curvas. Estas piezas parecen aprovechadas, lo mismo que la figura del atlante barbado que, en dif�cil postura, casi acrob�tica, sujeta el cestillo de otro capitel de tipo corintio, situado a la izquierda del observador de esta bella portada. El influjo del arte de Est�baliz, que trascendi� por toda �lava, ha salido ya a nuestro encuentro en los caminos del recorrido. Lo hemos visto en los restos de las columnas reticuladas y encestadas de la parroquia de Oc�riz y en la actual ermita, antigua parroquia de San Pedro de Quilchano; pronto vamos a encontrarlo tambi�n en la iglesia de Santa Columba de Argando�a, al pie del cerro del santuario. ARGANDO�A. Desde Villafranca, el camino de Vitoria llegaba a Argando�a bordeando la ladera Sur del cerro de Est�baliz entre la orla agreste del monte y las tierras de labor del flanco meridional de la loma. La l�nea de este camino constitu�a la base de un tri�ngulo con sus v�rtices en Villafranca al Levante, Argando�a al Poniente y Est�baliz al Norte. Antiguamente era este camino carretil el eje principal de comunicaci�n entre Villafranca y Argando�a en direcci�n a Vitoria; hoy puede recorrerse a pie, aunque con dificultades. Llegaba a Argando�a por el llamado �Barrio de Arriba�, junto a las �ltimas casas del pueblo, en la subida de la actual carretera al santuario de Est�baliz. En la entrada del camino hab�a en Argando�a una antigua fuente manantial, donde hoy se asienta el lavadero y cerca, el t�rmino llamado �Ituzarra�. El trazado de Argando�a delinea una calle con dos barrios: el de Arriba, al que, como queda indicado, llegaba el camino de Villafranca, y el de Abajo, del que sal�an los de Cerio al Norte, el de Andollu, hacia el Este y el de Vitoria, por Ascarza, al Poniente. Este camino llegaba a Ascarza por el monte, al Norte de la actual carretera, tras de haber cruzado en Argando�a el riachuelo que baja desde Cerio por el puente de Zurribarri, demolido hoy, paso al camino llamado Mendiluz, bien visible a su salida de Argando�a. La iglesa parroquial de Argando�a, dedicada a Santa Columba, se eleva sobre un altozano dominando los dos barrios y los caminos que confluyen en ellos. Viven en Argando�a setenta y siete habitantes, seg�n los �ltimos censos publicados. El top�nimo �Argando�a�, de ra�z indoeuropea con el onom�stico �Argantonius� como base seg�n L. Albertos, denota la antig�edad de este lugar como punto de asentamiento de gentes prerromanas. No obstante, Argando�a era una aldea de escasa entidad en el alto medioevo. Entre los siglos XI y XII abonaba al monasterio de San Mill�n la cuota correspondiente a treinta casas pagadoras, junto con otros cinco pueblos; as� figuran en la n�mina de las aldeas tributarias: Al pie de Est�baliz se encuentra la iglesia rom�nica de Santa Columba de Argando�a. El culto a la santa, m�rtir de Sens, lleg� a la liturgia visig�tica y moz�rabe desde las Galias a partir del siglo Vil. Su advocaci�n se repite como titular de iglesias y ermitas en los caminos medievales m�s antiguos. �Haberasturi, et Huriarte, Argendonia, Betrikiz, Hascarzaha et Sancti Romani�, pagando tres rejas entre los seis pueblos. Uriarte, Petr�quiz y San Rom�n se encuentran hoy despobladas. Las dos �ltimas lo fueron ya en el bajo medioevo. Uriarte, en las proximidades de Aber�sturi, ten�a a�n seis vecinos en 1556. En 1292 hab�a aportado doscientos maraved�es para la campa�a de Tarifa. Petr�quiz, situada en t�rmino de Arcaute, figuraba en 1138 en la donaci�n de Est�baliz al monasterio de N�jera, junto con otras pertenencias que la otorgante, Do�a Mar�a L�pez, hab�a entregado antes a Est�baliz; entre ellas se encontraban un solar en Argando�a y otro en Petr�quiz. En 1292 contribu�a Petr�quiz con trescientos maraved�es al cerco de Tarifa y en 1332 se incorporaba a Vitoria por sentencia de Juan Mart�nez de Leiva. Petr�quiz estaba despoblada ya en 1490, fecha de una bula de Inocencio VIII conservada en el archivo de la Catedral de Vitoria, sobre la anexi�n de las iglesias de las aldeas yermas a la Colegiata de Armentia. La de San Rom�n, se encontraba en la loma que lleva su nombre, situada encima de Ascarza. Fue incorporada tambi�n a Vitoria en 1332 y, en 1367 su cerro fue asiento de las tropas de Pedro I y del Pr�ncipe de Gales en los precedentes de la batalla de N�jera, como detallaremos al describir el camino de Argando�a a Ascarza, precisamente por las proximidades del cabezo. Aunque la advocaci�n de su parroquia, dedicada a Santa Columba, es sin duda muy antigua, no quedan en Argando�a restos medievales anteriores al edificio de su iglesia. Santa Columba, martirizada en Sens, en las Galias, recib�a culto en Espa�a desde la Alta Edad Media, su fiesta figura en los calendarios visig�ticos y se celebraba tambi�n en la C�rdoba moz�rabe. Esta devoci�n, extendida ya en el siglo VII, pudo llegar a trav�s de las relaciones del reino visigodo hispano con Borgo�a y las tierras del Nordeste de la actual Francia. El siglo XIII en sus comienzos ha dejado en Argando�a un exponente m�s de la fuerza constructiva que venimos registrando a lo largo del camino y que se extendi� por toda �lava en ese momento. La iglesia de Santa Columba, con b�veda protog�tica de arcos cruzados y clave floral en su presbiterio, ligeramente ensanchado hacia los flancos, cierra por b�veda de horno su �bside semicircular y por cubierta de ca��n apuntado los tres tramos de la nave. Es una interesante obra del protog�tico rural alav�s, en su arquitectura y en sus elementos ornamentales. Lo m�s significativo de este edificio se encuentra al exterior del mismo, en su portada, en su �bside y en los ventanales de la cabecera y del presbiterio. La portada, de arco apuntado, tiene las arquivoltas y el trasd�s simplemente baquetonados. Se apea en cuatro columnas, dos a cada flanco, con los fustes cubiertos de encestado o de ret�cula con botones en los huecos, lo mismo que los de la Puerta Speciosa de Est�baliz. Los capiteles de Argando�a son, en cambio, m�s r�sticos y peor trabajados que los del santuario; se decoran, los de la izquierda, con acantos y con un animal monstruoso, de grandes ojos, luchando con una serpiente; a la derecha, uno muestra acantos trepanados, y otro, dos c�rculos tangentes punteados enmarcando dos cruces, tambi�n punteadas. El �bside semicircular, de piedra de siller�a, y el presbiterio, construido asimismo con sillares bien labrados, se refuerzan hacia el exterior de manera distinta: el �bside, mediante cuatro columnas con basas de garras y simple decoraci�n incisa en sus capiteles, mientras el presbiterio se apoya hacia afuera en cuatro pilastras-contrafuertes con baquetones angulares de capiteles ligeramente decorados; de estas pilastras, que potencian precisamente los puntos de descarga de la b�veda protog�tica del presbiterio, s�lo queda totalmente visible una en el costado Sur. De igual modo, �nicamente puede verse completo uno de los dos vanos que iluminaban la cabecera del templo, el abierto al centro del �bside; del ventanal del Sur del presbiterio, hoy cegado, apenas quedan restos a la vista. El ventanal del �bside de la iglesia de Argando�a muestra una elegante arquivolta lobulada y hermosas figuras en los capiteles de sus columnas: un cl�rigo orante con vestiduras lit�rgicas, castillos almenados, un bello rostro varonil y, enfrente, como pareja, la cabeza de una dama con tocado de barbuquejo. El del centro de la cabecera es uno de los m�s bellos del rom�nico de la Llanada. Tiene su arquivolta exterior polilobulada y seis columnas como apeos, con garras en sus basas, fustes lisos y hermosos capiteles. Destacan entre �stos los que muestran un personaje orante con vestiduras lit�rgicas �casulla y man�pulo-; un rostro varonil de nobles facciones y melena lisa con flequillo; una dama con toca de cendal rizado y barbuquejo bajo el rostro; un �guila cebada en un gazapo, tema muy repetido en el rom�nico alav�s, y otros con construcciones, estrellas y motivos vegetales diversos. Aunque Argando�a vivi� momentos de prosperidad al mediar el siglo XVI, no conserva restos renacentistas destacables en su iglesia ni en otros edificios del pueblo. No obstante, en 1556 viv�an en Argando�a veinticuatro vecinos, ten�a cuatro cl�rigos al servicio de su parroquia y un hospital, desaparecido hasta en el recuerdo de los habitantes de hoy. Ten�a tambi�n entonces una ermita dedicada a San Miguel situada en el barrio de Arriba. Tampoco se recuerda su existencia aunque seguramente, como venimos comprobando en muchos templos dedicados al Arc�ngel, se encontrar�a en alto, posiblemente en el reborde del monte de Est�baliz y no lejos del camino que ven�a desde Villafranca. En el siglo XVIII Argando�a se encontraba en la avanzada del arte al erigir en 1777 su retablo mayor, de bello dise�o, dentro del neoclasicismo que apuntaba ya en �lava; trabajaron en �l los arquitectos Manuel y Jos� de Moraza, el escultor Juan Jos� de Murga, autor de la elegante talla de Santa Columba, y el pintor Jos� de Torre. Las im�genes de San Jos� y San Joaqu�n se pagaban a Gregorio de Valdivielso, el creador del taller de los �Santeros de Payueta�. El coste de los retablos laterales, tambi�n neocl�sicos, se abonaba en 1787. La imagen de San Pedro es obra de Mauricio de Valdivielso, hijo de Gregorio, y el m�s significativo de los �Santeros� del taller de los �Payuetas�. ASCARZA. Saliendo de Argando�a, por el �Barrio de Abajo� y el puente llamado �Zurribarri�, el camino conduc�a de Argando�a a Ascarza, atravesando una zona de monte bajo, al Norte de la actual carretera de Vitoria a Estella.Se le llama �Camino de Mend�luz�. Entraba en Ascarza por el punto de encuentro de dos caminos: el que desde Zurbano, Il�rraza y Cerio, hab�a llegado al Norte del pueblo por las proximidades de la iglesia, y el que estamos siguiendo desde Argando�a, camino que, en direcci�n Este-Oeste, continuaba desde este cruce hasta la pr�xima Arcaya. A�n se conserva el r�tulo antiguo con el nombre del pueblo en la entrada a �ste desde Zurbano e Il�rraza por las casas cercanas a la iglesia, prueba de la vigencia de este camino hasta tiempos recientes; puede verse aun hoy, pintado en el exterior del cementerio. El de Argando�a hab�a entrado en Ascarza, en cambio, por una corta alineaci�n de casas situadas al flanco derecho del mismo, con las fachadas y los caballetes de sus tejados paralelos al camino, hasta encontrarse con el que ven�a de la iglesia. Desde Argando�a, el �Camino de Mendiluz�, borrado hoy en muchos trozos, llegaba al Sureste de Ascarza por el tramo de la calle-camino aqu� reproducida. En esta entrada se cruzaba con el otro vial que bajaba de la iglesia, acceso a Ascarza por el Norte desde Zurbano e Il�rraza. De esta encrucijada en la que se encontraban los caminos que bajaban desde el Norte del pueblo y el que entraba desde Argando�a por el Este, part�a el llamado a�n �Arcayabide� que, por la Venta de Ascarza, a�n en pie aunque desfigurada, conduc�a a Arcaya, y a �Salvatierrabide � en t�rmino de Vitoria. Prestamero habla de un �gran trozo indubitable� de la calzada romana de Burdeos a Astorga en este camino entre Ascarza y Arcaya, y del paso de aqu�lla por Gaceta y Argando�a, antes de llegar a estos puntos. El t�rmino llamado �Durruma� al Sureste de Ascarza recuerda la aldea de San Rom�n, que estuvo situada sobre un cerro a la izquierda de la actual carretera de Vitoria a Estella. Como queda indicado, fue uno de los pueblos incorporados a Vitoria en 1332; y, en 1367, lugar de asentamiento de las tropas del rey Pedro I y del Pr�ncipe de Gales su aliado, en los momentos tensos que precedieron a la batalla de N�jera, mientras el hermano y rival del rey, Don Enrique de Trast�mara, y las compa��as francesas adictas a su bando, ocupaban las alturas de Zaldiaran dispuestas a combatir contra Don Pedro y las tropas inglesas. En la loma de San Rom�n el Pr�ncipe de Gales arm� caballero al rey Don Pedro y a otros nobles castellanos, antes de entrar en la batalla que se preparaba; pero considerando el rey y el pr�ncipe su �gran peor�a� si atacaban a Don Enrique, mejor situado en los montes de Zaldiaran, y su imposibilidad de pasar hacia Castilla, porque Don Enrique �les ten�a tomados todos los puertos de aquella comarca� �la Llanada Occidental�, �partieron de �lava�, seguramente por los pasos de la Llanada Oriental, �e atravesaron Navarra� e �fueronse para Logro�o, que estaba por el Rey Don Pedro�. As� transcurrieron en marzo de 1367 d�as angustiosos para las aldeas de San Rom�n, Ascarza y otras del contorno, entre el temor de la lucha y las dificultades de aprovisionamiento de los hombres y los caballos de un gran ej�rcito, compuesto Encrucijada en Ascarza del camino que llegaba de Argando�a, del que descend�a desde ll�rraza y Zurba no, y del llamado �Arcayabide�, que desde este punto sal�a hacia Vitoria pasando por Arcaya; camino con vestigios romanos, visibles a�n en �un gran trozo� afines del siglo XVlll. por numerosos infantes y caballeros castellanos, aparte de contingentes cuantiosos de arqueros, ballesteros y lanceros gascones e ingleses, dispuestos a apoyar al rey Don Pedro. La iglesia de San Rom�n, parroquia de la desaparecida aldea del mismo nombre, se reconstru�a como ermita en 1587. No quedan en Ascarza restos ni huellas de la torre fuerte de los Gaonas, avanzada hacia Vitoria de las fortalezas de Maestu, Sabando y Contrasta en la Monta�a, y de las de Alegr�a, Gauna y Gaceta, ya en la Llanada, desde las que los Gaonas y sus parentelas o�acinas, dominaban los caminos navarros del Ega hasta la Llanada de �lava. Los peregrinos y viajeros que llegaban a Ascarza antes de 1476 pod�an contemplar a�n, sin embargo, su fuerte torre�n almenado. En esa fecha Don Rodrigo de Gaona y Rojas, se�or de la torre, �estaba para derribar� su remate de almenas, seg�n se lee en una C�dula del rey Don Fernando; acaso lo hac�a como buen servidor, atento a la pol�tica de los Reyes Cat�licos dirigida a demoler, rebajar o, cuando menos, a desmochar torres y fortalezas, o tal vez presionado m�s o menos directamente por los reyes y por las circunstancias del momento. La iglesia de San Miguel de Ascarza conserva elementos de dos momentos distintos dentro del g�tico. Se abre en su cabecera un ventanal de arco muy apuntado y cegado, s�lo visible desde el exterior, con seis columnas con decoraci�n vegetal, muy propia del siglo XV, en sus basas y sus capiteles. La cubierta del templo, abovedada, tiene tres tramos, los dos primeros del g�tico final con cubiertas nervadas de terceletes y ligamentos curvados que, en el segundo espacio, forman un Restos romanos, reci�n exhumados, se�alan la importancia de Arcaya en el tr�nsito de la calzada de Burdeos a Astorga, pr�xima a acercarse a la loma de la Gasteiz medieval por �Salvatierrabide�. Vista de la excavaci�n de las termas romanas en las proximidades del camino que llegaba a Arcaya desde Ascarza. complicado dise�o crucifero. El primero podr�a fecharse en los a�os finales del siglo XV o acaso en los comienzos del XVI, por el programa iconogr�fico de sus claves enraizado a�n en esquemas medievales: la central muestra, en efecto, la Trinidad, con el Padre sosteniendo a su Hijo Crucificado y la paloma entre ellos, y, en los terceletes, los cuatro s�mbolos del Tetramorfos. El segundo tramo, m�s complicado, lleva en la clave central un relieve con la figura de San Miguel, el titular de la parroquia, rodeada de diecis�is claves menores con relieves de la Virgen, santos y santas de devoci�n popular; no faltan entre ellas la de Santiago ni la de San Crist�bal, abogado de caminantes y peregrinos, situada en uno de los arcos fajones de la nave. Al igual que gran parte de los templos de la Llanada, este segundo tramo se constru�a al mediar el siglo XVI, y se pagaba en 1555 al cantero Pascual de Larrahondo. El retablo mayor barroco, con columnas de fustes serpeantes, data de la �ltima d�cada del siglo XVII; lo constru�a en 1695 el arquitecto local Mart�n de Luzuriaga, vecino de Zalduendo. Los altares laterales de la Virgen del Rosario y San Sebasti�n, de la misma �poca y estilo, se pagaban al maestro arquitecto Mart�n de Arenalde, vecino de Santa Cruz de Campezo. El neocl�sico, de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, momento de �maestreos� en numerosos templos alaveses, es aqu� m�s rico que en otras iglesias. Elegantes pilastras con capiteles de orden compuesto sujetan la cornisa y aseguran la construcci�n g�tica de este templo, reforzado y maestreado en aquellas fechas. Seg�n los �ltimos censos publicados, viven en Ascarza sesenta y cuatro habitantes. ARCAYA. Recientes excavaciones e investigaciones arqueol�gicas realizadas en Arcaya y dadas a conocer por Loza Lengaran, Abas�lo y S�enz de Buruaga en varias publicaciones, han hecho pasar al primer plano de la actualidad hallazgos y novedades que han confirmado los datos que Prestamero recogi� y transmiti� a fines del siglo XVIII, referentes a la existencia en Arcaya de �cascos de m�rmoles rotos, y barros saguntinos�, es decir, fragmentos de cer�mica, m�rmoles y teselas de mosaicos. En el t�rmino llamado Otazibarra, en el arranque del camino hacia Otazu, se han excavado unas termas romanas cuyos restos pueden contemplarse sin salir del pueblo. Por otra parte, el hallazgo, tambi�n reciente, de una columna miliaria en los arenales de Errekaleor, en el lugar llamado �Carrov�a�, entre Arcaya y Vitoria, ratifica las noticias del paso por estos lugares de la calzada de Burdeos a Astorga, seguida tambi�n, como venimos comprobando, por viajeros y peregrinos desde la Alta Edad Media y a lo largo de todo el medioevo. El top�nimo �Carrov�a�, nombre significativo de un camino carretil, y el t�rmino llamado �Salvatierrabide�, en el lugar por donde la calzada romana llegaba a las proximidades de la actual Vitoria, dan fe de la vigencia plena de este camino cuando menos hasta despu�s de 1256, fecha de la carta de poblaci�n que dio el nombre a Salvatierra. La importancia de Arcaya y de sus restos arqueol�gicos, han sugerido hasta su posible identificaci�n con la mansi�n Suessatio de los itinerarios romanos. Por otra parte, la existencia en Ol�rizu, en las proximidades de Arcaya, del poblado o castro de Kutzemendi fechable seg�n A. Llanos en la segunda Edad del Hierro, repetir�a aqu� un fen�meno bien comprobado en otros puntos de la ruta: la proximidad de estos poblados al emplazamiento de mansiones romanas en las principales calzadas. El camino romano y medieval segu�a desde Arcaya bordeando el �Alto de las Neveras� a la vista del cerro de Gasteiz, hasta alcanzar ya en t�rmino de Vitoria, las proximidades del lugar donde hasta hace pocos a�os se encontraba la �Venta de la Estrella�. Despu�s, tocando los t�rminos de la aldea despoblada de Adurza y el Campo de los Palacios �el prado �Campo Santo� de Prestamero�, llegaba al r�o Abenda�o, salvado hoy en el �Bat�n� por un puente. posiblemente pr�ximo al lugar en que el camino romano cruzaba el r�o, y alcanzaba el lugar llamado �Salvatierrabide�, con un importante yacimiento con piezas del Bronce, del Hierro y de la �poca romana. De aqu�, el camino que hab�a llegado desde Ascarza y Arcaya, pasaba a terrenos de Armentia y Zuazo de Vitoria, siguiendo la calzada romana. Volviendo a Arcaya, este camino entraba en el pueblo por las proximidades del actual cementerio, a la vista de la �Venta de Ascarza� y cerca del yacimiento y de las termas romanas recientemente excavadas. Otro camino llegaba a Arcaya desde Arcaute; en las proximidades de este lugar, entre la carretera Nacional-1 y el ferrocarril de Madrid a Ir�n, se encuentra el t�rmino llamado �Arcayate�, la �puerta de Arcaya� y no lejos de �l, el de �Castrua�, recuerdo, seguramente, de alguna defensa en el acceso a Arcaya desde este punto. En las proximidades de estos lugares quedan los top�nimos de �Petr�quiz�, asiento de la aldea despoblada de este nombre, y �San Pedro�, titular de su parroquia desaparecida; �sta se mantuvo como ermita aneja a Arcaya hasta 1867. Seg�n recuerdan los vecinos de Arcaya, en sus alrededores se descubrieron sepulturas de lajas hincadas en la tierra, formando el ata�d. El trazado de Arcaya es el de un pueblo lineal que en su eje principal sigue el camino antiguo, con la iglesia al centro del mismo. A partir de este punto, la calle principal que hab�a seguido la direcci�n Este-Oeste del camino, cambia de sentido y se desv�a hacia el Suroeste hasta la salida del pueblo. En el centro de �ste, frente a la cabecera de la iglesia, se encuentra el edificio m�s destacado del lugar despu�s de su templo parroquial: el palacio de los Barones de Arcaya. Se El camino llamado �Arcayabide�, ven�a desde Ascarza y entraba en Arcaya por el actual cementerio. A partir de este punto constitu�a el eje urbano del pueblo, con la parroquia de la Natividad y el palacio de los Barones de Arcaya al centro. Arcaya tuvo seis ermitas, cuyos titulares van representados en el retablo de su iglesia. Las de San Pedro y San Juan, fueron parroquias de Petr�quiz y Saricurr�. La de San Pelayo, cuya efigie se representa aqu� entre las de Santa Catalina y San V�tor labrador, recordaba al joven martirizado en C�rdoba en el siglo X, presente en parroquias y ermitas de los caminos jacobeos. trata de un edificio de mamposter�a y ladrillo, con siller�a en sus esquinales y dos torres flanqueando la fachada. Muestra dos escudos con las armas de Arcaya, uno en el frontis del edificio, sobre la puerta y el balc�n principal del palacio, y otro en la fachada lateral de la torre del Suroeste. El del frente es un escudo cortado, con tres bandas cargadas de armi�os y cinco panelas puestas en sotuer, ornamentaci�n de lambrequines a ambos lados y timbrado por yelmo. El del flanco Oeste es anterior y muestra las mismas armas, bandas y panelas en escudo partido, con decoraci�n renaciente en lo alto y un �ngel con las alas abiertas bajo el escudo, todo muy del estilo del siglo XVI; seg�n tradici�n esta piedra armera se trajo de Otazu. Los blasones de estos dos escudos indican la vinculaci�n de los D�az de Arcaya, se�ores del palacio, a las parentelas guevaresas portadoras de bandas y panelas her�ldicas. Pasada la iglesia, el eje-camino, vial que estructura el trazado de Arcaya, se dirige hacia el Suroeste. En este segundo tramo se encuentran la fuente y, a la salida del pueblo, un edificio Que por su nobleza constructiva y sus rejas de hierro con cruces y roleos en sus remates, destaca entre las construcciones rurales que la rodean; puede fecharse en el siglo XVIII. Saliendo de Arcaya, el camino atraviesa un puente sobre el r�o Santo Tom�s. Tiene un solo arco, reconstruido, rebajado y con dovelas de sillares. En el mismo camino se encontraba una ermita dedicada a San Pelayo, santo especialmente venerado en las rutas medievales de Peregrinaci�n; y, en un altozano situado a escasa distancia del pueblo, la ermita de San Miguel, dominaba el camino romano y el altomedieval que, faldeando el �Alto de las Neveras�, llegaba a la vista del cabezo de Gasteiz. Se computan actualmente en Arcaya ciento veinte habitantes. Piedra labrada incrustada en un muro interior del campanario de Arcaya. Presenta un enigm�tico signo lapidario en el rehundido de un tri�ngulo, de buen tama�o y bien trabajado, procedente de una construcci�n antigua. La importancia de Arcaya en la �poca romana parece haber deca�do en la alta Edad Media, cuando la aldea ten�a s�lo diez vecinos, seg�n el c�mputo del documento de la Reja de San Mill�n. No obstante, a fines del siglo XIII viv�a Arcaya momentos de riqueza, a juzgar por su aportaci�n de mil maraved�es a la toma de Tarifa, cifra muy superior a la entregada por otros pueblos de �lava. Pocos a�os antes, en 1284, dos nobles alaveses con su solar de origen en Arcaya, testificaban en la carta de amayorazgamiento, otorgada a Ordu�a por el se�or de Vizcaya; eran Don Lope D�az de Arcaya y Don Juan P�rez, su hermano, que figuran entre los grandes magnates de la tierra, testigos del documento. Y, como Cofrade de �lava, se documenta en 1332 a �diego lopez darcaya, fijo de Lope perez�. Al finalizar la Edad Media y durante la primera mitad del siglo XVI continuaba la prosperidad de Arcaya que contaba entonces con cincuenta vecinos y siete cl�rigos al servicio de su iglesia. Uno de �stos era Don Juan de Retana que, aunque beneficiado en Arcaya en 1556, resid�a en Salamanca. Don Juan de Retana llegar�a a ser obispo de Mesina. En ese a�o, 1556, seg�n el visitador Mart�n Gil, hab�a en Arcaya cuatro ermitas de las que s�lo una, la de San Juan, ten�a renta propia. Sabemos, no obstante, que en Arcaya existieron en algunos momentos seis ermitas; lo dicen las inscripciones y las efigies de sus santos titulares pintadas en la predela del retablo mayor de la parroquia. Al lado derecho de este banco, izquierdo del observador, se lee la frase siguiente: �Hubo en la antig�edad en Arcaya parroquias de San Pedro y San Juan Bautista y ermita de San Miguel�; al costado izquierdo del mismo bancal la inscripci�n contin�a se�alando la existencia en Arcaya de las �ermitas de Santa Catalina virgen y m�rtir, San Pelayo y San V�tor�. Las �parroquias� eran las de los despoblados de Petr�quiz, en t�rmino de Arcaute y Saricurri, entre Arcaya y Otazu; las dos quedaron convertidas en ermitas dedicadas a los titulares de las antiguas parroquias, San Pedro de Petr�quiz y San Juan de Saricurri. La ermita de San Pelayo se encontraba, como se ha dicho ya, junto al camino romano y medieval que conduc�a a las proximidades de Vitoria, y la de San Miguel, en una peque�a altura pr�xima al pueblo. La de Santa Catalina se convert�a en escuela a comienzos del siglo pasado, y la de San V�tor era acaso la de �San Vito�, situada en t�rmino de Otazu, arruinada en el siglo XVIII y vinculada, de alg�n modo, a la parroquia de Arcaya. Se conservan en Arcaya restos interesantes de la actividad constructiva desplegada a lo largo del medioevo y durante el siglo XVI. Hemos se�alado el momento en que, como la mayor�a de las aldeas alavesas, contaba s�lo con diez casas tributarias al monasterio de San Mill�n durante los siglos XI, XII y acaso hasta los comienzos del XIII. Su templo parroquial de Nuestra Se�ora era entonces de dimensiones reducidas, como casi todas las parroquias alavesas del momento. Parte de esta iglesia primitiva puede verse a�n adosada al costado Norte de la actual parroquia de la Natividad de Nuestra Se�ora; la hilera de canes que sosten�an su cubierta y el hastial del Ponente, bien visible hoy, denotan la escasa elevaci�n de este primer templo, por fortuna conservado en gran parte. M�s tarde se ados� al costado Sur de este peque�o templo una segunda iglesia m�s amplia y rica en decoraci�n. Esta nueva edificaci�n tambi�n rom�nica, se demoli� al construir la actual, aunque pueden verse algunos restos de su ornamentaci�n, ajedrezados y besantes, incrustados con el muro Sur del templo actual; queda tambi�n parte de la decoraci�n de acantos de su portada, visible desde la subida a la torre, en la que tambi�n se encuentra un curioso signo lapidario, localizado por Loza Lengaran, con un dise�o puntiagudo en relieve, de casi medio metro, que podr�a recordar el de una �pata de oca�, s�mbolo al que algunos autores dan una interpretaci�n inici�tica en los caminos a Finisterre. Todos estos restos denotan la existencia de una importante f�brica rom�nica o protog�tica, fechable en el siglo XIII avanzado, cuando Arcaya empezaba a figurar como una de las aldeas m�s ricas de la comarca. La preciosa pila bautismal de la parroquia, con entrelazos y estrellas de fuerte influjo mudejar, es otra muestra de la prosperidad vivida en Arcaya en el bajo medioevo. Esta nueva iglesia resultaba, sin embargo, reducida para los feligreses del siglo XVI que deseaban dotar a su parroquia de un gran edificio; y lo consiguieron construyendo el actual con planta de cruz latina y complicadas b�vedas de ricas nervaduras estrelladas en el ochavo de la cabecera, el centro de nave y los dos brazos de la cruz. Un nuevo momento de riqueza registrado durante el siglo XVIII y las primeras d�cadas del XIX, se manifiesta en otras obras importantes realizadas en la parroquia de Arcaya. Cuando comenzaba el siglo XVIII se erig�a el retablo mayor barroco, contratado en 1699. Lo preside, entre columnas salom�nicas con una rama trepante, un ingenuo relieve de la Natividad cuyo importe se abonaba en las cuentas de 1701 y 1702; son curiosas las figuras dieciochescas, ataviadas con vestidos de la �poca, que componen la escena del Nacimiento de la Virgen. Es obra del arquitecto Juan Antonio de Larrimbe y del escultor Manuel Izquierdo. En 1777 se constru�a la torre neocl�sica, de base cuadrada y con buena siller�a en el cuerpo de campanas. Fue edificada sobre el dise�o del arquitecto Nicol�s de Aramburu, vecino de Vitoria, cuya obra encontramos en varios campanarios del camino. Por entonces, en 1780, se obraba en los �ltimos tramos del templo, cubiertos por b�veda de arista. Un cuarto de siglo m�s tarde se maestreaba el edificio seg�n proyecto de Olagu�bel, maestreo realizado en 1804; y en 1807 se constru�a la triple portada de acceso a la iglesia, abierta en el hermoso p�rtico neocl�sico, austero y elegante, con tres arcos de buena siller�a, erigido en la d�cada anterior. Poco despu�s, se pagaban a Pedro de Valdivielso y a los �Santeros de Payueta� las im�genes de los retablos neocl�sicos de la Virgen del Rosario y San Jos�. DE ARCAYA A �SALVATIERRABIDE�. La panor�mica del camino que, desde Arcaya, llegaba a las proximidades de la actual Vitoria, experiment� grandes cambios a lo largo del medioevo. Entre los siglos XI y XII discurr�a entre vi�edos, dehesas y campos de cereal, por las aldeas de Arcaya, con diez casas seg�n se ha indicado, Ol�rizu y Adurza que, junto con Mendiola, abonaban al monasterio de San Mill�n el tributo correspondiente a treinta casas pagadoras. A la izquierda, en la proximidades de Arcaya, quedaban Otazu y Saricurri con diez casas cada una; y siguiendo el camino altomedieval a izquierda y derecha de Adurza, peregrinos y viajeros pod�an contemplar las aldeas de Arechavaleta, Gasteiz y Abenda�o. En la loma de Gasteiz se asentaba el n�cleo de poblaci�n m�s importante de los que venimos citando: era la aldea del mismo nombre, poblada por treinta casas, mientras Arechavaleta abonaba a San Mill�n, junto con Gard�legui, la tasa correspondiente a otras treinta y Abenda�o s�lo la de diez familias. Exist�an en estas aldeas, dominadas por el cabezo de Kutzemendi y por las cimas de los montes de Vitoria, propiedades se�oriales con collazos o labradores adscritos a la tierra; as�, en 1078, una se�ora noble, llamada Do�a Toda, ofrec�a a San Mill�n tierras y colonos en diversos lugares de La Rioja Alavesa y, entre ellos, en �Otazu de �lava� ocho �collazos populatos�, es decir, ocho propiedades con los pobladores que las cultivaban y habitaban. A partir de los a�os finales del siglo XIII y a lo largo del XIV, la poblaci�n iba concentr�ndose en n�cleos de mayor entidad, mientras se despoblaban algunas de las aldeas citadas, con los consiguientes cambios en el paisaje humano recorrido por viajeros y peregrinos. La villa de Vitoria constitu�a un polo de atracci�n demogr�fica; pero, por otra parte, al configurarse los nuevos esquemas poblacionales del bajo medioevo, las gentes buscaban suelos m�s productivos en tierras m�s abiertas, fen�meno que continu� tras la depresi�n demogr�fica y econ�mica acusada entre los siglos XIV y XV. Abenda�o fue, seguramente, la primera aldea despoblada, ya que no figura entre las nueve �Aldeas Viejas� citadas en los continuados litigios documentados a partir de 1226 entre el Cabildo eclesi�stico vitoriano y los cl�rigos de los pueblos circundantes sobre la percepci�n de los frutos decimales de los feligreses. Seg�n fuentes geneal�gicas, m�s o menos legendarias, la aldea, solar de origen de los Abenda�os, fue arrasada a fines del siglo XII en las luchas entre la nueva Vitoria y los se�ores del lugar destruido. Como resto de la antigua aldea queda, dentro del n�cleo urbano de la Vitoria actual, la antigua parroquia de Abenda�o, ermita de estructura rom�nica con buenas esculturas de San Mart�n y San Mill�n e interesantes pinturas murales en su antigua cabecera. Estas pinturas, aun conservando temas y modelos iconogr�ficos anteriores en las figuras de la Anunciaci�n, el Calvario y el Apostolado, algunas poco visibles, se encuadran ya en el g�tico lineal por los plegados geom�tricos en las vestiduras de los personajes, sus rostros bien delineados, y por la aplicaci�n de los colores en grandes planos entre las fuertes l�neas del dibujo. Adurza era una de las �Aldeas Viejas� que en la primera mitad del siglo XIII entregaba parte de los diezmos de sus iglesias al cabildo vitoriano, porque muchos de los que labraban sus tierras viv�an en Vitoria y �sal�a la reja� de los muros de la nueva villa. Fue tambi�n una de las aldeas entregadas por la Cofrad�a de �lava a Alfonso X en 1258 e incorporada por �ste a Vitoria. Despu�s figura ya no como aldea, sino como arrabal de Vitoria, y su parroquia de San Crist�bal como ermita hasta fines del siglo pasado. Durante el medioevo se registra en Adurza la existencia de dos barrios: el de �Adurza Nagusia� con su templo dedicado a San Mames, documentada en 1465 en el Archivo del Cabildo Universidad de Parroquias de Vitoria, y �Adurza la Menor�, citada en la convenci�n acordada entre la Cofrad�a de �lava y el Concejo vitoriano en 1291. Ol�rizu aparece tambi�n aportando parte de los diezmos de su iglesia al Cabildo de Vitoria tras de los pleitos citados documentados a partir de 1226, y, posteriormente, como una de las Aldeas Viejas incorporada a Vitoria tras de su entrega a Alfonso X por los Cofrades de �lava. Su parroquia de Santa Mar�a era en 1556 una ermita con renta propia bajo la advocaci�n de Santa Mar�a de Ol�rizu. Su imagen es, seguramente, una de las dos tallas medievales del tipo �Andra Mari�, trasladadas desde Otazu a Vitoria, y hoy en culto en las parroquias de San Mateo y Nuestra Se�ora de Bel�n. La aldea que tard� m�s tiempo en despoblarse fue la de Saricurri, seguramente a causa de su mayor distancia de Vitoria. Estuvo situada entre Arcaya y Otazu, en una loma a escasa distancia de un puente moderno sobre el r�o Santo Tom�s. No se contaba dentro de las llamadas �Aldeas Viejas� en la documentaci�n del Cabildo eclesi�stico vitoriano, ni entre las entregadas por la Cofrad�a de �lava a Alfonso X en 1258. Fue, no obstante, una de las diez �Aldeas Nuevas� que, seg�n sentencia de 1329, tuvo que aportar parte de sus frutos decimales a los cl�rigos de Vitoria poco antes de quedar anexionada a Vitoria en 1332 junto con otras cuarenta aldeas por arbitraje de Juan Mart�nez de Leiva. En 1292 Saricurri era una aldea que contribu�a a la hueste de Tarifa con trescientos maraved�es, lo mismo que Otazu. En 1490 estaba ya despoblada, seg�n reconoce una bula del papa Inocencio VIII conservada en el archivo catedralicio de Vitoria, y en 1556 su parroquia de San Juan se hallaba reducida a una ermita con renta que se encontraba ya demolida en 1806. Al labrar los campos cercanos a la ermita, se encuentran hoy piedras y tejas, restos de la aldea desaparecida. Los montes y los prados de estos despoblados pasaron a ser dehesas de Vitoria, cubiertas de pastos y arbolado, sobre todo de roble. En las actas del Concejo de 1428 se habla de las dehesas de �Ol�ricu, de Sarracurry, de Betriques e de Sant Rom�n� con la prohibici�n de cortas y de la fabricaci�n de carb�n, regulando el aprovechamiento de sus robles y hayas. As�, entre peque�as aldeas y zonas arboladas llegaba a Vitoria el camino que, desde San Adri�n, hab�a bajado hasta Salvatierra por Zalduendo y Araya y que, desde Salvatierra, por Adurza y �Salvatierrabide�, hab�a alcanzado ya los t�rminos de la actual Vitoria. El camino de Galarreta a Vitoria En la p�gina 70 queda descrito uno de los descensos desde el t�nel de San Adri�n hasta su entrada en Galarreta por el puente de Zuzibarri. De Galarreta arrancaba un camino, recorrido y documentado como ruta de peregrinaci�n, que llegaba hasta Vitoria sin pasar por Salvatierra. Segu�a una l�nea m�s directa, aunque seguramente menos antigua que la que, desde Egu�laz y Salvatierra, discurr�a junto a la calzada romana en muchos casos sobreponi�ndose a ella. Este camino de Galarreta llegaba a las puertas orientales de la muralla vitoriana, desde ll�rraza y Elorriaga. Se trata de un itinerario bien documentado a partir del siglo XV, con los principales pueblos de su trazado recogidos en memorias de peregrinos y gu�as de viajeros. Desde Galarreta llegaba a Luzuriaga y, a partir de Heredia, segu�a a cierta distancia la margen derecha del Zadorra hasta atravesarlo por el puente de Aud�cana. A partir de este punto, abandonaba las riberas del r�o y, por Mend�jur y Arbulo, llegaba a ll�rraza y Elorriaga, a la vista de Vitoria. Este es el camino que recorri�, y que cita puntualmente en sus principales hitos, el sastre picardo Guillermo Manier en su viaje a Compostela en 1726. Aunque con nombres desfigurados se�ala su paso por �Aret� �Galarreta�; �Lousourdes� �Luzuriaga�; �Arbona� �Arbulo�; �Laroges� �ll�rraza�; �Loulou�re� �Elorriaga�, y �Victoire� �Vitoria�. En 1769 lo recorr�a Jos� Baretti. Citaba los mismos puntos que Manier, aunque con mayor exactitud en sus nombres, y llevaba la cuenta de las leguas recorridas seg�n sus c�lculos: de Galarreta a �Luzurriaga� media legua; una, de �Luzurriaga� a Heredia; media, de Heredia a Aud�cana; otra media, de Aud�cana a �Arbului�; media m�s de �Arbului� a �La Raza�; otra media de �La Raza� a �Lorriaga�, y una de �Lorriaga� a �Vittoria�. Por entonces figuraba tambi�n esta ruta en las gu�as de caminos impresas para uso de �Viajeros, Arrieros, Caleseros y Carruageros�, seg�n se expresa en la tercera edici�n del itinerario de Jos� Mat�as Escribano, fechada en 1775. Se citan en esta gu�a �Luzurriaga�, Heredia, �Arbului�, Aud�cana, �La Raza� y Elorriaga en el �Camino de Ruedas� que bajaba de San Adri�n. Santoyo transcribe la �peque�a odisea navide�a� en la que relata la hospitalidad que un hidalgo ofreci� en este camino al Secretario del pr�ncipe Federico del Palatinado, Humberto Tom�s de Lieja, cuando en la Navidad de 1538 acompa�ando al pr�ncipe y a su esposa entre el numeroso s�quito que tra�an consigo, pas� por estos pueblos entre nieves y chubascos. El anfitri�n era un noble que, aunque viv�a en una peque�a aldea del camino, hab�a recorrido gran parte de Europa acompa�ando al Emperador Carlos V y, en Heildelberg, hab�a sido acogido en una noche de nieves por el Secretario del pr�ncipe que ahora pasaba junto a su casa en circunstancias parecidas. La esposa del hidalgo �ya era algo mayor�, dice Humberto Tom�s de Lieja en la memoria de su viaje; y es muy curioso que en la pintura de un tr�ptico de la parroquia de Heredia, hoy en el Museo de �lava, aparezcan como orantes, en las portezuelas de una tabla flamenca, los retratos de un hombre refinado, �un hombre docto� que conoc�a las obras de Jenofonte, dice el Secretario, y una mujer �mayor�, personajes que, en el tr�ptico citado, parecen calcados de la descripci�n de Humberto Tom�s de Lieja. Una �odisea� que recuerda la apertura y la comunicaci�n de las gentes a trav�s de los grandes caminos de Europa, entre los que se encontraba esta ruta de San Adri�n. GALARRETA. Figura esta aldea en libros y en memorias de viajes escritas en los idiomas m�s hablados de Europa a partir del siglo XV. Dicen que Isabel la Cat�lica pernoct� en Galarreta cuando lleg� a ella bajando de San Adri�n; pero la tradici�n, que en este caso carece de apoyatura escrita, se convierte en un aut�ntico torrente documental en otras narraciones y detalles sobre este camino, recogidos en libros de viajes, archivos parroquiales, protocolos, notariales y otros instrumentos fehacientes. Santoyo, V�zquez de Parga, Lacarra, Ur�a, Huidobro y otros investigadores sobre los caminos a Santiago, recogen las numerosas memorias de peregrinos y viajeros que recuerdan su paso por Galarreta. Aparece Galarreta con el nombre de �Galarda� en la peregrinaci�n a En la entrada a Galarreta de la calzada medieval de San Adri�n, junto al puente llamado �Zuzibarri� y el arroyo �Estibara�, se encuentra esta fuente abovedada, con tres canos y asientos a ambos lados del arco de su frontis. Santiago de von Harff fechada en 1499; en el viaje de Federico del Palatinado, en 1538, como se ha indicado; Braun cita a Galarreta en 1567 con el nombre de �Galerotta�; Venturino se refiere a Galarreta en las memorias del viaje que realiz� en 1572 como �una aldea de cien hogares�, camino de Vitoria; el mariscal Bassonpierre pas� por Galarreta el 28 de febrero de 1621, comi� en la aldea a su bajada de San Adri�n, y durmi� en Vitoria; Jouvin en 1672, recordaba el riachuelo que hab�a pasado al descender del t�nel antes de llegar a Galarreta, seguramente el puente de Zuzibarri y el arroyo Estibarri; Madame d'Aulnoy dice en sus cartas de 1679 haber pernoctado en Galarreta, lugar donde se iniciaba un camino m�s abierto hacia Vitoria; las descripciones de Colmenar en 1707 recordaban el camino pavimentado con grandes piedras que desde San Adri�n le hab�a conducido a Galarreta; hemos visto, por �ltimo, las referencias a Galarreta de Manier y Baretti, y su presencia en los itinerarios del siglo XVIII. Como pueblo de camino, contaba Galarreta con un hospital documentado en 1556, y ten�a a su cargo el cuidado y los arriendos de �manutenci�n de las postas necesarias para los correos�, as� como la limpieza de los caminos del puerto de San Adri�n en tiempo de nieves �para que sin embarazo puedan correr las postas por ser camino dellas�, como se lee en los documentos de arriendo y contratos del siglo XVIII suscritos por los concejos de Galarreta y Zalduondo. El trazado de Galarreta se configura a lo largo de dos ejes que se cruzan en el centro del pueblo. Uno, paralelo al camino que baja de San Adri�n, atraviesa la aldea de Norte a Sur para salir hacia Luzuriaga; �sta era la principal arteria de comunicaci�n del pueblo y una de las m�s importantes de �lava, como �Camino de Postas de San Adri�n a Vitoria�. Otro vial, el camino que ven�a desde Araya y Alb�niz por Zalduondo, y segu�a por el Poniente hasta Gordoa y Narvaja en su ruta hacia Gamboa y la Llanada Central, constituye el segundo eje que, de Este a Oeste, conforma el n�cleo poblacional de Galarreta. Desde lo m�s alto de la l�nea Norte-Sur, el �Barrio de Arriba�, la calle principal no sigue exactamente el trayecto mismo de la calzada medieval que desde el puente de Zuzibarri llevaba hasta el centro del pueblo; est� m�s elevada que el camino y corre paralela al mismo, con las fachadas traseras de sus casas asom�ndose y siguiendo desde lo alto la l�nea de este acceso al pueblo. Parece como si, buscando la intimidad de los vecinos y de sus viviendas, estas casas no quisieran dar la cara al camino, aunque sin dejar de seguirlo desde sus fachadas zagueras, como arteria vital para el pueblo. En el Barrio de Arriba quedan restos de una de las tres torres fuertes documentadas en Galarreta; se trata del edificio llamado �la Torre�, hoy muy desfigurado, y que acaso fue la llamada �Torre de Arriba� en la genealog�a de los Oc�riz. En la calle que arranca de este barrio, las casas, de mamposter�a y generalmente de dos plantas, con las traseras de las del flanco izquierdo elevadas sobre el camino como se ha indicado, abren sus fachadas hacia la calle y se alinean hacia el centro del pueblo y el �Barrio de Abajo�. En �ste se encuentran los restos del palacio derruido de los V�laseos, las ruinas de la iglesia de la Asunci�n de Nuestra Se�ora y la llamada �Casa de las Postas�, hoy en pie. Los dos barrios de Galarreta, el �de Arriba� y el �de Abajo� ten�an y conservan a�n sus abrevaderos, como lugares de paso de arrier�a y de un camino de �herradura y ruedas� recorrido durante siglos. Tres ermitas, hoy desaparecidas, se�alaban en los alrededores de Galarreta la direcci�n de las rutas que se cruzaban en el pueblo. Al Norte, dejando a la derecha la calzada de San Adri�n, y a menos de un kil�metro del pueblo, se encontraba la ermita de San Pablo; tambi�n al Norte, a la izquierda de la subida a San Adri�n, hacia los caminos de Urb�a y a cierta distancia de la calzada, hubo otra ermita dedicada a San Martin. En el eje Este-Oeste, en el camino de Araya y Alb�niz hasta los pasos de Gamboa y el centro de la Llanada, la ermita de San Salvador dominaba, desde un alto situado a la izquierda de la actual carretera, el tramo del camino comprendido entre Galarreta y Gordoa; al labrar esta zona, se encuentran a�n restos de piedra y teja de la ermita demolida. Respecto a la advocaci�n de San Salvador, recordemos la importancia que en el mundo cristiano occidental alcanz� la consagraci�n de la bas�lica del Salvador en Roma por el papa San Silvestre en el siglo IV, reinando el emperador Constantino, y la reiteraci�n de este t�tulo en monasterios y santuarios de los primeros reinos hispanos �Leire, Oviedo, Valdedi�s y O�a entre otros�. Tengamos tambi�n en cuenta la presencia del nombre de �El Salvador� o �San Salvador� en iglesias que pueden contarse entre las m�s viejas de �lava, como el eremitorio rupestre de Marqu�nez o el monasterio de San Salvador de Gurendes; en parroquias muy antiguas, como la de Espejo o Basabe en Valdegov�a y en ermitas situadas en caminos altomedievales como las desaparecidas en Campezo, Contrasta y Labraza, entre otras muchas. Todos estos datos parecen se�alar la remota antig�edad de esta advocaci�n de San Salvador en Galarreta, al igual que en los templos citados. Las ermitas de San Pablo, San Mart�n y San Salvador se registraban en la Visita del Licenciado Mart�n Gil a Galarreta en 1556, y las tres estaban a�n en pie en el siglo pasado. La primera en desaparecer fue la de San Mart�n que, m�s apartada de los caminos principales, no se citaba ya en la Visita pastoral de 1819. Las de San Pablo y San Salvador se encontraban en buen estado al mediar el siglo. La poblaci�n de Galarreta alcanzaba sesenta y cuatro habitantes en los �ltimos censos publicados. Entre los siglos XI y XII contaba Galarreta con diez casas pagadoras del tributo de la Reja al Monasterio de San Mill�n, a la vez que aparec�a en los documentos como solar de nobles apellidos con el top�nimo de la aldea. En los a�os 1040 y 1060 figuraba como testigo en dos donaciones a San Juan de la Pe�a el �se�or� Garc�a Alvarez de Galarreta, que aparec�a como uno de los �barones de �lava� que confirmaron la incorporaci�n de Ula al monasterio aragon�s. En 1087 el �se�or� Fort�n Beilaz de Galarreta actuaba como fiador en una donaci�n a San Mill�n y, en 1113, el noble, Jimeno Velaz de Galarreta en otro documento del monasterio riojano. Esto parece indicar que Galarreta y los se�ores de sus principales solares, al igual que venimos observando en otros pueblos de la Llanada Oriental, hab�an girado en torno a Navarra y Arag�n durante los reinados de los primeros sucesores de Sancho el Mayor; a�os m�s tarde, despu�s de la muerte de Sancho de Pe�al�n, en tiempos de Alfonso VI de Castilla y Le�n y a comienzos del reinado de su hija Do�a Urraca, gravitaban ya hacia Castilla y su monasterio de San Mill�n. Fuera de estos datos documentales no quedan en Galarreta restos altomedievales, aunque si, muy notables, del medioevo pleno y tard�o. Galarreta debi� vivir momentos pr�speros a partir de los a�os finales del siglo XII. De esa fecha, o de comienzos del XIII, data la construcci�n de la antigua iglesia que, a juzgar por sus restos, era de mayores proporciones que otras rom�nicas o protog�ticas del entorno. Quedan de ella los elementos aprovechados al construir el gran edificio del siglo XVI: la cabecera recta de buena siller�a con un ventanal al centro, y la portada que se abr�a en el muro Sur de la iglesia medieval. El vano de la cabecera, rematado en arco de medio punto, con doble sarta de besantes en la primera arquivolta, baquet�n simple en la segunda y trasd�s ajedrezado, se apea en cuatro pilastras baquetonadas en sus �ngulos, dos a cada flanco, con leve decoraci�n vegetal en lo alto de las molduras angulares. La portada, amplia y elegante, es de arco apuntado con las arquivoltas molduradas y el trasd�s ajedrezado. La sencillez de esta portada responde, lo mismo que la del ventanal descrito, a la sobriedad que el C�ster ven�a imponiendo a las construcciones del rom�nico final y del protog�tico. Quedan escasos restos en s�lo una de las tres torres medievales documentadas en Galarreta. Dos pertenec�an al linaje de Oc�riz y llevaban los nombres de los dos barrios del pueblo. La �Torre de Arriba� recay� en el apellido Velasco, que dio soldados distinguidos en las campa�as de Flandes e Italia durante los siglos XVI y XVII, como Don Juan Ruiz de Velasco, capit�n de galeras en �ap�les, y Don Juan de Velasco su nieto. La �Torre de Abajo�, construida de piedra y de madera en su parte alta como tantas otras torres-cadahalso del Pa�s Vasco, fue solar de diplom�ticos de primera l�nea en la pol�tica europea del siglo XVII; de ella proced�an Don Francisco de Galarreta Oc�riz y su hermano Don Mart�n, personajes importantes en la diplomacia y en el gobierno de los Pa�ses Bajos durante los a�os dif�ciles de la Guerra de los Treinta A�os en su �ltimo per�odo, y en la preparaci�n de las paces que pusieron fin a la lucha; esta torre se encontraba, seg�n noticias, leves indicios y ciertos restos topon�micos, en el camino de Galarreta a Ordo�ana. Apunta por �ltimo Fray Juan de Vitoria que los Lazcanos tuvieron otra torre en Galarreta, situada en la subida al puerto de San Adri�n. Los restos de la �Torre de Arriba�, la �nica visible en parte entre las tres casas fuertes citadas, forman parte de una edificaci�n rural situada en lo alto del pueblo y llamada �la Torre� hasta tiempos recientes. Es de maniposter�a, con esquinales de buena siller�a; en la primera planta, cerca del �ngulo Nordeste, conserva una de sus saeteras enmarcada en cuatro sillares. La concentraci�n parcelaria ha borrado el cuadro de una construcci�n que pudo ser la �Torre de Abajo�, en una heredad llamada �Pieza de la Torre� situada junto al camino de Ordo�ana. De la de los Lazcanos no queda resto ni noticia fuera de la cita de Fray Juan de Vitoria a fines del siglo XVI. Aparte del momento constructivo del siglo XIII que dot� de un buen edificio de influjo cisterciense a Galarreta y su iglesia, el siglo XVI se�ala otra etapa muy significativa en la historia art�stica del lugar. A mediados del siglo, cuando su poblaci�n alcanzaba treinta vecinos y ten�a cuatro cl�rigos al servicio de su parroquia, la iglesia medieval parec�a peque�a a sus feligreses y se dispusieron a edificar un gran templo con una buena portada renaciente y una valiente b�veda, desplomada hace unas d�cadas. Documentamos en 1555 la presencia en Galarreta del cantero Mart�n de Asteasu, constructor de hermosos templos en la Rioja Alavesa, que posiblemente trabajar�a tambi�n en el de Galarreta. Quedan algunos pilares de esta gran obra, elevados, gruesos y con anillos de bolas como capiteles, ornamentaci�n caracter�stica del siglo XVI en su primera mitad, y la caja de muros del templo de amplias proporciones y buena construcci�n. En el costado Sur de la iglesia derruida se conserva la elegante portada del momento del edificio. Se trata de una obra renacentista, de una portada-retablo con la puerta adintelada levemente moldurada en su perfil y dos pares de columnas j�nicas a los flancos del primer cuerpo. Sobre un entablamento con arquitrabe de tres platabandas, friso y cornisa sin decorar, monta el remate del conjunto: frontones triangulares sobre las calles y hornacina curvada entre roleos en lo alto. Presid�a la portada desde este nicho una hermosa imagen de piedra de la Virgen, titular de la iglesia, en culto hoy en el edificio adaptado como templo parroquial; las de San Pedro y San Pablo de los intercolumnios laterales, esculturas majestuosas y expresivas tambi�n de piedra, se encuentran retiradas del culto. De fines del mismo siglo XVI data la capilla de los V�laseos, a�n en pie y adosada al lado izquierdo de la nave de la iglesia en ruinas. Se abr�a a �sta por un gran arco decorado con rect�ngulos y �valos trabados en pulsera en el intrad�s y el trasd�s del vano, cerrado por una buena reja de hierro, hoy en el Museo de Arqueolog�a de Vitoria. El cuadro de esta capilla, completa en su interior, se cubre por b�veda nervada, con terceletes trabados por ligamentos rectil�neos y curvados; conserva, muy deteriorado, su retablo de la Inmaculada, obra del bajo renacimiento romanista con columnas de fustes torsos e interesantes esculturas del momento. En el exterior de esta capilla, al Norte de la iglesia derrumbada, puede verse el escudo de la �Torre de Arriba� con los veros de los V�laseos, el �rbol con cinco panelas, armas de los Oc�riz, primeros se�ores de la torre, y las dos calderas de los Gaonas. En bordura lleva el La �Casa de la Posta� en Galarreta, parada de correos en el camino �a Francia, los estados de Flandes y Alemania� por el puerto de San Adri�n. Edificio del siglo XVI frente a la iglesia, en el paso del camino. lema de la familia: �QUIEN TIENE ESPERANZA EN DIOS, COMO DEBE DE TENER, ESTO Y MAS PUEDE HABER�. La portada exterior de esta capilla se abre justamente frente a las ruinas del palacio de los V�laseos, destruido por un incendio, aunque lo conocemos por una fotograf�a publicada a comienzos de siglo. Era una hermosa construcci�n de los a�os finales del siglo XVI o de los primeros del XVII de la que se conservan restos de uno de los arcos y algunos apeos de la galer�a de cinco vanos arqueados y antepecho de piedra, abierta en la fachada Sur del palacio. Hace s�lo unas d�cadas pod�a verse su escudo, timbrado por yelmo y con �ngeles tenantes, mostrando las armas de los V�laseos en el primer cuartel, las calderas de los Gaonas en el segundo, el �rbol de los Oc�riz en el tercero y el �guila y el ciervo de los Lazarraga en el cuarto. Del siglo XVI en sus finales data tambi�n la llamada �Casa de la Posta�, situada al Sur del pueblo en la salida hacia Luzuriaga, el segundo puesto, despu�s de Galarreta, en el camino alav�s de postas hacia Vitoria. Seg�n tradici�n conservada por los actuales habitantes del edificio, se construy� con la piedra sobrante de la obra de la iglesia documentada, como hemos visto, a partir de mediados del siglo XVI. La fachada de esta casa, de piedra de siller�a, presenta una buena portada con arco de medio punto y dovelaje bien trabajado, dos ventanas rectangulares con antepechos moldurados y otro vano peque�o rematado en arco de medio punto. El caballete de su tejado es perpendicular a la fachada, como edificio exento y con funci�n propia en la vida de Galarreta. Durante el siglo XVIII erigi� Galarreta su retablo mayor barroco, con ostentosas columnas salom�nicas trepadas de follaje en sus dos cuerpos principales y est�pites en el remate, que cobijaba, en el cuerpo bajo, un monumental templete sagrario del siglo XVII. Constru�a este retablo, a partir de 1734, el maestro arquitecto Jos� L�pez de Fr�as, bajo el dise�o, ligeramente modificado, de Juan Bautista de J�uregui. Al demolerse la iglesia de Galarreta pas� a la parroquia de Nuestra Se�ora de los Desamparados de Vitoria, al igual que los altares laterales de la Virgen del Rosario y San Jos�, de la misma �poca y estilo que el retablo mayor. Los muros de este templo y, sobre todo, su esbelto campanario, obra de mediados del siglo XVII, dominan el paisaje de Galarreta y sus caminos. El del puerto de San Adri�n a Vitoria, se dirig�a desde la �Casa de la Posta� a Luzuriaga, el primer punto citado en las memorias de viajeros y las gu�as de peregrinos entre Galarreta y Vitoria, y entraba en la aldea por el llamado �Barrio de Arriba� o �Goicoechealde�. LUZURIAGA. El �razado del pueblo sigue el camino que viene de Galarreta, pero, al llegar al altozano donde se asienta la iglesia, tuerce en un ligero quiebro hacia el �Barrio de Abajo� siguiendo una calle bien delineada. De ella sal�a el camino que, por el Sur del despoblado de Udala, atravesaba las tierras de monte bajo que orlan la altura llamada tambi�n Udala y conduc�a a Heredia. A este camino se le llama en Luzuriaga �Camino de Udala�, �Senda de Heredia� y �Camino de Vitoria�. En la salida del camino se encuentran un puente bien construido y una fuente, dentro de un peque�o recinto con su entrada en arco. La conservaci�n de este puente, �hecho en cinco arcos y sus antepechos de cal y canto sobre el r�o que baja del lugar de Ordo�ana y su contorno�, se contemplaba en el �mapa de los puentes, pasos, caminos y calzadas de la Puente de Luzuriaga, en la salida del pueblo por el �Barrio de Abajo� hacia el llamado �Camino de Udala�, �de Heredia y de Vitoria�, paso de correos, viajeros y peregrinos. Provincia�, aprobado en 1744. �Corresponde �se dec�a entonces�, al passo y tr�nsito del Correo y Postas que corren desde la Corte por Vitoria y Puerto de San Adri�n para el Reyno de Francia y otras partes�; por ello asignaba la Provincia a su conservaci�n la cantidad anual de sesenta reales, el doble que la destinada al puente de Galarreta, situado en el mismo camino, aunque de menor envergadura que �ste, hoy reducido tras numerosas reformas. En el �Barrio de Abajo� se encuentra la que se se�ala como �Casa de los Correos�, situada cerca de la salida del pueblo por el camino hacia Heredia; sin rasgo alguno que la caracterice ni la distinga de las otras viviendas del pueblo, lleva el n�mero 11 en las casas de la aldea. No queda, en cambio, noticia ni recuerdo del hospital, fundado en 1518 por Don Juan Ruiz, abad de Luzuriaga. La iglesia dedicada a la Asunci�n de Mar�a se asienta en un cabezo que domina los dos barrios del pueblo, los caminos, las aldeas de los alrededores y las tierras de cultivo, principalmente de cereales y patatas, situadas entre zonas pobres de monte bajo. Y, al igual que en otros lugares, resulta curioso comprobar tambi�n aqu� que, en los rebordes agrestes de las peque�as alturas que ondulan el paisaje, se encontraban precisamente los �mortuorios� o aldeas despobladas que sal�an al paso de los caminantes en el alto medioevo y que desaparecieron durante la Baja Edad Media. Estos �mortuorios� son: Udala, localizada al Oeste de Luzuriaga, aproximadamente a un kil�metro y medio del pueblo, cerca del llamado �Camino de Vitoria�; la aldea que se llam� �Uribarri� o �Villanueva de San Esteban�, situada al Norte de Luzuriaga entre �sta, Arri�la y Gordoa y que, adem�s de la parroquia de San Esteban, tuvo una ermita dedicada a San Pedro, llamada �San Pedrozar�; y, por �ltimo, el �mortuorio� de Sornostegui, ubicado en el t�rmino llamado �Zornosti�, al Sur de Luzuriaga, entre esta aldea y Ordo�ana. Otra ermita desaparecida, dedicada tambi�n a San Pedro, llamada �San Pedro de Elismendia�, dominaba el panorama de Luzuriaga y sus aldeas pr�ximas desde la peque�a altura en que se levantaba al Sur del pueblo. Todo esto se ha perdido. La poblaci�n censada en Luzuriaga es de cuarenta y dos habitantes. Vista la aldea y sus caminos, hablemos de su historia y la de los �mortuorios� pr�ximos. Luzuriaga aparece bien documentada a partir del siglo XIII. No figura en el documento del Voto de San Mill�n en el que se citan sin embargo los despoblados de �Zornoztegi�, �Irossona�, �Horibarri� y �Udalha�, compartiendo los cuatro la contribuci�n anual de un �andosko� o carnero de dos a�os. Nos dice esto que las aldeas desaparecidas eran sobre todo ganaderas, por hallarse en las orlas del monte como pueblos de ladera. Acaso desaparecieron precisamente por �sto, en los momentos de la reestructuraci�n demogr�fica registrada durante la Baja Edad Media, mientras prosperaban los caminos de comercio y la productividad de las tierras labrant�as sobre las ganaderas de pastos pobres. No obstante, estas aldeas continuaban en pie al mediar el siglo XIII, momento en que figuran, dentro del arciprestazgo de Egu�laz, en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar, en la que aparecen juntas �Lur�urriaga, Vriuarri, Vdala y Corno�tegui�. Seguramente ya entonces estaba despoblada �Irossona�, aldea desaparecida hasta en el recuerdo de los actuales vecinos de Luzuriaga. Quedan, en cambio, abundantes noticias documentales y vivas a�n de Ull�barri o Villanueva de San Esteban, de su iglesia, despu�s ermita dedicada a este santo, y de la ermita de �San Pedrozar�, o San Pedro Viejo, situada en t�rmino parroquial de la misma Ull�barri. A comienzos del siglo XVI la antigua parroquia de San Esteban, ya s�lo ermita, era objeto de mandas testamentarias por parte de los vecinos de Luzuriaga. Arri�la, Gordoa y Luzuriaga litigaron, por otra parte, en diversas ocasiones por el aprovechamiento de los montes de este despoblado, llamado �Ullivarri de San Esteban� en documentos de mediados del siglo XVIII; las ruinas de la ermita de San Esteban pod�an verse a�n a comienzos del siglo pasado. La de San Pedrozar estaba en pie en 1790, aunque �con sus b�vedas en la clave algo sentidas�; en ella radicaba una Cofrad�a de sacerdotes titulada de �San Pedro ad Vincula�. La aldea de Udala continuaba en pie a fines del siglo XIII, momento en que aportaba setenta y cinco maraved�es para la toma de Tarifa, una de las contribuciones m�s bajas registradas por el recaudador o alfardero entre las recogidas en los pueblos de �lava. Este dato significaba, ya en 1292, un descenso de la poblaci�n, seguramente en v�as de agotamiento, junto al consiguiente menoscabo econ�mico de la aldea. El t�rmino �Udala� se encuentra pr�ximo al camino de Heredia, y el de �Sorn�stegui�, al Sur de Luzuriaga, entre Zuazo y Ordo�ana, como se ha indicado. La despoblaci�n de estas aldeas ven�a alterando el entorno humano de Luzuriaga, precisamente mientras se consolidaba la ruta de peregrinaci�n y comercio desde San Adri�n al Ebro y se potenciaban los pueblos del camino. Luzuriaga tambi�n se reafirmaba y prosperaba a partir del siglo XIII. Prueba de ello es la hermosa portada de su parroquia, resto de una obra rom�nica o protog�tica de entidad a juzgar por la riqueza ornamental de su entrada. Se trata de una portada de arco apuntado con sus arquivoltas decoradas por una banda de ajedrezado, florones de p�talos carnosos con salientes botones al centro y trasd�s de rosetas carnosas, muy naturalistas, denotando el paso del rom�nico al g�tico que apunta ya en este conjunto. Destacan en �l los tres medallones que ornamentan la primera arquivolta: Cristo Cordero en lo alto, un �ngel m�sico entre nubes a la derecha de la portada �la izquierda del observador�, y un le�n rampante en el lado opuesto, el izquierdo de la portada, s�mbolos ambos de la gloria y la condenaci�n; enriquecen, por �ltimo, este conjunto un bell�simo rostro femenino, con diadema en su frente, y el de un var�n coronado colocados en los apeos del trasd�s. Aparte de tan interesante resto, quedan otros vestigios, aunque muy leves, del templo del siglo XIII, incrustados en los muros del Fuente cubierta en la salida de Luzuriaga cerca del puente y a la izquierda del camino de postas y peregrinos hacia Heredia y Vitoria. Curiosa construcci�n del siglo XVIII. Mientras se despoblaban otras aldeas de su entorno, prosperaba Luzuriaga, hito en el camino de San Adri�n, entre Galarreta y Heredia. Parece comprobarlo la rica portada medieval de su iglesia, con decoraci�n de florones, s�mbolos diversos y figuras humanas, obra del siglo XIII, en plena vigencia del camino. reconstruido en el siglo XVI: sillares aprovechados en los costados Norte y Levante del mismo; y, en el muro Sur, cerca de la torre, piedras baquetonadas procedentes de un vano del edificio medieval. A lo largo de todo el siglo XVI se registra otro momento de pujanza en Luzuriaga, acusado en la actividad constructiva de su parroquia. Data de la primera mitad del siglo el primer tramo del templo, cubierto con amplia y bella b�veda estrellada; el segundo, construido a continuaci�n, cierra su espacio rectangular por una b�vedad de terceletes con ligamentos curvados, muy al estilo del cantero Ramiro de Oc�riz, maestro constructor de muchas iglesias del camino, que termin� la obra del primer tramo realizada por su suegro Juan de Soraiz, y continu� la obra de �ste. Ramiro de Oc�riz muri� mientras hac�a �la �ltima capilla� o espacio abovedado de esta iglesia. A ra�z de la construcci�n del primer tramo del edificio se erigi� un retablo, g�tico en su arquitectura, que encuadraba varias pinturas en tabla seguramente de gusto hispano-flamenco. Se pagaba en 1556 a �pierres pintor� y el a�o siguiente se terminaba de abonar su coste a �Me. Picart, heredero de Mart�n Ochoa de O�ate�, pintor. La predela de este retablo, con las pinturas de Cristo Juez y los Evangelistas enmarcadas por pin�culos g�ticos y calados grutescos, puede verse en el interior de la sacrist�a de la parroquia. Dos artistas conocidos, Pierres Picart, destacado escultor renacentista, y Mart�n Ochoa de O�ate, activo pintor del mismo momento, dejaron as� una interesante obra en Luzuriaga, perdida hoy a excepci�n de las tablas descritas. Tambi�n se construy� en el siglo XVI el interesante pulpito de piedra conservado al lado derecho de la nave. Los cl�rigos de la iglesia de Luzuriaga, Don Ruy S�ez de Luzuriaga y Don Juan Ruiz, Abad de Luzuriaga, fueron dos destacados benefactores de la parroquia y del pueblo en las primeras d�cadas del mismo siglo XVI. Don Ruy costeaba en 1508 un retablo de pintura dedicado a Santa Ana del que no queda resto ni noticia. Don Juan fundaba en su testamento, fechado en 1518, un hospital al cuidado de �una buena persona e diligente e una cama y que sean acogidos e recibidos perpetuamente en el dho Hospital los Peregrinos de Dios�; hoy no queda rastro alguno de este hospital ni memoria de su existencia entre los vecinos del pueblo. El barroco se encuentra bien representado en la parroquia de Luzuriaga. En 1656 se fabricaban el sagrario-ostensorio y el banco del retablo; y a partir de 1687 se realizaba el resto del conjunto en el que trabajaron los Jim�nez y Arenaldes, maestros de los talleres de Cabredo y de Santa Cruz de Campezo. Sagrario y retablo conservan la estructura cl�sica, latente a�n en el primer barroco. Los retablos laterales, con columnas de fustes serpeantes, se pagaban en 1700. Durante el siglo XVIII se registra un colapso constructivo en la iglesia de Luzuriaga, pero en el XIX vuelven a emprenderse importantes obras, como la erecci�n de la torre en 1846 y 1847, y el dorado del retablo mayor, desfigurado entonces al alisar los fustes de las columnas para jaspeadas, seg�n el gusto de la �poca. Desde Luzuriaga, dejando a la derecha el despoblado de Udala y a la izquierda la aldea de Zuazo, el camino de peregrinos y postas llegaba a Heredia, atravesando el reborde meridional de las alturas que separan el estrecho valle del Zadorra, por el Sur, y el de Barrundia por el Norte. HEREDIA. El camino entraba en Heredia por el Este del pueblo, lo bordeaba por el Sur y sal�a hacia Aud�cana por el Oeste del mismo. A su entrada se encontraba una curiosa vivienda rural, elevada sobre un desmonte del terreno, que a�n conserva un ventanal del siglo XVI y su portada de arco apuntado en la fachada Oeste, cubierta hoy por las edificaciones de maniposter�a y ladrillo con entramado de madera que ampliaron la vivienda y sus anejos de labranza. A su paso por Heredia las recuas de carga y otros animales de montura y tiro, encontraban un antiguo abrevadero, situado junto al camino que discurr�a por el Sur del pueblo actual como queda indicado, y que en este punto era cortado por otro camino: el que, por el Norte, bajaba a Heredia desde Aspuru y otros pueblos de Barrundia y, continuando desde esta encrucijada en direcci�n Sur, llegaba a Ezquerecocha y los pueblos pr�ximos, o tomaba el camino del Sureste hasta alcanzar Salvatierra. El camino de Aspuru hab�a atravesado los Altos de Heredia; el que llevaba a Ezquerecocha cruzaba el Zadorra por el puente llamado �Sanisasi � o �Salisasi�, sustituido por uno de construcci�n reciente; y el camino viejo a Salvatierra atravesaba otro puente sobre el Zadorra, desaparecido a ra�z de la concentraci�n parcelaria, llamado �Puente de Guircu�. El camino de San Adri�n a Vitoria creaba, en el trazado de Heredia, un eje Este-Oeste y el espacio-encrucijada citado, cerca del antiguo abrevadero, al Sur del pueblo; el que ven�a de Aspuru y Zuazola constitu�a otra l�nea o vial que atravesaba Heredia de Norte a Sur hasta llegar a dicho cruce. En el centro de este segundo eje se encuentra el n�cleo principal de la poblaci�n, con la iglesia fortaleza y la torre fuerte de los Heredias, hoy muy desfigurada, y Heredia, citada reiteradamente por viajeros y peregrinos a partir del siglo XV, defend�a los caminos y las tierras del alto Zadorra desde las saeteras del costado Sur de su iglesia medieval. En el pretil del edificio se abrieron m�s tarde otros vanos defensivos dispuestos Para el uso de armas de fuego. situada en una ladera al Oeste de la iglesia; ambos edificios dominaban desde este punto todos los caminos que conflu�an y se cruzaban en Heredia. Hoy se encuentra tambi�n en esta zona central el abrevadero construido en 1976, cuando la concentraci�n parcelaria, al borrar los viejos caminos, hizo in�til el antiguo. No queda noticia del hospital situado en el barrio de Uriarte para acoger a transe�ntes y peregrinos, aunque se encuentra bien documentado en el archivo de la parroquia. Viven en Heredia setenta y siete habitantes, seg�n las �ltimas estad�sticas publicadas. Como punto importante en la ruta de San Adri�n al Ebro, figura Heredia en 1499 en la relaci�n del viaje de peregrinaci�n de Arnold von Harff con el nombre de �Tredies�. Se nombra tambi�n en las memorias de Jouvin y Baretti, en 1672 y 1769 y, por los mismos a�os del siglo XVIII, en el �Itinerario espa�ol� de Jos� Mat�as Escribano. Pero, al igual que hemos podido comprobar en Luzuriaga y en otras aldeas del camino, a medida que se consolidaban estos pueblos a partir del siglo XIII, y mientras crec�a el tr�nsito por ellos, iba cambiando el panorama humano de Heredia y su paisaje al desaparecer otras aldeas asomadas a los flancos de la ruta. Documentamos Heredia en la Alta Edad Media, junto con un cl�rigo de su iglesia, �Don Mu�o, presb�tero de Heredia�, que figura en la donaci�n a San Mill�n de la iglesia de San Miguel, situada en Zuazo de Vitoria, fechada en 1051. En el documento del Voto de San Mill�n aparece Heredia aportando al monasterio una reja de hierro cada a�o, contribuci�n correspondiente a diez casas pagadoras entre los siglos XI y X��. En la misma relaci�n figuran la aldea despoblada de Udala, a la que hemos dejado atr�s en el camino de Luzuriaga, y las de �Andosketa� y �Kircu� pr�ximas a Heredia. Udala, situada en tierra de pastos, aportaba su contribuci�n en ganado, mientras Andosqueta y Quircu, aldeas localizadas en tierras m�s abiertas y en suelos labrant�os pagaban al monasterio una reja cada una, lo mismo que Heredia. Por entonces el apellido Andosqueta denota la existencia en la aldea de un solar noble, del que proced�a Jimeno L�pez de Andozketa, testigo de la donaci�n de varias propiedades alavesas, una �con sus mezquinos�, al monasterio de San Juan de la Pe�a en 1086. En el siglo XIII Heredia y Andosqueta figuran en la carta de Don Jer�nimo Aznar fechada en 1257, en la que Quircu no aparece ya. Tampoco se cita a Quircu en la relaci�n de pueblos que en 1292 aportaban fondos para la campa�a de Tarifa; en cambio Andosqueta figura en ella como una aldea a�n bien poblada a juzgar por su aportaci�n a la campa�a: trescientos sesenta y cinco maraved�es, cantidad similar a la entregada por muchos pueblos alaveses. Quircu debi� despoblarse ya en el siglo XIII. Se conservan, sin embargo, varios top�nimos que nos permiten situar casi exactamente la aldea despoblada y su iglesia de San Mart�n: el desaparecido �Puente de Guircu� sobre el Zadorra en el camino hacia Salvatierra, un t�rmino pr�ximo con el nombre de �Guircu�, m�s al Sur, y el hagiotop�nimo �San Mart�n� en un cruce de caminos de Heredia a Gaceo, Salvatierra y Zuazo. En el siglo XVI la antigua parroquia de Quircu, llamada ya entonces �ermita de San Mart�n de Quircu�, figura en mandas testamentarias de los vecinos de Heredia, como puede comprobarse en los libros sacramentales de la parroquia. Como ermita figura tambi�n San Mart�n de Quircu en las visitas pastorales de Heredia durante los siglos XVIII y XIX. Andosqueta se encontraba despoblada en 1441. Seguramente no resisti� la regresi�n econ�mica y demogr�fica de los siglos XIV y XV, porque en aquel a�o Aud�cana y Heredia litigaban sobre los t�rminos de la aldea deshabitada, situada al Oeste de Heredia y pr�xima al camino de Aud�cana; los pleitos continuaban en 1448, 1492 y en fechas posteriores. La parroquia de Santiago de Andosqueta se documenta como ermita en mandas testamentarias del San Crist�bal protector de caminantes y titular de la parroquia de Heredia, en la talla procesional realizada en 1749 a la vez y por el mismo autor que la del retablo mayor, Bernardo de Monasterio. El santo, muy venerado en los caminos medievales, recib�a culto ya en la Espa�a visigoda y en la C�rdoba moz�rabe. siglo XVI y se reconoc�a como tal en las visitas pastorales realizadas a la parroquia de Heredia que se encargaba de su cuidado, seg�n podemos rastrear en documentos hasta mediar el siglo pasado. Recordando al titular de la parroquia de Andosqueta, se encuentran los t�rminos llamados �Santiago� y �Santiagoaspi� entre Heredia y Aud�cana. Mientras desaparec�an Quircu y Andosqueta, pueblos de entidad similar a Heredia �diez casas cada uno�, en los siglos XI y XII, Heredia hab�a crecido en importancia hasta contar con setenta vecinos en la primera mitad del siglo XVI, y convertirse en uno de los n�cleos de poblaci�n m�s importantes de la zona. Esta prosperidad se registra ya desde el siglo XIII. En este momento levant� Heredia un nuevo templo parroquial, de buenas proporciones a juzgar por las dimensiones del hastial del Poniente y por la portada que se conserv� al construir el templo actual, a partir de los a�os finales del siglo XV. Se trata de un vano de arco apuntado con el trasd�s ajedrezado y cinco arquivoltas, baquetonadas la primera, tercera y quinta, y la segunda y la cuarta decoradas con dos bandas de ajedrezado cada una, m�s un motivo de zigzag en la segunda y una hilera de rosetas en la cuarta, todo conforme a la est�tica y simplicidad ornamental del C�ster. En el siglo XIII se documentan asimismo grandes se�ores que, con el apellido Heredia, actuaron como personajes importantes en la Cofrad�a de �lava y en la historia de Castilla, Navarra y Arag�n. Como otros nobles de la Llanada Alavesa oriental, Don Sancho Gonz�lez de Heredia y Don Juan Mart�nez de Heredia se unieron al se�or de Vizcaya Don Lope D�az de Haro en 1255, cuando, aliado de los reyes de Arag�n y Navarra, se enfrent� con Alfonso X de Castilla. Don Sancho figura como uno de los grandes Cofrades de �lava encabezando o suscribiendo documentos de 1237, 1258 y 1262, mientras Don Juan Gonz�lez de Heredia participaba en la conquista de Valencia en tiempos de Jaime I de Arag�n. Una rama del tronco de Heredia se instal� en Arag�n y dio grandes figuras a la historia aragonesa; recordemos que la nobleza de la Llanada Oriental fue en gran parte proclive a Navarra, en ocasiones unida y muchas veces aliada de Arag�n. Los Heredias aragoneses eran en el siglo XIV se�ores de Zurita; un Heredia, Don Blasco Fern�ndez lleg� a Justicia Mayor de Arag�n; otro, Don Juan Fern�ndez de Heredia, fue Maestre de la Orden de Caballer�a de San Juan y una gran figura en la historia europea, presente en Crecy, Avi��n y hasta en Morea, Atenas y Neopatria en la segunda mitad del siglo XIV; por �ltimo, desde 1383 hasta los comienzos del siglo XV, otro gran personaje de este apellido Don Garc�a Fern�ndez de Heredia, era Arzobispo de Zaragoza. Mientras, permanec�a en Heredia el tronco de su apellido en la torre fuerte del lugar, que conservaba, a�n en el siglo XVII �foso y cubos�, y �un escudo de armas las quales tiene la dicha casa que son cinco castillos en campo roxo�, como se testificaba en la �vista de ojos� de un expediente de ingreso en la Orden de Santiago, fechado en 1614. Estas armas pueden verse, repetidas, en la iglesia de Heredia, parroquia del primer solar del apellido, en el magn�fico sepulcro del Maestre de San Juan en la Colegiata de Caspe y en el castillo de Valderrobres, posesi�n de los prelados de Zaragoza, como exponente de la vitalidad hist�rica de este apellido alav�s. Queda muy poco de la torre edificada en Heredia por este linaje, acaso ya en el siglo XIII; aunque fue derribada en 1443 por Don Juan de Velasco, Conde de Haro, cuando lleg� a luchar contra las Hermandades de �lava a favor de Don Pedro L�pez de Ayala, debi� Relieves del retablo de San Diego, en la iglesia de Heredia. Una misiva celestial, la Anunciaci�n, y un camino, la Huida a Egipto; temas sin duda sugeridos por el Teniente del Correo Mayor del Reino, Don Juan de Heredia Sobando, fundador de la capilla de San Diego en 1595. rehacerse, ya que ten�a sus cubos y fosos a comienzos del siglo XVII como se ha indicado. Muy posiblemente la torre de los Heredias es la que se conserva hoy, embutida en un edificio de cuatro plantas situado en lo m�s alto de la ladera donde se asienta Heredia, en el lugar que llaman �Torralde�, �Torre Fuerte� y �Jauregui� en las escrituras de propiedad del edificio. Ante su fachada se adivina la cerca de la torre con un aljibe en el recinto y, en el interior, las cuatro plantas del edificio medieval, dentro de la construcci�n que la envuelve. Los muros de esta torre pasan, con mucho, de un metro de grosor; su interior conserva un peque�o ventanal de arco apuntado abierto hacia un edificio anejo. Si esta torre fuerte dominaba los principales ejes de comunicaci�n de la zona, es decir los caminos de Norte a Sur desde Barrundia a Ezquerecocha y Salvatierra, y el que ven�a de San Adri�n en direcci�n Este Oeste, la iglesia de San Crist�bal, parroquia de Heredia, era otro punto fuerte en la defensa del lugar y sus pasos. En su fachada Sur, de muros gruesos como los de un templo-fortaleza, se abren saeteras altas, de cara a dichos caminos y a la salida del lugar, y peque�os ventanales g�ticos que, al igual que la portada, conservan la huella medieval en este flanco del templo. En el pretil que cierra el peque�o desmonte en que se asienta la iglesia se abren, en cambio, troneras dispuestas ya para la defensa de esta altura con armas de fuego; una prueba del inter�s estrat�gico de este punto a lo largo del tiempo. El g�tico est� representado en la parroquia de Heredia en su hermosa pila bautismal, decorada con castillos, medallones, estrellas y recuadros muy influidos por el arte mudejar. Pero es el �ltimo g�tico, el de los a�os finales del siglo XV y las primeras d�cadas del XVI, el que con mayor riqueza, se hace patente en esta iglesia. Al mediar el siglo XVI viv�an en el pueblo setenta vecinos pagadores de diezmos y primicias que proporcionaban holgadas congruas para el sustento de los cuatro cl�rigos de raci�n entera que formaban el cabildo parroquial y para emprender las grandes obras realizadas por aquellos a�os en su templo. El Conde de O�ate percib�a tambi�n entonces parte de los frutos de la iglesia de Heredia porque, ya en el siglo XV, los Guevaras ostentaban entre sus muchos t�tulos el de �Patronos de San Crist�bal de Heredia� y de otros �monasterios� patrimoniales alaveses. A mediados del siglo XVI, mientras se constru�an las magn�ficas b�vedas de esta iglesia, nuevas generaciones del apellido Heredia actuaban en la milicia y en la pol�tica del reino y en otras cortes europeas. La documentaci�n parroquial es rica en detalles sobre varios personajes de nota, registrados a lo largo de todo el siglo. En 1555 viv�a en Heredia Don Francisco Fern�ndez de Portugal, casado con Do�a Mar�a Gonz�lez de Heredia; Don Francisco hab�a sido copero de la reina de Francia, antes reina de Portugal, Do�a Leonor de Austria, hermana de Carlos I; su hijo, Don Nicol�s Fern�ndez de Heredia, capit�n del rey de Portugal, muri� en las Indias Orientales. Otro Heredia, Don Diego Gonz�lez de Heredia, perd�a tambi�n la vida en Flandes �en el campo de Su Magestad�; y, en 1595, el Teniente del Correo Mayor del Rey de Espa�a, Don Juan de Heredia y Sabando, erig�a en la parroquia la capilla de San Diego. En tanto se edificaba la actual iglesia de Heredia, una de las m�s hermosas del contorno cuya construcci�n puede fecharse a partir de los �ltimos a�os del siglo XV y las primeras d�cadas del XVI. Su cabecera ochavada y el tramo del presbiterio se cierran por una bella b�veda de crucer�a del �ltimo g�tico, cuyas nervaduras conjugan dos dise�os distintos: media estrella en el �bside y media cruz en el resto de la capilla mayor; los nervios de los tres tramos de la nave, terceletes y ligamentos rectil�neos, dibujan un hermoso conjunto con sus plementos centrales decorados de grutescos en grisalla. Seguramente trabajaron en esta obra los canteros Juan de Sor�iz y su yerno Ramiro de Oc�riz, uno de los mejores y m�s activos maestros canteros del �ltimo g�tico en la Llanada Oriental y comarcas pr�ximas, como venimos comprobando a lo largo del camino. En la obra del campanario de Heredia se emplearon sillares de labra anterior a la erecci�n del cuerpo de campanas y su acceso desde el caracol de la escalera. Algunos conservan �graffiti� con inscripciones y curiosos dise�os de cruces, rosetas geom�tricas y anagramas de distintas �pocas. Tambi�n se construyeron en el siglo XVI las capillas laterales del presbiterio, cubiertas por b�vedas de ca��n perpendiculares al eje del templo con decoraci�n renacentista de rect�ngulos y �valos trabados. Aunque posterior a estas capillas, la de San Diego abierta en el flanco izquierdo de la nave, se cierra por una hermosa b�veda nervada; en el arco de ingreso muestra una piedra armera con un �ngel tenante y, en el campo del escudo, los castillos de los Heredias y las dos calderas del apellido Sabando, armas del Teniente de Correo Mayor Don Juan de Heredia Sabando, fundador de la capilla en 1595. Su retablo de San Diego, construido entre los �ltimos a�os del siglo XVI y los primeros del XVII, es un buen ejemplar de la escultura romanista en �lava; los dos relieves de su base, muy propios de la devoci�n de un Correo, representan el anuncio y la misiva del �ngel a Mar�a y el viaje de Jos�, Mar�a y el Ni�o en su huida a Egipto. Data asimismo del gran momento constructivo del siglo XVI la bella f�brica del coro, con arco rebajado, hermosa tracer�a g�tica tard�a en la baranda y un interesante relieve de San Crist�bal en la enjuta derecha del arco. Merecen contemplarse tambi�n las hermosas claves y los apeos de la b�veda del bajo coro, con figuras humanas, entrelazos y follaje. Entre tantas obras de arte y tantos recuerdos hist�ricos del siglo XVI, no quedan, en cambio restos, ni siquiera memoria en las gentes, del hospital de Heredia, documentado a partir del mismo siglo XVI y con datos hasta 1829. Ten�a tres camas y �tres alcobas�, �casa huerta y era en el barrio de Uriarte�, y tres heredades propias. Estaba a su servicio un matrimonio �hospitalero�, y recib�a mandas testamentarias de ropa y dinero de los vecinos de Heredia; la ropa de este hospital, cuidada y constantemente renovada, se guardaba, seg�n los inventarios, en �un arca del coro de la iglesia, con su cerraja y llave�. En este hospital muri� en diciembre de 1571 un peregrino �veniendo de la romer�a del S"r Santiago de Galicia y traya sus insinias, dixo que se llamaba Juan de Ursi, vecino de la villa de Lilla�. No test� porque era pobre, ten�a padre y madre en Lille y la parroquia le celebr� las El camino de Heredia a Aud�cana segu�a, a corta distancia, la margen derecha del Zadorra. Aud�cana desde su campanario fortaleza y Guevara desde el castillo, vigilaban y proteg�an las dos orillas del rio y sus caminos hacia la Llanada y Gamboa. honras f�nebres; tra�a una capa que el regidor de Heredia vendi� en siete reales empleados �en su anima�. En 1606 mor�a en el mismo hospital otro transe�nte extranjero, �Antonio Mart�nez, portugu�s, natural de Junto a Viana, en Portugal�. Era pobre y se le enterr� debajo del coro de la iglesia. Como venimos comprobando en otros pueblos de �lava, al terminar de edificar y de pagar los templos g�ticos tard�os que en el siglo XVI ampliaron las construcciones del XIII, Heredia levant� tambi�n su gran retablo mayor en la primera mitad del siglo XVII. El sagrario puede fecharse entre los a�os finales del siglo XVI y los comienzos del XVII, dentro del romanismo del bajo renacimiento. El retablo es posterior; tiene tres calles, dos amplias entrecalles, tres cuerpos y, aunque conserva en su estructura arquitect�nica cl�sica las l�neas del renacimiento final, es una obra del primer barroco. Su escultura refleja la influencia de Gregorio Fern�ndez en la disposici�n quebrada y ampulosa en las vestiduras y en la fuerza grandiosa de los personajes, influjo y estilos repetidos entre los escultores alaveses seguidores del maestro. El retablo de Heredia pudo construirse hacia 1637 y 1638, momento en que viv�a en el pueblo el arquitecto Miguel de Zozaya al que documentamos trabajando en otras obras con escultores del c�rculo de Gregorio Fern�ndez, como los �ngulos o Diego de Mayora. Muestra el banco de este retablo relieves de los Evangelistas, los Doctores de la Iglesia y varios Ap�stoles, entre los que se encuentra la efigie de Santiago con atuendo de peregrino. En las calles de los cuerpos superiores se representan en hermosos relieves altos, los misterios de la Anunciaci�n, Visitaci�n, Nacimiento, Epifan�a, Huida a Egipto y Jes�s en el templo, entre los doctores; ocupan las cajas de las entrecalles briosas im�genes de bulto, entre las que destacan las de San Pedro y San Pablo del primer cuerpo y la de San Juan Bautista del segundo. La imagen de San Crist�bal, mucho m�s movida y m�s barroca, es posterior en un siglo a la construcci�n del retablo; la tall� entre los a�os 1749 y 1750 el conocido escultor Bernardo de Monasterio. La bella efigie de la Inmaculada, con su t�nica tachonada de piedras multicolores, fue donaci�n de los Heredias en 1626 para su veneraci�n sobre el sagrario. Los retablos laterales de San Juan y San Isidro denotan el avance estil�stico del barroco en la segunda mitad del siglo XVII, en el empleo de columnas de fustes ondulantes y la vegetaci�n carnosa de sus elementos ornamentales. Las pinturas de los flancos son neocl�sicas. Los dos retablos del presbiterio, neocl�sicos, se pagaban a partir de 1803. Los medallones de los remates son obra del pintor Jos� de Torre y la imagen del Rosario, de Mauricio de Valdivielso, el �Santero de Payueta�; las otras tallas de estos retablos se encuadran tambi�n, por su estilo, en el mismo taller de los �Santeros�. Las obras del exterior de este templo y la de la ermita de San Bartolom�, situada en lo alto de la loma que domina el pueblo, marcaron nuevo impacto en el paisaje de Heredia y su ladera. El campanario con sus cuatro arcos, bien fabricado en siller�a, es obra del siglo XVII; el p�rtico neocl�sico, abierto en cinco arcos en buena siller�a se constru�a en 1859 seg�n planos del arquitecto de Vitoria Jos� Antonio de Garaiz�bal; y la ermita de San Bartolom�, documentada a partir del siglo XVI, aunque seguramente medieval en su primer edificio, se reconstru�a con b�vedas de arista y se remataba en una espada�a barroca visible desde todos los caminos que conflu�an en la ladera Sur de Heredia. En la construcci�n del campanario de Heredia se emplearon sillares procedentes de construcciones anteriores; algunos conservan �graffiti� diversos, cruces con pies triangulares e inscripciones, en letra cursiva antigua. Se encuentran en la escalera de caracol de la torre, cerca del cuerpo de campanas; aparte de las cruces y las inscripciones, parecen apreciarse dise�os que recuerdan las coronas reales que pueden verse en algunas miniaturas medievales. Siguiendo, a distancia a partir de Heredia, la margen derecha del Zadorra, el camino se acercaba al r�o hasta cruzarlo por el puente de Aud�cana. AUDICANA se asienta, en efecto, a orillas del Zadorra con sus dos barrios, el llamado en el siglo XVIII �Goicoechealdea�, situado en la ladera Nordeste de la actual iglesia, y el que, con el nombre de �Barrio de Abajo�, se encuentra en las m�rgenes del r�o. En el primero se eleva la iglesia-fortaleza, edificada en el punto m�s alto del pueblo; en sus proximidades se construyeron la antigua casa del Ayuntamiento y la c�rcel. En el Barrio de Abajo se conservan los dos puentes que cruzan el Zadorra en Aud�cana: uno en el acceso al pueblo y otro junto al molino. En el mismo Barrio de Abajo, se encontraba el hospital documentado desde el siglo XVI y localizado en el t�rmino llamado �Hospitalondo�, pr�ximo a la salida del camino de Aud�cana a Mend�jur y Vitoria, a la vista del costado Norte de la iglesia. Desde el barrio de Goicoechealdea sal�a tambi�n un camino que, bajando desde el Sur de la iglesia, conflu�a con el del Barrio de Abajo en el flanco Oeste del pueblo, para dirigirse juntos a Mend�jur y Vitoria, como se ha indicado. El pueblo carece de calles, y sus casas de tipo rural no ofrecen detalles destacables. Los �ltimos datos publicados arrojan para Aud�cana un total de veintitr�s habitantes. El camino que, desde San Adri�n, bajaba por Galarreta hab�a llegado a Aud�cana desde el Levante, bordeando a su derecha los Altos de Heredia, y dejando al mismo lado el llamado �Barranco de San Donato�. Hab�a seguido, a su izquierda y a cierta distancia, el curso del Zadorra hab�a cruzado �ste por el puente antiguo situado a la entrada de Aud�cana y continuaba pr�ximo a la orilla del r�o hasta el lugar en que la corriente de �ste cambiaba su direcci�n dirigi�ndose al Norte, hacia Guevara y Gamboa; en este punto el camino se separaba del Zadorra y, por Mend�jur y Arbulo, segu�a hasta Vitoria. La existencia del puente de Aud�cana convert�a a esta aldea en una encrucijada en la que se encontraban los caminos que de Norte a Sur bajaban desde Barrundia a la Llanada Oriental por Ech�varri Urtupi�a, y el que venimos siguiendo de Este a Oeste como ruta de peregrinaci�n, comercio y �Camino de Postas�. El actual puente construido en la carretera de entrada a Aud�cana es moderno; pero en sus proximidades, ya junto a las casas del pueblo, se conserva intacto un puente medieval, con dos arcos apuntados y un peque�o tramo del camino viejo sustituido por la actual carretera de acceso a Audicana. Los pretiles son modernos. Otro puente cruza el Zadorra por las proximidades del molino, a�n en pie, al Este del pueblo. Se aprecian en �l dos etapas constructivas; una antigua, seguramente medieval, con dos arcos ligeramente apuntados; otros, hoy s�lo dos, son de media circunferencia. Los arcos de medio punto datan, seguramente, de 1654, momento en que el cantero monta��s Jos� Antonio de Ontanilla se compromet�a a la �reedificaci�n� del puente por un total de 5.498 reales, seg�n el expediente que obra en el Archivo de la Diputaci�n de �lava. El puente se encontraba, como se reconoc�a en el documento del remate de la obra, �en el El camino de San Adri�n, a su llegada a Aud�cana desde Heredia, cruzaba el puente medieval de dos arcos, hoy abandonado junto a la entrada del pueblo. Aguas arriba del rio, al lado del molino, se conserva otro puente m�s s�lido y amplio, documentado como principal acceso a Aud�cana en los siglos XVIIy XVIII. Camino Real y ordinario por donde bienen de la provincia de Guip�zcoa, Flandes, Francia y otros reynos a los de Castilla�; creemos que, al acrecentarse el tr�nsito por este camino, este puente, llamado �Puente Mayor� en algunos documentos, sustituy� al otro m�s antiguo y de dimensiones m�s reducidas, conservando a�n a la entrada del pueblo. Al emprenderse la reconstrucci�n del Puente Mayor, que deber�a estar terminada para el d�a de San Juan de 1655, �la puente estaba muy maltratada� y �parte de ella ca�da y derribada� y, seg�n condici�n impuesta en el ajuste de la obra, la anchura del tramo sobre el puente deber�a medir once pies. Este puente, �de cal y canto con cinco ojos�, ten�a ochenta y cuatro varas de largo y se se�alaba en el �mapa� de 1744 entre los de mayor inter�s para la Provincia que, en 1754, asignaba ciento treinta y cinco reales al a�o para su manutenci�n y reparos. En 1850 el alcalde ped�neo de Audicana informaba a la Provincia sobre el estado del puente, �resentido y amenazando ruina�, �en sus principales arcos sobre el Zadorra�, cuando ya su inter�s era puramente comarcal y local. Aud�cana figura en las relaciones de viajes y gu�as de camino como punto importante en la ruta de Galarreta a Vitoria: se cita en 1672 en las memorias de Jouvin entre Heredia y Arbulo; el itinerario de Baretti, fechado en 1769, ubica este lugar a media legua de Heredia y otra media de Arbulo, y la gu�a de Escribano lo sit�a entre los mismos puntos, en el camino de rueda de Madrid para Vitoria y San Sebasti�n. Como venimos constatando en otras encrucijadas y a lo largo de los caminos medievales, hubo en Aud�cana varias ermitas a la vista y al paso de los peregrinos y viajeros, desaparecidas todas en el transcurso de los siglos XVIII y XIX. En 1556 el Licenciado Gil en su visita pastoral a la parroquia encontraba tres, sin duda de origen medieval, dedicadas a San Mames, San Jorge y �Sant Adri�n�. A �stas se sumaba la de la Magdalena, documentada en los libros de cuentas y difuntos de la parroquia: as�, en 1558, Do�a Mar�a Beltr�n de Guevara dejaba dos libras de aceite a cada una de las ermitas de San Jorge, San Mames, �Sante drian� y la �Magdalena de Maranchona�. Tambi�n figura en la documentaci�n parroquial otra ermita dedicada a San Donato. La de San Mames se ha perdido hasta en la memoria de los vecinos de Aud�cana. La de San Jorge estaba al Sur del pueblo a unos quinientos metros de la iglesia y permaneci� en pie hasta la segunda mitad del siglo pasado; en ella se recogi� la efigie de San Donato, a ra�z de la demolici�n de su ermita al mediar el siglo XVIII. De �sta queda, no obstante, el top�nimo �Barranco de San Donato�, situado al Nordeste del pueblo, entre �ste y Etura, en los caminos de monte de Barrundia al Zadorra y la Llanada. La documentada como �Sant Adri�n� en 1556, �Sante drian� en 1558 y m�s tarde �San Adri�n�, estuvo dedicada en su origen a la �Santa Trinidad�, nombre que recuerda el t�rmino llamado a�n �Sant�tria� situado al lado derecho del Zadorra, entre Aud�cana y Etura. Lo mismo que ocurri� en el caso del hagiotop�nimo del t�nel de San Adri�n, la nominaci�n eusk�rica degener� hasta convertirse en �Sant Andrian� para un visitador castellano, �Sante drian� para un escribano de la tierra y �San Adri�n� al castellanizarse la advocaci�n. Comprobando este proceso ling��stico, la sacrist�a de Aud�cana conserva una pintura en tabla del siglo XVI, con la Trinidad y el Tetramorfos, sin duda procedente de esta ermita. La de la Magdalena, advocaci�n repetida en los caminos de peregrinaci�n, fue en principio la parroquia de la aldea despoblada de Maranchona. Los t�rminos de este �mortuorio� se extend�an desde la actual carretera Nacional-1 hasta el Zadorra, en una zona de lomas. Al despoblarse Maranchona, las parroquias de Aud�cana, Ech�varri Urtupi�a, Guevara y Etura participaban de los frutos de las heredades de cultivo del despoblado. La tradici�n sit�a �una ermita�, acaso la de la Magdalena de Maranchona, en las proximidades del camino de Aud�cana a Vitoria, al centro de un cuadro con Aud�cana, Etura, Guevara y la venta de La Iglesia de Aud�cana, situada en el cabezo del barrio llamado �Goicoechealdea� en los documentos, conserva fuertes modillones de piedra proyectados desde el cuerpo alto del campanario, como apeos de voladizos de ataque y defensa del pueblo y sus caminos. Ech�varri por v�rtices. Estos cuatro pueblos se encargaban del reparo de la ermita de la Magdalena, aunque en las cuentas parroquiales de Aud�cana de 1757-1758 figura como �perteneziente al Abad de Cenarruza�. La aldea de Maranchona figuraba en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar en 1257 y en la contribuci�n de los pueblos de �lava a la guerra de Tarifa en 1292 aportando la peque�a cantidad de ciento veintis�is maraved�es, dato que parece se�alar su escasa potencia econ�mica al finalizar el siglo XIII. En el siglo XVI su antigua parroquia aparece como ermita en legados y mandas testamentarias de los vecinos de Aud�cana; seguramente Maranchona fue una aldea m�s entre las abandonadas en el bajo medioevo alav�s en zonas de pastos y de suelos pobres en laderas monta�osas. La historia de Aud�cana, muy anterior, se documenta a partir del siglo XT. En la relaci�n de pueblos del Voto de San Mill�n tributaba al monasterio una reja de hierro al a�o, correspondiente a diez casas pagadoras. Exist�an entonces en Aud�cana solares destacados, origen en nobles hidalgos; as�, documentamos en 1040, 1066 y 1071 a Sancho L�pez de Aud�cana, fiador en otras tantas donaciones a San Juan de la Pe�a en tiempos del hijo y del nieto de Sancho el Mayor, cuando estas zonas orientales de �lava gravitaban en torno a Navarra, en rivalidad con Castilla. Aparte de estas fuentes documentales no quedan en Aud�cana otros restos del alto medioevo, a excepci�n de las advocaciones de sus templos: la Trinidad, San Donato, San Mames de Ces�rea y San Jorge, muy antiguas en la Alta Edad Media y sus caminos. Al mediar el siglo XIII figuraba Aud�cana en la carta del Obispo Don Jer�nimo Aznar y en 1292 contribu�a a la campa�a de Tarifa con trescientos veinte maraved�es. En ese siglo debi� erigirse en la aldea un templo rom�nico o protog�tico del que quedan leves restos: varios canes del costado Norte de la iglesia se�alan, en efecto, la altura de un edificio de dimensiones m�s reducidas que el actual, totalmente reconstruido como en tantos pueblos de �lava, a partir del siglo XVI. La pila bautismal de la parroquia de Aud�cana, puede contarse entre las m�s primitivas de las medievales conservadas en �lava. Es rom�nica, decora el borde de su copa con una franja festoneada de arcos de herradura y la abrazan cuatro fuertes gallones a modo de garras. La f�brica del templo actual, dedicado a San Juan Bautista, obra del �ltimo g�tico, presenta elementos del siglo XV en sus finales, aunque las hermosas b�vedas de su nave se�alan caracter�sticas del siglo XVI avanzado. Desde el exterior del templo se aprecian los elementos m�s antiguos de la construcci�n: un peque�o �culo con restos de tracer�as en su vano, situado en el ochavo Sureste de la cabecera, y un ventanal cegado que daba luz al primer tramo de la nave. En el costado Sur se abre una saetera, de acuerdo con el car�cter de templo-fortaleza de este edificio, y un ventanal geminado. La cabecera ochavada, muy original en su exterior, se refuerza mediante dos gruesos estribos apeados en modillones y dos contrafuertes de base cuadrada, rematados en pir�mides, que contrapesan los empujes de la b�veda de la cabecera, fechable en los a�os finales del siglo XV. La obra realizada en el siglo XVI ampli� la construcci�n cubriendo su nave mediante dos tramos de b�veda de terceletes, con una bella trama de ligamentos curvados delineando sendas rosetas. Al mediar el siglo XVI, mientras se emprend�an las obras de reconstrucci�n del templo, viv�an en Aud�cana veinte vecinos y ten�a un hospital que, a su corta renta de �quarta y media de trigo�, a�ad�a limosnas y mandas testamentarias de los feligreses para su mantenimiento y reparo, documentadas en las partidas de difuntos de fines de aquel siglo. En torno a estas fechas se edificaron la portada y el coro de la parroquia. El acceso principal de este templo se abre al costado Norte, de cara al pueblo; se trata de un vano rectangular flanqueado por dos pilastras acanaladas apeadas en basamentos decorados con rect�ngulos salientes recuadrados por molduras; sobre el entablamento, con friso de triglifos, rosetas y c�rculos en las metopas, monta el remate, un front�n partido y pir�mides en relieve al centro y a los flancos. Es una obra de elegante corte cl�sico, de acuerdo con las tendencias del bajo renacimiento purista de las �ltimas d�cadas del siglo XVI. Tambi�n data de este momento la construcci�n del coro, de arco rebajado con cuadrados y trapecios en relieve en sus enjutas; sus pilares de apoyo se decoran tambi�n con motivos geom�tricos y remata en baranda abierta en una hermosa tracer�a bajo renaciente. Pero las obras que m�s caracterizan a la iglesia de Aud�cana son las neocl�sicas, realizadas en ella a finales del siglo XVIII. El maestreo que reforz� el templo del siglo XVIII es uno de los m�s significativos y bellos de las iglesias alavesas. Sus pilastras esbeltas, con capiteles j�nicos en tres de sus frentes y guirnaldas colgantes entre las volutas de los mismos, a�aden un elegante toque de clasicismo a la hermosa b�veda del siglo XVI. Estas obras de consolidaci�n y maestreo datan de 1797. El retablo mayor y los laterales constituyen tambi�n, un conjunto neocl�sico elegante en su sobriedad. Fueron dise�ados por el afamado arquitecto y �maestro tracista� Manuel Mart�n de la Carrera, residente entonces en San Sebasti�n, y realizados por el tambi�n arquitecto de Vitoria, Roque Rubio, a quien en 1778 se abonaba el coste del retablo mayor. Las im�genes, presididas por la de San Juan, titular de la parroquia, son obra del escultor Jos� de Murga, vecino tambi�n de Vitoria. Es curioso el remate del retablo principal, con la escena del Calvario y los cuatro Evangelistas en actitud de escribir, como �notarios� o �fieles de hechos� de la Pasi�n y Muerte de Cristo de la que fueron testigos o de la que recibieron testimonio directo de quienes la presenciaron. Algunos de los santos venerados en estos retablos, San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales y San Juan Nepomuceno, responden a las devociones a estos santos confesores muy en boga en el siglo XVIII. Entonces, y hasta 1885, era Aud�cana cabeza de los diez pueblos de la Hermandad de Barrundia. En Aud�cana se celebraban las juntas y las audiencias y en ella radicaba la c�rcel de la Hermandad. Por el acta de posesi�n de uno de sus alcaides en 1774, sabemos c�mo eran la casa del Ayuntamiento y la c�rcel aneja en aquellos momentos. Situada en el barrio de �Goicoechealdea� ten�a en su frontis un balc�n con antepecho de hierro, un escudo de Castilla y Le�n con corona imperial, y la inscripci�n �Barrundia� en lo bajo; en la sala de concejo se guardaban las armas de la Hermandad y, en la c�rcel, grillos, cepos, cadenas y esposas. Desde Aud�cana el camino se dirig�a a Arbulo, el punto siguiente citado en los itinerarios que venimos siguiendo. Cruzado el puente sobre el Zadorra, el camino que atravesaba Aud�cana por el Barrio de Abajo, unido con el que bajaba del barrio de la iglesia, segu�a a corta distancia el curso del Zadorra a la vista del �alto castillo de Guevara�, como dice un viajero an�nimo de 1612. �Pertenece �contin�a la descripci�n�, al conde de O�ate, y dicen en un proverbio antes condes en Guevara que no reyes en Castilla�. En efecto, ya desde el alto de la iglesia de Aud�cana se divisa, frente por frente, el castillo de Guevara; la iglesia fortaleza de Aud�cana, con los modillones de un fuerte matac�n en el cuerpo alto de su campanario y el castillo de Guevara, hoy en ruinas, parecen dos vig�as en la guarda de ambas orillas del Zadorra. Pero el camino de San Adri�n no llegaba directamente a Guevara. En 1672 Alberto Jouvin escrib�a: �yendo a Heredia y despu�s a Aud�cana, se ve a mano izquierda (sic) el pueblo y el castillo de Guevara, flanqueado de torrecillas donde se alza una gran torre cuadrada en el medio, que dicen estar habitada por un duende maligno, que es la causa de que all� no resida nadie, aunque pertenece a uno de los m�s acaudalados de Espa�a�. Madame d'Aulnoy, que en la descripci�n de su itinerario sigue los pasos de Jouvin, dice haber visitado el castillo, que se encontraba, indica, �cerca de nuestro camino�; �nos desviamos un poco hacia la izquierda �contin�a el error de Jouvin�, y llegamos al pueblo de Guevara�; y, novelando su narraci�n como acostumbra en sus cartas, dice haber entrado en el castillo. Otras relaciones de viaje hablan tambi�n de Guevara, aunque el pueblo y la fortaleza se encontraban apartados del camino que, dejando a la derecha un ramal hacia Guevara (*), se dirig�a a Vitoria pasando por Mend�jur y Arbulo. MEND�JUR no se cita en las relaciones de viajes ni en los itinerarios que nombran �nicamente a Aud�cana y a Arbulo en el trayecto que venimos siguiendo. Pero en nuestro trabajo de campo creemos haber comprobado que el camino llegaba desde Aud�cana a Mend�jur para, desde esta aldea, alcanzar Arbulo. Ya en la falda de San Adri�n se llama �Camino de Mend�jur�, a su salida de Zalduondo por Errotalde, al que llegaba a Vitoria por Galarreta; y cuando en Aud�cana hemos tratado de (*) Para pasar a Guevara los peregrinos y transe�ntes ten�an que dejar el camino de Aud�cana a Mend�jur y subir por otro hasta el pueblo y el castillo; ahora, la carretera CV-23 lleva desde Aud�cana a Guevara, pasando por Etura. En Guevara pueden contemplarse, adem�s del castillo en ruinas situado en la parte alta del crest�n que separa Barrundia del curso alto del Zadorra, los restos de la casa fuerte de los Guevaras y su iglesia parroquial dedicada a la Asunci�n de Nuestra Se�ora. El castillo de Guevara, que podr�a contarse entre las obras m�s interesantes de la arquitectura militar de finales del siglo XV, fue construido por Don I�igo V�lez de Guevara, primer conde de O�ate, seguramente sobre otro castillo de los Guevaras, cabezas del bando gambo�no y con grandes posesiones en los caminos del alto Zadorra y en las Hermandades de Barrundia, Egu�laz, Gamboa y Junta de Araya, en las bajadas El embalse del Zadorra ha anegado fincas y caminos en Mend�jur, aldea en la ruta entre Aud�cana y Arbulo. Su iglesia de San Rom�n dominaba la salida del camino desde un cabezo puntiagudo, en zona hoy despoblada. Al bajar la poblaci�n a la calle-camino, actual eje del pueblo, la parroquia se traslad� al centro del mismo. localizar el camino a Arbulo que tomaban los antiguos para ir a Vitoria, nos han contestado que era el �Camino de Mend�jur�; a mayor abundamiento, exist�a en 1597 en una relaci�n de bienes publicada por M.R. Ayerbe, un t�rmino �junto al camino de Mend�jur a Gueredia�. El trazado de Mend�jur responde al de un pueblo-calle, con su eje principal orientado de Este a Oeste en el sentido del camino que, desde Aud�cana, entraba en la aldea por el Este del puerto de San Adri�n a la Llanada Alavesa. El castillo se muestra imponente en sus ruinas; a�n pueden apreciarse restos de la gran torre del homenaje, de las murallas exteriores, flanqueadas por torrecillas, de las puertas Norte y Sur del recinto y del gran patio de armas del mismo. En �l se encastillaron las tropas carlistas en la primera guerra civil y en �l se mantuvieron despu�s de dieciocho d�as de asedio, hasta que hubieron de rendirse once d�as despu�s de haber pasado Don Carlos la frontera francesa. Como un reo de muerte, el castillo de Guevara fue condenado a la destrucci�n; la sentencia se ejecut� y fue volado el 30 de noviembre de 1839. Quedan tambi�n en Guevara restos del palacio fuerte de los Guevaras, situado a escasa distancia del pueblo, en la ladera del castillo y al amparo de �ste. Al estilo de otros palacios fortificados, el de Quejana entre ellos, ten�a torreones en los �ngulos a�n unido al ramal, que m�s al Norte, ven�a desde Guevara. Este camino sal�a de Mend�jur por el Poniente, para llegar a Arbulo. Hoy se interrumpe por el embalse del Zadorra que ha anegado casi en su totalidad el valle de Gamboa. Queda asi mismo cortado el camino que, sin llegar a Arbulo, empalmaba con la ruta de arrier�a de Arbulo a Gamboa por las proximidades de la fuente de Maruiturri. Como importante punto de paso, tuvo Mend�jur un hospital documentado desde el siglo XVI, y su parroquia dedicada a San Rom�n en el cabezo empinado que hoy ocupa el cementerio, dominando a su salida el camino de Arbulo, que discurre por bajo de la loma, y el de arrieros hacia Gamboa. Ten�a tambi�n Mend�jur una ermita dedicada a San Jorge en medio del pueblo, cerca del punto donde se construy� la parroquia actual cuando la antigua qued� apartada y con dif�cil acceso desde el centro de la poblaci�n. Recordemos que San Rom�n y San Jorge eran santos muy venerados en los caminos medievales, lo mismo que San Sebasti�n del que conserva la parroquia una interesante escultura del �ltimo g�tico. El edificio de la actual iglesia ha sufrido recientemente el desplome de parte de su cubierta. Seg�n datos publicados en 1990, viven en Mend�jur cuarenta y dos habitantes. Mend�jur se documenta ya en la relaci�n de aldeas alavesas tributarias a San Mill�n con diez casas pagadoras del voto al monasterio durante los siglos XI y XII. Por entonces, en 1060, figuraba como testigo y fiador de la anexi�n del monasterio de Ula a San Juan de la Pe�a, entre otros nobles de la tierra, el �s�nior Alvar Velaz de Mentisur�; y en la donaci�n por la que en 1076, se incorporaban a San Mill�n varios �solares populatos�, es decir, casas habitadas, por colonos, figuraba uno en este lugar de Mend�jur entregado por Fort�n Gonz�lez de Alb�niz. En el siglo XIII aparece �Mendissur� en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar fechada, como venimos se�alando, en 1257; en 1295, con el nombre de �Mendixuren� y su parroquia dedicada a San Rom�n, figura en el mismo archivo de Calahorra, en el pleito del arcedianato de �lava con el obispo Don Almoravid de Carte; en 1292 �Mend�xur� aportaba ochocientos maraved�es a la campa�a de Tarifa, como pueblo m�s rico que otros de los alrededores. Por desgracia, no queda resto importante de la parroquia medieval, abandonada y demolida entre 1808 y 1819; ser�a rom�nica o protog�tica y seguramente de cierta importancia, a juzgar por la holgura econ�mica en que, al parecer, se desenvolvi� Mend�jur en el siglo XIII. Esta prosperidad continuaba en el siglo XVI. Su iglesia ten�a cuarenta casas feligresas y diezmos y primicias suficientes para mantener a seis cl�rigos; entonces, en 1556, contaba con un hospital bien documentado en siglos posteriores. Exist�a �ste a�n a fines del siglo XVIII. En 1784, cuando se intentaba convertir el ruinoso hospital de Arbulo en casa del pastor, los vecinos del pueblo se compromet�an, por turno, a conducir �a los imposibilitados enfermos e inbalidos� que llegasen a Arbulo �para los hospitavisibles; el del Noroeste ha sido restaurado por la Diputaci�n de �lava. En el flanco Oeste se conserva la puerta principal de palacio con su arco apuntado; hasta hace unas d�cadas se encontraba sobre ella un escudo de piedra de los Guevaras, cinco panelas puestas en sotuer y tres bandas cargadas de armi�os. Quedan tambi�n restos de la cocina situada en la planta baja al costado Norte del recinto, del aljibe abierto en el centro del patio, de saeteras y de distintos tipos de ventanales g�ticos. Tales elementos nos permiten fechar esta edificaci�n hacia las primeras d�cadas del siglo XIV, cuando sus se�ores, Don Beltr�n Ib��ez de Guevara y su hijo Don Ladr�n, figuraban entre los Cofrades m�s poderosos en el momento de la entrega del territorio de la Cofrad�a al realengo castellano en 1332. Este palacio fue destruido con otras casas del pueblo, en la primera guerra carlista, al igual que el castillo. les inmediatos de la Ciudad de Vitoria y lugar de Mendixur�, a costa y expensas de la renta que produc�an las heredades del hospital de Arbulo. Esto se hab�a hecho en otras ocasiones: en 1685 y 1687 el hospital de Mend�jur hab�a recibido, sin que sepamos por qu�, �seis pobres� conducidos desde Arbulo a costa de los fondos de su hospital; y en 1696-1697 fueron siete los trasladados del hospital de Arbulo al de Mend�jur �por haber muerto la hospitalera� de aqu�l y por �ser el invierno riguroso�, seg�n se lee en el libro de cuentas del hospital de Arbulo. Fabricada la nueva iglesia de Mend�jur, la conservada hoy, se trasladaron a ella el retablo mayor y los laterales, que datan de comienzos del siglo XVIII. El mayor, con columnas salom�nicas y abundante decoraci�n barroca, se construy� entre 1713 y 1715. Lo preside la imagen de San Rom�n, con la lengua en la mano, recordando su martirio. El sagrario, buen ejemplar del renacimiento romanista, se compraba en 1712 con destino al nuevo retablo. En el retablo lateral de la Virgen del Rosario se conserva la imagen g�tica de San Sebasti�n, de la que se ha hecho ya menci�n, y en el �tico, un relieve de San Jorge que, como se ha indicado, tuvo una ermita en Mend�jur. La f�brica del templo actual, con planta de cruz latina, c�pula ovalada sobre pechinas en el crucero, y b�vedas de lunetos en el presbiterio, nave y en los brazos de la cruz, se constru�a en el siglo XIX, entre 1808 y 1819 bajo el dise�o del arquitecto Mateo de Garay; el p�rtico, con tres arcos de piedra de siller�a se edificaba en 1847, y en 1855 se dispon�a el plan �para concluir la torre�. El templo se encuentra en estado ruinoso por haberse derrumbado parte de su b�veda. ARBULO. Aparece citado, entre Aud�cana e Il�rraza, en las descripciones del camino de peregrinos y viajeros. As� se se�ala en el itinerario de Jouvin en 1672 y en la relaci�n del viaje a Compostela de Manier en 1726 con el nombre de �Arbona�. Baretti en 1769 le llama �Arbului� y lo sit�a a media lengua de Aud�cana y a otra media de �La Raza�. Con los mismos nombres figura en la gu�a de Jos� Mat�as Escribano, muy manejada por los mismos a�os. En la actualidad cuenta con treinta y nueve habitantes, seg�n los �ltimos censos publicados. Arbulo entregaba dos rejas de hierro anuales al monasterio de San Mill�n, contribuci�n correspondiente a veinte casas tributarias, poblaci�n m�s elevada que la mayor parte de las aldeas de la Llanada. Desde el medioevo era un pueblo de leyenda. A fines del siglo XV Lope Garc�a de Salazar lo citaba en sus Bienandanzas como lugar de asentamiento de un caballero franc�s, �Gastea de Arburu�, progenitor o emparentado con nobles linajes alaveses que, por la ascendencia francesa de Don Gastea, llevan lises en sus escudos. La parroquia de la Asunci�n, de Guevara, conserva su hermosa cubierta g�tica tard�a, con terceletes en sus dos primeros tramos y media estrella en el �ltimo; el central muestra en sus claves la figura de Cristo en majestad y el Tetramorfos. Podr�a fecharse esta cubierta en el gran momento constructivo de fines del siglo XV y los comienzos del XVI, al igual que la mayor parte de las iglesias de nuestro recorrido. La capilla lateral abierta al costado izquierdo del templo, cubierta con buena b�veda de terceletes y nervios curvados y decorada en claves y plementer�a con pinturas del momento, es obra del siglo XVI. Guevara levant� en el siglo XVII su retablo mayor barroco, seguramente semejante a los laterales conservados a�n. Quemado en la contienda carlista, fue sustituido por el actual. Entrada en Arbulo del camino de Mend�jur por la zona m�s alta del pueblo, junto a la iglesia. Sal�a en direcci�n a Ania e ll�rraza por el barrio de San Lorenzo. Frente a la ermita de este t�tulo, documentamos ampliamente un hospital de paso a partir del siglo XVII y hasta finales del XVIII. Seg�n el mismo Lope Garc�a de Salazar, Gastea de Arbulo �fue noble e mucho esforzado caballero� que �val�a mucho en el hecho de las armas�. �Desde que era mancebo� hab�a servido al se�or de Vizcaya, Don Diego L�pez de Haro el Bueno, que lo cas� y hered� en �lava �en aquella aldea de arburu q. es cerca de Sta. Ma. destiuaris e yase sepultado alli, en buru, en una capilla mucho peque�a que fiso en una armita pa. su sepoltur�. Las leyendas en torno a esta figura crecieron con el paso del tiempo. Ya en 1591 Fray Juan de Vitoria le llama �Juan Gastea de Arbulo� y dice que asisti� con el se�or de Vizcaya a las batallas de Alarcos y las Navas de Tolosa en 1195 y 1212; y como personaje de leyenda, el mismo Fray Juan de Vitoria habla de sus fuerzas singulares del que llama ya �Babazorro que Del siglo XVIII datan, en Guevara, el p�rtico de 1795, y el campanario, uno de los m�s esbeltos de la Llanada, obra del conocido constructor de torres neocl�sicas en �lava Juan de Echevarr�a, que comenz� su obra en 1771 y la finaliz� en 1778. Tambi�n es neocl�sico el maestreo del templo, con hermosas pilastras j�nicas y elegante entablamento. Guevara tuvo un hospital fundado en 1580 por Do�a Isabel V�lez de Guevara y una importante juder�a en la que documentamos f�sicos, mayordomos y servidores de los se�ores de Guevara; viv�an en ella alrededor de diez familias que debieron contar con una sinagoga. De Guevara proced�a el m�dico de Vitoria Don David, hijo de Don Jacob, seg�n E. Cantera Montenegro, que aporta interesantes datos sobre esta juder�a y los nombres de varios de sus miembros. significa trag�n de habas�, diciendo que �levantaba en alto un arado por la punta, arrancaba una planta corriendo y se adargaba con un trillo�. As� corr�an en el siglo XV la tradici�n del origen franc�s del linaje y las parentelas de Arbulo, y en el XVI la leyenda del �Fuerte de Arbulo� ampliada en los siglos siguientes con numerosas y curiosas haza�as. Pero, entre leyendas y realidades, existe en Arbulo la tradicional casa de �El Fuerte�, situada frente a la ermita de San Lorenzo, junto a donde estuvo el hospital de Arbulo, y en el camino de este lugar a Ania seguido por peregrinos y viajeros; y entre las claves g�ticas del bell�simo conjunto de las que decoran la b�veda de la parroquia de San Mart�n, figura, junto a otra con los blasones de los Reyes Cat�licos y de sus reinos ya unidos, la que muestra un escudo cuartelado con lises y panelas en los tres primeros cuarteles, armas de los Arbulos y de otros apellidos emparentados con ellos, como los Gastuas de Il�rraza, los Mi�anos, los Doypas y otros linajes que, seg�n Fran Juan de Vitoria, llevan �una flor de lis de oro en campo de azul� por el origen franc�s de Gastea de Arbulo, y �una panela verde por la mujer y por �lava�. Poco antes del momento en que la tradici�n se�ala el asentamiento y el matrimonio de Gastea de Arbulo en este lugar, a fines del siglo XII, Arbulo hab�a sido una aldea de mayor poblaci�n que las circundantes, con veinte casas pagadoras del tributo a San Mill�n como hemos indicado; no obstante, al terminar el siglo XIII parece no destacar entre los pueblos del entorno. Aportaba a la campa�a de Tarifa, seg�n la cuenta de Mateo Ferradar en 1292, cantidades similares a las de muchas aldeas del camino, pagando trescientos cuarenta maraved�es, junto a los trescientos veinte de Aud�cana, los trescientos ochenta de Guevara y los cuatrocientos sesenta y siete de Il�rraza; Mend�jur, en cambio, aportaba ochocientos maraved�es. Entonces, a fines del siglo XIII, estaba a�n en pie, entre Arbulo e Il�rraza, la aldea de Ania que, con Junguitu, pagaba tres rejas al monasterio de San Mill�n en los siglos XI y XII. Su parroquia se contaba entre las del arciprestazgo de Vitoria en 1257 en la carta del obispo Don Jer�nimo Aznar; y en 1292 el pueblo aportaba a la hueste de Tarifa doscientos cincuenta maraved�es. Quedan a�n restos medievales en su iglesia de San Mart�n convertida en ermita, comunidad de Arbulo, Junguitu, Matauco y Lubiano. En el costado meridional del peque�o edificio puede verse una hilera de canes biselados sin decorar y, en la cabecera recta, un estrecho ventanal, casi una saetera. Al igual que las parroquias de muchos �mortuorios�, convertidas en ermitas, lo que queda de la iglesia de San Mart�n de Ania nos permite apreciar las proporciones reducidas de los edificios parroquiales de muchas aldeas alavesas anteriores al gran momento constructivo del siglo XIII y, sobre todo, a las ampliaciones del g�tico tard�o realizadas a partir de los a�os finales del siglo XV y a lo largo del siguiente. El interior de la ermita conserva una imagen del titular de la misma y otra de la Virgen, fechables ambas en el siglo XVIII. Aunque en 1532 se databa en �Ania� la escritura de compromiso matrimonial entre Juana de Il�rraza y Juli�n Gonz�lez de Mend�vil, Ania no aparec�a como pueblo en la visita pastoral de 1556; y, ya expresamente, en 1577 su parroquia figuraba como �yglesia del despoblado del Sor. Mart�n de Ania�. Como tantas otras aldeas alavesas Ania desaparec�a en el bajo medioevo, mientras la poblaci�n crec�a en los n�cleos m�s importantes, y en las zonas de suelos m�s productivos. Esto debi� suceder en Arbulo a finales del siglo XV, cuando emprend�a la gran obra de su actual templo parroquial continuada en el siglo XVI, mientras viv�an en ella treinta vecinos feligreses, seg�n el c�mputo del Licenciado Gil en 1556. La situaci�n de Arbulo era inmejorable en los momentos de apertura comercial del bajo medioevo y del primer renacimiento. Se encontraba en la confluencia de dos grandes rutas en el tr�nsito de viajeros y mercanc�as: la que entraba en �lava por el t�nel de San Adri�n y conduc�a por Vitoria a La Rioja y Burgos, y las que llegaban desde las orillas aragonesas del Ebro, la Ribera de Navarra y la Rioja Baja, atravesando los puertos de los Montes de Vitoria hasta alcanzar la Llanada, y, entrando por Arbulo al valle de Gamboa, pasaban al de L�niz en direcci�n a los puertos guipuzcoanos. El inter�s de esta encrucijada en las comunicaciones alavesas motiv�, tras de la resoluci�n de las Juntas Generales de 26 de abril de 1754, la asignaci�n anual de sesenta y seis reales para la conservaci�n y cuidado de los caminos de Arbulo, �para que los tenga buenos y bien compuestos�, �por ser Camino Real de Postas a Francia�. Este camino de Postas por San Adri�n, que llegaba desde Aud�cana y Mend�jur, penetraba en Arbulo por el barrio de �Elejalde�, el m�s alto y el m�s importante del pueblo con la iglesia en el punto m�s elevado, cruzaba la aldea y llegaba al barrio de San Lorenzo, con la ermita dedicada a este santo, capilla del actual cementerio, el hospital hoy desaparecido y la llamada �Casa del Fuerte�. Debajo de la ermita de San Lorenzo, punto de salida de Arbulo, el camino recib�a distintos nombres: �Camino Rapide� �Camino Real�, �Camino de Ania�, �Camino de Vitoria� y �Camino Franc�s�. En su acceso a Arbulo, a lo largo de su transcurso por el pueblo, y a la salida del mismo, este camino precisaba serios reparos, seg�n el reconocimiento que, obedeciendo Reales Ordenes, se hab�a realizado en 1764 sobre la parte del Camino Real correspondiente a �lava �por la v�a de San Adri�n�. Se informaba entonces sobre la necesidad de construir �antes de entrar por el Oriente en el lugar de Arbulo, 192 estados de calzada nueva�, con doce pies de ancho; �dentro del lugar de Arbulo�, 120 estados y, �desde la salida de dicho lugar hasta tocar la jurisdicci�n! de esta Ziudd de Vitoria�, 118 estados de camino nuevo, de diez pies y medio de ancho, �aprobech�ndose los despojos de la calzada bieja que se a de soltar�; total, seg�n la Arbulo erigi� su templo parroquial de San Martin a partir de los a�os finales del siglo XV. Las claves de su b�veda constituyen uno de los conjuntos m�s interesantes del g�tico alav�s. Preside las del primer tramo un bello relieve de la Virgen sedente, entre �ngeles y los Santos Juanes. equivalencia de las medidas catellanas, cerca de 850 metros de camino de casi tres a tres metros y medio de anchura seg�n el informe, amplitud muy exigua comparada con la del nuevo Camino de Postas y Correos a Francia por Gamboa, Arlaban y L�niz, que pronto sustituir�a al de San Adri�n. El otro camino que llegaba de Elburgo y Oreitia acced�a a Arbulo por el Sur del pueblo, y sal�a hacia Gamboa por la ermita de San Vicente, situada al Norte de la poblaci�n, donde se le llama �Camino de los Arrieros� y �Camino de la Boyer�a�. La ermita de San Vicente se encontraba a unos cien metros del pueblo, pr�xima a una fuente y a un abrevadero que algunos vecinos del pueblo recuerdan a�n; en la fuente quedan todav�a restos del peque�o arco de piedra que enmarcaba el brote del manantial. Siguiendo hacia el Norte por el camino que sale de Arbulo desde este punto, uno de los trazados por la concentraci�n parcelaria, se llega al lugar llamado �Mariturri� y tambi�n �Fuente de las Brujas� en uno de los lugares de paso hacia el valle de Gamboa. Queda en este punto la fuente �un manantial entre losas�, en un terreno con restos de una balsa y de horizontes cerrados por lomas, a excepci�n de un pasillo que deja a la vista la altura empinada de Mend�jur y a lo lejos las ruinas del castillo de Guevara, como vig�as de este paso. La denominaci�n de la fuente puede relacionarse con los personajes mitol�gicos vascos �Mam� o �Mari�, lo mismo que el nombre del camino a la fuente, llamado �Maruiturribidea�. En momentos de actividad y mayor vigencia de estos caminos construy� Arbulo su actual templo parroquial sobre otro anterior, seguramente rom�nico. Dedicado a San Mart�n de Tours, como tantos otros de la ruta, se erigi� a partir de los a�os finales del siglo XV y los primeros del XVI. Es una gran f�brica del �ltimo g�tico con el presbiterio de cabecera recta y nave de dos tramos de b�vedas de crucer�a, cuyas claves constituyen uno de los conjuntos m�s ricos de la Llanada por las dimensiones de sus medallones, su excelente labra y su iconograf�a. El presbiterio, cubierto por b�veda de dobles terceletes y ligamentos en torno al polo de la b�veda, muestra en su clave central un bell�simo relieve con la Virgen coronada, pisando la Luna y con el Ni�o en sus rodillas, al que Mar�a ofrece una manzana como en muchas efigies marianas del tipo llamado �Andra Mari�; a los lados de la Virgen van las figuras de los Santos Juanes con cartelas, y rodeando la clave, cuatro �ngeles con las alas extendidas. Los ocho medallones menores de este tramo muestran representaciones de santos y santas de devoci�n popular. La clave del primer arco faj�n ostenta la efigie de San Mart�n, el titular del templo y la del segundo, el escudo de los Reyes Cat�licos: Castilla, Le�n, Arag�n y las Dos Sicilias con la granada en punta; ello indica el momento de la erecci�n de este tramo, en tiempo de los Reyes Cat�licos y despu�s de 1492. Entre ambos arcos fajones se despliega el segundo tramo de la b�veda, de terceletes y ligamentos curvados, con la figura del Padre Eterno en la clave central, el Tetramorfos en las de los terceletes y, en una de las menores, el escudo de lises y panelas de los Arbulos y parentelas afines. El tramo de los pies se cubre por b�veda de simples terceletes. La portada, del momento de la construcci�n, se abre bajo un arco carpanel moldurado con conchas en las repisas de su trasd�s, recordando acaso las veneras jacobeas. La pila bautismal es anterior a la construcci�n del actual templo. Abraza el borde su copa una franja de c�rculos entrelazados y cruces de brazos curvados; muy probablemente procede del templo anterior. Entre los a�os finales del g�tico y el primer renacimiento puede fecharse el hermoso coro de esta iglesia, con bella tracer�a g�tica en el antepecho, relieve con la Virgen al centro del arco escarzano y, en la b�veda nervada del bajo coro, buenas claves renacentistas presididas por la de la Asunci�n de la Virgen, con pinturas de grisalla en la plementer�a central. El retablo mayor de Arbulo es un ostentoso ejemplar del primer barroco. El sagrario, a�n de corte clasicista en su arquitectura, puede relacionarse con la escuela de Bascardo y el taller de Cabredo, sobre todo la efigie del Salvador de la puerta. El retablo, de grandes medidas y de dise�o a�n cl�sico con detalles decorativos barrocos, estaba ya hecho en 1674, a�o en que se pagaba al maestro Juan de Aguirre parte �del retablo que hizo en la iglesia�; lo termin� Miguel de Aldasoro. Lleva en sus calles las im�genes de San Pedro y San Pablo en el primer cuerpo y las de San Juan Bautista y Santiago en el segundo. En la efigie central de San Mart�n late sobre todo el influjo de Gregorio Fern�ndez; las vestiduras pontificales del santo titular, ca�das en pliegues duros, y la grandiosidad de su figura encuadran perfectamente esta hermosa talla en el �mbito del taller vallisoletano y de sus seguidores en tierras del Norte. Del barroco pleno, son los dos retablos laterales de la Virgen del Rosario y San Antonio Abad, con columnas salom�nicas y grandes cogollos de follaje sobre nichos y remates. Se pagaban en la primera d�cada del siglo XVIII, lo mismo que la esbelta espada�a barroca elevada sobre el hastial del Poniente. El p�rtico, con la columnata cl�sica de su frontis adintelado, es obra de la segunda mitad del siglo XVIII. El maestreo neocl�sico, apeado en pilastras j�nicas con guirnaldas colgantes se documenta en 1798; reconoc�a la obra de Miguel de Gorospe, maestro cantero con obras en varias iglesias de la ruta. Hoy se encuentra en ruinas; la iglesia, muy deteriorada, est� cerrada al culto. El camino de San Adri�n sal�a de Arbulo por el barrio de San Lorenzo a escasa distancia de su ermita, donde se conservan los top�nimos �Camino de Vitoria�, �Camino Franc�s�, y �Rapide� o Camino Real. Desde San Lorenzo, entre brumas y en medio de las fincas que han borrado el camino, se ve aqu� la ermita de San Mart�n de Ania. La ermita de San Lorenzo, actual capilla del cementerio, dio el nombre al barrio situado al Poniente del pueblo a la salida del camino de San Adri�n en direcci�n a Ania e ll�rraza. Restaurada en 1983, no conserva resto arquitect�nico destacable. La imagen de San Lorenzo, del primer barroco, puede relacionarse con los talleres de escultura de Cabredo o Campezo. Frente a la ermita, en el edificio que despu�s fue casa del pastor, hoy demolida pero recordada como tal por los vecinos del barrio, se encontraba el hospital, bien documentado en el archivo parroquial de Arbulo durante el siglo XVII y hasta que fue destinado a casa del pastor en 1784. Entre la ermita de San Lorenzo y el lugar donde estuvo el hospital, un peque�o n�cleo de caser�os, entre los que se encuentra la llamada casa del �Fuerte�, con el n�mero 3 de la numeraci�n presente, hab�a y existe a�n, un camino que, seg�n se recuerda, estuvo empedrado. Este camino se un�a al llamado �Rapide�, �Camino de Vitoria� y �Camino Franc�s� que pasaba bajo este barrio, en las proximidades de la ermita. Despu�s de esta confluencia en direcci�n a Ania, y a menos de medio kil�metro de esta ermita de San Lorenzo, el camino atravesaba un puente, hoy desaparecido, sobre un peque�o afluente del r�o Alegr�a. En 1783, cuando se proyectaba reconstruir el edificio del hospital para habitaci�n del �pastor de los almages de ganado� se describ�a como �una casa y huertecillo de sembradura de Entre Arbulo e ll�rraza se encontraba la aldea de Ania. Al despoblarse, su parroquia de San Martin qued� convertida en ermita, con la misma advocaci�n. Cabecera del templo medieval, con el reducido vano arqueado que daba luz al presbiterio. una quarta poco m�s o menos, sitos en el Barrio de San Lorenzo y contiguo a ella (a la ermita), por la parte Norte y a caminos carriles y p�blicos, por el Poniente, al que se dize camino real�; el hospital pose�a varias heredades que le rend�an cuatro fanegas de trigo de renta; ten�a adem�s trescientos reales de vell�n en dinero, veinte s�banas, cinco mantas, tres colchones y seis cabezales donados por los bienhechores. Al convertir el edificio del hospital, debidamente restaurado, en casa para el pastor los vecinos de Arbulo se obligaban a recoger en sus casas por turno a �todos los pobres sanos y enfermos que transitasen y llegasen de noche�, �con el afecto amor y caridad que hasta aqu� lo han egecutado conduciendo a los impedidos e imposibilitados a coste y espensas de la renta que anualmente produzcan dhas heredades, a los Hospitales inmediatos de la Ciudad de Vitoria y pueblo de Mend�jur, por la cantidad y forma de inmemorial tiempo tenida, estipulada y observada�. El libro de cuentas del hospital aporta m�s datos. Entre 1685 y 1687 las heredades del hospital hab�an producido 130 reales, importe del trigo de las rentas de aquellos a�os. A lo largo de los mismos se condujeron doce enfermos al hospital de Vitoria y seis al de Mend�jur; el vecino que, por turno, los llevaba, cobraba cuatro reales si iba a Vitoria y s�lo un real si los trasladaba a Mend�jur. En 1697 volv�an a conducirse pobres a Vitoria y Mend�jur por haberse muerto la hospitalera, y en diciembre de 1698 se hac�an cargo del hospital los nuevos hospitaleros, Celed�n L�pez de Luzcando y Elena Urtiz de Luzuriaga. El hospital pagaba las exequias de los que mor�an en �l, m�s una libra de cera amarilla y el gasto de pan y vino que, seg�n costumbre, se daba en los entierros. En las cuentas de 1694 se registran los gastos de dos exequias, de otras dos en 1695 y los de s�lo un fallecimiento en 1698. Poco despu�s, a comienzos del siglo XVIII, se repon�an colchones, s�banas, almohadas y �undras� o colchas; y a finales de siglo, cuando ya los vecinos se hab�an comprometido a continuar �la piadosa costumbre� de acoger a los enfermos y conducirlos a los hospitales de Vitoria y Mend�jur, las cuentas de 1786 a 1787 arrojan un total de trece pobres traslados al hospital de Vitoria y dieciocho al de Mend�jur, prueba del tr�nsito de gentes por los caminos de Arbulo. Ignoramos por qu� raz�n se nos ha se�alado como hospital, en nuestras visitas a Arbulo, una casa ruinosa, situada junto a la iglesia a la entrada del camino de Mend�jur, que lleva una cruz en su fachada con un r�stico cord�n sobre ella, y la fecha 1692. Acaso fue hospital en alg�n momento, antes o despu�s de 1784, fecha en que localizamos exactamente junto a la ermita de San Lorenzo, en el edificio que despu�s ser�a la casa del pastor, �una casa y huertecillo contiguo�, �con el t�tulo de Hospital�, �desde inmemorial tiempo a esta parte�, seg�n la documentaci�n del mismo hospital conservada en el archivo de la parroquia. Los peregrinos y otros transe�ntes que bajaban de San Adri�n por Galarreta llegaban a Il�rraza, el punto siguiente a Arbulo citado en memorias de viajes y en gu�as de caminos, pasando por el despoblado de Ania y dejando a la izquierda, a la vista del camino, el pueblo de Oreitia (*). (*) Oreitia quedaba a la izquierda del camino y, aunque por ello no figura en los itinerarios que venimos siguiendo, era punto importante en la comunicaci�n de las dos rutas de San Adri�n a Vitoria, la de Salvatierra y la de Galarreta. De Elburgo, punto se�alado en el camino de Salvatierra a Vitoria como se ha indicado, el camino llamado �de los arrieros� llegaba a Oreitia desde donde se encaminaba a Arbulo por �Arbulobidea �, hacia las rutas de Gamboa y L�niz. Oreitia estaba bien poblada en los siglos XI y XII cuando, con Matauco, contribu�a con la tasa de treinta vecinos al voto de San Mill�n. Por entonces exist�an en Oreitia grandes se�ores poseedores de solares, poblados a veces por colonos adscritos a la tierra como los �dos mezquinos� que Do�a Toda Alvarez donaba a San Juan de la Pe�a en 1071. En 1138 Do�a Mar�a L�pez entregaba a Santa Mar�a de N�jera, junto con Est�baliz y otras posesiones �dos solares en Oreitia con sus entradas y salidas�. El camino de Arbulo a ll�rraza dejaba Oreitia a la izquierda, a la vista de peregrinos y viajeros. En el exterior de su parroquia, dedicada a San Juli�n y Santa Basilisa, un caballero jinete camina hacia el Poniente. Se ha relacionado con la peregrinaci�n y el camino de Santiago. ILARRAZA se cita, en efecto, en la relaci�n del paso por �lava del Patriarca de Alejandr�a a su vuelta de Lisboa en 1572 y en los itinerarios de Jouvin en 1672, Manier en 1726 y Baretti en 1769. En el viaje del Patriarca, narrado por Venturino, se dice que ll�rraza ten�a dieciocho hogares en 1572; Manier le da el nombre de �Laroges� y Baretti el de �La Raza�, el mismo que la �Gu�a de Caminos� de Escribano. El camino llegaba desde Arbulo a ll�rraza pasando por Ania y por el t�rmino llamado �Francesbide� �Camino franc�s�. Al encontrarse con el r�o Alegr�a, lo cruzaba por un puente, hoy desaparecido, aunque queda la memoria de su existencia cerca de dos chopos que, como testigos, se�alan el lugar en que atravesaba el r�o el camino, hoy borrado. En el siglo XIII Oreitia era un pueblo rico, a juzgar por los mil cien maraved�es entregados para la campa�a de Tarifa, una de las contribuciones m�s elevadas entre los pueblos de �lava, y por la construcci�n de su hermosa iglesia medieval, de la que quedan la portada, la cabecera ochavada y el primer tramo del templo. La portada decora su primera arquivolta con l�bulos entrelazados y las columnas de las jambas, con capiteles historiados, aves monstruosas afrontadas, un �ngel en lucha con un drag�n y p�jaros picando tallos. En el �bside poligonal, con grandes contrafuertes exteriores, se abre un ventanal ya g�tico, aunque conserva cierta raigambre rom�nica en su ornamentaci�n; los capiteles de los apeos del arco apuntado se decoran con harp�as encapuchadas y las m�nsulas del trasd�s con fieras testas de animales. Son tambi�n muy curiosos los canes del costado Sur del presbiterio, con rostros humanos, cabezas de animales, un monstruo devorador y otros motivos; pero el elemento m�s significativo del exterior de esta cabecera es el �culo abierto al Sur del mismo, con un jinete Continuaba �ste entre tierras de labor hasta cruzar, por otro puente muy reducido, el riachuelo que, procedente de los altos de Cerio, desemboca en el r�o Alegr�a al Noroeste de Il�rraza. Se conservan este peque�o puente, de un solo arco, y las huellas del camino viejo que lo cruzaba. Junto a la carretera actual y frente a este puente llamado el �Puente de la Venta�, se levantaba la �Venta de Il�rraza�, con una fuente y el correspondiente abrevadero, seg�n recuerdan a�n en el pueblo. Cerca de la venta, el camino se cruzaba con el que sub�a de Il�rraza a Cerio; y, saliendo de Il�rraza por el Poniente, segu�a por t�rminos del despoblado de Petr�quiz a Arcaute, Elorriaga y Vitoria, llam�ndose en algunos tramos a la salida de Il�rraza �Camino de los Franceses� recordando acaso la retirada de los ej�rcitos tras de la batalla de Vitoria el 21 de junio de 1813. Queda noticia de una ermita con la advocaci�n de Santa Leocadia, situada cerca del pueblo en el camino hacia Cerio, en el lugar del hagiotop�nimo que se�ala su localizaci�n; la santa ha dado tambi�n su nombre al �Barrio de Santa Eleocadia�, situado al Sur del pueblo. Otra ermita, recordada tambi�n en la toponimia y dedicada a San Vicente, se encontraba en el camino de Zurbano. Ambas exist�an seguramente en la Edad Media y son las registradas por el Licenciado Mart�n Gil en 1556; las dos figuran en los libros de f�brica y en los sacramentales de la parroquia de Il�rraza, en mandas testamentarias, en las reparaciones efectuadas en ellas y en las visitas pastorales hasta fines del siglo XVIII. Sus advocaciones, Santa Leocadia y San Vicente, junto con la de la parroquia Santa Eulalia, se�alan tres de las devociones m�s antiguas, con ra�ces visig�ticas y moz�rabes, que venimos encontrando a lo largo de los primitivos caminos de �lava; y �stos lo eran. No olvidemos que nos encontramos en la proximidades de la calzada de Burdeos a Astorga, abierta ya a la Llanada Central y Occidental, y que �sta continu� como importante eje de comunicaci�n en el alto medioevo. Respecto al origen remoto de estas devociones, sabemos que Santa Leocadia ten�a en Toledo una bas�lica consagrada a comienzos del siglo VII por el Obispo Eladio; en ella se celebraron algunos concilios toledanos y, en ocasiones, fue pante�n episcopal. La fiesta de Santa Leocadia se celebraba el 9 de diciembre por los moz�rabes cordobeses en la iglesia de San Cipriano durante la dominaci�n musulmana; la de San Vicente, el 22 de enero, era tambi�n una importante celebraci�n para la comunidad cristiana cordobesa; y la de Santa Eulalia de M�rida, una de las festividades m�s antiguas de la liturgia visig�tico-moz�rabe, se conmemoraba asimismo, seg�n M. Ferotim, en la villa de Careilas, cerca de C�rdoba, en pleno auge de Al-Andalus. Si a estas devociones a�adimos los t�tulos de las tres ermitas de San Pelayo situadas respectivamente en Oreitia, en Cerio y en Ascarza, el de la parroquia de San Rom�n en la aldea desaparecida de San Rom�n, sobre Ascarza, el de Santa Columba en Argando�a y el de San Juli�n y Santa Basilisa en Oreitia, advocaciones todas de ra�ces altomedievales localizadas en una franja de menos de siete kil�metros en estos caminos, podemos pensar en la cristianizaci�n primitiva de la zona en que nos movemos, una encrucijada de rutas altomedievales. armado con banderola en la lanza y caminando hacia el Poniente, figura que A. Apr�iz relaciona con el camino de Santiago. En su interior, este �bside se cubre por una b�veda protog�tica de nervios convergentes en la clave central y el primer tramo, mediante cubierta de arcos cruzados en diagonal; las columnas de apeo decoran sus capiteles con car�tulas humanas y follaje muy naturalista, ya g�tico. En el siglo XVI la iglesia de Oreitia era rica. Ten�a treinta casas feligresas en 1556 y emprend�a grandes obras, tales como la erecci�n del �ltimo tramo de la iglesia, ensanchando el edificio medieval y construyendo una amplia b�veda del �ltimo g�tico con los nervios delineando una hermosa cruz; poco m�s tarde, ya a finales del siglo, se erig�a el coro, obra del bajo renacimiento, con la escena de la Anunciaci�n en las enjutas del arco rebajado, bella tracer�a de cuadrados calados en el antepecho y b�veda nervada en el bajo coro. En la segunda mitad del siglo XVII se constru�a el retablo mayor, obra del primer ll�rraza era el punto citado, tras de Arbulo, en las guias y en las memorias de viajeros y peregrinos. La actividad constructiva registrada en los templos alaveses a partir de los a�os finales del siglo XVy durante todo el XVI, ha dejado en su iglesia esta hermosa cubierta abovedada del �ltimo g�tico. El pueblo de ll�rraza, con ochenta y ocho habitantes, seg�n los �ltimos censos publicados, configura su poblamento en tres barrios. El �Barrio de la Cruz� llamado as� por la cruz de piedra que preside la plaza, centro de este n�cleo, una cruz colocada posiblemente en el siglo pasado, seg�n E. Mart�nez en su estudio de los cruceros alaveses, sobre unas gradas y una basa antiguas procedentes de otra cruz desaparecida; el �Barrio de Santa Eleocadia�, al Sur del pueblo, que recuerda la devoci�n de ll�rraza a la santa toledana y su culto en la ermita de su nombre y el �Barrio de Saldiaci� situado al Sureste del centro de la poblaci�n. Entre las viviendas de ll�rraza destacamos dos, una situada frente a la iglesia, y otra, pasada la carretera, junto a la actual subida de Cerio. La primera lleva el n�mero 4 entre las casas del pueblo. Abre su portada bajo un alero de gran voladizo y muestra, en el escudo de su dintel, las bandas cargadas de armi�os en sus barroco, con columnas de fustes serpeantes y las efigies de los titulares de la parroquia, San Juli�n y Santa Basilisa en el nicho central; se ajustaba este retablo en 1664 con el arquitecto de Segura Mart�n de Teller�a y con escultor Miguel de Aldasoro, vecino de O�ate, que tambi�n hab�a trabajado en el retablo de Arbulo. Los cuatro retablos laterales, con columnas salom�nicas y profusa decoraci�n de follaje, se encuadran ya en el pleno barroco. La obra de la torre neocl�sica de Oreitia, de buena siller�a, rematada en c�pula ovoidal y esbelta linterna cilindrica, se pagaba en 1763 a Juan de Echevarr�a, autor de otros campanarios en la Llanada, el de Guevara entre ellos. El templo parroquial es el centro de uno de los cuatro barrios que configuran el pueblo, el llamado �Barrio de la Iglesia�; en el �Barrio del Prao� se halla el palacio de V�lez de Guevara Lazarraga; el �Barrio de Ibarra� se encuentra en la bajada de cuarteles primero y cuarto y las cinco panelas en el segundo y en el tercero, armas de los Guevaras y los linajes afines, todos gambo�nos, extendidos por la Llanada Oriental. El dintel se encuadra dentro de un marco de guirnaldas y dent�culos renacentistas en lo alto y remata en una cornisa con rosetas, a�n muy g�ticas, todo ello fechable en la primera mitad del siglo XVI. El segundo edificio destacable, con empaque de palacio, se encuentra junto a la actual carretera de Cerio, lleva en su escudo las armas de Esqu�bel ��guila cebada en un gazapo y tres bandas�, y un �guila picando a un ciervo en un campo de trigo, blasones de los Garibay y los Lazarragas del bando de los �aguillos� en O�ate. Seg�n la �Relaci�n del Apellido de Esqu�bel� citada por A. de Bego�a, son las armas de Don Juan de Esqu�bel y Do�a Mar�a de Garibay que, en 1673, momento en que puede datarse el edificio, ten�an casas en la aldea de ll�rraza. Aparte de las advocaciones de sus templos, no quedan en ll�rraza huellas materiales de su importancia en el alto medioevo, aunque s� ricos datos documentales. Entre los siglos XI y XII habitaban en ll�rraza veinte familias pagadoras del tributo de la Reja de San Mill�n, mientras era corriente que la mayor parte de las aldeas del entorno abonasen la aportaci�n correspondiente a s�lo diez casas. Por entonces documentamos en ll�rraza algunos solares nobles, origen del apellido topon�mico de la aldea: en 1080 �u�o Alvarez de ll�rraza donaba a San Mill�n una vi�a en Berantevilla, bajo el testimonio de un personaje curioso, �Domenico Peregrino�, colector de los votos de San Mill�n. En el siglo XIII viv�a Il�rrza una �poca de riqueza, pese al crecimiento de la pr�xima villa de Vitoria. En 1292 aportaba novecientos maraved�es para la guerra de Tarifa, cantidad importante comparada con los entregados por las aldeas pr�ximas, doscientos cincuenta Cerio, doscientos setenta y cinco Arcaute, cuatrocientos Elorriaga y trescientos cuarenta Arbulo. En 1295 ten�a dos beneficiados al servicio de su iglesia, seg�n consta en el pleito del obispo de Calahorra Don Almoravid de Carte con las parroquias del Arcedianato de �lava. Sin embargo ll�rraza no conserva huellas de este momento de esplendor art�stico desarrollado en los pueblos ricos de �lava en el siglo XIII, salvo algunos sillares de la construcci�n rom�nica o protog�tica aprovechados en los muros del edificio en la actual iglesia. Otra �poca de bienestar registrada en �lava desde los a�os finales del siglo XV y los comienzos del XVI hasta las �ltimas d�cadas del mismo, propici� la erecci�n del hermoso templo parroquial de ll�rraza hoy en pie, sin dejar resto del edificio anterior. Al mediar el siglo XVI treinta y seis familias feligresas aportaban a la iglesia .: �Salvatierra. Gu�a para una visita�. Diputaci�n Foral de �lava, 1985. Albertos, Lourdes: ��lava Prerromana y Romana. Estudio Ling��stico�. Estudios de Arqueolog�a Alavesa. T. IV. Diputaci�n Foral de �lava, 1970. Alonso Gamo, Jos� Mar�a: �Viaje a Espa�a del Magn�fico Se�or Andr�s Navagero, Embajador de Venecia ante Carlos V�. Valencia, 1951. Andr�s Ordax, Salvador: �El escultor Lope de Larrea�. Diputaci�n Foral de �lava, 1976. Ibidem: �Gregorio Fern�ndez en �lava�. Diputaci�n Foral de �lava, 1976. Apr�iz, �ngel de: �La representaci�n del caballero en las iglesias de los caminos de Santiago�. Archivo Espa�ol de Arte, n.� 46, 1941. 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Debo agradecer a la Caja Provincial y, ahora, a la de Ahorros de Vitoria y �lava, la ayuda a la investigaci�n que ha hecho posible este estudio, e, igualmente, al Departamento de Cultura de la Diputaci�n Foral de �lava su publicaci�n en la colecci�n ��lava. Monumentos en su Historia�. A lo largo de los a�os de trabajo dedicados a este tema, he tenido presente un deseo y una meta: poner su publicaci�n al alcance f�cil de todos los interesados en el conocimiento del pasado alav�s a trav�s de las realidades visibles en las huellas que ha dejado, en este caso en los paisajes y en los pueblos de un camino. Y creo que el talante de las obras de investigaci�n divulgativa entre las que este libro se publica, satisface plenamente estos deseos de dar a conocer, de forma sencilla e intuitiva, el resultado de mi trabajo sobre la principal ruta jacobea alavesa. Con la misma idea dimos comienzo a esta tarea hace casi tres d�cadas. Y en tales principios, debo recordar, con todo afecto, a los miembros de las Secciones de Arqueolog�a e Historia de �a �Excursionista Manuel Iradier�, muy especialmente a los que nos dejaron ya, con los que iniciamos estos trabajos en la inolvidable �jacobada� de los a�os 1963 a 1965. Entonces nos aproximamos al tema y pudimos llevar a cabo la publicaci�n del Bolet�n de la Sociedad de los art�culos que, durante dos cursos de actividad, abrieron brecha en el estudio sistem�tico de las rutas alavesas hacia Compostela. En el presente, tengo que manifestar mi agradecimiento a los sufridos y entra�ables amigos con los que, a lo largo de estos tres �ltimos a�os, he recorrido las sendas, los caminos y los pueblos de las rutas jacobeas alavesas. Sin la ayuda, el est�mulo y la alegr�a que han aportado a esta tarea Peli Mart�n, Pablo L�pez de Ull�varri, Mikel Ayala, Edurne Mart�n y Fernando Tabar, no me hubiera sido posible la realizaci�n del trabajo de campo, largo y a veces fatigoso, que esta obra conlleva. Con especial complacencia, por lo gratificantes que siempre han sido nuestros encuentros, expreso tambi�n mi gratitud a los vecinos de los pueblos con los que, a lo largo de estos a�os, hemos dialogado sin prisas, disfrutando de sus recuerdos sobre caminos viejos, vados, puentes demolidos, ermitas derruidas y lugares despoblados, contrastando datos y recogiendo memorias de los abuelos de los ya abuelos hoy; noticias valios�simas a punto de borrarse en el recuerdo de los pueblos que, a trav�s de estos ratos de comunicaci�n, hemos podido recoger y est�n aqu�, en las p�ginas de este libro. De verdad que, al releerlas, nunca podr� olvidar el agrado y el afecto con que los hombres y las mujeres de los pueblos del camino nos las han brindado, al calor de sus cocinas o en la sombra de los portales de sus casas. Muchas gracias tambi�n a los p�rrocos y a los encargados de las iglesias del recorrido; a los alcaldes, oficiales y miembros de los concejos de Ayuntamientos y Juntas Administrativas, que nos han facilitado el acceso a las parroquias, a �as ermitas y a los documentos conservados bajo su custodia. Mi reconocimiento a los archiveros y bibliotecarios que, al inter�s y profesionalidad con que nos han atendido, han a�adido continuos detalles de amistad que tengo que reconocer tambi�n como profesional y con el afecto de buena amiga. Debo tambi�n gratitud, muy cordial, a quienes han aportado la t�cnica y el arte de sus fotograf�as, sus gr�ficos y el buen hacer de su oficio en la composici�n e impresi�n de este libro. Mi agradecimiento llega por �ltimo al futuro: hasta quienes completar�n este trabajo con mejores conocimientos y nuevas investigaciones en el extenso campo que el tema ofrece, y a cuantos, con este libro en sus manos, recorrer�n caminos viejos, a veces desdibujados y muchas a punto de desaparecer para siempre en las memorias de las gentes; ellos conservar�n un pasado, ya fr�gil, mediante las vivencias que estas p�ginas puedan sugerirles y que ellos completar�n, a su vez, ante las realidades de los panoramas y los pueblos de �lava. A todos, muchas gracias. MICAELA JOSEFA PORTILLA � N D I C E UNA RUTA EUROPEA POR �LAVA, A COMPOSTELA DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO P�gina I. POR �LAVA, A COMPOSTELA 3 Los "caminos ocultos" de �lava, en el alto medioevo 4 A nuevos tiempos, nuevos caminos 11 Rutas de peregrinaci�n y comercio en el medioevo pleno y tard�o II Caminos en la �lava moderna 22 Trazados, y nuevas obras II. UNA RUTA EUROPEA: DEL PASO DE SAN ADRI�N, AL EBRO 27 Un camino europeo 27 La ruta de San Adri�n, en la historia 31 III. RECORRIENDO EL CAMINO 35 El t�nel de San Adri�n 35 La historia del t�nel 35 Desde el puerto al llano: tres descensos en las laderas alavesas 43 De San Adri�n a Salvatierra, por Zalduondo y Araya 44 El descenso por Zalduondo 44 � Zalduondo 45 � Ordo�ana 50 La bajada del puerto de San Adri�n, por Araya 52 �Araya 54 � Am�zaga 59 � La encrucijada de Egu�laz 60 � Egu�laz 62 � Mezqu�a 67 El descenso del puerto de San Adri�n, por Galarreta 70 P�gina La villa de Salvatierra, encuentro de los caminos de San Adri�n a la Llanada El hospital de San L�zaro y la Magdalena, confluencia de caminos 72 El entorno de Salvatierra 74 El recinto urbano de la villa El camino de Salvatierra a Vitoria 89 � Gaceo 89 � Ezquerecocha 95 � El despoblado de Ayala 98 � La villa de Alegr�a-Dulantzi 101 - E l despoblado de Arrarain 109 � Elburgo 11 - G a c e t a 114 -Villafranca de Est�baliz - E l santuario de Est�baliz 119 � Argando�a 124 � Ascarza 128 � Arcaya 131 � De Arcaya a Salvatierrabide 136 El camino de Galarreta a Vitoria 138 - G a l a r r e t a 139 � Luzuriaga 144 - H e r e d i a 148 � Aud�cana 156 � Mend�jur 161 - A r b u l o 164 � ll�rraza 172 � Arcaute 177 � Elorriaga 178 � De Elorriaga, a Vitoria 181 P�gina Vitoria, en el camino de Santiago 183 Vitoria medieval 183 Vitoria, ante los peregrinos y viajeros del siglo XVI 205 Vitoria en el siglo XVII 209 Los nuevos "ensanches" vitorianos 211 Desde Vitoria, a La Puebla de Arganz�n 216 � Armentia 218 � La encrucijada de Armentia 226 � Gomecha 230 � Ari�ez 233 � Subijana de �lava y sus caminos 237 � Las Conchas de Arganz�n 241 La Puebla de Arganz�n, y sus caminos 247 De La Puebla, a Estavillo y Armi��n 267 � Burgueta 268 -Estavillo 272 � Armi��n 283 De Armi��n a Burgos, por Rivabellosa y a La Rioja, por Salinillas 290 Por Rivabellosa, a Miranda y Burgos 290 -Rivabellosa 291 � De Rivabellosa a Miranda, Ameyugo y Burgos 299 Por Salinillas, a Haro y Santo Domingo de la Calzada 299 � Lacorzanilla 300 � Zambrana 305 � Salinillas de Burad�n 314 � De Salinillas, al Ebro 326 IV. DOCUMENTACI�N Y BIBLIOGRAF�A B�SICAS 331 Fondos documentales consultados 331 Obras impresas 333 Edita: Diputaci�n Foral de �lava - Arabako Foru Aldundia Servicio de Publicaciones - Argitalpen Zerbitzua Texto: Micaela J. Portilla Fotograf�as: Barroso, J.L. Entre las p�ginas 194 a 202; 227 a 284; 292 a 304; 317 a 328. Las de las p�ginas 21, 23, 174, 179, 188, 190, 206, 214, 310, 312 y 314 FOAT. Las de las p�ginas 7. 9, 12, 53, 79, 102, 162, 184, 307 y 316 Ikatz. Las de las p�ginas 74, 208 y 224 Llanos. J. Entre las p�ginas 13 a 18; 26 a 51; 55 a 73; 80 a 100; 104 a 159; 165 a 172; y 217 a 222. Las de las p�ginas 3, 5, 76, 204, 211, 212 y 287 P�rez de Arrilucea, J. La de la p�gina 192 Gr�ficos y Mapas: Heraclio Fournier, S.A. Dise�os Urban�sticos: Heraclio Fournier, S.A. Sobre los planos siguientes: � Ayuntamiento de Vitoria, p�g. 187 � Diputaci�n Foral de �lava, p�gs. 78 y 103 � V. Palacios Mendoza, p�g. 319 � A. Vergara, p�g. 248 Imprime: Heraclio Fournier, S.A. - Vitoria ISBN: 84-7821-066-0 Dep�sito Legal: VI. 394-1991 Diputaci�n Foral de Alavd ^rabako Foru ^ldundia Servicio de Publicaciones - Argitalpen Zorbitzua